Capítulo 3

UN MODELO DE INTERCESIÓN

Andrew Murray

 

"Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante: y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; ... no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite" (Lucas 11:5-8).

"Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua" (Isaías 62:6, 7).

YA HEMOS visto el poder que tiene la oración. Es el único poder sobre la tierra que da órdenes al poder del cielo. La historia de los primeros días de la iglesia es la gran lección de Dios que nos sirve de modelo para enseñar a la iglesia lo que la oración puede hacer. Sólo la oración puede bajar los tesoros y los poderes del cielo a la vida de la tierra.

Recordemos las lecciones que hemos aprendido según las cuales la oración es al instante indispensable e irresistible. Vimos que hay poder y bendición desconocidos e indecibles atesorados para nosotros en el cielo; ese poder nos convertirá en una bendición para los hombres, y nos hará aptos para cualquier obra o para enfrentarnos a cualquier peligro. Vimos que hay que buscar ese poder en oración de manera continua y persistente; que los que tienen el poder celestial pueden, por medio de la oración, hacerlo descender sobre otros; que en toda las relaciones entre los pastores y el pueblo, en todos los ministerios de la iglesia de Cristo, ese poder es el único secreto del éxito; que ese poder puede desafiar a todos los poderes del mundo y hacer aptos a los hombres para conquistar al mundo para Cristo. El poder de la vida celestial, el poder del propio Espíritu de Dios, el poder de la Omnipotencia, está esperando que la oración lo haga descender.

En todo este tipo de oración, se pensó muy poco en la necesidad personal o en la felicidad. Más bien, hubo el deseo de dar el testimonio de Cristo y de llevarlo a él y su salvación a otros. Lo que poseyó a estos discípulos fue el pensamiento del reino de Dios y su gloria. Si queremos ser librados del pecado de la oración restringida, tenemos que ensanchar nuestros corazones para la obra de intercesión.

El intento de orar constantemente por nosotros mismos tiene que fracasar. En la intercesión a favor de otros se estimularán nuestra fe, nuestro amor y nuestra perseverancia, y hallaremos aquel poder del Espíritu Santo que puede hacernos aptos para salvar hombres. ¿Cómo podemos llegar a ser más fieles y tener éxito en la oración? Veamos cómo el Maestro nos enseña, en la parábola del amigo que salió a medianoche (Lucas 11), que la intercesión a favor de los necesitados exige el más alto ejercicio de nuestro poder de fe y de oración prevaleciente. La intercesión es la forma de oración más perfecta. Cristo siempre vive en su trono para hacer esa clase de oración. Aprendamos cuáles son los elementos de la verdadera intercesión.

1.       Una necesidad urgente. Es aquí donde tiene su origen la intercesión. El amigo llegó a medianoche, una hora completamente inoportuna. Tenía hambre y no podía comprar pan. Si leemos de aprender a orar como debemos, tenemos que abrir los ojos y el corazón para ver las necesidades de los que nos rodean.

Continuamente oímos acerca de los miles de millones de paganos y musulmanes que viven en la tenebrosidad de la medianoche, y perecen por falta del pan de vida. Oímos acerca de los millones de cristianos nominales, la gran mayoría de los cuales casi son tan ignorantes e indiferentes como los paganos. Vemos millones de individuos en la iglesia cristiana, que no son ignorantes ni indiferentes, y sin embargo, saben poco con respecto a andar en la luz de Dios o del poder de una vida alimentada con el pan del cielo. Cada uno de nosotros tiene su propio círculo: congregación, escuela, amigos, misión; en que la gran queja es que la luz y la vida de Dios se conocen muy poco. Pero si creemos lo que profesamos: que sólo Dios puede ayudar, y que Dios ciertamente ayudará en respuesta a la oración, todo esto nos convertirá en intercesores. Eso debe motivarnos a ser personas que entregan sus vidas a la oración por aquellos que nos rodean.

Hagamos frente a esto y consideremos la necesidad: ¡cada alma sin Cristo va a las tinieblas, y perece de hambre, aunque hay suficiente pan, y de sobra! ¡Cada año mueren millones de personas sin el conocimiento de Cristo! ¡Nuestros propios vecinos y amigos, almas que se nos han confiado, mueren sin esperanza! ¡Los cristianos que nos rodean viven de manera enfermiza, frágil e infructífera! Ciertamente se necesita la oración. No servirá nada, nada, sino la oración a Dios para pedirle ayuda.

2.       Un amor dispuesto. El amigo hospedador introdujo en su casa, y también en su corazón, al amigo cansado y hambriento. No le dio la excusa de que no tenía pan. A medianoche salió a buscárselo. Sacrificó su noche de descanso y su comodidad para buscar el pan que se necesitaba. El amor "no busca lo suyo". La misma naturaleza del amor es darse y olvidarse de sí mismo por el bien de otros. Toma las necesidades de otros y las hace suyas. Halla el gozo real en vivir y morir por otros como lo hizo Cristo.

El amor de una madre por su hijo pródigo hace que ella ore por él. El amor verdadero por las almas se volverá en nosotros el espíritu de intercesión. Es posible trabajar mucho de manera fiel y sincera a favor de nuestros semejantes, sin sentir verdadero amor hacia ellos. Como un abogado o un médico, a causa del amor a su profesión, y del alto sentido de la fidelidad o del deber, puede entrar profundamente en las necesidades de su clientes o pacientes, sin sentir ningún amor especial por ellos así los siervos de Cristo pueden entregarse a su obra con devoción y sacrificarse con entusiasmo, sin sentir ningún amor fuerte como el de Cristo por las almas. Esta falta de amor es la que produce muchísima deficiencia en la oración. Sólo cuando el amor a nuestra profesión y a nuestro trabajo, el deleite en la integridad y en la diligencia, se reducen a la tierna compasión de Cristo, el amor nos obligará a orar, por cuanto no podemos descansar de nuestra obra si las almas no son salvas. El verdadero amor tiene que orar.

3.       Reconociendo nuestra incapacidad. Con frecuencia hablamos acerca del poder del amor. En cierto sentido, eso es cierto. Y sin embargo, esta verdad tiene sus limitaciones, que no pueden olvidarse. El más fuerte amor puede ser absolutamente incapaz. Una madre pudiera estar dispuesta a dar su vida por el hijo que agoniza, pero aun así no ser capaz de salvarlo. El amigo que salió a la medianoche estaba muy dispuesto a darle pan a su amigo, pero no tenía nada. Esta comprensión de su incapacidad para ayudar, fue la que lo envió a suplicar: "... un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante". Este sentido de reconocer la incapacidad en los siervos de Dios es la verdadera fuerza a la vida de intercesión. "No tengo qué ponerle delante". Cuando esta conciencia se apodera del pastor o del misionero, del maestro o del obrero cristiano, la intercesión llega a ser la única esperanza, el único refugio. Yo puedo tener conocimiento y verdad, un corazón amoroso y la disposición de entregarme a favor de aquellos que están a mi cuidado, pero no puedo darles el pan del cielo. A pesar de mi amor y mi celo, "no tengo qué ponerles delante".

Bendito el hombre que ha tomado lo siguiente como lema de su ministerio: "No tengo nada". El piensa en el día del juicio y en el peligro para las almas. Ve que para salvar a los hombres del pecado se necesita un poder y una vida sobrenaturales. Se siente absolutamente insuficiente. Lo único que puede hacer es satisfacer las necesidades naturales de ellos. "No tengo nada". Esto lo impulsa a orar. Mientras piensa en la tenebrosidad de la medianoche y en las almas hambrientas, le parece que la intercesión es la única esperanza, lo único en que puede refugiarse el amor.

Como advertencia para todos los que son fuertes y prudentes para el trabajo, para estímulo de todos aquellos que son frágiles, recuerden esta verdad. El reconocer que se es incapaz es el alma de la intercesión. El cristiano más sencillo y frágil puede hacer que descienda la bendición del Dios Todopoderoso.

4.       Fe en la oración. Lo que el hombre en sí no tiene, otro lo puede proveer. El tiene un amigo rico que vive cerca quien podrá y estará dispuesto a darle el pan. Está seguro de que si sólo pide, recibirá. Esta fe lo hace salir de su hogar a medianoche. Si él mismo no tiene el pan para darle a su amigo, se lo puede pedir a otro.

Necesitamos esta fe sencilla y confiada de que Dios dará. Donde ella existe, ciertamente no habrá posibilidad de que no oremos. En la Palabra de Dios tenemos todo lo que puede estimular y fortalecer tal fe en nosotros.

El cielo que ven nuestros ojos naturales es un océano de luz del sol; y su luz y su calor dan belleza y fructificación a la tierra. Del mismo modo, la Escritura nos muestra el verdadero cielo de Dios, que está lleno de todas las bendiciones espirituales: luz y amor y vida divinos: gozo y paz y poder celestiales; todos los cuales brillan sobre nosotros. Ella nos revela que nuestro Dios espera y aun se deleita en otorgar estas bendiciones como respuesta a la oración. Por medio de un millar de promesas y testimonios, la Biblia nos llama y nos insta a que creamos que la oración será oída, que lo que no nos es posible hacer a favor de aquellos a quienes queremos ayudar, puede hacerse y recibirse por medio de la oración. Ciertamente no puede haber discusión en cuanto a que creemos que la oración será oída. También vemos que, por medio de la oración, los más pobres y débiles pueden dispensar bendiciones a los necesitados, y que cada uno de nosotros, aunque seamos pobres, podemos hacer ricos a otros.

5. Una importunidad que prevalece. La fe del amigo hospedador se encontró con un repentino e inesperado obstáculo: El amigo rico se negó a oír la petición. "… no puedo levantarme, y dártelos". El corazón amante no había contado con esta desilusión. No pudo consentir en aceptarla. El suplicante insiste en su triple plegaria: Tengo un amigo necesitado: tú tienes abundancia; yo soy tu amigo. Luego se niega a aceptar que se le rechace la petición. El amor que abrió su casa a la medianoche y luego salió a buscar ayuda, tiene que vencer.

Esta es la lección central de la parábola. En nuestra intercesión podemos hallar que hay dificultad y demora en la respuesta. Puede ser como si Dios dijera: "No puedo dártelo". No es fácil, en contra de todas las apariencias, aferrarnos a nuestra confianza de que él oirá, y luego continuar perseverando con  plena certidumbre de que tendremos lo que pedimos. Aun  así, esto es lo que Dios desea de nosotros. El aprecia altamente nuestra confianza en él, la cual es esencialmente el más alto honor que la criatura puede rendir al Creador. Por tanto, él hará cualquier cosa para entrenarnos en el ejercicio de esta confianza en él. Bienaventurado el hombre que no se tambalea por la demora o el silencio, o la aparente negativa de Dios, sino que es fuerte en la fe y le da a Dios la gloria. Tal fe persevera, importunamente, si es necesario, y no puede dejar de heredar la bendición.

6. La certeza de una rica recompensa. "Os digo, que… por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite". ¡Ah, que nosotros creamos en la certeza de una respuesta abundante! Un profeta de la antigüedad dijo: "... no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra". Que todos los que piensen que es difícil orar mucho fijen los ojos en la recompensa, y con fe aprendan a contar con la seguridad divina de que su oración no puede ser en vano.

Si sólo creemos en Dios y en su fidelidad, la intercesión será el primer lugar al cual acudimos para refugiarnos cuando buscamos bendiciones para otros. Será lo último para lo cual no podamos hallar tiempo. También será algo de gozo y esperanza, pues todo el tiempo que estemos en oración reconocemos que estamos sembrando una semilla que llevará fruto a ciento por uno. La desilusión es imposible: "Os digo, que... se levantará y le dará todo lo que necesite".

Ustedes, los que aman las almas, y los obreros en el servicio del evangelio, anímense. El tiempo que se pasa en oración producirá más que el que se dedica al trabajo. La oración le da al trabajo su valor y su éxito. La oración abre el camino para que el mismo Dios haga su obra en nosotros y a través de nosotros. Que nuestro principal trabajo como mensajeros de Dios sea la intercesión; con ella aseguramos que la presencia y el poder de de Dios vayan con nosotros.

"¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes?" Este amigo no es otro que nuestro Dios. En la oscuridad de la medianoche, ni la hora más improbable y en la mayor necesidad, cuando tenemos que decir de aquellos que amamos y por los cuales nos preocupamos: "No tengo qué ponerles delante", recordemos que tenemos un Amigo rico en el cielo. El Dios y Padre eterno sólo espera que le pidamos correctamente.

Confesemos a Dios nuestra falta de oración. Admitamos que la falta de fe, de la cual es prueba de la falta de oración, es síntoma de una vida no espiritual, que está aún bajo el poder del ego, de la carne y del mundo. Por fe en el Señor Jesús, quien pronunció esta parábola y espera que cada uno de sus rasgos se verifiquen en nosotros, entreguémonos a él para ser intercesores. Que cada vez que veamos almas que necesiten ayuda, que todo impulso del espíritu de compasión, que todo sentido de reconocer nuestra propia incapacidad para bendecir, que toda dificultad en el camino por el cual se recibe la respuesta a la oración, sean elementos que se combinen sólo para impulsarnos a hacer una cosa: clamar con importunidad a Dios, quien solo puede y quiere ayudar.

Pero si en verdad sentimos que hemos fracasado hasta ahora en la vida de intercesión, hagamos lo mejor que podamos para enseñar a la nueva generación de cristianos a fin de que se aprovechen de nuestros errores y los eviten. Moisés no pudo entrar en la tierra de Canaán, pero hubo una cosa que él pudo hacer. El pudo obedecer esta orden de Dios: "… manda a Josué, y anímalo, y fortalécelo" (Deuteronomio 3:28). Si es demasiado tarde para que nosotros corrijamos nuestro fracaso, por lo menos animemos a los que vienen detrás de nosotros, para que entren en la buena tierra, en la vida bendita de la oración incesante.

El intercesor modelo es el obrero cristiano modelo. El secreto para tener éxito en la obra consiste en obtener de Dios, y luego dar lo que nosotros mismos logramos día tras día. La intercesión es el vínculo bendito entre nuestra impotencia y la omnipotencia de Dios.