EL ESPÍRITU DE SUPLICA

ANDREW  MURRAY

"Y derramaré sobre la casa de David.... espíritu de gracia y de oración" (Zacarías 12:10).

 

"Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues que qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos" (Romanos8:26, 27).

 

“... orando en  todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos" (Efesios 6:18).

 

"... orando en el Espíritu Santo" (Judas 20).

 

A TODO hijo de Dios se le ha dado el Espíritu Santo para que sea su vida. El Espíritu Santo mora en él, no como un ser separado que vive en una parte de su naturaleza, sino como su misma vida. Él es el poder divino, la energía mediante la cual su vida se mantiene y se fortalece. El Espíritu Santo puede y quiere obrar en el creyente todo aquello a que éste es llamado a ser o hacer. Si el individuo no conoce al Huésped divino, ni se entrega a él, el Espíritu Santo no puede obrar, y entonces la vida de dicho individuo está enferma, llena de fracaso y de pecado. Cuando el individuo se entrega, espera, y luego obedece la dirección del Espíritu Santo, Dios obra en él todo lo lo que es agradable delante de su presencia.

 

Este Espíritu Santo, en primer lugar, es un espíritu de oración. El fue prometido como un "espíritu de gracia y de oración". Fue enviado a nuestros corazones como "el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!" El nos capacita para decir, con verdadera fe y creciente comprensión de su significado: “Padre nuestro que estás en los cielos”.

El “conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.

 

Cuando oramos en el Espíritu, nuestra adoración es como Dios busca que sea: "en espíritu y en verdad". La oración es sencillamente el aliento del Espíritu Santo en nosotros; el poder para oración viene del poder del Espíritu que mora en nosotros, mientras esperamos y confiamos en él. El fracaso en la oración viene de la debilidad de la obra del Espíritu en nosotros. Nuestra oración es un instrumento que sirve para medir la obra del Espíritu Santo en nosotros. Para orar de la manera correcta, la vida del Espíritu tiene que estar correctamente en nosotros. Para hacer la oración del justo que es eficaz y puede mucho, todo depende de que estemos llenos del Espíritu Santo.

 

El creyente que quiere disfrutar de la bendición de que el Espíritu Santo lo enseñe a orar, tiene que saber cuatro lecciones sencillas:

 

Primera, creer que el Espíritu Santo mora en él (Efesios1:13). En lo más recóndito de su ser, escondido y sin que sienta, todo hijo de Dios tiene al poderoso Espíritu Santo de Dios que mora en él. Esto lo sabe el creyente por la fe. Al aceptar Palabra de Dios, él agarra aquello de lo cual no ve hasta ahora ninguna señal.

 

" .. a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu". Mientras nosotros midamos nuestro poder para orar persistentemente y de la manera correcta según lo que sintamos o pensemos que podemos lograr, nos desanimaremos al oír cuánto tenemos que orar. Pero cuando tranquilamente creemos que el Espíritu Santo como espíritu de súplica mora dentro de nosotros, en medio de nuestra consciente debilidad, con el propósito de capacitarnos para orar de tal manera y tal medida como Dios quiere que lo hagamos, nuestros corazones se llenan de esperanza. Seremos fortalecidos con la seguridad, que yace en la misma raíz de una vida cristiana y fructífera, de que Dios ha hecho abundante provisión para que nosotros seamos lo que él quiere que seamos. Comenzaremos a perder aquella conciencia de carga, temor y desánimo en cuanto a orar siempre de manera suficiente, por cuanto vemos que el mismo Espíritu Santo orará en nosotros, y ya está orando.

 

La segunda lección que el creyente debe aprender es que, debe tener el cuidado, por encima de todo, de no contristar al Espíritu Santo (Efesios 4:30). Si hace tal cosa, ¿cómo puede él producir en usted la tranquila, confiada y bendita conciencia de aquella  unión con Cristo que hace que sus oraciones sean agradables al Padre? Tenga el cuidado de no contristarlo por causa del pecado, de la incredulidad, del egoísmo, o de la infidelidad a la voz de él en su conciencia.

 

No piense que contristarlo es una necesidad. Esa idea corta los mismos tendones que le dan fuerza para obedecer el mandamiento. No considere imposible obedecer las palabras: "Y no contristéis al Espíritu Santo". Él es el mismo poder de Dios que hace que obedezca. Los pecados que se levantan contra su voluntad, una tendencia a la pereza, al orgullo, a la terquedad, o una pasión que se despierta en la carne, pueden ser rechazados de una vez por su voluntad con el poder del Espíritu Santo, y ser lanzados sobre Cristo y sobre su sangre. Entonces se restaura de inmediato su comunión con Dios.

 

Acepte cada día al Espíritu Santo como su líder, su vida y su fuerza; puede contar con que él hará en su corazón todo lo que debe hacerse allí. Él, a quien no vemos ni palpamos, pero a quien conocemos por la fe, da allí, sin ser visto ni palpado, el amor, la fe y el poder de obedecer que necesita. Él revela al Cristo invisible dentro de usted, como su vida y fortaleza. No entristezca al Espíritu Santo al desconfiar en él, por el sólo hecho de que no siente su presencia.

 

Especialmente en el tema de la oración, no contriste al Espíritu Santo. Cuando confíe en que Cristo lo llevará a una nueva y saludable vida de oración, no espere que de una vez podrá orar de manera fácil, regocijada y poderosa como quiere hacerlo. Estas cosas no pueden venir inmediatamente. Sólo inclínese tranquilamente delante de Dios con ignorancia y debilidad. La mejor oración verdadera consiste en que se coloque delante de Dios tal como es y cuente con que el Espíritu Santo ora en usted.

 

"... ¿qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”.

La ignorancia, la dificultad, la lucha, caracterizan nuestra oración desde el principio. Pero "de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad". ¿Cómo? ". . . el mismo Espíritu -más profundo que nuestros pensamientos y sentimientos- intercede por nosotros con gemidos indecibles". Cuando no pueda hallar palabras, cuando sus palabras parezcan frías y débiles, simplemente crea: El Espíritu Santo está orando en mi.

 

Esté quieto delante de Dios y dé a él tiempo y oportunidad. A su debido tiempo, aprenderá a orar. Tenga el cuidado de no contristar al Espíritu de oración, al no honrarlo con una paciente y confiada entrega a la intercesión de él en usted.

 

En tercer lugar, usted debe aprender la lección: "sed llenos del Espíritu" (Efesios 5:18). Pienso que hemos comprendido el significado de la gran verdad: Sólo la vida espiritual saludable puede orar como debe. A todos se nos da el mandamiento: "Sed llenos del Espíritu". Eso implica que, aunque algunos se queden contentos con sólo el comienzo y con una pequeña medida de la obra del Espíritu Santo, Dios quiere que estemos llenos e él. Desde nuestro lado, eso significa que todo nuestro ser ebe estar enteramente rendido al Espíritu Santo, debe estar poseído y controlado sólo por él. Desde el lado de Dios, podemos contar con que el Espíritu Santo tomará posesión de nosotros nos llenará, y esperar eso.

 

Nuestro fracaso en la oración se ha debido evidentemente a que no hemos aceptado el Espíritu de oración para que sea nuestra vida; a que no nos hemos entregado íntegramente a Aquel a quien el Padre nos dio como el Espíritu de su Hijo, para que él produzca su vida en nosotros. Estemos dispuestos a recibirlo, a rendirnos a Dios y a confiar en que él nos llena. No volvamos a contristar voluntariamente al Espíritu Santo, al declinar, descuidar o vacilar en tratar de tenerlo a él tan plenamente como él está dispuesto a dársenos. Si hemos visto que la oración es la gran necesidad de nuestra obra y de nuestra iglesia, si hemos deseado o decidido orar más, acudamos a la misma fuente de todo poder y bendición. Creamos que el Espíritu de oración, con toda su plenitud, es para nosotros.

 

Todos estamos de acuerdo en cuanto al lugar que el Padre y Hijo desempeñan en nuestra oración. Nosotros oramos al Padre y de él esperamos la respuesta. Confiamos en ser oídos por el mérito, por el nombre, y por la vida del Hijo, y mediante nuestra permanencia en él y la permanencia de él en nosotros. ¿Pero hemos entendido que las tres Personas de la Trinidad ocupan igual lugar en la oración? La fe en que el Espíritu Santo de intercesión ora en nosotros es tan indispensable como la fe en el Padre y en el Hijo. Esto se ve muy claramente en las siguientes palabras: “... porque por medio de él(Cristo) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”. Así como la oración tiene que hacerse al Padre y por medio del Hijo, así tiene que hacerse por el Espíritu.

 

Y el Espíritu ora al vivir en nosotros. Es sólo a medida que nos entregamos al Espíritu Santo que vive y ora en nosotros que podemos conocer en su poder, la gloria del Dios que oye la oración, y la bendita y más efectiva mediación del Hijo.

 

Finalmente, debemos aprender la lección de orar en el Espíritu por todos los santos (Efesios 6:18). El Espíritu, que es llamado Espíritu de oración, también se llama de manera especial Espíritu de intercesión. De él se dice: ". . el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles". “...intercede por los santos". Esta es la misma palabra que se usa con respecto a Cristo, "que también intercede por nosotros".

 

 

El pensamiento que hay en los versículos que acabo de citar, es esencialmente el de la mediación: Se refieren a una persona que ruega a favor de otra. Cuando el Espíritu de intercesión toma plena posesión de nosotros, desaparece todo egoísmo, aquella actitud de querer que él se aparte de la intercesión por otros y sólo interceda por nosotros, y es entonces cuando comenzamos a aprovechar del maravilloso privilegio de interceder por los hombres. Anhelamos la vida de Cristo, de consumirnos en sacrificio por otros. Nuestro corazón se entrega incesantemente a Dios con el fin de obtener su bendición para los que' nos rodean. Es entonces cuando la intercesión no llega a ser un incidente ni una parte ocasional de nuestras oraciones, sino el gran tema de ellas. Entonces, la oración a favor de nosotros mismos ocupa el verdadero lugar que le corresponde sencillamente como medio de prepararnos mejor de tal modo que seamos más eficaces en el ejercicio de nuestro ministerio de intercesión.

 

Humildemente le he pedido a Dios que me dé para yo poderle dar a usted, estimado lector, luz divina, para ayudarlo a abandonar la vida de fracaso en la oración, y a entrar de una vez en la vida de intercesión que el Espíritu Santo puede darle Mediante un sencillo acto de fe, reclame la plenitud del Espíritu, aquella medida plena que ante los ojos de Dios es capaz de recibir y que, por tanto, él está dispuesto a otorgarle. ¿No quiere ahora mismo, recibir esto por la fe?

 

¿Qué es lo que ocurre cuando una persona se convierte? La mayoría de ustedes, los lectores, durante algún tiempo buscaron la paz por medio de esfuerzos para abandonar el pecado y complacer a Dios. Pero no la hallaron de ese modo.

 

La paz y el perdón de Dios les vino por fe, al confiar en lo que dice la Palabra de Dios con respecto a Cristo y a su salvación. Habían oído acerca de Cristo como el Don del amor de Dios, sabían que él era también para ustedes y habían sentido los movimientos y tirones de su gracia. Pero nunca, hasta cuando por fe en la Palabra de Dios, aceptaron a Cristo como el Don de Dios, experimentaron la paz y el gozo que él puede dar. El hecho de Creer en él y en su amor salvador estableció toda la diferencia y Cambió su relación con él, de uno que siempre lo había ofendido a uno que ahora lo amaba y le servía. Sin embargo, se han admirado mil veces del hecho de que lo aman y le sirven mucho menos de lo que él merece.

 

Cuando se convirtió, sabía poco acerca del Espíritu Santo. Posteriormente, oyó que el Espíritu mora en usted y que es el poder de Dios para todo lo que el Padre quiere que sea. A pesar de eso, el hecho de que él vive y obra en su ser ha sido algo vago e indefinido, a duras penas una fuente de gozo o poder. Cuando se convirtió, no tenía conciencia de que lo necesitaba, y mucho menos de lo que podía esperar de él. Pero los fracasos suyos le han enseñado eso. Ahora comienza a comprender que ha estado contristandolo al no confiar en él ni seguirlo, al no permitirle obrar en todo lo que a Dios le agrada.

 

Todo esto puede cambiar. Después que buscó a Cristo, y oró a él, y sin éxito trató de servirle, halló descanso al aceptarlo por la fe. Del mismo modo ahora puede entregarse a la plena dirección del Espíritu Santo, y reclamar que él obre lo que Dios quiere, y aceptar su obra. ¿Quiere hacerlo? Acéptelo por fe como el Don de Cristo para que sea el Espíritu de toda su vida, incluso su vida de oración. Puede contar con que él se encargará de todo.

Sin Importar que se sienta muy débil e incapaz para orar bien, inclínese en silencio delante de Dios, con la seguridad de que él le enseñará a orar.

 

Así, como, mediante una fe consciente, aceptó el perdón de Cristo, ahora puede conscientemente recibir por fe al Espíritu Santo que Cristo da para que haga su obra. “ Cristo nos redimió...a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu Santo”. Arrodíllese ahora y simplemente crea que el Señor Jesucristo, quien bautiza con el Espíritu Santo, ahora mismo comenzará en respuesta a su fe, la bendita vida en que se manifieste una plena experiencia de poder del Espíritu Santo que mora en usted.

 

Dependa de la manera más confiada en que él, aparte de cualquier sentimiento o experiencia, como el Espíritu de oración e intercesión, hará su obra. Renueve ese acto de fe cada mañana, cada vez que ore. Confíe en que él, en contra de todas las apariencias, obrará; tenga la confianza de que él está obrando, y él le manifestará el gozo del Espíritu Santo como el poder de su vida.

 

"... derramaré ... espíritu de gracia y de oración". El ministerio de la oración es el ministerio de la morada divina en nosotros. Desde el cielo, Dios envía el Espíritu Santo a nuestros corazones para que sea allí el Poder divino que ora en nosotros y nos eleve hacia Dios. Dios es Espíritu, y nada que no sea una vida igual y del Espíritu en nosotros puede tener comunión con él.

 

El hombre fue creado para tener comunión con Dios, para que él morara y obrara en el hombre y fuera la vida de su vida. Pero esta morada de Dios en el hombre fue lo que éste perdió por causa del pecado. Esto fue lo que Cristo vino a exhibir en su vida, a fin de volverlo a ganar, por medio de su muerte, para nosotros, y luego impartírnoslo, al volver a descender del cielo a través del Espíritu Santo a morar en nosotros, sus discípulos. Sólo esta morada de Dios en nosotros por medio de su Espíritu Santo puede explicarnos las maravillosas promesas que se dieron para la oración, y capacitarnos para apropiárnoslas. Dios también da el Espíritu Santo como un Espíritu de oración, a fin de mantener su vida divina dentro de nosotros como una vida de la cual continuamente se eleva a él.

 

Sin el Espíritu Santo, ningún hombre puede llamar a Jesús, Señor, ni clamar: "Abba, Padre". Sin él, ningún hombre puede adorar en espíritu y en verdad, ni orar sin cesar. El Espíritu Santo se da al creyente para que sea y-haga en él todo lo que Dios quiere que él sea o haga. Le es dado especialmente como el Espíritu de oración y súplica. Queda claro que en la oración todo depende de que confiemos que el Espíritu Santo hará su obra en nuestros corazones, de que nos rindamos a su dirección y dependamos única y exclusivamente en él.

 

Leemos que Esteban fue "un varón lleno de fe y del Espíritu Santo". La fe y el Espíritu Santo siempre andan juntos, en proporción exactamente igual. Cuando nuestra fe comprende y confía en que el Espíritu Santo que está en nosotros ora y espera en él, hará su obra. Lo que el Padre busca es el deseo anhelante, la súplica intensa, la fe definida. Conozcámoslo y con la fe en que Cristo nos lo da incesantemente, cultivemos la firme confianza de que podemos aprender a orar como el Padre quiere que oremos.