Capítulo 2

EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU Y LA ORACIÓN

Andrew Murray

 

"Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?", Lucas 11:13.

CRISTO acababa de decir: "Pedid, y se os dará" (11:9). La dádiva de Dios está inseparablemente unida a nuestra petición. El aplica este principio especialmente al Espíritu Santo. Como un padre terrenal da pan a su hijo, así Dios da el Espíritu Santo a los que se lo pidan. El ministerio total del Espíritu Santo está regido por una gran ley: Dios tiene que dar, nosotros tenemos que pedir. Cuando se derramó el Espíritu Santo en el Pentecostés con un flujo incesante, fue un acontecimiento que vino como respuesta a la oración. Su entrada en el corazón del creyente y su efusión en ríos de agua viva dependen siempre de la ley: “Pedid, y se os dará".

Junto con nuestra confesión de la falta de oración, también necesitamos un claro entendimiento del lugar que le corresponde a la oración en el plan de Dios para la redención. En ninguna parte se halla esto más claro que en la primera mitad del libro de Los Hechos de los apóstoles. El derramamiento del Espíritu Santo en el nacimiento de la iglesia y el primer frescor de su vida celestial que se manifestó en el poder de ese Espíritu, nos enseñaría que la oración en la tierra, bien como causa o como efecto, es la verdadera medida de la presencia del Espíritu del cielo.

Comenzamos con las bien conocidas palabras: "Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego". Y luego, sigue el relato; "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos ... Y fueron todos llenos del Espíritu Santo".

" … Y se añadieron aquel día como tres mil personas" (Hechos 1:14: 2:1, 4, 41).

La gran obra de redención había sido realizada. Cristo les había prometido que recibirían el Espíritu Santo "dentro de no muchos días". Ya él se había sentado en el trono y había recibido el Espíritu del Padre. Pero todo esto no era suficiente. Se necesitaba algo más: los diez días de continuo ruego unido por parte de los discípulos.

La intensa oración continua preparó los corazones de los discípulos, abrió las ventanas del cielo e hizo descender el don prometido. El poder del Espíritu no podía ser dado sin que Cristo se sentara en el trono, ni podía descender sin que los discípulos estuvieran en el escañuelo del trono.

Allí mismo en el nacimiento de la iglesia se establece la ley para todas las edades, que no importa qué otra cosa pueda hallarse en la tierra, el poder del Espíritu Santo tiene que pedirse para que descienda del cielo. La medida de la continua oración de fe será la medida de la obra del Espíritu Santo en la iglesia. Lo que necesitamos es oración directa, definida, determinada. Esto se confirma en el capítulo cuatro de Los Hechos. Pedro y Juan habían sido llevados ante el concilio y se les había amenazado de que serían castigados. Cuando ellos regresaron a sus hermanos y les informaron lo que se les había dicho "alzaron unánimes la voz a Dios", y le pidieron denuedo para hablar la Palabra. "Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló … y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído eran de un corazón y un alma … Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos".

Es como si la historia del Pentecostés se repitiera por segunda vez: la oración, el sacudimiento de la casa, el hecho de que fueron llenos del Espíritu, el hecho de que hablaron con denuedo y poder la Palabra de Dios, la abundante gracia que había sobre todos ellos, la manifestación de la unidad y el amor, a fin de imprimir permanentemente en el corazón de la iglesia que la oración está en la raíz de la vida espiritual y del poder de la iglesia. El grado en que Dios da su Espíritu está determinado por el grado en que se lo pidamos. El como Padre lo da a aquel que pide como hijo.

En el capítulo seis hallamos que, cuando la gente se quejó porque se estaba descuidando a los judíos griegos en la distribución diaria, los apóstoles propusieron que se nombraran diáconos para servir a las mesas, y dijeron: "nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra". A menudo se dice, y con razón, que en el negocio honesto (mientras esté completamente subordinado al reino, el cual siempre tiene que ser primero) no hay nada que tenga que impedir la comunión con Dios. Mucho menos debe obstaculizar la vida espiritual el servicio a los pobres. Y, sin embargo, los apóstoles pensaron que tal servicio impediría que ellos se entregaran al ministerio de la oración y de la Palabra.

¿Qué nos enseña esto? El mantenimiento del espíritu de oración es posible en muchas clases de trabajo, pero no es suficiente para los que son líderes de la iglesia. Para comunicarse con el Rey que está en el trono y mantener el mundo celestial en un enfoque claro y fresco; para extraer el poder y la bendición de ese mundo, no sólo para el mantenimiento de nuestra propia vida espiritual, sino también para los que nos rodean; para recibir instrucción continua y poder para la gran obra que había que hacer; los apóstoles, como ministros de la Palabra, sintieron la necesidad de estar libres de otras responsabilidades para dedicarse a la oración.

Santiago escribe: "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones". Si alguna vez fue sagrada alguna obra, ésa fue la de cuidar a esas viudas griegas. Aun así, tales deberes podían interferir en el llamamiento especial a dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra. En la tierra, como en el cielo, hay fuerza por medio de la división del trabajo. Algunos, como los diáconos, primordialmente tenían que dedicarse a servir a las mesas y administrar los donativos de la iglesia aquí en la tierra. Otras tenían que estar libres para continuar firmemente en la oración, lo cual aseguraría el constante descenso de poder del mundo celestial.

El ministro de Cristo es apartado para entregarse por igual ti a la oración y al ministerio de la Palabra. La fiel obediencia a esta ley es el secreto del poder y del éxito de la iglesia. Antes del Pentecostés, y después, los apóstoles fueron hombres que se dedicaron a la oración.

En el capítulo ocho de Los Hechos tenemos la íntima relación entre el don pentecostal y la oración, visto desde otro punto de vista. En Samaria, Felipe había predicado con gran bendición, y muchos habían creído. Pero el Espíritu Santo no había descendido sobre ninguno de ellos. Los apóstoles enviaron a Pedro y a Juan para que oraran por ellos para que pudieran recibir el Espíritu Santo.

El poder para pronunciar tal oración era un don superior a la predicación. Era una obra que les correspondía a los hombres que habían estado en el contacto más íntimo con el Señor en la gloria. Era una obra esencial para la perfección de la vida que la predicación y el bautismo, la fe y la conversión, sólo habían comenzado. De todos los dones de la iglesia primitiva que nosotros debemos anhelar, no hay ninguno que sea más necesario que el don de la oración: la oración que hace descender el Espíritu Santo sobre los creyentes. Este poder se da a los hombres que dicen: "Nosotros persistiremos en la oración".

El derramamiento del Espíritu Santo en la casa de Cornelio en Cesárea, constituye otro testimonio de la maravillosa interdependencia entre la oración y el Espíritu. Esta es otra prueba de lo que le ocurrirá a un hombre que se haya entregado a la oración.

Al mediodía, Pedro había subido a la azotea para orar. ¿Que le ocurrió? Vio el cielo abierto, y tuvo una visión en la que se le reveló que Dios limpiaba a los gentiles. Luego llegaron tres hombres con un mensaje procedente de Cornelio, un hombre que "oraba a Dios siempre", y había oído que un ángel le decía: "Tus oraciones … han subido para memoria delante de Dios". Luego Pedro oyó la voz del Espíritu que le decía: "No dudes de ir con ellos".

Dios se revela al Pedro que ora, a quien guía para que vaya a Cesárea, donde se pone en contacto con una compañía de oyentes que ora y está preparada. No es extraño que en respuesta a toda esta oración descienda la bendición más allá de toda expectación, y se derrame el Espíritu Santo sobre los gentiles.

El pastor que ora mucho entrará en la voluntad de Dios, la cual, en otra forma no sabría nada. Se encontrará con personas que oran cuando menos lo espera. Recibirá más bendiciones de las que pide o piensa. La instrucción y el poder del Espíritu Santo están inalterablemente vinculados a la oración. El poder que tiene la oración de la iglesia ante su Rey glorificado, no sólo se muestra cuando oran los apóstoles, sino también cuando ora la comunidad cristiana. En el capítulo 12 de Los Hechos encontramos la historia de Pedro cuando se hallaba en la cárcel en vísperas de ser ejecutado. La muerte de Jacobo había hecho comprender a la iglesia que se hallaba en gran peligro; la idea de que también podrían perder a Pedro despertó todas sus energías. La iglesia se dedicó a orar: "la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él".

Esa oración fue eficaz. Pedro fue librado. Cuando éste llegó a la casa de María, halló que "muchos estaban reunidos orando". Los muros de piedra y las cadenas dobles, los soldados y los guardias, y finalmente la puerta de hierro: todos dieron paso al poder del cielo que la oración hizo descender para rescatarlo, todo el poder del imperio romano, representado por Herodes, fue impotente ante la presencia del poder que la iglesia del Espíritu Santo ejerció en la oración.

Aquellos cristianos estaban en relación estrecha y viviente con su Señor que estaba en el cielo. Ellos sabían que eran absolutamente verdaderas las palabras: "Toda potestad me es dada", y "he aquí yo estoy con vosotros todos los días". Ellos tenían fe en la promesa que él les había hecho de que oiría cualquier cosa que ellos le pidieran. Apuntalados por estas verdades, oraron con la seguridad de que los poderes del cielo no sólo podían obrar en la tierra, sino que obrarían por petición de la iglesia y a favor de ella. La iglesia pentecostal creyó en la oración y la practicó.

Como una ilustración que indica el lugar que ocupó la oración y la bendición que constituyó entre los hombres llenos del Espíritu Santo, el capítulo 13 de Los Hechos nombra a cinco hombres de Antioquia, los cuales se habían dedicado a servir al Señor con oración y ayuno. Su oración no fue en vano, pues mientras ministraban al Señor, el Espíritu Santo se encontró con ellos y les dio un nuevo discernimiento de los planes de Dios. El los llamó para que fueran sus colaboradores. Había un trabajo para el cual él había llamado a Bernabé y a Saulo. La parte que les correspondía y el privilegio que tenían estos cinco hombres consistían en separar a Bernabé y a Saulo con renovado ayuno y oración, y despedirlos, enviados "por el Espíritu Santo".

Dios no enviaría desde el cielo a sus siervos escogidos sin la cooperación de su iglesia. Los hombres habrían de participar en la obra de Dios en la tierra. La oración los hizo aptos y los preparó para esto. A los hombres de oración, el Espíritu Santo les dio autoridad para hacer su obra y usar su nombre. El Espíritu Santo les fue dado por medio de la oración. La oración es aun el único secreto para la verdadera extensión de la iglesia, la oración que es dirigida desde el cielo para hallar y enviar hombres llamados por Dios y capacitados por él.

Como respuesta a la oración, el Espíritu Santo indicará cuáles son los hombres que ha seleccionado; en respuesta a la oración que los aparta y los coloca bajo su dirección, él les concederá el honor de saber que son hombres "enviados por el Espíritu Santo". La oración vincula al Rey que está en el trono con la iglesia que está a sus pies. La iglesia, que es el eslabón humano, recibe su fuerza divina procedente del poder del Espíritu Santo, el cual viene en respuesta a la oración.

En estos capítulos acerca de la historia de la iglesia pentecostal, se destacan claramente dos grandes verdades: Donde hay mucha oración, habrá mucho del Espíritu: donde hay mucho del Espíritu, habrá oración siempre. Tan clara es la conexión viviente entre estas dos verdades que cuando se da el Espíritu en respuesta a la oración, estimula para que haya más oración a fin de preparar para una revelación y una comunicación más plenas de su poder y de su gracia divinos. Si la oración fue el poder mediante el cual floreció y triunfó la iglesia primitiva, ¿no es el poder que necesita la iglesia de nuestros días?

Aprendamos algunas verdades que deben considerarse como axiomas en la obra de nuestra iglesia:

1.                  El cielo está aún tan lleno de reservas de bendiciones espirituales como estuvo en aquel tiempo.

2.            Dios aún se deleita en dar el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

3.            Nuestra vida y nuestra obra dependen aún de que se nos imparta el poder divino, como ocurría en los tiempos del Pentecostés.

4.            La oración es aún el medio escogido para hacer descender con poder estas bendiciones celestiales sobre nosotros y sobre los que nos rodean.

5.            Dios aún busca mujeres y hombres que, además de toda la obra que tengan en el ministerio, se entreguen especialmente a la oración perseverante.

 

Podemos tener el privilegio de ofrecernos a Dios para trabajar en oración y hacer que desciendan estas bendiciones a la tierra. ¿No buscaremos a Dios para que él haga que toda esta verdad viva en nosotros? ¿No le imploraremos en oración que no descanse hasta que tal verdad nos haya dominado y nuestro corazón esté tan lleno de ella que consideremos la práctica de la Intercesión como nuestro supremo privilegio? ¿No pediremos que se nos conceda hacer esto que es el medio único y seguro para obtener la bendición para nosotros mismos, para la iglesia y para el mundo?