Sanidad Divina

Una Serie de Discursos y un Testimonio Personal

por

Dr. Andrew Murray

 

Capítulo I

Perdón y Sanidad

"Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados, (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa”, Mateo 9:6.

En el hombre dos naturalezas están combinadas. Él es al mismo tiempo espíritu y materia, cielo y tierra, alma y cuerpo. Por esta razón, por un lado él es un hijo de Dios, y por otro lado, él es condenado a la destrucción a causa de la Caída; pecado en su alma y enfermedad en su cuerpo testifican el derecho que la muerte tiene sobre él. Es la doble naturaleza que ha sido redimida por la gracia divina. Cuando el Salmista invita a todo lo que hay dentro de él para bendecir al Señor por Sus beneficios, él clama: Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios: el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades” (Salmos 103:2-3).

Cuando Isaías profetizó la liberación de su pueblo, el añadió: “No dirá el morador: Estoy enfermo; el pueblo que morare en ella, será absuelto de pecado.” (Isaías 33:24).

La predicción fue realizada además de toda expectativa cuando Jesús, el Redentor, descendió a esta tierra. ¡Cuán numerosas fueron las sanidades operadas por Él, que vino para establecer bajo la tierra el reino del cielo! Sea por Sus propios hechos o más tarde por los mandamientos que Él dejó a sus discípulos, ¿no nos muestra claramente que la predicación del Evangelio y la sanidad de los enfermos anduvieron juntas en la salvación que Él vino a traer? Ambas fueron pruebas evidentes de Su misión como el Mesías:

Los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados, y el evangelio es predicado a los pobres. ” (Mateus 11:5).

Jesús, que tomó bajo Sí el alma y el cuerpo del hombre, libera ambas en igual medida de las consecuencias del pecado. Esta verdad no es en ninguna parte más evidente o mejor demostrada que en la historia del paralítico. El Señor Jesús comienza diciéndole: “Perdonados son tus pecados” (Mateo 9:5), a lo que después añade: “Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa”. El perdón del pecado y la sanidad de la enfermedad completa o al otro, porque a los ojos de Dios, que ve nuestra naturaleza completa, pecado y enfermedad están íntimamente unidos como el cuerpo y el alma. De acuerdo con las Escrituras, nuestro Señor Jesús consideró el pecado y la enfermedad en otra luz de la que tenemos.

Con nosotros, el pecado pertenece al dominio espiritual; nosotros reconocemos que él está bajo el justo desprecio de Dios, justamente condenado por Él, mientras que la enfermedad, por el contrario, vemos solamente como una parte de la presente condición de nuestra naturaleza, y no teniendo nada que ver con la condena de Dios y Su justicia. Algunos van más lejos al decir que la enfermedad es una prueba del amor y gracia de Dios.

Pero ni las Escrituras y ni aún el propio Jesucristo jamás hablaron de enfermedad en esta luz, ni jamás presentaron la enfermedad como una bendición, como una prueba del amor de Dios que debe ser soportada con paciencia. El Señor habló a los discípulos de diversos sufrimientos que ellos deberían soportar, pero cuando Él habla de enfermedad, siempre es como un mal causado por el pecado y Satanás, y de lo cual debemos ser libres. Muy solemnemente Él declaró que cada discípulo de él debería cargar su cruz (Mateo 16:24), pero Él nunca enseñó a una persona enferma a aceptar ser enfermo. Por todas las partes que Jesús sanó a los enfermos, siempre trató de la sanidad como una de las gracias pertenecientes al reino de los cielos. Tanto el pecado en el alma, como la enfermedad en el cuerpo testifican el poder de Satanás, y "el Hijo de Dios se manifestó: para destruir las obras del Diablo” (1 Juan 3:8).

Jesús vino para liberar a los hombres del pecado y de la enfermedad para que Él pudiera hacer conocido el amor del Padre. En Sus acciones, en Sus enseñanzas a los discípulos, en los hechos de los apóstoles, perdón y sanidad son siempre encontrados juntos. Uno u otro puede aparecer, sin dudas, en un mayor realce, de acuerdo con el desarrollo o fe de aquellos para quien ellos hablaron. A veces fue la sanidad que preparó el camino para la aceptación del perdón; algunas veces fue el perdón que precedió a la sanidad, que, viniendo más tarde, se hizo un sello para el perdón. En la parte inicial de Su ministerio, Jesús sanó a muchos de los enfermos, encontrándolos listos para creer en la posibilidad de la sanidad de ellos. De este modo, buscó influenciar sus corazones para RECIBIRLE como Aquel que era capaz de perdonar pecado. Cuando Él vio que el paralítico podía recibir perdón inmediatamente, Él comenzó por aquello que era de mayor importancia; después vino la sanidad, que puso un sello en el perdón que había sido concedido a él.

Nosotros vemos, por los relatos dados en los Evangelios, que era más difícil para los Judíos de aquel tiempo creer en el perdón de los pecados que en la sanidad divina. Hoy, es decir justamente lo contrario. La Iglesia Cristiana ha oído tanto de la predicación del perdón de los pecados que el alma sedienta fácilmente recibe este mensaje de la gracia; pero, no es lo mismo con la sanidad divina; que es raramente hablada; no son muchos los creyentes que la han experimentado.

Es verdad que la sanidad divina no es dada hoy como en aquellos tiempos, a las multitudes que Cristo sanó sin ninguna conversión precedente. Para recibirla, es necesario comenzar por la confesión de pecado y el propósito de vivir una vida santa. Esta es sin duda una razón porque las personas encuentran mayor dificultad en creer en la sanidad que en el perdón; y esta es también la causa por la cual aquellos que reciben la sanidad al mismo tiempo que la nueva bendición espiritual, se sienten más íntimamente unidos al Señor Jesús, y aprenden a Amarlo y a servirlo mejor. La incredulidad puede intentar separar estos dos dones, pero ellos siempre están unidos en Cristo. Él es siempre el mismo Salvador, tanto del alma como del cuerpo, igualmente pronto para conceder perdón y sanidad. El redimido puede siempre clamar:

 “Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios: el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades” (Salmos 103:2-3).

 


 

Capítulo II

Por Causa de vuestra poca Fe

 

" Entonces, llegándose los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no lo pudimos echar fuera? Y Jesús les dijo: Por vuestra infidelidad; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá; y se pasará; y nada os será imposible.” (Mateo 17:19-20).

Cuando el Señor Jesús envió a Sus discípulos para diferentes partes de Palestina, Él les revistió con un doble poder: el de expulsar los espíritus inmundos y el de sanar todas las dolencias y enfermedades (Mateo 10:1). Él hizo lo mismo con los setentas que volvieron para Él con alegría, diciendo: "Señor, en tu nombre, hasta los demonios se nos someten" (Lucas 10:17). El día de la Transfiguración, mientras el Señor aún estaba bajo el monte, un padre trajo a su hijo que era poseído por un demonio, para Sus discípulos, rogándoles que expulsara el espíritu malo, pero ellos no pudieron. Cuando, después de Jesús haber sanado al niño, los discípulos le preguntaron porque no pudieron expulsarlo como en los otros casos, Él les respondió: "A causa de vuestra poca fe". Fue, entonces, la incredulidad de ellos, y no la voluntad de Dios que había sido la causa del fracaso de ellos.

En nuestros días, la sanidad divina es poquísima creída, porque ella casi ha desaparecido enteramente de la Iglesia Cristiana. Alguien puede pedir la razón, y aquí son dos las respuestas que deben ser dadas. La gran mayoría piensa que los milagros, incluyendo el don de sanidad, fueron limitados al tiempo de la Iglesia primitiva, que su objetivo era establecer el primer fundamento del Cristianismo, pero de aquel para este tiempo las circunstancias fueron alteradas. Otros creyentes dicen sin duda que si la Iglesia perdió estos dones, esto fue por su propia falta; es porque ella se ha hecho mundana y que el Espíritu actúa débilmente en ella; es porque él no ha permanecido en directa y habitual relación con el poder del mundo invisible; pero que, si ella fuera vista nuevamente llena de hombres y mujeres que vivan la vida de la fe y de Espíritu Santo, enteramente consagrados a Dios, ella vería nuevamente la manifestación de los mismos dones como en los tiempos antiguos.

¿Cuáles de estas dos opiniones coinciden más con la Palabra de Dios? ¿Es por la voluntad de Dios que los "dones de sanidad" [1 Corintios 12:9] han sido suprimidos, o es el hombre quien es responsable por esto? ¿Es la voluntad de Dios que los milagros no acontezcan? En consecuencia de esto, ¿ya no dará Él la fe que produce tales milagros? ¿O nuevamente es la Iglesia que ha sido culpada de falta de fe?

¿Qué es lo que las Escrituras dicen?

La Biblia no nos autoriza, por las palabras del Señor ni de sus apóstoles, a creer que los dones de sanidad fueron concedidos solamente a los tiempos primitivos de la Iglesia; por el contrario, las promesas que Jesús hizo a los apóstoles cuando Él les dio instrucciones concernientes a la misión de ellos, inmediatamente antes de Su ascenso, se nos muestran aplicables a todos los tiempos (Mateo 16:15-18).

Marcos 16

15  Y les dijo: Id por todo el mundo; y predicad el Evangelio a toda criatura.

16  El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

17  Y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi Nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;

18  quitarán serpientes; y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

 

Pablo coloca el don de sanidad entre las operaciones del Espíritu Santo.

 

1 Coríntios 12

9 A otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu;

 

Santiago da un mandamiento preciso sobre este asunto sin ninguna restricción de tiempo.

 

Santiago 5

13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante.

14  ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el Nombre del Señor;

15  y la oración de fe hará salvo al enfermo, y el Señor lo aliviará; y si estuviere en pecados, le serán perdonados.

16  Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos. Porque la oración eficaz del justo, es muy poderoso.

 

Toda las Escrituras declaran que estas gracias serán concedidas de acuerdo con la medida del Espíritu y de la fe.

Es también alegado que en el inicio de cada nueva dispensación Dios opera milagros, que este es Su curso ordinario de acción; pero esto no tiene nada que ver. Piensen en el pueblo de Dios de la dispensación anterior, en el tiempo de Abraham, durante toda la vida de Moisés, en el éxodo de Egipto, bajo Josué, en el tiempo de los Jueces y de Samuel, bajo el reinado de David y de otros reyes piadosos del tiempo de Daniel; durante más de mil años los milagros acontecieron.

Pero, es dicho, los milagros fueron más necesarios los días del Cristianismo primitivo que más tarde. Pero, ¿qué decir sobre el poder del paganismo mismo estos días, dondequiera que el Evangelio busque combatir? Es imposible admitir que los milagros hayan sido más necesarios para los paganos de Éfeso (Hechos 19:11,12) de lo que para los paganos de África los días de hoy.

 

Hechos 19

11 Y hacía Dios singulares maravillas por manos de Pablo,

12 de tal manera que aun se llevaban sobre los enfermos los sudarios y los pañuelos de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los malos espíritus salían de ellos.

Y si pensamos sobre la ignorancia e incredulidad que reina en medio de las naciones Cristianas, ¿no seremos inducidos a concluir que hay una necesidad de manifestar hechos del poder de Dios para sostener el testimonio de los creyentes y para probar que Dios anda con ellos? Además, entre los propios creyentes, ¡cuanta duda hay, cuanta flaqueza! ¡Cómo la fe de ellos necesita ser despertada y estimulada por algunas pruebas evidentes de la presencia del Señor en medio de ellos! Una parte de nuestro ser consiste de carne y sangre; entonces, es en la carne y en la sangre que Dios quiere manifestar Su presencia.

A fin de probar que es la incredulidad de la Iglesia que ha hecho el don de sanidad desaparecer, veamos lo que la Biblia dice sobre él. ¿No debe esto en colocarnos frecuentemente en prevención contra la incredulidad, contra todo lo que pueda alejarnos o desviarnos de nuestro Dios? ¿No nos muestra la historia de la Iglesia, la necesidad de esas advertencias? ¿No nos suministra con numerosos ejemplos de adelantos retrógrados, de placeres mundanos, los cuáles la fe enflaqueció en la exacta medida en que el espíritu del mundo tomó supremacía? Tal fe es solamente posible para quien vive en el mundo invisible.

 

2 Coríntios 5

7 (porque por fe andamos, no por vista);

 

Hasta el tercer siglo las sanidades por la fe en Cristo eran numerosas, pero los siglos siguientes ellas se hicieron más infrecuentes. ¿No sabemos por la Biblia que siempre es la incredulidad que impide los poderosos hechos de Dios?

¡Oh, que podamos aprender a creer en las promesas de Dios! Dios no volvió atrás de Sus promesas; Jesús aún es Aquel que sana tanto el alma como el cuerpo; la salvación nos ofrece ahora, sanidad y santidad, y el Espíritu Santo está siempre pronto para darnos algunas manifestaciones de Su poder. Hasta cuando preguntamos porque este divino poder ya no es frecuentemente visto, Él nos responde: "A causa de vuestra poca fe". Mientras más nos demos a nosotros mismos para experimentar personalmente la santificación por la fe, más experimentaremos también la sanidad por la fe. Esas dos doctrinas andan codo con codo. Mientras más el Espíritu de Dios vive y actúa en el alma de los creyentes, más los milagros se multiplicarán por los cuáles Él obra en el cuerpo. A través de eso, el mundo puede reconocer lo que la redención significa.

 


 

Capítulo III

Jesús y los Doctores

 

" Y una mujer que estaba con flujo de sangre doce años hacía, y había sufrido mucho de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su vestido. Porque decía: Si tocare tan solamente su vestido, seré salva. Luego la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que era sana de aquel azote. Y luego Jesús, conociendo en sí mismo la virtud que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Le dijeron sus discípulos: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Y él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en sí había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:25-34).

 

Podemos dar gracias a Dios porque nos da los doctores. La vocación de ellos es una de las más nobles porque un gran número de ellos buscan verdaderamente hacer, con amor y compasión, todo lo que ellos son capaces para aliviar los males y sufrimientos que afligen a la humanidad como resultado del pecado. Hay hasta algunos que son celosos siervos de Jesucristo, y que buscan también el bien del alma de sus pacientes. Sin embargo, es el Propio Jesús que es siempre el principal, el mejor, el mayor Médico.

Jesús sana enfermedades que los médicos terrestres no pueden curar, porque el Padre le dio este poder cuando Él le encargó con la obra de nuestra redención. Jesús, tomando bajo Sí nuestro cuerpo humano, lo liberó del dominio del pecado y de Satanás; ¡Él hizo de nuestros cuerpos templos del Espíritu Santo y miembros de Su propio cuerpo (1 Corintios 6:15,19), y hasta en nuestros días, cuantos de los casos que han sido determinados por los doctores como incurables - cuántos casos de tuberculosis, de gangrena, de parálisis, de edema, de ceguera y de sordera - han sido curados por Él! ¿No es sorprendente entonces que un tan pequeño número de enfermos se acerque a Él?

El método de Jesús es totalmente diferente de aquel de los médicos terrestres. Ellos buscan servir a Dios haciendo uso de remedios que son encontrados en el mundo natural, y Dios hace uso de esos remedios de acuerdo con la ley natural, de acuerdo con las propiedades naturales de cada uno, mientras la sanidad que procede de Jesús es de un orden totalmente diferente; es por el poder divino, el poder del Espíritu Santo, que Jesús sana. Entonces, la diferencia entre estos dos métodos de sanidad es absolutamente significante. Para que podamos entender mejor, tomemos un ejemplo; aquí está un médico que es un incrédulo, pero extremadamente hábil en su profesión; muchas personas enfermas deben su sanidad a él. Dios da estos resultados por los medios de remedios prescritos, y los médicos tienen conocimiento de ellos. Aquí está otro médico que es un creyente, y que ora por la bendición de Dios en los remedios que él utiliza.

En este caso, un gran número de personas son sanadas también, pero no en este caso y no en el otro la sanidad fue traída con alguna bendición espiritual. Ellos estaban preocupados, incluso creyendo entre ellos, con los remedios que ellos usan, mucho más que con lo que el Señor podría hacer con ellos, y en tal caso su sanidad será más perjudicial que benéfica. Por el contrario, cuando es en Jesús solamente que la persona enferma se apoya para la sanidad, él aprende a no contar mucho con remedios, pero en colocarse a sí mismo en directa relación con Su amor y Su Omnipotencia. A fin de obtener tal sanidad, él debe comenzar confesando y renunciando a sus pecados, y ejerciendo una viva fe. Entonces la sanidad vendrá directamente del Señor, que toma posesión del cuerpo enfermo, y esto entonces se hace una bendición para el alma tanto como para el cuerpo.

Pero, ¿no es Dios quien da los remedios al hombre? Es preguntado. El poder de ellos ¿no viene de él? Sin duda; pero por otro lado, ¿no fue Dios quién nos dio a Su Hijo con todo el poder para sanar? Nosotros seguiremos el camino de la ley natural con aquellos que aún no conocen a Cristo, y también con aquellos de Sus hijos cuya fe es aún tan débil para que se entreguen a su Omnipotencia; o antes ¿escogeremos el camino de la fe, recibiendo sanidad del Señor y del Espíritu Santo, viendo en esto el resultado y la prueba de nuestra redención?

La sanidad que es operada por nuestro Señor trae con ella mayor bendición real que la sanidad que es obtenida a través de médicos. La sanidad ha sido más una desgracia para muchas personas que una bendición. ¡En una cama de enfermedades, serios pensamientos toman posesión, pero en el tiempo de su sanidad cuán frecuentemente el hombre enfermo ha sido encontrado nuevamente lejos del Señor! No es así cuando es Jesús quien sana. La sanidad es concedida después de la confesión de pecado; por lo tanto, ella trae el sufrimiento más cerca de Jesús, y establece un nuevo eslabón entre él y el Señor, le hace experimentar Su amor y poder, comienza dentro de él una nueva vida de fe y santidad. Cuando la mujer tocó la orilla del vestido de Cristo, ella sintió que había sido sanada, ella aprendió algo del significado de aquel divino amor. Ella fue aunque con las palabras: "Hija, tu fe te salvó; vete en paz" (Marcos 5:34).

Oh, tú que estás sufriendo de alguna enfermedad, sabe que Jesús, el soberano Médico, aún está en nuestro medio. Él está cerca de nosotros, y Él está dando nuevamente para Su Iglesia pruebas manifestadoras de Su presencia. ¿Usted está listo para separarse del mundo, para entregar a sí mismo para Él con fe y confidencia? Entonces, no temas, acuérdate que la sanidad divina es una parte de la vida de la fe. Si nadie a su alrededor puede ayudarte en oración, si ningún presbítero está cerca para orar la oración de la fe, no temas de ir tu mismo al Señor en el silencio de la soledad, como la mujer que tocó la orilla de Su vestido. Entrega a Él los cuidados de tu cuerpo. Acércate quieto delante de él y como aquella pobre mujer dile: yo quiero ser sanado. Tal vez pueda tardar algún tiempo para que se quiebren las corrientes de su incredulidad, pero ciertamente nadie que espera en él será avergonzado. "No será avergonzado ninguno de los que en ti esperan" (Salmos 25:3).

 


 

Capítulo IV

Salud y Salvación por el Nombre de Jesús

 

"Y en la fe de su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su Nombre; y la fe que por él es , ha dado a éste esta sanidad en presencia de todos vosotros... sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el Nombre de Jesús el Cristo, el Nazareno, el que vosotros Colgasteis en un madero, y Dios le resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. ” (Hechos 3:16; 4:10,12).

 

Cuando después del Pentecostés, el paralítico fue sanado a través de Pedro y Juan en la puerta del templo, fue "en Nombre de Jesucristo de Nazaret" que ellos le dijeron: "Levántate y anda" (Hechos 3:6), y tan inmediatamente el pueblo en su espanto corrieron juntos a ellos, Pedro declaró que fue el nombre de Jesús que había sanado completamente al hombre.

Como resultado de este milagro y del discurso de Pedro, muchas personas que oyeron la Palabra creyeron (Hechos 4:4).

Hechos 4:4 " Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y fue el número de los varones como cinco mil.".

 

Y al día siguiente, Pedro repitió estas palabras delante del Sanedrín: "En nombre de Jesucristo, Nazareno...en nombre de ese es que este está sano delante de vosotros;" y entonces él añadió: " Y en ningún otro hay salvación, porque también bajo el cielo ningún otro nombre hay, dado entre los hombres, por el cual debamos ser salvos”. Esta afirmación de Pedro nos declara que el nombre de Jesús tanto sana como salva. Nosotros tenemos aquí una enseñanza de la más alta importancia sobre la sanidad divina.

Nosotros vemos que la sanidad y la salud forman una parte de la salvación de Cristo. No declaró Pedro claramente esto en su discurso en el Sanedrín, ¿donde, habiendo hablado de la sanidad, él inmediatamente habla de salvación por Cristo? (Hechos 4:10,12). En el cielo, hasta nuestros cuerpos tendrán su parte en la salvación; la salvación no será completa para nosotros hasta que nuestros cuerpos disfruten de la completa redención de Cristo. ¿Por qué, entonces, no creemos en esta obra de la redención aquí debajo? Incluso aquí en la tierra, la sanidad de nuestros cuerpos es un fruto de la salvación que Jesús adquirió para nosotros.

Nosotros vemos también que la salud, así como la salvación, es obtenida por la fe. La tendencia del hombre por naturaleza es trabajar por su salvación por sus obras, y es solamente con dificultad que él viene a recibirla por la fe; pero cuando esto es una cuestión de sanidad del cuerpo, él tiene aún más dificultad en apoderarse de esto. Con relación a la salvación, él acaba aceptándola porque por ningún otro medio puede él abrir la puerta del cielo; mientras que para el cuerpo, él hace uso de remedios bien conocidos. ¿Porque, entonces, él busca por sanidad divina? Feliz es aquel que viene a entender que esta es la voluntad de Dios; que Dios quiere manifestar el poder de Jesús, y también revelarnos Su amor Paternal; para ejercitar y confirmar nuestra fe, y en darnos  prueba de la redención en el cuerpo, así como en el alma. El cuerpo es parte de nuestro ser; hasta el cuerpo fue salvo por Cristo; por lo tanto, es en nuestro cuerpo que el Padre quiere manifestar el poder de la redención, y permitir que los hombres vean que Jesús vive. ¡Oh, creamos en el nombre de Jesús!

¿No fue en el nombre de Jesús que perfecta salud fue dada al hombre impotente? ¿Y no fueron estas palabras: Tu fe te salvó, pronunciadas cuando el cuerpo fue curado? ¿Busquemos, entonces, para obtener la sanidad divina.

Dondequiera que el Espíritu actúe con poder, allí Él realiza sanidades divinas. No es notorio que si los milagros fueran realmente superfluos, ellos fueron en el Pentecostés, ¿porque entonces la palabra de los apóstoles trabajó poderosamente, y el derramamiento del Espíritu fue abundante? Bien, es precisamente porque el Espíritu actúa poderosamente que Su obra necesita ser visible en el cuerpo. Si la sanidad divina es vista sino raramente en nuestros días, podemos atribuir esto a ninguna otra causa que el Espíritu no está actuando con poder. La incredulidad de los mundanos y la falta de celo entre los creyentes impiden Su obra. Las sanidades que Dios está dando aquí y allí, son las señales de réplica consecuentes de todas las gracias espirituales que son prometidas a nosotros, y solamente el Espíritu Santo revela la Omnipotencia del nombre de Jesús para operar tales sanidades.

Oremos ardientemente por el Espíritu Santo, coloquémonos a nosotros mismos sin reservas bajo Su dirección, y busquemos ser firmes en nuestra fe en el nombre de Jesús, quiere para predicación de la salvación o para la obra de sanidad.

Dios concede sanidad para glorificar el nombre de Jesús. Busquemos ser sanados por Jesús para que Su nombre pueda ser glorificado. Es triste ver cuán poco el poder de Su nombre es reconocido, cuán poco él [el poder de Su nombre] es el fin de la predicación y de la oración. Tesoros de la gracia divina, de los cuáles los Cristianos se privan a sí mismos por su falta de fe y celo, están escondidos en el nombre de Jesús.

Es la voluntad de Dios glorificar a Su Hijo en la Iglesia; y Él hará esto dondequiera que Él encuentre fe. Quiere entre los creyentes, o quiere entre los gentiles, Él está listo para con virtud despertar conciencias, y traer corazones a la obediencia. Dios está listo para manifestar todo el poder de Su Hijo, y para hacer esto de una manera admirable tanto en el cuerpo, así como en el alma. Creamos en esto para nosotros mismos, creamos en esto para los otros, para el círculo de creyentes alrededor de nosotros, y también para la Iglesia en todo el mundo. Démonos a nosotros mismos a creer con firme fe en el poder del nombre de Jesús, pidamos grandes cosas en Su nombre, contando en Su promesa, y nosotros veremos a Dios hasta hacer maravillas por el nombre de Su santo Hijo.