Capítulo 6

¿ES PECADO LA FALTA DE ORACIÓN?

Andrew Murray

 

"Tú …menoscabas la oración delante de Dios", Job 15:4.

"¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?" Job 21:15.

"Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros", 1 Samuel 12:23.

"… ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros", Josué 7:12.

CUALQUIER despertamiento profundo de la vida espiritual de la Iglesia estará siempre acompañado por una convicción más profunda de pecado. Esto no comienza con la teología, la cual sólo describe lo que Dios hace en la vida de su pueblo. Tampoco significa que la convicción más profunda de pecado sólo se manifestará con expresiones más fuertes de reproche a uno mismo o de penitencia (lo cual algunas veces indica que se está albergando el pecado, y que hay incredulidad con respecto a que seremos librados de él).

La verdadera convicción de lo detestable del pecado y del odio hacia él se pondrá de manifiesto mediante la intensidad del deseo de ser uno librado de él, y mediante la lucha por saber hasta lo último que Dios puede hacer para salvarnos de él: un santo celo que no desea pecar contra Dios en nada.

Si hemos de hacer frente de manera eficaz a la falta de oración, tenemos que considerarla desde este punto de vista y preguntar: "¿Es pecado la falta de oración?" Si lo es, ¿cómo puedo tratarla? ¿Cómo puede el hombre descubrirla, confesarla, echarla y ser limpiado por Dios de este pecado?

Jesús salva del pecado. Sólo cuando reconocemos verdaderamente el pecado, podemos conocer el poder que nos salva de él. La vida que puede orar eficazmente es la de la rama que ha sido limpiada: la vida que ha sido librada del poder del yo. El reconocer que nuestros pecados de oración son en realidad pecados es el primer paso para ser libertados de ellos de manera verdadera y divina.

La historia de Acán constituye una de las pruebas bíblicas más poderosas de que el pecado le roba al pueblo de Dios la bendición divina, y de que Dios no lo tolerará. Al mismo tiempo da la más clara indicación de los principios con los cuales Dios hace frente al pecado y lo quita. A la luz de este relato, veamos si podemos aprender la manera de mirar el pecado de la falta de oración y lo pecaminoso que hay en su raíz. Las palabras: "…ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros", nos llevan al mismo corazón de la narración. Sugieren una serie de inapreciables lecciones que están alrededor de la verdad que expresan, es decir, que la presencia del pecado hace imposible la presencia de Dios.

 

1.     La presencia de Dios es el gran privilegio del pueblo de Dios y su único poder contra el enemigo. Dios prometió a Moisés: "Os meteré en la tierra". Moisés demostró que entendió esto cuando, después que el pueblo cometió el pecado de hacer el becerro de oro, Dios le habló de retirar su presencia y enviar un ángel. Moisés se negó a aceptar cualquier cosa que no fuera la presencia de Dios. "¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros?"

Esto fue lo que dio a Caleb y a Josué su confianza: El Señor está con nosotros. Esto fue lo que dio a Israel su victoria sobre Jericó: la presencia de Dios. A través de toda la Escritura, esta es la gran promesa central: Yo estoy contigo. Esto es lo que separa al creyente sincero de los incrédulos y de los cristianos mundanos que lo rodean: Vive conscientemente escondido en el secreto de la presencia de Dios.

 

2.      La derrota y el fracaso se deben siempre a la pérdida de la presencia de Dios. Esto fue lo que ocurrió en Hai. Dios había introducido a su pueblo en Canaán, con la promesa de darles la tierra. Cuando sufrieron la derrota en Hai, Josué entendió inmediatamente que la causa tenía que haber sido que se había retirado el poder de Dios. Dios no había peleado por ellos. Su presencia se había retirado.

En la vida cristiana y en la obra de la iglesia, la derrota es siempre una señal de la pérdida de la presencia de Dios. Si aplicamos esto a nuestro fracaso en la vida de oración, que conduce al fracaso en la obra que realizamos para Dios, comprendemos entonces que todo se debe sencillamente al hecho de que no estamos en plena comunión con Dios. La cercanía de él, su inmediata presencia, no ha sido lo principal que hemos buscado ni en lo cual hemos confiado. El no pudo obrar en nosotros como quiso. La pérdida de la bendición y del poder es siempre causada por la pérdida de la presencia de Dios.

 

3.       La pérdida de la presencia de Dios se debe siempre a algún pecado escondido. Así como el dolor es una advertencia de la naturaleza sobre algún mal que está escondido en el sistema, la derrota es la voz de Dios que nos dice que algo anda mal. El se ha entregado totalmente a su pueblo. El se deleita en estar con ellos y en revelar en ellos su amor y su poder. Por tanto nunca se retira, a menos que lo obliguemos a retirarse por causa del pecado.

En toda la iglesia de Cristo hay una queja de derrota. Ella tiene muy poco poder sobre las masas o sobre las clases cultas. Comparativamente, las conversiones poderosas son raras. La falta de cristianos espirituales, santos, consagrados, dedicados al servicio de Dios y de sus semejantes, se siente por todas partes. El poder de la iglesia para predicar el evangelio a los paganos está paralizado por la escasez de dinero y de hombres. Esto se debe a la falta de oración eficaz, que es la que trae al Espíritu Santo con poder, en primer lugar sobre los pastores y creyentes, y luego, sobre los misioneros y sobre los paganos. ¿Podemos negar que la falta de oración es el pecado que impide la presencia de Dios y la manifestación de su poder entre nosotros?

 

4.       El mismo Dios hará salir a la luz el pecado oculto. Podemos pensar que nosotros sabemos lo que es el pecado, pero sólo Dios puede darnos a entender su significado real y profundo. Cuando él le habló a Josué, antes de nombrar el pecado de Acán, le dijo: "…aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé. Dios había mandado que todo el botín de Jericó, el oro y la plata y todo lo que hubiera allí, debía ser consagrado al Señor, y debía ingresar en su tesoro. Israel había quebrantado su voto de consagración. No había dado a Dios lo que le correspondía. Había robado a Dios.

Esto es lo que nosotros necesitamos. Dios tiene que hacernos entender que nuestra falta de oración es una indicación de infidelidad a nuestro voto de consagración con el cual le dimos a Dios todo nuestro corazón y nuestra vida. Tenemos que comprender que la falta de oración, junto con todas las excusas que inventemos para explicarla, es un pecado mayor que lo que hemos imaginado; porque, ¿qué significa? Significa que nos gusta poco o que tiene poco sabor nuestra comunión con Dios. Eso indica que nuestra fe se afianza más en nuestra propia obra y en nuestros propios esfuerzos que en el poder de Dios. Eso demuestra que tenemos poca compresión de la bendición celestial que Dios espera derramar. Indica que no estamos dispuestos a sacrificar la comodidad y la confianza en la carne, para perseverar y esperar en Dios. Pone de manifiesto que la espiritualidad de nuestra vida y nuestra permanencia en Cristo son tan completamente débiles que no nos permiten prevalecer en la oración.

Cuando la presión de la obra de Cristo se convierte en la excusa para que no hallemos tiempo a fin de asegurar su presencia y su poder como nuestra principal necesidad, eso de muestra que no hay una correcta comprensión de la absoluta dependencia de Dios. Obviamente, no tenemos una compren sión profunda de la obra divina y sobrenatural de Dios, en la cual sólo somos sus instrumentos. No hay verdadera entrada en lo celestial, en el distintivo espiritual de nuestra misión y de nuestras metas, ni hay una completa entrega al mismo Jesucristo, ni deleite en él.

Si nosotros nos entregáramos al Espíritu Santo de Dios, para que nos muestre que todo esto pone de manifiesto nuestro de cuido en la oración, y que permitimos que otras cosas se apiñen para sacarla a empellones, todas nuestras excusas se desvanecerían. Caeríamos a tierra y exclamaríamos: "¡Hemos pecado!" Samuel dijo una vez: "Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros Cesar de rogar es pecado contra Dios. Que Dios nos haga entender esto.

 

5.       Cuando Dios nos hace ver el pecado, hay que confesarlo y echarlo fuera. Cuando se produjo la derrota en Hai, Josué e Israel no sabían cuál había sido la causa. Dios trataba a Israel como una nación, como un cuerpo, y el pecado de un miembro era castigado en lodos. Israel como un todo ignoraba el pecado, pero aun así estaba sufriendo. La iglesia puede ignorar lo terrible que es este pecado de falta de oración. Los pastores y los creyentes individualmente tal vez nunca han considerado que la falta de oración es en sí una transgresión. Aun así, el castigo por este pecado es seguro y cierto.

Pero cuando el pecado ya no está escondido, cuando el Espíritu Santo comienza a convencer, entonces llega el tiempo para escudriñar el corazón. En nuestra historia, la combinación de la responsabilidad individual con la colectiva es muy solemne. En la expresión "por los varones" (Josué 7:17) se ve que cada hombre se sentía bajo la mirada de Dios para ser juzgado. Y cuando fue tomado Acán, tuvo que confesar. En el aspecto colectivo, vemos que todo Israel sufrió y que Dios le dio un trato severo: luego fue tomado Acán y su familia y el anatema, y todos fueron destruidos y sacados de en medio de ellos.

Si tenemos razón para pensar que la falta de oración es el pecado que hay en nuestro campamento, comencemos con confesión personal y unida. Luego, acudamos a Dios para que él quite y destruya el pecado. En el mismo umbral de la historia de Israel en Canaán hay una pila de piedras en el valle de Acor, que nos dicen que Dios no puede soportar el pecado, que él no morará con el pecado, y que si realmente queremos la presencia y el poder de Dios, hay que quitar el pecado.

Hagamos frente a este solemne hecho. Puede haber otros pecados, pero aquí ciertamente hay uno que hace que perdamos la presencia de Dios: el de no orar como nos lo enseñan Cristo y las Escrituras. Descubramos esto delante de Dios y abandonemos este pecado que nos lleva a la muerte. Entreguémonos a Dios-, para obedecer su voz. Que ningún temor de pasados fracasos, ninguna formación amenazante de tentaciones, o de deberes, o de excusas nos impidan hacer esto. Es un simple asunto de obediencia. ¿Nos vamos a entregar a Dios y a su Espíritu, para vivir en oración de una manera que le agrade a él?

Si es Dios quien ha estado negando su presencia, exponiendo el pecado, llamándonos para que lo destruyamos y volvamos a la obediencia, ciertamente podemos contar con su gracia para que nos acepte y nos fortalezca para la obra que nos pide. No es asunto de lo que usted puede hacer. Es asunto de que, ahora mismo, con todo su corazón, le dé a Dios lo que le corresponda y permita que su voluntad y gracia se abran camino en su vida.

 

6.       Cuando se echa fuera el pecado, la presencia de Dios se restaura. Desde ese día en adelante, no hay ni una palabra en el libro de Josué que se refiera a la derrota en la batalla. La historia presenta a los israelitas en marcha de victoria en victoria. La presencia de Dios da el poder para vencer a todos los enemigos.

Esta verdad es tan sencilla que la misma facilidad con que llegamos a estar de acuerdo con ella le quita su poder. Hagamos una pausa y pensemos en lo que implica. La restauración de la presencia del Señor significa victoria segura. Luego, si hay derrota, nosotros somos los responsables de ella. El pecado tiene que estarla causando de algún modo. Necesitamos descubrir de inmediato el pecado y quitarlo. En el momento en que saquemos el pecado podemos esperar con confianza la presencia de Dios. Ciertamente, cada persona está en la solemne obligación de escudriñar su propia vida para ver qué parte pueda tener ella en este mal.

 

Dios nunca le habla a su pueblo acerca del pecado que está cometiendo, excepto con el propósito de salvarlo del mismo. La misma luz que pone de manifiesto el pecado iluminara el camino para salir de él. El mismo poder que quebranta y condena, si nos entregamos a él y esperamos en él con confesión y fe, nos dará la fuerza para levantarnos y vencer.

Dios es quien le está hablando a la iglesia y nos habla a nosotros acerca de este pecado: "…y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese" (intercesor). "…me maraville que no hubiera quien sustentase". "Y busqué entre ellos hombre que… se pusiese en la brecha delante de mí…  y no lo halle”. El Dios que habla así es el que obrará en sus hijos el cambio en los hijos que buscan su rostro. El hará que el valle de Acor —una aflicción y una vergüenza en que un pecado fue confesado y quitado— se convierta en la puerta de la esperanza.

No temamos. No nos agarremos a las excusas y a las explicaciones que nos sugieren las circunstancias. Simplemente confesemos: "Hemos pecado; estamos pecando; no nos atrevemos a seguir pecando más".

En este asunto de la oración, estamos seguros de que Dios no nos exige lo imposible. El no nos fatiga con algo irrealizable. 

El no nos pide que oremos más allá de aquello para lo cual nos concede su gracia. El nos dará la gracia para hacer lo que nos pide, para pedir que nuestras intercesiones sean, día tras día, un placer para él y para nosotros, una fuente de fortaleza para nuestra conciencia y nuestra obra y un canal de bendición para los individuos entre los cuales trabajamos.

Dios trató personalmente con Josué, con Israel, con Acán. Cada uno de nosotros debe permitir que él nos trate personalmente con respecto a nuestro pecado de falta de oración y sus consecuencias en nuestra vida y en nuestro trabajo; con respecto a ser librados del pecado, a su certidumbre y a su bendición.

Inclínese con quietud y espere delante de Dios hasta que, como Dios, él lo cubra con su presencia. Espere hasta que él lo saque de la región del argumento con respecto a las posibilidades humanas, donde la convicción de pecado no puede ser nunca profunda y donde no se puede lograr plena libertad. Quédese tranquilo delante de Dios durante un rato de quietud en que él pueda tratar severamente este asunto que tenemos a mano. "Espérate, porque aquelno descansará hasta que concluya el asunto hoy". Entréguese usted en las manos de Dios.