Capítulo 7

¿QUIÉN ME LIBRARÁ?

Andrew Murray

 

"¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?" Jeremías 8:22.

"Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios", Jeremías 3:22.

"Sáname, oh Jehová, y seré sano", Jeremías 17:14.

"¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte", Romanos 7:24, 25; 8:2.

 

DURANTE una de nuestras convenciones, un caballero me llamó para pedirme consejo y ayuda. Evidentemente era un cristiano sincero y bien instruido. Durante algunos años, él había estado en un ambiente sumamente difícil, tratando de testificar de Cristo. El resultado fue que se sentía fracasado e infeliz. Se quejaba de que no sentía deseo de leer la Palabra de Dios, ni gozo en ella, y que aunque él oraba sentía como si su corazón no estuviera puesto en ella. Si él hablaba con algunos o les daba folletos, lo hacía por cumplir con su deber. El amor y el gozo no estaban presentes al hacer eso. El deseaba ser lleno del Espíritu de Dios, pero cuanto más lo buscaba, tanto más lejos parecía estar. ¿Qué debía pensar él con respecto a su condición? ¿Habría alguna vía de escape? Le respondí que todo el asunto me parecía muy sencillo. El estaba viviendo bajo la ley, y no bajo la gracia. Mientras él hiciera eso, no podría haber cambio. El me oía atentamente, pero no podía entender lo que yo quería decirle.

Le señalé el completo contraste que hay entre la ley y la gracia. La ley demanda. La gracia otorga. La ley manda, pero no da la fuerza para obedecer. La gracia promete y realiza, hace todo lo que necesitamos hacer. La ley carga, abate y condena. La gracia consuela, fortalece y da alegría. La ley apela a nuestro ego para que hagamos lo sumo. La gracia señala hacia Cristo para que él haga todo. La ley exige esfuerzo y fatiga, y nos insta a que sigamos hacia una meta que nunca podremos alcanzar. La gracia obra en nosotros toda la bendita voluntad de Dios.

Le expliqué al hombre que, en vez de esforzarse contra todo su fracaso, primero debía reconocerlo plenamente, y luego hacer frente a la realidad de su propia incapacidad cuando Dios había estado tratando de enseñarlo. Es con esta confesión de fracaso y de incapacidad, que él debía de postrarse delante de Dios. Allí aprendería que, a menos que la gracia lo libertara y le diera fortaleza, él nunca podría hacer nada mejor que lo que había hecho. Pero que la gracia en verdad haría todo lo necesario a favor de él. El tenía que salirse de debajo de la ley y de si mismo, y de su esfuerzo; y tomar su lugar bajo la gracia, y permitir que Dios hiciera todo.

Posteriormente, él me dijo que el diagnóstico había sido correcto. Admitió que la gracia tenía que hacer todo. Pero aun así, era tan profunda la idea que tenía que tenemos que hacer algo, de que por lo menos por medio de nuestra fidelidad tenemos que ayudarnos para recibir la obra de la gracia, que en realidad él temía que su vida no sería muy diferente. El temía que no sería suficiente para hacer frente a la fatiga de las nuevas dificultades en que ahora estaba entrando. En medio de toda esta intensa gravedad, yo sentí que reinaba en el fondo un matiz de desesperación; él estaba seguro de que no podría vivir como sabía que debía vivir.

Yo ya había notado esta frecuente tendencia latente hacia la desesperación. Todo pastor que se ha puesto en íntimo contacto con almas que están tratando de vivir completamente para Dios, de andar "como es digno del Señor, agradándole en todo", sabe que esto hace que el verdadero progreso sea imposible. Cuando hablamos de la falta de oración, y del deseo de una vida de oración más plena, ¡con cuántas dificultades nos enfrentamos! Con frecuencia hemos resuelto orar más y mejor, y hemos fracasado.

No tenemos la fuerza de voluntad que algunos tienen, de tal modo que con una resolución demos la vuelta y cambiemos nuestros hábitos. La presión de nuestra responsabilidad diaria es tan grande que se hace difícil separar tiempo para orar más. No sentimos en la oración un gozo real que nos capacite para perseverar. No poseemos el poder para rogarle a Dios en la intercesión como sabemos que debiéramos hacerlo. Nuestras oraciones, en vez de ser un gozo y una fortaleza, son una fuente continua de duda y de condenación para nosotros mismos. A veces hemos lamentado y confesado nuestra falta de oración y hemos resuelto hacer mejor; pero no esperamos la respuesta, pues no vemos como pudiera ocurrir un gran cambio.

Mientras prevalezca este espíritu, puede haber muy poca esperanza de mejorar. El desánimo trae la derrota. Uno de los principales objetos de un médico es el de despertar la esperanza sin esto, el sabe que con frecuencia sus medicinas harán poro provecho. Ninguna enseñanza de la Palabra de Dios con respecto al deber, a la urgente necesidad, al bendito privilegio de orar más y de una manera eficaz, tendrá valor, mientras haya el secreto susurro: No hay esperanza.

Nuestro primer propósito en este caso es el de hallar la causa secreta del fracaso y de la desesperación, y luego dar la seguridad divina de la liberación. A menos que estemos contentos con nuestra condición, tenemos que poner atención a la siguiente pregunta y unirnos a los que se la hacen: "¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?" Tenemos que escuchar y recibir en nuestro corazón la divina promesa: "Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios".

Tenemos que acudir a él con la oración personal, y con la fe de que habrá respuesta personal. Incluso ahora mismo tenemos que comenzar a clamar con respecto a la falta de oración, y creer que Dios nos ayudará. "Sáname, oh Jehová, y seré sano".

Siempre es importante distinguir entre los síntomas de una enfermedad y la enfermedad misma. La fragilidad y el fracaso en la oración constituyen una señal de la fragilidad en la vida espiritual. Si un paciente le pidiera a un médico que le prescribiera algo que le estimulara el pulso débil, el médico le diría que esto no le haría ningún bien. El pulso es un índice del estado del corazón y de todo el sistema. El médico se esfuerza en restaurar la salud.

Todo el que quiere orar de manera más fiel y eficaz, tiene que aprender que toda su vida espiritual está enferma, y que necesita restauración. Cuando él no sólo piensa de sus deficiencias en la oración, sino de la falla que hay en su vida de fe de la cual aquéllas son un síntoma, es cuando llega a estar plenamente consciente de la naturaleza seria de su enfermedad. Entonces verá la necesidad de un cambio radical en toda su vida y caminar, en su vida de fe —que sencillamente es el pulso del sistema espiritual— el cual pone en evidencia la salud y el vigor.

Dios nos creó de tal modo que el ejercicio de toda función saludable nos traiga gozo. La oración tiene el propósito de ser tan sencilla y natural como la respiración o el trabajo para un hombre saludable. La renuencia que sentimos, y el fracaso que confesamos, constituyen la propia voz de Dios que nos llama a que reconozcamos nuestra enfermedad, y acudamos a él en busca de la sanidad que él prometió.

¿De qué enfermedad es síntoma la falta de oración? No podemos hallar mejor respuesta que la que se indica en las siguientes palabras: "No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia".

Aquí hemos sugerido la posibilidad de dos tipos de vida cristiana. Puede haber una vida parcialmente bajo la ley y parcialmente bajo la gracia; o una vida que esté enteramente bajo la gracia, que disfrute de la plena libertad del esfuerzo propio y de la cabal experiencia de la fortaleza divina que eso puede dar. Un verdadero creyente en Cristo puede aún estar viviendo parcialmente bajo la ley, con el esfuerzo propio, esforzándose para hacer lo que no puede lograr. Este continuo fracaso en su vida cristiana, que él admite, se debe a una sola cosa: El confía en si mismo y trata de hacer lo mejor. En verdad él ora y acude a Dios en busca de ayuda, pero aun así, lo hace por su propia fuerza, ayudado por Dios, quien es el que ha de hacer la obra.

En las epístolas que Pablo escribió a los creyentes romanos, corintios y gálatas, les dice que ellos no han recibido el espíritu de esclavitud otra vez, sino que son libres de la ley; que ahora ya no son siervos, sino hijos. Les advierte que tengan el cuidado de no volver a estar presos en el yugo de servidumbre. Continuamente les presenta el contraste entre la ley y la gracia; entre  la carne, que está bajo la ley, y el Espíritu, que es el Don de la gracia, y por medio del cual la gracia hace toda su obra.

En nuestros días, tal como en aquellas primeras épocas, el gran peligro está en vivir bajo la ley, y servir a Dios con la fortaleza de la carne.

En el caso de la gran mayoría de los cristianos, parece que éste es el estado en que permanecen toda su vida. Esto explica la tremenda falta de verdadera vida santa y de poder en la oración. Ellos no saben que todo fracaso no puede tener sino una causa: Los hombres tratan de hacer por sus propias fuerzas lo que sólo la gracia puede hacer en ellos, lo que la gracia muy ciertamente hará.

Muchos no estarán preparados para admitir que éste es su enfermedad, que ellos no están viviendo "bajo la gracia". Imposible, dicen. "Desde lo profundo de mi corazón", exclama un cristiano, "creo y sé que en mí no está el bien, y que todo lo debo solo a la gracia". "He pasado mi vida, dice un pastor, y he hallado mi gloria en predicar y exaltar las doctrinas de la gracia". “Y yo", responde un misionero, "¿cómo pudiera alguna vez haber pensado en ver salvos a los paganos, si mi confianza no hubiese estado sólo en el mensaje que yo predicaba, y en el poder en que confiaba, y en la gracia abundante de Dios?" Ciertamente usted no puede decir que nuestros fracasos en la oración, aunque tristemente tenemos que confesarlos, se deben a que no vivimos "bajo la gracia". Esta no puede ser nuestra enfermedad.

Sabemos que con mucha frecuencia, el hombre puede estar sufriendo de alguna enfermedad sin darse cuenta de ello. Lo que él piensa que es un ligero malestar se convierte en un problema peligroso. No esté usted muy convencido de que no estamos aún en gran medida "bajo la ley", aunque consideramos' que estamos viviendo completamente "bajo la gracia".

Con mucha frecuencia, la razón de este error está en el significado limitado que le damos a la palabra "gracia". Como limitamos a Dios mismo mediante nuestros pensamientos pequeños o incrédulos acerca de él, así limitamos su gracia en el mismo momento en que nos deleitamos con términos como “las riquezas de su gracia", "sobreabundó la gracia". ¿Desde el libro de Bunyan para acá, no se han confinado las palabras “gracia  abundante" a aquella verdad bendita de la justificación gratuita con el perdón siempre renovado y la eterna gloria para los pecadores más viles, mientras no conocemos completamente la  otra bendita realidad de la "gracia abundante" en la santificación?

Pablo escribe: "…mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Esto de reinar en vida, como uno que vence el pecado, es para la vida aquí en la tierra. "…mas cuando el pecado abundó, en el corazón y en la vida, sobreabundó la gracia…así también la gracia reine por la justicia" en toda la vida y el ser del creyente. Pablo se refiere a este reino de la gracia en el alma cuando pregunta: "¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera".

La gracia no es sólo el perdón del pecado, sino el poder sobre el. La gracia toma el lugar que el pecado tenía en la vida. Así como el pecado había reinado con el poder de la muerte, la gracia se propone reinar con el poder de la vida de Cristo. A esta gracia se refirió Cristo cuando dijo: "Bástate mi gracia". A esto, Pablo respondió: "Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo…porque cuando soy débil, entonces soy fuerte". Cuando estamos dispuestos a confesar nuestra absoluta incapacidad e Impotencia, su gracia viene a obrar todo en nosotros, tal como Pablo lo enseña en otra parte: "Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra".

A menudo, encontramos a una persona que busca a Dios y su salvación, ésta ha leído mucho la Biblia, y sin embargo, nunca ha visto la verdad de una justificación por la fe libre, plena e inmediata. Tan pronto como sus ojos se abrieron, y la aceptó, se sorprendió de hallarla por todas partes. Incluso muchos creyentes, que sostienen la doctrina de la gracia gratuita en cuanto ésta se aplica al perdón, nunca han comprendido su maravilloso significado. La gracia se propone producir toda nuestra vida en nosotros, y darnos realmente fuerza a cada momento para lo que el Padre quiera que nosotros seamos y hagamos. Cuando la luz de Dios brilla en nuestro corazón con su bendita verdad, es cuando entendemos las palabras de Pablo: "… no yo, sino la gracia de Dios conmigo". Aquí tenemos otra vez la doble vida cristiana. La una en la cual ese "no yo", no soy nada no puedo hacer nada, no se ha convertido aún en realidad. La otra, cuando el maravilloso cambio se ha producido y la gracia ha tomado el lugar del esfuerzo. Es entonces cuando decimos y sabemos: "… ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí". Eso puede llegar a ser entonces una experiencia de toda la vida. "Pero la gracia de nuestro Señor fue mas abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús".

¿Piensa que es posible que esta haya sido la falla en su vida, la causa de su fracaso en la oración? Usted no sabía que la gracia lo capacitaría para orar tan pronto como toda la vida estuviera bajo su poder. Mediante el esfuerzo sincero, trató de dominar su renuencia o su condición de muerte con respecto a la oración, pero fracaso. Por vergüenza o por amor, trató de dominar ese fracaso, pero éstos no le ayudaron. ¿No vale la pena que le pregunte al Señor si el mensaje que yo le estoy presentando no pudiera ser más cierto que lo que piensa?

Su falta de oración se debe a una enfermedad en su vida. La enfermedad no es otra, sino el hecho de que no ha aceptado para la vida diaria y para todo deber, la salvación plena que se expresa con las siguientes palabras: "…pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia". Tan universal y de amplio alcance como es la demanda de la ley y del reino del pecado es la provisión de la gracia y el poder por medio del cual nos hace reinar en vida.

Pablo escribió: "no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” y en el capítulo que sigue, nos ofrece un cuadro de la vida del creyente bajo la ley (Romanos 7). Esta vida termina con una amarga experiencia: "¡Miserable de mí! ¿quién me librara de este cuerpo de muerte?" Su respuesta: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro", indica que hay liberación de una vida que había estado cautiva de los malos hábitos contra los cuales había luchado en vano.

La liberación la realiza el Espíritu Santo al conceder la experiencia plena de lo que puede en nosotros hacer la vida de Cristo. "Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte". La ley de Dios sólo podía entregarnos al poder de la ley del pecado y de la muerte. La gracia de Dios puede llevarnos a la libertad del Espíritu y mantenernos en ella. Podemos ser libres de la triste vida en que estábamos bajo el poder que nos llevaba cautivos, de tal modo que no hacíamos lo que queríamos. El Espíritu de vida en Cristo puede librarnos de nuestro continuo fracaso en la oración con esto capacitarnos también para andar como es digno del Señor, agradándole en todo.

No se desespere, ni pierda la esperanza, pues hay un médico. Hay sanidad para nuestra enfermedad. Lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible. Aquello que no ve que sea posible hacerlo, la gracia lo hará. Confiese la enfermedad. Confíe en el Médico. Reclame la sanidad. Haga la oración de fe. "Sáname, oh Jehová, y seré sano". Usted puede llegar a ser un hombre de oración, y hacer la oración eficaz que puede mucho.*

(*Debo decir, para estímulo de todos, que el caballero de quien hablé en este capítulo, comprendió y reclamó el descanso de la fe al confiar en Dios para todo, en una convención que se realizó dos semanas después. En una carta que me envió desde Inglaterra me dice que descubrió que la gracia del Señor es suficiente.)