JUAN BUNYAN LA PEREGRINA

Viaje de Cristiana y sus hijos a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño

SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»

PROLOGO DE LA SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»  

 

Ve, Libro mío, dondequiera que haya

Mi primer Peregrino penetrado;

Llama á todas las puertas; si preguntan ¿Quién es?

Di que es Cristiana, sin reparo.

Entra, si lo permiten, con tus hijos,

Y diles quiénes son, de do han llegado.

Quizás ya por sus nombres ó sus rostros

Los hayan conocido; más si acaso

No saben quiénes son, pregunta entonces

Si pasó por sus casas un Cristiano.

Si te dicen que sí, que complacidos

Le vieron á la gloria caminando,

Sepan ahora que su esposa é hijos

Buscan el cielo por los mismos pasos.

 

Diles que, por hacerse peregrinos,

Ciudad y hogar con decisión dejaron;

Que han tenido amarguras, privaciones;

Que sufrieron sus pruebas y trabajos;

Que han sostenido luchas con demonios

Y vencieron difíciles obstáculos.

Diles de aquellos otros, que el camino

Valerosos y fieles terminaron,

Porque buscaban, con desprecio al mundo,

La voluntad de Dios llevar á cabo.

 

Diles también las cosas agradables

Con que son sus disgustos compensados,

Y sepan que los tiene el Rey del cielo

Bajo su amor y paternal amparo.

Cuan hermosas mansiones les prepara,

Mientras con vientos y olas van luchando;

Cuan dulce calma gozarán por siempre,

Si fueron fieles hasta el fin del tránsito.

 

Quizás, oh Libro mío, te reciban,

Como al primero, con cordial abrazo,

Y gozosos te den la bienvenida,

Su amor á los viadores demostrando.

 

OBJECIÓN I

¿Y si no me creyeran que soy tuyo?

¿Y si piensan tal vez que los engaño?

Es posible que un libro se presente

Cual Peregrino, su apariencia usando,

Y por el nombre y el disfraz consiga

Penetrar en las casas de unos cuantos.

 

RESPUESTA

Falsificar mi Peregrino, es cierto;

Hace ya mucho, pretendieron varios,

Con mi nombre y mi título en sus libros;

Mas éstos, por su estilo y por sus rasgos,

Pronto dan á entender que no son míos,

Sino de autores que usan nombres falsos.

Si hallas quien tal objete, tu recurso

Es decir lo que dices, pues es claro

Que ahora nadie emplea tu lenguaje,

Ni fácilmente logrará imitarlo.

Si, con todo, persisten en la duda,

Creyendo que marcháis como gitanos,

Para engañar y corromper á muchos,

Por dondequiera que vayáis pasando

Llamadme sin tardar, yo testifico

Que sois mis Peregrinos sin engaño.

 

OBJECIÓN II

¿Y si quizás pregunto á los que quieren

Ver á mi Peregrino condenado,

Ó al oír mi pregunta se enfurece

Los de la casa en cuya puerta llamo?

 

RESPUESTA

No temas, Libro mío, esos fantasmas:

Nada son, no te den temores vanos.

Tierra y mares cruzó mi Peregrino,

Y no supe que fuese rechazado

En reino alguno, fuera pobre ó rico,

Ni en desprecio las puertas le cerraron.

 

En Francia y Flandes, donde están en guerra,

Entró como un amigo y un hermano.

 

En Holanda también, según me dicen,

Por muchos, más que el oro es apreciado.

 

Serranos é irlandeses convinieron

En recibirlo con cordial aplauso.

 

En América está tan acogido

Y le miran allí con tal agrado,

Que lo empastan, lo pintan y embellecen.

Por aumentar su conocido encanto.

En fin, que por doquiera se presente,

Miles hablan y cantan alabándolo.

 

Si es en su patria, no sufrió mí Libro

Vergüenza ni temor en ningún lado.

¡Bienvenido!, le dicen, y lo leen

En la ciudad lo mismo que en el campo.

No pueden reprimir una sonrisa

Los que lo ven vender ó ser llevado.

Los jóvenes lo abrazan y lo estiman

Más que otras obras de mayor tamaño,

Y dicen de él con júbilo:

Más vale La pata de mi alondra que un milano.

 

Las señoritas y las damas, todas

Le muestran por igual su beneplácito,

Y ocupa siempre preferente sitio

En bolsos, corazones y en armarios;

Porque á sus almas lleva sus enigmas

Con tal provecho en saludables párrafos,

Que compensa la pena de leerlo,

Y más que el oro saben apreciarlo.

 

Hasta los chicos que andan por la calle,

Al encontrar mi Peregrino al paso,

Le saludan y alegres le despiden,

Diciendo que es el mozo más simpático.

 

También le admiran los que no le vieron,

Porque han sabido de sus hechos algo,

Y lo quieren tener, porque les haga

De curiosos sucesos el relato.

 

Los que no lo estimaban al principio,

Teniéndole por simple ó insensato,

Por conocerle ya, lo recomiendan,

Y á los suyos lo envían de regalo.

 

Así, no temas, mi Segunda Parte;

Alza tu frente, nadie te hará daño;

Los que tienen amor á la Primera

Te acogerán con gozo y entusiasmo,

Por las cosas que das, útiles, buenas,

A pobres, ricos, jóvenes y ancianos.

 

OBJECIÓN III

Mas algunos dirán: Ríe tan fuerte,

Envuelve su cabeza en tal nublado,

Y son sus narraciones tan oscuras,

Que no sabemos cómo interpretarlo.

 

RESPUESTA

Puedo pensar que risas y clamores

Se advierten en sus ojos al mirarlos.

Cosas que, al parecer, mueven la risa,

Un agudo dolor van ocultando.

Jacob, viendo á Raquel con sus ovejas,

Besóla, y á la vez vertía llanto.

 

Dicen que hay una nube en su cabeza:

La ciencia así se cubre con su manto,

Y estimula la mente á que descubra

Lo que se puede hallar, investigándolo.

Lo que parece envuelto en frase oscura

Mueve la inteligencia del cristiano,

Para que estudie y saque el contenido

De lo que encierran nebulosos párrafos

 

Yo sé también que símiles oscuros

No serán comprendidos sin trabajo,

Pero en el alma quedarán impresos

Más fácilmente que si fueran claros.

 

Así, pues, Libro mío, ve adelante,

No pierdas ni decaiga tu buen ánimo;

No hallarás enemigos, sino amigos,

Que á los viadores abrirán los brazos.

 

Lo que mi Peregrino deja oculto,

Tu vas, mi Peregrina, á revelarlo.

Dulce Cristiana, tú abrirás con llave

Lo que dejó en encierro mi Cristiano.

 

OBJECIÓN IV:

Mas algunos desprecian, como al polvo,

El método que vienes empleando.

Si me encuentro á los tales, ¿qué les digo?

¿Debo, cual me desprecian, despreciarlos?

 

RESPUESTA

Cristiana mía, si á los tales hallas,

Has de mostrarles el amor más santo;

No les pagues desprecio por desprecio,

Dales sonrisa de su ceño en cambio.

Tal vez su condición ó un mal informe,

A obrar así contigo le impulsaron.

 

Personas hallarás en todas partes

que tienen, en verdad, gustos bien raros;

Ni á sus mismos parientes los estiman.

Y menosprecian los mejores platos.

Déjalos, mi Cristiana, á su albedrío;

Otros se alegrarán de haberte hallado.

No contiendas jamás; humildemente

De peregrina mostrarás los hábitos.

 

Ve, pues, Librito mío; muestra á todos

Los que te tiendan cariñosa mano,

Las buenas cosas, escondidas á otros,

Y ojala tus verdades puedan tanto

Que hagan de tus lectores peregrinos

Mejores que tú y yo, cual deseamos.

 

Ve á decir á los hombres quién tú eres.

Diles: Yo soy Cristiana, y ahora trato

De mostrar, con mis hijos, cómo se anda

El camino del cielo sin desmayo.

Ve á decirles también qué son y quiénes

Los que contigo van peregrinando.

Diles: Misericordia es esta amiga

De quien hace ya tiempo me acompaño.

Viendo su rostro distinguir podréis

La diferencia entre viador y vago.

Aprendan, sí, las jóvenes en ella

A estimar las riquezas de lo alto.

Las doncellas que van en pos de Cristo,

Mundanales amores despreciando,

Él las defenderá como á los niños

Que en el Templo con vivas le aclamaron.

 

Habla después de Integridad el viejo,

Fiel peregrino de cabellos blancos;

Di que su cruz llevaba en pos de Cristo,

Y era un hombre sencillo en alto grado.

Quizás con este ejemplo se estimulen

Á seguir á Jesús otros ancianos.

 

Di cómo Receloso caminaba,

Los días en que estuvo solitario

Con temores, suspiros y lamentos,

Y al fin ganó la palma de los salvos.

Era buen hombre, aunque abatido siempre,

Y á los cielos llegó perseverando.

 

Diles de Flaca-Mente cómo andaba,

Nunca delante, siempre rezagado;

Cómo por poco muere, si no llega

Pronto Gran Corazón á rescatarlo.

Era fiel, aunque débil en la gracia,

Más tenía en su faz el sello santo.

 

De Pronto-á-Cojear cuenta la historia.

Este, con sus muletas, no era malo.

Apenas se encontró con Flaca-Mente,

Se pusieron de acuerdo y se estimaron.

A veces uno canta y otro baila,

Y los dos se completan, aunque flacos-

 

No olvides las hazañas de Valiente,

Dignas de admiración en un muchacho;

Describe su bravura, su destreza.

Nadie tuvo valor para retarlo.

Él y Gran-Corazón dieron la muerte

A Desesperación, con él luchando,

Y vencido el gigante, en seguida

El Fuerte de la Duda derribaron.

No dejes de nombrar á Desaliento;

Saca á Mucho-Temor en tu relato,

Para mostrar que sin razón temían,

Pues no estaban de Dios abandonados.

Con marcha lenta, pero firme, fueron

Hasta el fin, y el Señor les dio su abrazo.

Al terminar tu historia, Libro mío,

Pulsa las cuerdas cuyos sones gratos

Hacen bailar al cojo, y al gigante

Hacen temblar con pavoroso espanto.

 

Los enigmas ocultos en tu seno

Proponlos, y que queden explicados,

Y el resto de tus líneas misteriosas

Deja para quien pueda penetrarlo.

 

Y ojala que este Libro para muchos

Les sea bendición, aprovechándolo;

Que el comprador después no se lamente

De que fue su dinero malgastado.

Sí, Libro mío, quiero que des fruto,

Cual buen amigo de viadores santos,

Y hagas volver al celestial camino

A los pobres que van extraviados.

 

LA PEREGRINA

VIAJE DE CRISTIANA Y SUS HIJOS A LA CIUDAD CELESTIAL

 

CAPÍTULO PRIMERO  

El autor, en su segundo sueño, se encuentra con el anciano Sagacidad; principia éste su relato.

—Cristiana, después de la muerte de su esposo, se arrepiente, y recibe un mensaje divino que la llama á la vida de la peregrinación.

Agradable me fue, queridos lectores, relataros, hace algún tiempo, el sueño que tuve del peregrino Cristiano, y de su arriesgado viaje á la Ciudad Celestial, y no dudo que mi relato os habrá sido provechoso. En él os conté cuanto había presenciado, y os hice notar lo poco dispuestos que estaban la esposa é hijos de Cristiano para acompañarle, llegando á tal extremo su repugnancia, que se vio aquél obligado á emprender solo su viaje, antes que arrostrar el peligro que le amenazaba si permanecía más tiempo con ellos en la ciudad de Destrucción.

Desde entonces, mis numerosas ocupaciones impidiéronme pasar de nuevo por el pueblo nativo de nuestro peregrino, de modo que no pude informarme de lo que había lo de su familia; pero, obligándome recientemente mis negocios á ir por allí, dirigime una vez más hacia el mismo pueblo, y al descansar en un bosque, que distaba poco de referida ciudad, tuve el siguiente sueño: Vi que un anciano pasaba por donde estaba yo recostado, y puesto que llevábamos el mismo camino, levánteme le acompañé. Mientras caminábamos, entablamos conversación, según la costumbre que tienen los viajeros, versando nuestra plática sobre Cristiano y su viaje.

—Caballero—pregúntele, — ¿qué pueblo es aquel que se encuentra allí abajo á la izquierda?

SAGACIDAD. (Así se llamaba). — Aquélla es la ciudad de destrucción. Es muy populosa, pero los habitantes son sumamente perezosos y corrompidos.

—Ya me lo figuraba—dije: — una vez pasé por allí, y sé te le cuadra perfectamente el carácter que usted le da.

SAG.— Demasiado; ¡ojalá que, sin mentir, pudiese hablar mejor de aquella gente! —Veo que usted es persona de sano criterio y amante de lo bueno. ¿Acaso ha oído usted hablar de lo que pasó, hace algún tiempo, en aquella ciudad á un tal Cristiano, le emprendió una peregrinación hacia las regiones celestiales?

SAG.— ¡Oír hablar de él! Ya lo creo, y también de las molestias, penas, luchas y cautividades que sufrió en el transcurso de su viaje. Además, debo advertirle que su buena fama se ha divulgado por toda esta comarca. Pocas personas hay que, habiendo oído hablar de él y de sus hechos, no se hayan procurado el relato de su peregrinación, me consta que las noticias de su peligroso viaje han atraído a otros muchos al mismo camino; pues si bien, cuando estaba aquí, todos le tenían por loco, ahora, que se ha ido, todo el mundo habla bien de él. Dicen que allí donde está lo pasa muy bien; y, en efecto, muchos que no tienen el valor necesario para correr los mismos riesgos, ambicionan el bienestar por él alcanzado.

—No hay que dudar de su felicidad, pues ahora vive cerca de la Fuente de la Vida, y el trabajo y el dolor han pasado ya. Pero dígame usted, ¿qué dicen de él?

SAG.— Hablan de él de un modo extraño. Unos dicen que ahora viste blanco ropaje, con cadena de oro alrededor de su cuello, y ciñe su cabeza una diadema de oro engastada en perlas. Otros, que los Resplandecientes, que se le aparecieron á veces durante su viaje, son ahora sus compañeros, y que allí donde habita tiene tanta intimidad con ellos como la que aquí existe entre vecinos. Además, se da por cierto que el Rey de aquel país le ha proporcionado ya una residencia rica y amenísima en su corte; que todos los días come y bebe, anda y habla con él, y que el Juez de todos le prodiga sonrisas y favores. Por otra parte, algunos afirman que su Rey y Señor visitará en breve estas regiones, y sabrá el por qué sus vecinos lo tuvieron en poco y tanto lo escarnecieron al tomar la resolución de ser peregrino. Porque, según dicen, Cristiano es ahora tan amado de su Soberano, y éste se ocupa tanto de las afrentas de que fue objeto, que las considera como inferidas á sí mismo; y no es extraño, por cuanto el amor que á su Príncipe sentía fue el que le indujo á tan penoso viaje.

—Pues me alegro. El pobre descansa de sus trabajos, y ahora siega con regocijo lo que ha sembrado con lágrimas; ya está fuera del alcance de sus enemigos. Me alegra también de que el rumor de estos sucesos haya hallado en esta comarca. ¡Quién sabe si esto influirá en el bien de los que se han quedado! ¿Y qué se sabe de su esposa e hijos? Los compadezco de todas veras.

SAG.— ¡Cómo! ¿Cristiana y sus hijos? Éstos, según todas probabilidades, lograrán la misma suerte que él; pues bien en un principio obraron neciamente, y no se dejaron persuadir ni por las lágrimas ni por las súplicas de Cristiano, ulteriores reflexiones acerca de dicho asunto han dado maravillas en ellos; así es que, hechos los debidos preparativos, han emprendido la misma carrera. —¡Mejor que mejor!—dije;—pero ¿está usted seguro de si hayan tomado todos tal determinación?

SAG.— Puede usted creerme; y por más señas, me encontraba precisamente en el pueblo cuando partieron, por lo que estoy al corriente de todo, y mientras caminamos le daré todos los incidentes de aquel suceso. Cristiana (tal es su nombro desde el día en que ella y sus hijos principiaron la vida de peregrinación), una vez: su marido hubo atravesado el río, y no pudo ya recibir noticias de él, se vio asaltada por lúgubres pensamientos, y en su dolor vertía abundantes lágrimas, pues con la ida de su marido vio roto el vínculo amoroso que los ataba; porque ¿cómo puede uno dejar de sentir verse separado de seres queridos? Pero no fue ésta la única causa de dolor. También comenzó Cristiana a preguntarse si su marido no le habría sido quitado en castigo de la conducta no decorosa que con él había observado. Entregada de lleno a un hervidero de pensamientos, le vinieron á la memoria las asperezas que habían caracterizado su conducta, mal que había correspondido al cariño de aquel que nunca dejó de ser fiel amigo. Abrumado ya su corazón por tan tristes recuerdos, su quebranto subió de punto al recordar las amargas lagrimas y los lamentos y gemidos de su inconsolable esposo, al obstinarse ella en no querer acompañarle. No podía olvidar las palabras y hechos de Cristiano mientras gemía bajo el peso de su carga, lo que, volviéndose contra su corazón, lo desgarraba por completo. Sobre todo, vibraba en sus oídos con lastimosos acentos aquel doloroso grito que solía lanzar: « ¿Qué es lo que debo hacer para ser salvo?» No pudiendo reprimir más la angustia que la embargaba, lo participó a sus hijos, diciéndoles:—Hijos míos, estamos perdidos. A consecuencia de mi pecado, nos vemos separados de vuestro padre. Me suplicó que le acompañásemos, mas yo no quise ir, y con ello impedí el que alcanzaseis la vida eterna. Al oír esto, los muchachos se comenzaron a llorar, manifestando deseos de ir en pos de su padre.

—¡Ojalá — exclamó Cristiana— hubiésemos tenido la dicha de acompañarle! Mejor suerte hubiéramos tenido que la que ahora, al parecer, nos cabrá; pues, aunque antes locamente me figuraba que las congojas de vuestro padre procedían de un vano capricho ó de una excesiva melancolía, ahora me consta que su origen era muy distinto; es decir, que se le había dado la Luz de las luces, con la ayuda de la cual escapó, según veo, de los lazos de la muerte.

—¡Ay de nosotros!— exclamaron todos llorando amargamente.

La noche siguiente, Cristiana soñó ver abierto delante de si un ancho rollo de pergamino, en el que constaban todas sus acciones. El aspecto de esta lista le parecía sumamente sombrío, y aunque dormida, no pudo menos de lanzar un grito, diciendo: «¡Señor, sé propicio á esta pecadora!», lo cual fue oído por sus hijos.

Después de esto, le parecía ver al lado de su cama dos seres de muy mal talante que decían:—¿Qué haremos de esta mujer, ya que dormida, lo mismo que despierta, pide misericordia? Si se le permite seguir de este modo, la perderemos como hemos perdido ya á su marido. De una manera ú otra, es preciso distraerla para que deje de pensar en la otra vida, pues de lo contrario, nada de este mundo podrá impedirla ser peregrina.

Presa de un gran horror, despertóse Cristiana, temblando y sudando con profusión; pero habiéndose quedado dormida de nuevo, sus sueños tomaron otra forma. Esta vez le pareció ver á su esposo en la gloria, rodeado de seres inmortales, teniendo en su mano un arpa, en la cual tañía delante de uno, sentado en un trono, con un arco iris sobre su cabeza.

Luego le vio inclinarse humildemente, volviendo su rostro hacia el escabel que había debajo de los pies del Rey, y diciendo:— Con todo mi corazón doy gracias á mi Señor y Rey por haberme traído á este lugar.— Entonces los circunstantes alzaron la voz y tañeron en sus arpas; pero nadie podía comprender sus palabras sino sólo Cristiano y sus compañeros.

A la mañana siguiente, después de haber orado á Dios y hablado un rato con sus hijos, oyó Cristiana que llamaban fuertemente á la puerta.

—Adelante—dijo,— si viene usted en nombre de Dios.

—Amén—contestó el recién llegado; y abriendo la puerta, saludó con las palabras:

—La paz sea en esta casa.— Luego prosiguió diciendo:

—¿Sabes, Cristiana, con qué objeto vengo? El corazón de ésta ardía en deseos de saber de dónde y por qué venía; pero, cubriendo el rubor su rostro, mantúvose callada.

—Me llamo Secreto—dijo el visitante,— y habito con los que son de alta esfera. En aquel lugar corre el rumor de que anhelas dirigirte allí, y que te pesa el mal que hiciste á tu marido, endureciendo tu corazón para no acompañarle, y criando á estos tus hijos en la ignorancia. El Misericordioso me ha enviado á ti, Cristiana, para decirte que es un Dios pronto á perdonar y que se deleita en remitir ofensas. Además, te convida á entrar en su presencia y á sentarte á su mesa, donde te alimentará con las exquisitas viandas de su casa, y te dará la heredad de Jacob tu padre. Allí reside aquel que era tu esposo, junto con legiones de compañeros, todos espíritus redimidos, que siempre contemplan el rostro de su Dios, y se alegrarán todos al oír tus pisadas en el umbral de la casa de tu Padre.

Cristiana, bajando la cabeza, se sonrojaba, al paso que su visitante prosiguió diciendo: —He aquí una carta que te traigo de parte del Rey.

De la carta, que estaba escrita en letras de oro, se desprendía un aroma delicioso. En su contenido manifestaba el Rey el deseo de que Cristiana siguiese el ejemplo de su marido, por cuanto ese era el único modo de que consiguiese llegar á su ciudad y morar en su presencia con sempiterno gozo. Dominada por sus emociones, la mujer exclamó: —¿Y quiere usted llevarnos consigo A mí y á mis hijos, para que vayamos á adorar al Rey? Contestóle el visitante: —Lo amargo ha de venir antes de lo dulce. Para llegar a ciudad Celestial tendrás que pasar por penas y dificultades, como lo hizo el que te ha precedido. Haz lo mismo que él: dirígete á esa portezuela que ves al otro extremo de la llanura: en ella principia el camino que has de seguir, Dios te acompañe. También te aconsejo que guardes cuidadosamente en tu seno esta carta: leedla, tú y tus hijos, hasta que la sepáis de memoria, por cuanto es uno de los cánticos que habéis de elevar durante todo el tiempo de vuestra peregrinación. También deberá entregarse á tu llegada á la puerta celestial.

(Vi en mi sueño, que el anciano, al relatarme esta historia, parecía fuertemente conmovido; pero, recobrando la tranquilidad, reanudó su narración.) Cristiana en seguida juntó á sus hijos, y les habló en los siguientes términos: —Hijos míos, desde hace algún tiempo, como ya habéis notado, mi alma está sumamente afligida, á causa de la muerte de vuestro padre; no porque en lo más mínimo dude de su felicidad, pues estoy convencida de la dicha que disfruta; pero preocúpame en alto grado el estado miserable en que nos hallamos, y, más que todo, el recuerdo de mi comportamiento para con vuestro padre. Ni quise acompañarle, ni dejé que le acompañaseis. Ante la evidencia de mi culpa, siento cómo el remordimiento corroe mi corazón, y sin el sueño que anoche tuve y las halagüeñas esperanzas que esta mañana me dio este señor, tan amargos recuerdos concluirían con mi existencia. Vamos, hijos, arreglémonos y marchemos hacia la puerta que nos dará entrada al camino, para que veamos A vuestro padre y estemos con él y sus compañeros en paz, según las leyes del país celestial.

Viendo A su madre así dispuesta, los niños prorrumpieron en lágrimas de gozo.

Llenado su encargo, el mensajero se despidió, y ellos desde luego comenzaron á hacer los preparativos para el viaje.

 

CAPITULO II

Cristiana recibe la visita de dos vecinas.

Temerosa procura disuadirla de marcharse; pero Misericordia se decide á acompañarla.

A punto de partir estaban Cristiana y sus hijos, cuando dos vecinas llamaron á la puerta.

—Entrad — dijo Cristiana—si venís en nombre de Dios.

Las mujeres se quedaron atónitas: no estaban acostumbradas á oírla emplear semejante lenguaje. No obstante, entraron, y al ver que su vecina se estaba arreglando para marcharse: — ¿Qué significa esto? — exclamaron á una voz.

—Estoy preparándome para un viaje—respondió Cristiana, dirigiéndose á la mayor de ellas, que se apellidaba temerosa. (Esta era hija del sujeto que encontró á Cristiana en el collado Dificultad, y quiso persuadirle á retroceder por temor de los leones.)

TEMEROSA.— ¿Para qué viaje?

CRISTIANA.— Para seguir á mi buen marido.—Y de nuevo, se llenaron de lágrimas sus ojos.

TEM.— Espero que no harás tal cosa. Piensa en tus hijos y no seas necia.

CRIST.— Mis hijos me acompañarán. Ni uno de ellos quiere quedarse.

TEM.— ¿Quién te ha metido en la cabeza estas ideas estrafalarias?

CRIST.— ¡Oh, amiga mía! Si supieras lo que yo, no dudo que irías tú conmigo.

TEM.— ¡Veamos! ¿Qué nuevo saber es éste, que te induce á ponerte mal con tus amigas, y andar á caza de quimeras?

CRIST.— La salida de mi marido me dejó muy afligida, y sobre todo, desde que atravesó el río he quedado sumamente acongojada. Lo que más me inquieta es la diferencia de mi conducta hacia él, mientras gemía bajo el peso de su carga. Además, siento ahora la misma resolución que mi marido sentía, y á todo trance quiero empezar mi peregrinación. Anoche soñaba que le veía. ¡Ojalá estuviese con él! Mora ya en presencia de su Rey; se sienta con El y come á su mesa. Es compañero ahora de seres inmortales, y el palacio más lujoso del mundo me parece un muladar en comparación de la morada que se le ha proporcionado. El mismo soberano me ha enviado á llamar, con promesas de una acogida cariñosa, si acudo á Él. Su mensajero acaba de salir, habiéndome traído una carta de invitación. Acto continuo sacó la carta y se la leyó, añadiendo: —Ahora bien; ¿qué opinas de esto?

TEM. —Que tu marido fue un mentecato, por haberse aventurado tan temerariamente, y que tú no le vas en zaga. ¿Acaso no has oído hablar de las dificultades con que tropezó tu marido tan luego como dio el primer paso por aquel camino? De esto, nuestros vecinos Obstinado y Flexible pueden dar fe, pues le acompañaron, hasta que, como hombres sesudos, tuvieron miedo de ir más adelante. Adelante, hemos oído contar los encuentros que tuvo con los leones, con Apollyón, con la Sombra-de-Muerte y otras muchas cosas. No debes tampoco olvidarte de lo que le pasó en la Feria de Vanidad; y si él, que era hombre, se vio tan apurado, ¿qué puedes hacer tú que no eres sino una débil mujer? Repara en que estos cuatro angelitos son tus hijos, tu carne y tus huesos. Aunque no estimes tu vida, ten compasión del fruto de tu cuerpo, y quédate en casa. Pero Cristiana contestó en los siguientes términos: —Es inútil cuanto digas, vecina. Se me ofrece una ocasión oportuna para alcanzar las riquezas eternas, y sería realmente necia si despreciara tal oportunidad. Aunque me acuerdas las penas y dificultades que probablemente enturaré por el camino, éstas, lejos de desanimarme, me convencen de que tengo razón. Antes que lo dulce ha de venir lo amargo, y esto mismo realza la dulzura de aquella. Por lo cual, puesto que no vienes en nombre de Dios, como dije, te ruego que te retires y me dejes en paz. Después de proferir algunas injurias, dirigióse Temerosa su compañera: —Vamos, amiga Misericordia— dijo;—ya que rechaza estros consejos y desprecia nuestra compañía, dejémosla.

Pero ésta no se hallaba dispuesta á abandonar tan fácilmente á su vecina, por dos razones: primera, por cuanto sentía un amor entrañable hacia Cristiana, y decía para sí —Si está decidida á marcharse, la acompañaré un rato y ayudaré en lo que pueda. —Además, no se sentía ya muy tranquila con respecto á su propia alma, y las palabras de Cristiana la habían impresionado algún tanto. Por eso reflexionaba entre sí de este modo: —Hablaré con ella más detenidamente sobre estos asuntos, y si encuentro que no ha padecido ninguna alucinación, la acompañaré. — Así resuelta, replicó á su vecina: —Espero que no llevarás á mal el que me quede; pero puesto que Cristiana se está despidiendo de su país, tengo deseos de acompañarla un rato, ya que tan hermosa está la mañana.—Guardó, sin embargo, para sí la segunda razón.

TEM.— ¡Anda! Veo que tú también estás para locuras; pero antes de que sea demasiado tarde, mira bien lo que haces. Al peligro, con tiento, como dijo el otro; y quien busca el peligro, en el perece. Adiós.

Dicho esto, se separaron: Cristiana, para emprender su viaje, y Temerosa, para volver á su casa. Una vez allí, ésta envió á llamar á unas cuantas vecinas suyas, cuales eran las señoras Obcecada, Inconsiderada, Liviandad é Ignorancia. Cuando llegaron, las enteró de lo sucedido con Cristiana y de su proyectado viaje. —Teniendo poco que hacer esta mañana—dijo,— me fui á hacer una visita á Cristiana.

Al llegar á la puerta llame, según nuestra costumbre, y me respondió: —Si vienes en nombre de Dios, entra.— Entré, pues, sin sospechar que hubiese novedad; pero la hallé arreglándose para salir del pueblo con sus hijos. Le pregunté qué significaba aquello, y, en resumidas cuentas, me dijo que era su ánimo ir en peregrinación como hizo su marido. Me contó también un sueño que había tenido, y cómo el Rey del país que habita su esposo le había enviado una carta invitándola á dirigirse allá.

IGNORANCIA.— ¡Cómo! ¿Te parece que irá?

TEM.— Sí que irá, venga lo que viniere; y te diré por qué lo creo. Lo que para mí era un argumento poderoso para persuadirla á abandonar la empresa (es decir, las penas y fatigas que de seguro encontrará en el camino), es para ella un gran incentivo para emprender el viaje, pues me dijo, palabra por palabra:— Antes que lo dulce viene lo amargo, y esto mismo realza la dulzura de aquello.

OBCECADA.— ¡Vaya una mujer ciega y loca! ¿Y no ha escarmentado con las aflicciones de su marido? Por mi parte, segura estoy que si él estuviera aquí de nuevo, se contentaría con salvar el pellejo y no correría tantos riegos por nada.

La señora Inconsiderada tomó la palabra diciendo: — ¡Váyanse cuando quieran del pueblo locos tan fantásticos! Buen desembarazo, digo yo. Aunque se quedara, siguiese con estas ideas, nadie podría vivir tranquilamente a su lado; pues ó bien estaría melancólica é irascible con los vecinos, ó hablaría de asuntos que ninguno de buen juicio puede aguantar. Yo os prometo que no lloraré su partida: que vaya en hora buena, y vengan otros mejores en su lugar. El mundo ha degenerado mucho desde que abundan estos caprichosos babiecas.

Luego añadió la señora Liviandad: —Vamos, dejémonos de tales asuntos y hablemos de otra cosa. Ayer estuve en casa de la señora Sensualidad, donde nos divertimos mucho. Figuraos que allí estaba la señora Amor-carnal con otras tres ó cuatro, además del señor Lujurioso, la señora Impureza y otros.

Nos entretuvieron con música y danzas y todo cuanto podía construir á nuestro placer. Es seguro que la señora de la casa posee una educación esmerada y el señor Lujurioso es también un finísimo caballero.

 

CAPÍTULO III

Cristiana y Misericordia se dirigen á la puerta angosta, donde son recibidas. Entretanto, Cristiana, acompañada de sus hijos y Misericordia, proseguía su camino.

Mientras caminaban, entablaron la siguiente conversación:

CRIST.— Amiga Misericordia, considero como un favor inesperado el que hayas venido á hacerme compañía por un rato.

La joven, que todavía era de muy tierna edad, respondió: —Si creyera que fuese ventajoso ir contigo, no volvería jamás al pueblo de que hemos salido.

CRIST.— No temas, y une tu suerte á la nuestra; bien sé yo cuál será el fin de nuestra peregrinación. Mi marido no trocaría su suerte por todo el oro del mundo. No creo que seas rechazada, por más que vayas á invitación mía. El Rey, que nos ha enviado á buscar, es todo misericordia. Además, si tienes algún reparo, me ajustaré contigo, y me acompañarás en carácter de sirvienta; á todo me avengo y todo lo compartiremos, con tal de que me acompañes.

MISER.— Pero, ¿quién puede asegurarme que seré recibida? Si se me ofreciese esta esperanza, por molesto que fuese el camino, iría sin escrúpulo, confiando en la ayuda del Todopoderoso.

CRIST.— Pues escucha, querida Misericordia, y haz lo que te digo: ven conmigo á la portezuela, y allí preguntaremos mas definitivamente acerca de ti. Si no te reciben, consentiré en que vuelvas á tu pueblo. Además te recompensaré la bondad que á mí y á mis hijos nos manifiestas acompañándonos de este modo.

MISER.— En ese caso iré, y me conformaré con lo que resultare. ¡Ojalá que el Señor del Reino sea benévolo conmigo! Mucho se alegró Cristiana al oír esto, no sólo por cuanto tenía ya compañera, sino también porque había persuadido á esta doncella á interesarse por su propia salvación.

Caminando juntas, Misericordia echó á llorar.

—¿Por qué lloras tanto?— preguntó su compañera.

MISER.— ¡Ay! ¿Quién puede no afligirse al considerar el estado lastimoso en que se hallan mis pobres parientes, que aún permanecen en nuestra ciudad pecaminosa? Y lo que agrava mi dolor es el saber que no tiene quien los instruya y les advierta lo que ha de suceder.

CRIST.— Conviene á los peregrinos compadecerse de los demás. Ahora haces por los tuyos lo que hacía mi buen Cristiano conmigo; se afligía y lamentaba porque no hacía caso de él; pero su Señor y el nuestro recogió sus lágrimas y las puso en su redoma, y ahora tú y yo, lo mismo que estos queridos niños, sacamos el fruto y provecho de ellas. Espero que tus lágrimas tampoco se perderán, pues la Palabra nos dice: «Los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá á venir con regocijo trayendo sus gavillas».

Entonces cantó Misericordia:

Sea el Bendito mi guía,

Si es su santa voluntad,

Hacia la puerta del cielo,

Monte de su Santidad.

Y no me permita nunca

De sus caminos salir,

Ni vagar extraviada,

Aunque tenga que sufrir.

Recoja á todos los míos

Que detrás de mí dejé;

Haz, Señor, que tuyos sean,

Llenos de amor y de fe.

 

Cuando Cristiana llegó al Pantano del Desaliento, y recordó el peligro en que estuvo su esposo de perecer ahogado en el fango, sintió por un instante vacilar sus fuerzas. El camino presentábase erizado de dificultades y peligros, y á pesar de las órdenes del Rey para que lo hiciesen transitable, estaba peor que antes.

Interrumpí entonces el relato de mi anciano amigo para preguntarle si era verdad lo del Pantano.— Sí -respondió,— demasiado verdad. Hay muchos que, fingiéndose obreros del Rey, dicen que están encargados de la reparación del camino, y, sin embargo, en vez de piedras echan barro y estiércol, haciéndolo peor en vez de mejorarlo.

Ante los obstáculos que se presentaban, detuviéronse, vacilando Cristiana y sus hijos; pero entonces Misericordia, demostrando más valor, díjoles: —No desconfiemos y sigamos adelantando con precaución; y animados con estas palabras, internáronse en el Pantano, haciendo grandes esfuerzos para atravesar el lodazal.

Cristiana varias veces estuvo en inminente peligro de caer en el cieno, pero al fin consiguieron ganar la orilla opuesta; y una vez en salvo, creyeron oír una voz que les decía:— «Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor».

Echando de nuevo á andar, Misericordia hizo la observación siguiente:— Si como tú tuviese la certeza de encontrar una cariñosa acogida al llegar á la portezuela, me parece que ningún Pantano de Desaliento bastaría para desanimarme.

—Bien — respondió Cristiana;— tú conoces tu llaga y yo la mía; no es este el único percance que tendremos antes de llegar al término de nuestro viaje. Los que nos hemos propuesto alcanzar tan excelente gloria, seremos hostilizados por los que nos aborrecen y envidian nuestra felicidad; créeme.

En este punto Sagacidad se despidió de mí, y yo seguí soñando. Vi á nuestros peregrinos acercarse á la puerta. Una vez en ella, empezaron á discutir la mejor manera de llamar, y lo que habían de decir al portero. Por fin quedaron en que Cristiana, siendo la mayor, llamase en nombre de los demás y expusiese sus deseos al portero. En seguida: comenzó á llamar, dando repetidos aldabazos, como había lecho su esposo. Pero por única contestación oyeron los aullidos de un gran perro, lo cual los llenó de espanto, y en aquel momento no se atrevieron á llamar de nuevo, por temor de que el mastín se lanzase sobre ellos. Estaban ya en gran manera perturbados de espíritu, no sabiendo qué hacer; no osaban llamar á causa del perro, y temían retroceder por temor de que el guardián de la puerta los viese y se enojara con ellos.

Decidiéronse al fin á llamar de nuevo, lo que hicieron con más vehemencia que al principio..

—¿Quién va?— preguntó el portero.—El perro, oyendo su voz, cesó de ladrar, y la puerta les fue abierta.

CRIST. (Inclinándose con ademán de reverencia.)— No se enoje el Señor con sus siervas, por haber tenido la temeridad de llamar á su real puerta.

—¿De dónde venís?— preguntóles el portero. - ¿Qué se os ofrece?

CRIST.— Llegamos del mismo lugar de que vino Cristiano y con el mismo objeto; esto es, que si os place, se nos dé entrada por esta puerta á la vía que conduce á la Ciudad Celestial. A la segunda pregunta, contesto á mi Señor que soy Cristiana, en otro tiempo esposa de Cristiano, el cual ha alcanzado ya la gloria.

Maravillado el portero exclamó: —¡Cómo! ¿Es peregrina ahora aquella que hace poco aborrecía semejante vida? —Sí, señor— dijo ésta, inclinando de nuevo la cabeza, —y también lo son estos mis hijos.

Entonces la tomó de la mano y admitióla, diciendo al propio tiempo: —Dejad á los niños venir á mí;— y dicho esto, cerró la puerta. En seguida dio órdenes á un pregonero que había en la azotea, sobre el portal, para que celebrase su venida con aclamaciones de júbilo y sonido de trompetas. Al instante el mandato fue ejecutado, y los aires resonaron con sus notas melodiosas.

Entretanto, la pobre Misericordia estaba fuera, temblando y llorando, creyéndose rechazada. Pero Cristiana, habiendo ya logrado ser admitida juntamente con sus hijos, comenzó á interceder á favor de su amiga.

—Señor mío— dijo—todavía hay fuera de la puerta una compañera mía, que viene con el mismo intento que nosotros: está sumamente abatida de ánimo, porque viene, á su parecer, sin ser invitada, mientras que yo he sido llamada por el Señor de mi marido.

Misericordia, que principiaba ya á impacientarse, y á quien cada minuto le parecía una hora, impidió á Cristiana interceder más, llamando ella misma á la puerta. Tan fuertes golpes dio, que Cristiana se sobresaltó.

—¿Quién llama?—preguntó el portero.

—Es mi amiga—dijo la mujer.

Abriendo entonces la puerta, miró fuera, y vio que Misericordia había caído desmayada, temiendo no ser recibida.

Entonces, cogiéndola de la mano, le dijo: —Muchacha, levántate.

—¡ Ah, señor! Estoy muy desfallecida; apenas me queda un soplo de vida.

Pero el buen señor le respondió: —Uno ha dicho: «Cuando mi alma desfallecía en mí, acordéme de Jehová, y mi oración entró hasta tu santo templo». No temas, sino ponte en pie y dime por qué vienes.

MISER.— Vengo en busca de aquello á que no he sido llamada, como lo fue mi amiga.

Su invitación fue de parte del Rey; la mía no ha sido sino de parte de ella. Por eso temo.

PORTERO.— ¿Te rogó ella que vinieses acá en su compañía?

MISER.— Sí, me invitó, y como mi Señor puede ver, he aceptado. Si la gracia y el perdón pueden extenderse hasta mí, suplico que á esta vuestra humilde sierva le sea permitida participar de estas bendiciones.

Tomándola de nuevo por la mano, la introdujo cariñosamente por la puerta, diciendo: —Intercedo en favor de todos los que creen en mí, cualquiera que sea la manera como acuden.—Entonces dijo á los circunstantes:—Traed alguna hierba aromática y dádsela para que se reponga de su desmayo.—Le trajeron un manojo de mirra y volvió pronto en sí.

De este modo fueron Cristiana, sus hijos y Misericordia, al principiar su camino de peregrinación, recibidos por el Señor, quien les habló con benignidad.

—Nos arrepentimos -añadieron —de nuestros pecados, y pedimos á nuestro Señor que nos otorgue el perdón, informándonos más particularmente de lo que conviene hacer.

—Concedo el perdón—respondió,— por palabra y por hecho: por palabra, en la promesa de la remisión de pecados; por hecho, en la manera como lo conseguí para vosotros.

Recibid ahora de mis labios un beso, y lo demás ya os será revelado.

 

CAPÍTULO IV

Los peregrinos son agasajados por el Portero. Prosiguiendo su camino, las mujeres son molestadas por dos villanos y oportunamente socorridas por Auxiliador.

Después de esto vi que su Señor les dirigía muchas palabras consoladoras, las cuales colmábanles de alegría, también los condujo á una azotea que había sobre la puerta, desde la cual podían distinguir á lo lejos por qué hecho e habían salvado.

—La misma vista—añadió— se os ofrecerá de nuevo durante el camino para vuestro consuelo.

Luego los dejó abajo solos por un rato en una sala de verano, donde trabaron entre sí la siguiente conversación:

CRIST.— ¡Gracias al Señor! ¡Cuánto me alegro de haber entrado aquí!

MISER.— Bien puedes congratularte; pero yo, sobre todo, tengo motivos fundados para saltar de alegría.

CRIST.— Hubo un momento, mientras estábamos á la puerta, á la que había llamado y nadie contestaba, en que temí que toda nuestra molestia y nuestros trabajos habían ido inútiles, especialmente cuando aquel ruin perro lanzaba tantos alaridos.

MISER.— El temor asaltó mi corazón, sobre todo cuando vi que te habían recibido, mientras que yo quedaba fuera.

Ahora, dije para mí, se ha cumplido lo que está escrito: «Estarán dos mujeres moliendo en un molinillo, la una será tomada y la otra será dejada». Tuve que esforzarme por no gritar: ¡Ay de mí, que soy muerta! Por el momento no me atreví á llamar más; pero, alzando los ojos, me fijé en lo que está escrito sobre la puerta, y cobré ánimo. Entonces parecióme que si no llamaba otra vez me moriría, y así llamé, pero no puedo decirte cómo, porque mi espíritu luchaba entre la vida y la muerte.

CRIST.— ¿No sabes cómo llamaste? Pues los golpes eran tan fuertes que me hicieron estremecer; nunca en mi vida había oído semejantes aldabazos; creía que tenías la intención de entrar por fuerza ó que ibas á «arrebatar el reino».

MISER.— ¡Ay! ¿Quién en semejante situación habría obrado de otra manera? Ya viste que se me había cerrado la puerta, y que por allí había un perro rabioso.— ¿Quién—dijo, — siendo tan tímida como yo, no hubiera llamado con toda su fuerza? Pero, ¿qué dijo el Señor con respecto á mi osadía? ¿No se enfadó contra mí?

CRIST.— Cuando oyó el ruido que hacías, sonrió suave y cariñosamente. Creo que tu importunidad le agradó bastante, pues no manifestó ningún desagrado. Pero me extraña mucho que tenga un perro tan feroz; á saberlo de antemano, temo que no habría tenido valor para aventurarme como lo hice. Pero ya estamos dentro, y me alegro de todo corazón.

MISER.— Si quieres le preguntaré, cuando baje, por qué tiene tan feroz perro en su corral: espero que no lo tomará á mal.

—¡Ah! sí— dijeron los niños,—y persuádele á que lo mate, porque tememos nos muerda cuando salgamos de aquí.

Efectivamente, al bajar de nuevo el Señor, Misericordia se postró delante de él, diciendo:—Que mi Señor se digne aceptar el sacrificio de alabanzas que ahora le ofrezco.

—Paz á ti; levántate — respondióle.

Pero ella continuó postrada, añadiendo: —Justo eres tú, oh Señor, aunque yo me atreva á discutir tus juicios. ¿Por qué guarda mi Señor en su corral un perro tan feroz, á la vista del cual, mujeres y niños como nosotros huyen atemorizados de la puerta? —El perro—dijo— no es mío, y está encerrado en otra propiedad; mis peregrinos sólo oyen sus ladridos. Pertenece al Castillo que se ve allá un poco lejos de aquí, pero pude acercarse á estos muros. Su gritería ha espantado para bien á muchos peregrinos sinceros.

Por cierto que su dueño no lo tiene por buena voluntad hacia mí, sino, al contrario, con el objeto de impedir á los peregrinos venir á mí, é infundirles temor para que no llamen á esta puerta.

Alguna que otra vez se ha escapado, y ha acosado y maltratado á mis amados; por ahora lo sufro todo con paciencia; mas yo dispenso á los míos ayuda oportuna, para que no sean entregados á él y haga de ellos lo que quiera, según lo malévolo de su naturaleza. Pero aun sabiéndolo de antemano, no hubieras tenido miedo de un perro, ¿no es verdad? Los que van mendigando de puerta en puerta, antes que pedir una limosna, corren el riesgo de los ladridos y aun a las mordeduras de un perro. ¿Por qué, pues, habéis de tener miedo de un perro que está en corral ajeno, y cuyos ladridos vuelvo en provecho de los peregrinos? Libró su única de los leones y del poder del perro.

MISER.— Confieso mi ignorancia; he hablado de lo que no comprendía; reconozco que todo lo hacéis bien.

Cristiana entonces principió á hablar de su viaje, y á pedir informes sobre el camino. El Señor, después de darles de comer, lavóles los pies, y luego les enseñó el camino, así como antes lo había hecho con Cristiano. Al ponerse en marcha, el tiempo les favorecía, y Cristiana gozosa cantaba: Bendito por siempre el día En que mi marcha empezó; Y bendito sea el hombre Que á empezarla me movió.

Largos años transcurrieron

Sin tener vida ni paz;

Ahora corro cuanto puedo;

Tarde es mejor que jamás.

Llanto en gozo, miedo en calma,

Se cambian al empezar;

Si el principio es tan hermoso,

Más hermoso el fin será.

 

Al otro lado del vallado que resguardaba la senda, habla un huerto que pertenecía al amo de aquel furibundo perro antes mencionado. Algunos de los árboles frutales extendían sus ramas sobre el muro, y siendo la fruta de hermoso aspecto, sucedía á veces que los viajeros la cogían, con gran perjuicio para su salud. Los niños, pues, con el instinto propio de la juventud, prendados de la fruta, la comieron y empezaron á comer, á pesar de las reprensiones de su madre.

—Hijos míos—dijo ésta,— hacéis mal, porque aquel fruto no es nuestro.

Ignoraba, sin embargo, que perteneciese al enemigo; de otra suerte, hubiera muerto de miedo. Por de pronto, no hubo resultado alguno desagradable, y nuestros peregrinos prosiguieron su camino. Habíanse alejado ya muy poco de la puerta por la que entraron, cuando divisaron dos sujetos muy mal encarados, que venían de prisa á su encuentro. Viendo esto las dos mujeres, cubriérose con sus velos y siguieron andando, con los niños delante. Al encontrarse con ellas, los hombres hicieron ademán de abrazarlas.

—¡Atrás!— exclamó Cristiana.—Seguid por vuestro camino como personas honradas.

Pero estos dos, haciéndose los sordos, desdeñaron las protestas de las mujeres, y comenzaron á ponerles la mano encima. Con esto Cristiana, encendida en ira, les dio de puntapiés, mientras que Misericordia hacía lo que podía por rechazarlos.

—Dejadnos pasar— gritó de nuevo Cristiana.— No tenemos dinero, siendo peregrinas como veis, y para vivir dependemos de la caridad de nuestros amigos.

—No buscamos dinero— dijo uno de ellos;— pero sí venimos á deciros que si queréis concedernos lo poco que pedimos, os haremos mujeres de fortuna.

Cristiana, que adivinó sus intenciones, contestó: —No os escucharemos, ni atenderemos á vuestras razones, ni accederemos á vuestros ruegos. Tenemos mucha prisa y no podemos detenernos; del éxito de nuestro viaje depende la vida ó la muerte.

Dicho esto, las mujeres hicieron otro esfuerzo por pasar adelante, pero los villanos se lo impidieron.

—No atentamos á vuestra vidas —dijeron:— otra cosa es lo que queríamos.

CRIST.— Sí, queríais tenernos en cuerpo y en alma, pues ya sé á qué intento venís: pero antes moriremos aquí mismo que dejarnos caer en redes que pondrían en peligro nuestro bienestar eterno.

En seguida clamaron ambas mujeres á voz en grito:— ¡Asesinos! ¡á ellos!— para ponerse bajo el amparo de las leyes que se han establecido para la protección de la mujer.

Viendo que los malvados no desistían del intento, alzaron otra vez la voz.

No estando todavía muy lejos de la puerta, se oyeron los gritos en este último lugar.

Reconocida la voz de Cristiana, acudieron á todo andar en su socorro. Al llegar el Auxiliador cerca de los peregrinos, encontraron á las mujeres muy apuradas, mientras que los niños lloraban á su lado. —¿Qué villanía es esta que cometéis?— dijo dirigiéndose á los rufianes.— ¿Queréis obligar á las siervas del Señor á pecar?— Intentó también aprisionarlos, pero ellos se escaparon, escalando el vallado y refugiándose en el huerto del propietario del perro, de modo que el mastín llegó á ser su protector.

Preguntadas las mujeres cómo estaban.

— Bien, gracias Á tu Señor— fue la contestación;— pero hemos tenido un gran susto. Mucho te agradecemos el haber venido en nuestro auxilio; de otro modo hubiéramos sido vencidas.

Después de breves palabras, Auxiliador dijo:— Mucho me maravillé, cuando os hospedaron á la puerta, de que, siendo débiles mujeres, no pidieseis al Señor los servicios de un guía. De seguro hubiera accedido á vuestros ruegos, y habríais evitado estos contratiempos y peligros.

CRIST.— ¡Ay! Estábamos tan prendadas de las bendiciones que acabábamos de recibir, que los peligros que podían ofrecerse quedaron en olvido. Además, ¿quién hubiera creído que tan cerca del palacio del Rey se escondieran semejantes bribones? En efecto, hemos hecho mal en no pedir un guía; pero sabiendo el Señor que nos sería ventajoso, es extraño que no nos lo brindara.

AUX.— No es siempre conveniente otorgar las cosas que no se piden, para que no se tengan en poco; pero cuando siente uno la necesidad de una cosa, aprende á apreciarla debidamente y á valerse de ella. Dado el caso de que mi Señor os hubiera concedido un conductor, no hubierais lamentado vuestro descuido en pedírselo, como ahora tenéis ocasión de hacerlo. Así veis que todas las cosas contribuyen á vuestro bien, y tienden á haceros cautelosas.

CRIST.— ¿Volveremos á nuestro Señor para confesarle nuestra indiscreción y pedirle un guía?

AUX.— Yo le ofreceré vuestra confesión. No tenéis necesidad de volver atrás, porque no os faltarán recursos en los lugares donde llegareis. En cada una de las hospederías que mi Señor ha preparado para el alojamiento de sus peregrinos, se encuentra lo necesario para escudarlos contra cualquier atentado. Pero, como dije, quiere ser solicitado para hacerles esto.

Debe ser de escaso valor aquello que no vale la pena de ser pedido.

Dicho esto, los dejó continuar solos su viaje.

MISER.— Esto ha sido un desengaño muy rudo. Me figuraba que ya estábamos fuera de todo peligro, y que la tristeza no nos alcanzaría más.

CRIST.— Tu inocencia, hermana, puede disculparte mucho; pero, por lo que á mí toca, mi culpa es tanto mayor, cuanto que preví este peligro antes de salir de casa, y, sin embargo, no me precaví al hallarme donde podía disponer de los medios necesarios. Por eso me he hecho acreedora á severas reprensiones.

MISER.— ¿Cómo podías saber esto antes de marcharte? Descúbreme este enigma.

CRIST.— Yo te lo diré. La noche antes de partir, habiéndome acostado, tuve un sueño.

Me parecía ver á dos hombres semejantes en todo y por todo á estos dos pillos, que estaban al pie de mi cama conspirando para arruinarme é impedir mi salvación. Era cuando me hallaba tan agobiada de dolor. ¿Qué haremos de esta mujer?—decían,— pues dormida lo mismo que despierta pide perdón. Si se la deja seguir de éste, se nos escapará como lo hizo su marido.

Esto debiera haberme hecho cautelosa, é inducido á precaverme, cuando tenía á la mano lo necesario para conjurar el peligro.

MISER.— Buena ocasión se nos ha proporcionado por medio de este descuido, para enterarnos de nuestras imperfecciones. Nuestro Señor ha aprovechado también esta circunstancia para manifestarnos las riquezas de su gracia, deparándonos favores no solicitados y librándonos bondadoso de manos de personas más poderosas que nosotras.

 

CAPÍTULO V

Los peregrinos en casa de Intérprete. -Las enseñanzas alegóricas que allí recibieron: la mente carnal; altas bendiciones inmerecidas, obtenidas por la fe; las voces de Dios; la mansedumbre; diversidad de dones y gracias; necesidad de llevar fruto; tendencias mundanas de los hipócritas.

Así hablando, aproximáronse nuestros caminantes á una casa que había sido construida en beneficio de los peregrinos. Era la de Intérprete, donde Cristiano tuvo tan afable recibimiento. Al llegar á la puerta, oyeron un gran susurro de voces, y aguzando el oído creyeron distinguir entre otras cosas el nombre de Cristiana. Hay que advertir que les había precedido el rumor de que ella y sus hijos iban en peregrinación, y esto causaba tanto más placer, cuanto que se decía que la esposa de Cristiano, que hacía poco tiempo no quería siquiera oír hablar de tal cosa, era la que estaba en vísperas de llegar. Detuviéronse inmóviles, y oyeron cómo los de lo casa alababan su conducta, no sospechando que el objeto de sus elogios estuviera á la puerta. Al fin Cristiana cobró ánimo suficiente para llamar, como antes lo había hecho á la portezuela, y viniendo á abrir una doncella llamada Inocente, encontróse con las dos mujeres.

—¿Con quién desáis hablar?— preguntóles.

CRIST.— Nos han dicho que éste es un lugar privilegiado para peregrinos, y nosotros lo somos; por lo tanto os rogamos que se nos proporcione hospedaje, porque el día toca á su fin, y no quisiéramos ir más lejos esta noche.

INOCENTE.— ¿A quién anunciaré?

CRIST.— Me llamo Cristiana: fui la esposa de aquel peregrino que hace algunos años viajó por aquí, y éstos son sus cuatro hijos. Esta joven es compañera mía, y va también en peregrinación.

Al oír esto Inocente, entró corriendo, y dijo: —¿Quién pensáis está á la puerta? Pues allí están Cristiana con sus hijos y una compañera suya, pidiendo alojamiento.— Llenos de gozo, fueron á comunicar la nueva al dueño de la casa, quien, dirigiéndose á la puerta, preguntó si era cierto fuese la esposa de Cristiano quien llamaba.

CRIST.— Sí, señor; aquella mujer tan empedernida é indiferente á las penas de su marido, y que le dejó que siguiese su viaje solo, soy yo, y éstos son sus cuatro hijos; mas ahora vengo, porque estoy convencida de que este camino es el único que conduce al bien.

ÍNTER.— Así se ha cumplido aquello que está escrito del hombre que dijo á su hijo: «Ve hoy á trabajar en mi viña; y respondiendo él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fue.»

CRIST.— ¡Así sea, amén! Quiera Dios que esto se verifique en mí, y que al fin sea hallada de Él en paz intachable é irreprensible.

ÍNTER.— Pero ¿por qué te quedas á la puerta? Entra, hija de Abraham. Hace poco rato estábamos hablando de ti, porque habíamos recibido noticias de tu salida: entrad todos—dijo; y los introdujo en la casa.

Después de un corto período de descanso, la familia y criados de Intérprete se presentaron á los huéspedes. La satisfacción que sintieron al ver que Cristiana había emprendido tal carrera, se dibujaba patentemente en sus semblantes: acariciaron á los niños, trataron con esmerado cariño á Misericordia, y á todos y á cada uno les dieron la bienvenida á la casa de su Señor.

Luego, mientras se les aderazaba la cena, les enseñó Intérprete los aparatos alegóricos que Cristiano había visto con tanto provecho. Allí, pues, vieron al hombre enjaulado, al soñador, al valiente que se abrió paso al través de sus enemigos, el cuadro del guía fiel, junto con otras muchas cosas instructivas.

Cuando los peregrinos hubieron meditado debidamente en el significado de estas cosas, Intérprete los condujo á una habitación, en la que había un hombre que no podía mirar sino hacia abajo, teniendo en la mano un rastrillo; al paso que encima de él se veía uno que, llevando en su mano una corona celestial, se la ofrecía en cambio de su rastrillo; pero el hombre, sin alzar los ojos ni poner atención en ello, seguía escarbando entre la paja, las astillas y el polvo del suelo.

CRIST.— Se me figura que comprendo algo del significado de esto. Es la figura de un hombre mundano, ¿no es verdad? INTER.— Has acertado bien, y su rastrillo pone de manifiesto su mente carnal. Este que veis, prefiere más ocuparse en recoger pajas y basura que escuchar á Aquel que lo llama desde arriba, ofreciéndole la corona celestial, y sirve para mostrar que el cielo para algunos no es sino una fábula, y que las cosas materiales se consideran como las únicas sustanciales. El hecho de que el hombre no puede mirar sino hacia abajo, es para enseñaros que las cosas terrenas, cuando se apoderan del espíritu del hombre, alejan su corazón de Dios.

CRIST.— ¡Líbreseme de este rastrillo! INTER.— Esa petición ha quedado arrinconada hasta ser casi olvidada. Apenas uno entre diez mil profiere la súplica: «No me des riquezas». Pajas, astillas, polvo son las cosas de gran actualidad para la mayoría de los hombres.

CRIST. Y ¡"Mis. (Llorando.) — ¡Ay! Sí, es demasiada verdad.

Después de esto, Intérprete les enseñó la mejor habitación que había en la casa; una estancia hermosísima. Les dijo que mirasen en torno suyo, para ver si podrían descubrir algo que les sirviera de provecho. En seguida miraron por todas partes; pero sólo había una enorme araña en la pared, y de ésta no hicieron caso.

—No veo nada— exclamó Misericordia; pero Cristiana callaba.

Instigada á mirar de nuevo Misericordia, dijo: — Aquí no hay nada sino una araña muy fea, asida á la pared.

—¿No hay sino una sola araña en todo este cuarto espacioso? — preguntóles.

Entonces las lágrimas inundaron los ojos de Cristiana; era una mujer de claro ingenio.

—Sí, señor—dijo;— aquí hay más de una, y arañas cuyo veneno es mucho más funesto que el de aquélla.

—Tienes razón—contestó Intérprete mirándola con agrado. Al oír esto, á Misericordia le afluyó la sangre al rostro; los muchachos también se cubrieron la cara, pues ya empezaban á comprender el enigma.

ÍNTER.— La araña ase con las manos (como ya veis), y está en los palacios de los reyes. ¿Por qué se ha escrito esto sino para mostraros que, por llenos que estéis del veneno del pecado, podéis, con la mano de la fe, asiros de la mejor habitación que pertenece al palacio del Rey celestial y morar en ella?

CRIST.— Se me había ocurrido algo de esto, pero no podía profundizarlo todo.

Pensaba que éramos como arañas y que parecíamos feas, por lujosa y soberbia que fuese la habitación en que nos encontráramos; pero no me había venido al pensamiento que en este venenoso y ruin insecto habíamos de aprender la manera de obrar por fe; y en efecto, vemos que la araña, asida con sus patas á la pared, vive en la mejor habitación de la casa. Dios no ha hecho nada en vano.

Nuestros peregrinos recibieron con alegría estas enseñanzas; pero sus ojos se humedecían. Cruzáronse entre ellos miradas significativas, y se inclinaron ante el señor Intérprete.

Este los condujo luego á otro cuarto, donde había una gallina con sus polluelos.

Observándolos un rato, vieron á uno de los pollitos dirigirse á la pila para beber, y cada vez que bebía alzaba los ojos hacia arriba.

—Mirad—dijo— lo que hace este polluelo, y aprended de él á reconocer de dónde proceden las bendiciones. Continuad mirándolos y veréis algo más.

En efecto, repararon en que la gallina llamaba de cuatro diferentes maneras á sus pequeñuelos. Tenía: primero, una voz natural que empleaba todo el día; segundo, un llamamiento especial que se oía de vez en cuando; tercero, un cloqueo; y cuarto, un grito de alarma.

—Aquí—dijo Intérprete—tenéis una imagen de vuestro Rey y sus fieles, pues él también obra de diferente manera para con los suyos. Su voz ordinaria se oye continuamente; cuando ofrece alguna dádiva hace oír un llamamiento especial; habla con acentos tiernos á los que están cobijados debajo de sus alas, lo mismo que la gallina hace con sus polluelos; cuyos acentos se convierten en un clamoreo para advertir á los suyos cuándo se acerca el enemigo.

Os he enseñado estas cosas, porque son fáciles de comprender á las mujeres y niños como vosotros.

Cristiana manifestó deseos de ver más, por lo cual Intérprete los condujo al matadero, donde vio á un carnicero que mataba una oveja, la cual, muy mansa y tranquila, recibía la muerte sin oposición.

—Debéis aprender de la conducta de esta oveja—les dijo, á padecer y soportar injurias y males sin murmuraciones ni quejas. ¡He aquí cuan tranquilamente se deja matar! No se opone á cuanto la hacen sufrir; y vuestro Rey os llama ovejas suyas.

Acto seguido los condujo á su huerto, donde había una gran variedad de flores.

—Ya veis—dijo,— que entre estas flores existe mucha diversidad de altura, color, aroma y virtud; y algunas son mejores que otras: además, permanecen donde el jardinero las ha colocado, y no riñen.

De allí los llevó á su campo, en el que había sembrado trigo y otros cereales; pero, mirando de cerca, vieron que las espigas todas habían sido cortadas, y no quedaba sino la paja.

—Este campo—les explicó—ha sido abonado, arado, y sembrado; pero, ¿qué haremos de la cosecha?— Queman una parte y de lo demás hacen abono—respondió Cristiana —¡Ah!— añadió aquél,— veis que lo que se espera es fruto, y por falta de él se lo condena todo á ser quemado ú hollado de los hombres. Tened cuidado que, diciendo esto, no falléis vuestra propia condenación.

Al regresar de su breve excursión campestre, Intérprete dirigió su atención hacia un pitirrojo que tenía una enorme araña en la boca. Todos fijaron en él la atención, y mientras Misericordia se admiraba, Cristiana exclamó: —¡ Cuánto se envilece este pájaro tan hermoso! Es uno que en plumaje y apariencia es superior á muchos de su clase, y además parece que le gusta mantener relaciones con el hombre; yo creía que se alimentaba de migajas y otras cosas inocentes; francamente, se ha rebajado en mi estimación.

ÍNTER.— Ved ahí en ese pitirrojo un emblema de ciertas personas que hacen profesión de piedad. En apariencia son como este pajarito, que canta bien, tiene colores hermosos, y es de aspecto gracioso. Estas personas fingen un gran amor hacia los sinceros siervos del Señor, y, sobre todo, profesan deseos de asociarse con ellos y estar siempre en su compañía, como si pudiesen alimentarse con el manjar de los piadosos. Alegan también que por eso frecuentan las casas de los buenos y asisten á los cultos del santuario; pero, una vez solos, pueden como este pájaro, coger y engullir arañas, pueden cambiar de alimento y «beber la iniquidad como agua».

CAPÍTULO VI

Los peregrinos reciben otras enseñanzas en casa de Intérprete, donde también se les dispensa hospitalidad.— El baño de la Santificación.

Cuando volvieron á casa, como la cena no estaba todavía servida, Cristiana rogó de nuevo al Sr. Intérprete les enseñase ó dijese otras cosas provechosas. El buen señor, sin dilación, dio principio á una serie de dichos ó refranes sentenciosos.

—Cuanto más gorda es la puerca, más deseos tiene de revolcarse en el cieno; cuanto más engordado el buey, más alegremente va al matadero; y cuanto más sano el hombre robusto, más propenso es al mal.

Las mujeres anhelan andar bien compuestas y garbosas; lo hermoso es estar adornado con lo que es de gran precio á los ojos de Dios.

Es más fácil velar una noche ó dos, que un año entero; así también es más fácil empezar á andar bien, que perseverar hasta el fin.

Cualquier capitán, viendo su barco en peligro de la tempestad, echará primero al mar lo que es de menos valor. Nadie sino el que no tema á Dios se desharía primero de lo más precioso é importante.

Una sola vía de agua bastará para echar á pique al navío, y un pecado causará la ruina del pecador.

Quien se olvida de su amigo, usa de ingratitud hacia él; pero quien olvida á su Salvador, es despiadado consigo mismo.

El que vive en pecado y espera alcanzar la bienaventuranza de la otra vida, es semejante á aquel que siembra cizaña y espera llenar sus graneros de trigo ó cebada.

El hombre que quiera vivir bien, viva cada día como si fuese su último.

El cuchicheo y el cambio de pensamientos son pruebas evidentes de que el pecado existe en el mundo.

Siendo así que el mundo, al cual Dios tiene en poco, es tan apreciado de los hombres, ¿qué será el cielo que Dios encomienda? Cuando nos aficionamos tanto á esta vida, tan pródiga en penalidades, ¿qué será con la vida eterna? Todos están para alabar la bondad de los hombres; pero ¿quién aprecia debidamente la bondad de Dios? Rara vez nos levantamos de comer sin dejar viandas sobre la mesa; así también hay en Cristo más mérito y más justicia de lo que necesita el mundo entero.

Acabados estos proverbios, Intérprete los condujo otra vez al huerto, y les enseñó un árbol cuyo interior se había podrido y estaba hueco; y, no obstante, crecía y producía hojas.

—¿Qué significa esto?—preguntó Misericordia.

—A este árbol—contestó,— cuyo exterior es hermoso mientras que el interior está podrido, pueden compararse a muchos de los que están en el huerto de Dios: con la boca le alaban y engrandecen, pero no quieren hacer nada por Él; son de hermosa apariencia, pero sus corazones no sirven sino para ser alimento para el brasero de Satanás.

Anuncióse ya la cena, y habiendo dado gracias se sentaron todos á comer. Intérprete, como era su costumbre, entretuvo á sus huéspedes con música durante la comida. Además de los instrumentistas, había uno que con voz timbrada cantó:

Sólo el Señor me sostiene;

Él me sustenta y me cuida;

Mientras Él así me guarde,

Nada mi alma necesita.

 

Cuando cesaron la música y el canto, Intérprete preguntó á Cristiana qué era lo que la había impulsado á la vida de peregrinación.

CRIST.— En primer lugar, me afligía á causa de la pérdida de mi marido: esto no era sino el resultado de afectos naturales. Luego acudieron en tropel A mi memoria las aflicciones y la peregrinación de mi esposo, junto con mi ruin y miserable conducta hacia él. En seguida apoderóse de mí tal convicción de mi pecado, que por poco causa mi muerte; pero, afortunadamente, soñé ver la bienaventuranza de mi esposo, al paso que recibí una carta de invitación de su Rey. La carta y el sueño juntos produjeron tan honda impresión en mi ánimo, que me obligaron á dar este paso.

ÍNTER. — Pero ¿no encontraste ninguna oposición antes de salir?

CRIST.— Sí, señor; una vecina mía, una tal Temerosa, llamóme loca, y calificó de desesperada la empresa que tenía proyectada. Hizo todo lo posible por desanimarme, recordándome las penas y fatigas que sufrió mi marido; pero sus argumentos no me convencieron. Lo que sí me turbó, fue un sueño que tuve, de dos mal encarados que parecían armarme trampas para hacer malograr mi empresa; todavía esto me tiene embargado el espíritu, y me hace desconfiar de cuanto transeúnte encuentro, y no son infundados mis temores, pues os diré en confianza que de la puerta acá ambas fuimos tan ferozmente acometidas por dos bribones, muy parecidos á los de mi sueño, que nos vimos obligadas á dar voces pidiendo socorro.

ÍNTER.— El principio ha sido bueno: tu postrimería será bendita en gran manera. Y á tí—dijo dirigiéndose á Misericordia,— ¿qué es lo que te indujo á venir acá, amada mía? No tengas miedo—añadió, al verla sonrojada y temblorosa;— puedes hablar con franqueza.

MISER.— Mi poca experiencia me impone silencio, y al propio tiempo me infunde temor de no poder alcanzar la gloria. No puedo hablar de visiones y sueños como mi amiga; ni tampoco sé lo que es lamentar el haber rehusado el consejo de buenos parientes.

ÍNTER.— ¿Qué, pues, te llevó á tal determinación?

MISER.— Cuando ésta se arreglaba para salir del pueblo, yo y otra vecina fuimos á hacerle una visita; le preguntamos qué hacía, y nos manifestó que la habían llamado á seguir á su marido, y que lo había visto en un sueño en un bellísimo lugar, rodeado de seres inmortales, sus sienes ceñidas de una corona, un arpa en sus manos cantando alabanzas á su Dios, y que comía y bebía en presencia de su Rey. Al escuchar tales palabras, mi corazón ardía en mí, y dije en mi interior: Si esto es verdad, dejaré padre, madre y ciudad nativa, y, si se me permite, acompañaré á Cristiana; pues veía que era sumamente peligroso permanecer en nuestra ciudad. Sin embargo, salí con el corazón oprimido, no porque no tuviese deseos de partir, sino porque tantos parientes míos se quedaban allí. Y ahora, heme aquí, anhelando dirigirme con Cristiana al país celestial.

ÍNTER.— Has principiado bien, por cuanto has dado crédito á la verdad. Eres como Ruth, quien por el amor que tenía á Noemí y al Señor su Dios, dejó á su padre, á su madre y á su propio país, para ir á morar en medio de una gente que no conocía. «El Señor galardone tu obra, y recibas una cumplida remuneración del Señor Dios de Israel, pues has venido á cobijarte debajo de sus alas».

Acabada la cena, luciéronse los preparativos para el descanso de la noche. A las mujeres se les proporcionaron habitaciones, y los niños ocuparon juntos otro cuarto que les fue destinado. Misericordia, sin embargo, se hallaba tan gozosa, que no pudo conciliar el sueño: sus dudas y temores se habían desvanecido, y permaneció toda la noche bendiciendo y alabando á Dios que le había otorgado tan señalados favores.

Levantáronse al amanecer, y se disponían para la marcha; pero Intérprete quiso que esperasen un breve rato, porque les dijo:— Debéis salir de aquí bien aliñados.—Por orden suya la doncella Inocente, que les había abierto la puerta el día anterior, los condujo á la casa de baños situada en el jardín, á fin de que se quitaran el polvo del camino. Allí, pues, se lavaron todos, saliendo luego no sólo limpios y refrescados, sino también vivificados y fortalecidos en todas las junturas del cuerpo; de modo que volvieron á la casa con mucha más bella apariencia que cuando salieron.

—«Hermosos como la luna»— exclamó Intérprete al verlos regresar. Entonces pidió el sello con que solían sellarse los que eran purificados, é imprimióles una señal por la cual podrían ser conocidos en todas partes. El sello era el recuerdo de la Pascua que comieron los hijos de Israel al salir de Egipto. Y la marca les fue puesta entre los ojos, la cual realzaba mucho su hermosura y la gravedad de sus rostros, haciéndolos parecidos á los de los ángeles.

En seguida, dijo Intérprete á la doncella que les asistía que trajese del vestuario vestiduras á propósito para todos. Así, pues, fue y les trajo vestidos blancos, de lino fino, limpio y brillante. Una vez ataviadas las mujeres, parecía que cada una infundía miedo á la otra, porque no podía ver en sí misma la gloria que resplandecía en la otra. Por lo tanto, empezaban ú considerarse cada una inferior a otra.

—Tú eres más hermosa que yo—decía la una; — Tú eres más bella que yo—respondía la otra. Los niños igualmente quedaron sorprendidos al ver la transformación que se había efectuado.

Llegado ya el momento de la despedida, Intérprete llamó á uno de sus criados, un tal Gran-Corazón, ordenándole que debidamente armado condujese á las peregrinas al Palacio Hermoso, en donde habían de parar. Este cogió, pues, sus armas para ir delante de ellos, y todos se pusieron en marcha, siendo despedidos con muchas expresiones de amistad y deseos de un próspero viaje. Al verse de nuevo encamino, prorrumpieron en acentos de júbilo cantando:

Este lugar, nuestra segunda etapa,

Nos ha mostrado cosas de provecho,

Que en edades pasadas para muchos Ocultas estuvieron.

Aquel escarbador, la grande araña,

Las gallinas y sus pollos son ejemplos

De lecciones que dejan en mi mente

Indelebles recuerdos.

Carnicero, jardín, campo sembrado,

Pitirrojo que come sucio insecto,

Y árbol de hueco tronco con sus hojas,

Son faenes argumentos,

Que me mueven á orar, velando siempre,

Á luchar con propósito sincero,

Y á soportar mi cruz día tras día,

Á mi Señor sirviendo.

 

CAPÍTULO VII

Cristiana y sus compañeros, acompañados de Gran-Corazón, llegan á la Cruz: conversación que allí tuvieron respecto déla justificación.— Ven á Simple, Pereza y Presunción colgados de una horca para escarmiento de los malhechores.-—Llegan al pie del collado Dificultad.

Después de esto, vi en mi sueño que nuestras peregrinas, siguiendo á Gran-Corazón, llegaron al sitio donde la carga de Cristiano se había deslizado de sus espaldas y rodando había caído en un sepulcro. Allí se detuvieron para bendecir á Dios.

—Ahora—dijo Cristiana— me viene á la memoria lo que se nos dijo á la puerta, es decir, que recibiríamos el perdón por palabra y obra; por palabra, esto es, por la promesa; por obra, esto es, por la manera como nos fue obtenido. Yo sé algo de lo que es la promesa; y usted, señor Gran-Corazón, sabrá sin duda lo que es recibir el perdón por obra; por lo tanto, explíquenoslo si es su voluntad.

GRAN COR. — El perdón por obra es el perdón obtenido por uno á favor de otro que tiene necesidad de él. El perdón que vosotros habéis alcanzado os fue procurado por otro, esto es, por Aquel que os dio entrada por la puerta; esto lo ha obtenido de doble manera; ha hecho justicia con que cubriros y ha derramado su sangre para limpiaros.

CRIST.— Pero si se desprende de su justicia propia, ¿qué le quedará para él mismo?

GRAN COR. — Tiene más justicia de la que necesitáis. Este de quien hablo no tiene igual. Posee en una persona dos naturalezas, que fácilmente se distinguen, pero no pueden separarse. A cada una de estas naturalezas le pertenece una justicia que le es esencial. Por consiguiente, no participamos de la una ni de la otra justicia, en el sentido de que quedáramos revestidos de ella para vivir por la misma. Además, éste posee una justicia en virtud de la unión de las dos naturalezas, que ni es la justicia de su deidad como distinta de su humanidad, ni la de su humanidad como distinta de su deidad; sino una justicia propia de la unión de estas dos naturalezas, y que puede llamarse la que es esencial á su preparación por Dios para el oficio mediatorio que le fue confiado. No podría desprenderse de la primera sin dejar de ser Dios: ni de la segunda sin manchar su humanidad: ni de la tercera sin abandonar aquella perfección que le habilita para el oficio de Mediador. Posee, pues, otra justicia, que consiste en la obediencia á una voluntad revelada, y de esta reviste á los pecadores y con ella cubre sus delitos. Por lo cual dice:— «Como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos».

CRIST.— Y las otras justicias, ¿no nos son de ninguna utilidad?

GRAN COR. — Sí lo son: pues aunque esenciales á su naturaleza y obra é incomunicables á otro, en virtud de ellas la justicia que nos justifica es eficaz para ello. La justicia que es propia de su deidad, da virtud á su obediencia; la de su humanidad hace que su obediencia sea capaz para justificar; y la que es propia de la unión de estas dos naturalezas para el desempeño de su oficio, autoriza á aquella para la obra para la cual fue ordenada.

Aquí, pues, tenemos una justicia, de la cual Cristo, como Dios, no tiene necesidad por cuanto es Dios sin ella: de que Cristo, como hombre, no tiene necesidad por cuanto es hombre perfecto sin ella: y de que Cristo, como Dios-Hombre, no tiene necesidad por cuanto lo es perfectamente sin ella: por consiguiente, puede desprenderse de ella, y puesto que la regala, se llama «el don de justicia». Esta justicia, ya que Cristo se ha sujetado á la ley, debe regalarse, porque la ley obliga no sólo á hacer lo justo, sino también á practicar la caridad. Según la ley, debe, si posee los vestidos, dar uno de ellos á aquel que no tiene ninguno. Ahora bien; nuestro Señor, en efecto, tiene dos vestidos, uno para Él y otro de sobra; por lo tanto, gratuitamente proporciona uno de ellos á los que no tienen: así es que recibís el perdón por hecho, ó, en otras palabras, por la obra de otro. Vuestro Señor Jesucristo es quien ha obrado, y concede el resultado de su obra al pobre mendigo que lo suplica de Él.

Además, á fin de que se reciba el perdón por obra, algo debe pagarse á Dios como precio de él, á la par que debe Prepararse algo con que cubrirnos. El pecado nos ha sujetado á la justa condenación de una justa ley; y de esta maldición podemos ser librados por medio de la redención, habiendo sido pagado un precio por el mal que hemos cometido, cuyo precio es la sangre de vuestro Señor, quien se puso en vuestro lugar y padeció la muerte que habíais merecido por vuestros pecados. Así os redimió de vuestras transgresiones con su sangre, y cubrió de justicia vuestras almas manchadas y deformes; por amor de lo cual Dios se digna pasar por alto vuestras iniquidades, y no os condenará cuando venga á juzgar al mundo.

CRIST.— ¡Cuan hermoso es esto! Ahora veo que había algo que aprender de ser perdonados por palabra y hecho. Querida Misericordia, procuremos tenerlo siempre presente; y vosotros, hijos míos, acordaos de estas verdades. De seguro que sería esto lo que hizo soltar la carga de mi buen Cristiano y le hizo dar tres saltos de alegría.

GRAN COR. — Sí, el creer esto fue lo que desató aquellas ligaduras que no podían romperse de otra manera; y fue para darle una prueba de la virtud de semejante creencia por lo que se le permitió llevar su carga hasta la cruz.

CRIST.— Ya me lo figuraba; pues aunque antes tenía el corazón alegre y gozoso, ahora siento que mi alegría se ha aumentado de un modo increíble. Lo poco que hasta ahora he sentido basta para convencerme de que, al encontrarse aquí el hombre más cargado y abrumado del mundo, viendo lo que veo y creyendo lo que creo, su corazón saltaría de alegría.

GRAN COR. — La vista y consideración de estas cosas no sólo nos trae consuelo y alivio, sino que engendra en nosotros un amor más profundo; porque ¿quién, reparando en que alcanzamos el perdón de la manera que he descrito, puede menos de conmoverse y sentir un amor vivo y arrebatador á aquel que se lo ha proporcionado?

CRIST. — Es verdad; mi corazón está traspasado de dolor al pensar que Él derramase su sangre por mí. ¡Oh Salvador amante! ¡Oh Cristo bendito! Tú mereces poseerme, pues me has comprado; mereces poseerme enteramente, porque has pagado diez mil veces más de lo que valgo. No hay que extrañarse de que esto hiciese á mi marido fundirse en lágrimas y seguir tan ligero su camino; segura estoy de cómo deseaba tenerme á su lado; pero, vil pecadora como era, le dejé venir solo. ¡Oh Misericordia, ojalá, que tus padres estuviesen aquí! Sí, y la señora Temerosa también, y aun la señora Sensualidad; sin duda alguna, sus corazones serían conmovidos, y ni los temores de aquélla ni las concupiscencias de ésta podrían persuadirlas á volver otra vez las espaldas á este camino.

GRAN COR. — Ahora hablas á impulsos de tus afectos. ¿Estarás siempre tan fervorosa como ahora? ¿Sabes que no todos los que vieron padecer á Jesús sintieron estas impresiones? Algunos de los que presenciaron su muerte y vieron correr su sangre, lejos de conmoverse, se burlaron de Él, y en lugar de hacerse discípulos suyos, endurecieron sus corazones contra Él. Estas emociones que sentís, hijos, resultan de una gracia especial que se os ha concedido. Acordaos de que se os dijo que la gallina, al llamar de su manera usual, no ofrece comida á sus hijuelos.

Durante esta conversación, los peregrinos habían avanzado en el camino, y pronto los vi llegar al sitio donde Cristiano había encontrado, entregados á un profundo sueño, á Simple, Pereza y Presunción; pero que ahora estaban colgados en hierros á unos cuantos pasos de la senda.

—¿Quienes son aquellos tres hombres?— preguntó Misericordia al guía;—¿por qué están allí colgados de la horca?

GRAN COR. — Aquellos eran hombres de muy mal carácter. No querían ser peregrinos y estorbaban á cuantos podían; amaban la pereza y la locura, y procuraban inficionar con los mismos vicios á los demás, enseñándoles á presumir que al fin y al cabo alcanzarían la felicidad lo mismo que los diligentes. Cuando Cristiano pasó por ahí, dormían; ahora veis que están ahorcados, para escarmiento de los demás.

MISER.— ¿Acaso lograron convertir á algunos á sus opiniones?

GRAN COR. — En efecto, hicieron descaminar á varias personas, entre las cuales había un tal Paso-lento, junto con un Corto-de-respiración, un Poco-ánimo, un Antojo-de-lujuria, un Cerebro-soñoliento y una joven llamada Lerda. A estos consiguieron desviarlos y hacerlos como ellos mismos. Además hablaron mal de vuestro Señor, diciendo que era cruel y exigente; desacreditaron la buena tierra, haciendo creer que no era ni con mucho tan buena como se daba á entender; y no contentos con esto, se dieron la tarea de vilipendiar á los siervos del Señor, y de calificar á los mejores de ellos de entrometidos é intrigantes; al pan de Dios lo llamaban paja; á los goces de los suyos, ilusiones y quimeras; y al afán y á las fatigas de los peregrinos, cosas inútiles.

CRIST.— Siendo tan malos dichos sujetos, yo por mi parte no lamentaré su suerte. No han recibido sino lo que merecían, y me parece muy conveniente el que estén ahí ahorcados tan cerca del camino, donde todos pueden verlos y escarmentar. Pero ¿no habría sido oportuno que se grabara en una plancha de metal el relato de sus crímenes, y se colocara aquí mismo donde hicieron el daño, á fin de que sirviese de amonestación á otros malvados?

GRAN COR. — Efectivamente, así se ha hecho, como verás al acércate un poco más al muro.

MISER.— No, no; que queden colgados, que perezcan sus nombres, y que sus crímenes sean para siempre un testimonio contra ellos. Lo considero como un favor especial el que hayan sido ahorcados antes de que llegásemos acá. ¿Quién sabe lo que hubieran podido hacer á pobres mujeres como nosotras? Luego prosiguió diciendo:— Quedaos allí por señal y temor del mismo fin á todo aquel que no sea amigo de los peregrinos. Guárdate, alma mía, de cuantos se oponen á la santidad.

Poco después llegaron al pie del collado Dificultad, y su buen amigo Gran-Corazón aprovechó la ocasión para enterarles de lo que allí sucedió cuando Cristiano pasó por el mismo sitio. Los condujo primero á la fuente.— He aquí— dijo,— la fuente en la que Cristiano bebió antes de subir la cuesta; el agua entonces era buena y cristalina, pero ahora está cenagosa y enturbiada por los pies de ciertas personas que no quieren que los peregrinos templen aquí su sed. Pero todavía servirá el agua si se la pone en un cántaro limpio; entonces el cieno cae al fondo, y el agua sale transparente.— Esto, pues, es lo que Cristiana y sus compañeros se vieron obligados á hacer. La sacaron en una cazuela, y cuando el lodo se hubo depositado al fondo, se refrigeraron con el agua pura.

Después de esto les enseñó el guía dos atajos al pie del collado, donde Formalista é Hipocresía se perdieron.— Estas sendas—dijo— son peligrosas. Dos hombres perdieron la vida en ellas, cuando Cristiano pasó por ahí, y sin embargo de que desde entonces se ha obstruido el paso con postes, cadenas y un barranco, todavía hay algunos que más bien prefieren aventurarse por ellas que tomarse la molestia de subir esta colina.

CRIST.— «El camino de los prevaricadores es duro». Lo maravilloso es cómo aciertan á entrar en tales sendas sin Romperse la cerviz.

GRAN COR. — No obstante, se aventuran; y si acaso algunos de los siervos del Rey los ve, y los llama para advertirles que están en malos y peligrosos caminos, les contestan son chocarrerías y afirman: «La palabra que nos has hablado en nombre del Señor, no oímos de ti; antes pondrélos ciertamente por obra toda palabra que ha salido de vuestra boca». Si miráis atentamente, veréis que se han tomado bastantes precauciones para evitar el tránsito por tales atajos; además de aquellos postes, el barranco y la cadena, se ha cerrado el paso con un seto; sin embargo, se empeñan en pasar.

CRIST — Son holgazanes; no quieren molestarse, y el caminar cuesta arriba les es fastidioso. Así se cumple lo que ha escrito acerca de ellos: «El camino del perezoso es como seto de espinos». Aun prefieren andar sobre una trampa á subir este cerro y seguir lo que resta del camino y que conduce al cielo.

 

CAPITULO VIII

Los peregrinos suben por el collado Dificultad. Descansan en el cenador.

Se encuentran con el gigante Grima, el cual es muerto por Gran-Corazón.

Llegan al palacio llamado Hermoso, donde el guía los deja.

Después de estas observaciones, pusiéronse todos de nuevo en marcha, acometiendo la subida de la cuesta. Al poco trecho, Cristiana comenzó á fatigarse, y exclamó.

— ¡Qué penosa es esta colina! No es extraño que los que aman más la comodidad que el bien de su alma, escojan con preferencia un camino menos áspero.

—Tendré que ¡sentarme un rato—dijo Misericordia. Al paso que el menor de los muchachos echó á llorar.

—¡Vamos, ánimo!—exclamó Gran-Corazón;— no os sentéis aquí, que un poco más arriba está el cenador del Rey.

Diciendo esto, tomó de la mano al niño y lo condujo allá.

Al alcanzar el cenador, de muy buena gana se sentaron, pues todos estaban muy acalorados y sudorosos.

—¡Cuan agradable es el descanso á los que trabajan!— dijo Misericordia— ¡y cuan bueno es el Rey de los peregrinos por haberles provisto de estos lugares de descanso! Mucho me habían hablado de esta glorieta, pero esta es la primera vez que la veo. Cuidado no nos durmamos aquí, pues, según me han dicho, el sueño costó muy caro al pobre Cristiano.

—Vamos, hijos—dijo Gran-Corazón, dirigiéndose á los muchachos:— ¿cómo os encontráis? ¿Qué opináis ahora de ir en peregrinación? —Señor—dijo el menor,— poco faltó para que me desanimara por completo; pero doy á usted las gracias por haberme ayudado é infundido el valor necesario. Ahora recuerdo lo que mi madre decía: que el ir al cielo es lo mismo que subir una escala, mientras que el camino del infierno va cuesta abajo. Pero más prefiero subir la escala hacia la vida, que bajar la pendiente hacia la muerte.

MISER.— Pero dice el refrán que se va más ligero cuesta abajo.

Respondióle Jaime (que así se llamaba):— Día vendrá, en mi concepto, que el caminar cuesta abajo será lo más penoso.

—¡Bravo!—dijo el guía;—muy bien has contestado.

Misericordia se sonrió, mientas que al niño se le subieron los colores al rostro.

—Vamos—dijo Cristiana;— podréis comer un bocado sabroso mientras estáis descansando. Tengo aquí un cacho de granada que me dio el señor Intérprete al salir, junto con un panal de miel y una botella de vino: y como dije cuando emprendimos el viaje, tú, Misericordia, has de participar de todo cuanto tenga, porque de tan buena voluntad uniste tu suerte con la mía. Y usted (dirigiéndose al conductor) ¿quiere acompañarnos en el refresco? —Gracias—respondió éste;— vosotros estáis de viaje, y yo pronto volveré á casa, donde cómo de los mismos manjares todos los días. Buen provecho.

Cuando hubieron comido y bebido, y pasado un rato en agradable conversación, Gran-Corazón les dijo que sería prudente ponerse en camino, dada la hora avanzada del día. Al punto se levantaron para partir, marchando delante los muchachos. A los pocos pasos, Cristiana echó de menos la botella del vino, y envió al niño menor en busca de ella.

—Me parece—dijo Misericordia— que este cenador hace á uno olvidadizo; aquí Cristiano perdió su diploma, y aquí también Cristiana se ha olvidado de su botella. ¿De dónde proviene esto? —Esto—dijo el guía— debe atribuirse al sueño ó al descuido. Algunos duermen cuando deberían estar despiertos; otros se entregan al descuido cuando deberían aguzar la memoria, y esto es el por qué á menudo sucede que en los lugares destinados al descanso, los peregrinos sufren pérdidas. En la hora de su mayor gozo es de todo punto necesario que vigilen sobre sí mismos y se acuerden de lo que han recibido; pero por falta de esto repetidas veces acontece que su gozo acaba en lágrimas, y el resplandor del día se pierde detrás de las espesas nubes.

En fe de lo cual teléis lo que pasó á Cristiano en este paraje.

Al llegar al sitio donde Desconfianza y Temeroso harían salido al encuentro de Cristiano para persuadirle á retroceder, por temor de los leones, percibieron frente al camino una especie de andamio con un letrero delante, en el que se explicaba el motivo de la construcción de semejante tablado, con los siguientes versos: Cuide, quien esto leyere, De su corazón y lengua; Si no, sufrirá, cual otros, De su pecado la pena.

Debajo se leía la siguiente inscripción: «Este andamio fue levantado para castigo de los que, por temor á Desconfianza, no se atrevan á proseguir su camino. Sobre este entarimado á Desconfianza y Temeroso se les agujereó la lengua con un hierro candente, por haber tratado de impedir á Cristiano seguir su viaje.» —Esto—observó Misericordia— se parece mucho al dicho del Amado: «¿Qué te dará ó qué te aprovechará la lengua engañosa? Es como saetas de valiente, agudas con brasas de enebro».

No tardaron mucho en llegar á la vista de los leones. Gran-Corazón era un hombre fuerte, y, por consiguiente, no tenía miedo de un león; pero cuando hubieron llegado á las fieras, los niños, que iban delante, de buen grado se refugiaron detrás de los demás. El guía, al ver esta retirada, no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Cómo es esto, hijos míos?—exclamó.— ¿Os gusta ir delante mientras no se aviste el peligro, y poneros detrás tan pronto como aparecen los leones? Avanzaron todos, y Gran-Corazón desenvainó su espada con intento de abrir paso para sus patrocinados, á despecho de los leones. En aquel momento apareció uno que, por lo visto, había tomado sobre sí el cargo de apoyar á los leones.

—¿Con qué motivo venís por ahí?— gruñó éste, que era de la raza de los gigantes, y se llamaba Grima ó Sanguinario, por cuanto acostumbraba matar á los peregrinos.

GRAN COR. — Estas mujeres y niños van en peregrinación, y este es el camino por donde deben pasar, y pasarán á pesar de ti y de los leones.

GRIMA. — Mientes; ni es este su camino, ni pasarán. Salgo con el objeto de oponerme á ello, y á ese intento apoyaré á los leones.

Verdad era que, á causa de la feroz actitud de los leones y del aspecto torvo del que los patrocinaba, el camino había quedado hacía algún tiempo casi abandonado, y la hierba lo cubría en gran parte.

Viendo esto Cristiana, alzó la voz diciendo: —Aunque los caminos han quedado desiertos, y se ha obligado á los viajeros á andar por atajos y sendas extraviadas, no más será así, pues «yo me he levantado como madre en Israel».

Entonces juró Grima por los leones, que sería así como él había dicho, y les mandó que se apartasen del camino, pues por allí no pasarían. Pero el guía atacóle con tan fuerte empuje con su espada, que le obligó á retroceder.

GRIMA. — ¿Me matarás en mi propio territorio?

GRAN COR. — Estamos en el camino del Rey, y en él has colocado tus leones; pero estas mujeres y niños, aunque débiles, seguirán por él á despecho de todo.

Diciendo esto, le dio al gigante un golpe terrible que le hizo bambolear y caer de rodillas. Con el mismo tajo le había roto también el yelmo, y con el siguiente le cortó un brazo.

Esto hizo al gigante lanzar tan espantosos rugidos, que su voz atemorizó á las mujeres; sin embargo, no dejaron de alegrarse al verle revolcándose en el suelo. Entretanto, los leones, estando encadenados, no podían por sí mismos hacer nada. Una vez muerto el viejo Grima, Gran-Corazón dijo á los peregrinos: —Venid, seguidme, y ningún daño recibiréis de parte de los leones.

Le siguieron, pues, y pasaron sin daño, si bien, al encontrarse frente á ellos, las mujeres temblaban y los niños tenían cara de muertos.

Los caminantes podían ya divisar la casita del portero. En vista de lo peligroso de aquel camino después de anochecer, estaban deseosos de llegar, y apretando el paso, no tardaron en hallarse delante de la puerta. En contestación al llamamiento del guía, el portero preguntó: —¿Quién va? Tan pronto como aquél hubo dicho:—Soy yo,— bajó á abrir, pues Gran-Corazón había pasado muchas veces por allí conduciendo peregrinos. Al abrir la puerta, no viendo de pronto sino al guía, por estar los otros detrás, le dijo: —¿Cómo es esto, señor Gran-Corazón? ¿Qué le trae aquí esta noche á tales horas? —He acompañado—dijo— á algunos peregrinos á esta casa, donde por orden de mi Señor deben alojarse. Hubiéramos llegado mucho más temprano, si no fuera porque el gigante que solía apoyar á los leones se nos opuso; pero después de un combate largo y reñido lo he dejado muerto, y he traído acá á los peregrinos en seguridad.

PORTERO.— ¿Quieres entrar y quedarte hasta la mañana?

GRAN COR. — Gracias, no, que volveré en seguida á mi Señor.

CRIST.— ¡Oh, señor! No sé cómo consentir en que usted nos abandone. ¡Nos ha sido usted tan fiel y cariñoso! Con tanta valentía ha luchado en nuestro favor, con tan buena voluntad nos ha aconsejado, que nunca me olvidaré de sus favores.

MISER.—¡Ojalá que pudiéramos tener su compañía hasta el fin de nuestro viaje!¿Cómo podemos nosotras, débiles mujeres, perseverar en un camino tan lleno de peligros como éste, sin un amigo y defensor? Jaime también, el menor de los muchachos, añadió su súplica á la de los demás: —¡Señor—dijo— le ruego que se deje persuadir, y nos acompañe y ayude, porque somos tan débiles, y el camino es tan peligroso!

GRAN COR. — Estoy á las órdenes de mí Señor. Si dispone que sea vuestro guía hasta el término del viaje, de buen grado os serviré. Pero he aquí la falta que cometisteis en un principio, porque cuando me dijo que os acompañara hasta aquí, debierais haberle rogado me permitiese acompañaros hasta el fin, y de seguro que habría accedido á vuestra petición. Por ahora, pues, debo retirarme; con que, buena Cristiana, Misericordia y mis queridos hijos, adiós.

CAPÍTULO IX

Los peregrinos reciben afable trato en el palacio Hermoso.—Misericordia tiene un sueño halagüeño,—Los muchachos son catequizados por Prudencia.

Luego el portero, cuyo nombre era Vigilante, interrogó á Cristiana acerca de su país y de su parentela.

—Vengo de la ciudad de Destrucción—dijo ésta;— soy viuda, y mi marido fue Cristiano el peregrino.

—¿De veras?—exclamó el portero;— ¿él era tu marido? —Sí—dijo— y éstos son sus hijos; y ésta, señalando hacia Misericordia—vecina del mismo pueblo.— Enseguida el portero sonó su campanilla, como en tales ocasiones solía hacer, y vino á la puerta una de las doncellas llamada Humildad. A ésta le dijo el portero:—Ve y anuncia que la viuda é hijos de Cristiano han llegado.— Hízolo así, y fue grande el gozo que sintieron los de la casa al oír semejantes noticias.

Entonces vinieron apresuradamente á la portería, donde todavía estaban los viajeros, y las doncellas los convidaron afectuosamente á entrar. Cristiana y sus compañeros, sigui éndoles, fueron introducidos en una espaciosa sala é invitados á sentarse. Luego mandaron á llamar á las principales de la casa, para ver y dar la bienvenida á los huéspedes. Entrando éstas, y habiéndoles explicado quiénes eran los peregrinos, saludaron A todos con un ósculo, diciéndoles: —Bienvenidos seáis, vasos de la gracia de Dios; bienvenidos á nosotras vuestras amigas.

Siendo la hora bastante avanzada, y puesto que los viajeros estaban cansados del camino, y desfallecidos por el combate y la vista de los terribles leones, pidieron permiso para retirarse cuanto antes á descansar.

—Aún no—dijeron los de la familia;— primero tendréis que tomar un ligero refrigerio.— Porque les tenían aderezado un cordero con la acostumbrada salsa, por cuanto el portero había recibido aviso de su llegada, y lo había participado á los de la casa. Después de la cena unieron sus voces en oración, la que terminaron con un salmo; y luego acercándose ya la hora de descansar, las mujeres pidieron permiso para ocupar la misma habitación que había sido destinada al uso de Cristiano. Allí, pues, se acostaron, mientras descansaban de sus fatigas, Cristiana y Misericordia entablaron la conversación siguiente:

CRIST.— Cuando mi marido emprendió esta carrera, estaba yo lejos de pensar que un día le seguiría.

MISER.— Y que ocuparías la misma habitación y descansarías sobre la misma cama, como en la actualidad sucede.

CRIST.— Ni mucho menos soñaba ver su rostro, ni adorar al Señor nuestro Rey juntamente con él, como ahora tengo la esperanza de hacerlo.

MISER.— Escucha: ¿no oyes ruido?

CRIST.— Sí; parece que es el sonido de instrumentos músicos que tocan, gozosos de vernos aquí.

MISER.— ¡Maravilloso! Hay música en casa, música por nuestros corazones y música en el cielo por el gozo que nuestra llegada ha causado.

Después de un rato de conversación se entregaron al sueño. A la mañana siguiente, al despertarse, Cristiana dijo á su compañera: —¿Qué era lo que te hacía reír en tu sueño esta noche? Supongo que soñabas.

MISER.— Sí, es verdad; y en efecto, era sueño hermoso; pero ¿estás segura de que me reí?

CRIST. — Sí, te reíste bastante fuerte: ¿quieres contarme el sueño?

MÍSER.— Soñé que estaba sentada sola en un sitio apartado, lamentando la dureza de mi corazón. No hacía mucho tiempo que estaba allí, cuando mucha gente empezó á agruparse á mi alrededor para verme y escuchar lo que decía. Oyéndome quejar de lo empedernido de mi corazón, se mofaron de mi: unos me calificaban de loca, otros comenzaron á empujarme de un lado á otro. En aquel trance alcé los ojos y vi un ser resplandeciente que volaba hacia mí.

Llegando hasta donde yo me hallaba, preguntóme:

— Misericordia, ¿qué tienes?

—Oída mi lamentación, me dijo:

—La paz sea contigo. Me enjugó las lágrimas, vistióme de vestidos brocados de oro y plata, me adornó de alhajas costosas, y rodeó mis sienes de una soberbia corona. Luego, cogiéndome de la mano, dijo:

— Sígueme.—Subimos juntos hasta que llegamos á una puerta de oro. Llamó, y cuando abrieron Entramos: le seguí hasta un trono en el que había uno que me dio la bienvenida. El lugar era resplandeciente y brillaba como las estrellas ó, mejor dicho, como el sol, y allí creí ver á tu marido. Entonces me desperté. ¿Conque me reí?

CRIST.— Ya lo creo, y tenías razón al verte tan favorablemente acogida. Creo que puedes considerar el sueño como buen augurio, y que así como la primera parte ha empezado á verificarse, así también recibirás el cumplimiento de lo demás. «De una ó de dos maneras habla Dios, mas el hombre no entiende. Por sueño de visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres, cuando se adormecen sobre el lecho». No es necesario que siempre estemos despiertos, para poder hablar con Dios. Nos puede visitar aun cuando estemos entregados al sueño. Muchas veces sucede que el corazón vela mientras dormimos, y entonces Dios puede hablarnos por medio de palabras, de proverbios, de señales ó símiles, lo mismo que si estuviéramos despiertos.

MISER.— En todo caso me alegro de haber tenido este sueño, y espero en breve verlo cumplido, y entonces me reiré de nuevo.

CRIST.— Me parece que ya es hora de levantarnos, para enterarnos de lo que conviene hacer.

MISER.— Por poco que nos insten para permanecer más tiempo aquí, aceptemos su invitación. Estoy tanto más dispuesta á quedarme, cuanto que quisiera conocer más de cerca á estas doncellas. En mi concepto, Prudencia, Piedad y Caridad son de muy lindo y simpático aspecto. Cuando poco después bajaron y se hallaron reunidos, preguntóse á las mujeres cómo habían dormido.

—Perfectamente bien—dijo Misericordia.— En mi vida he pasado mejor noche.

—Si queréis quedaros algún tiempo, cuanto hay en casa está á vuestra disposición.

Tan cordial fue la invitación, que nuestros peregrinos no vacilaron en aceptarla, y allí permanecieron más de un mes, con gran provecho de todos.

Un día, Prudencia, queriendo saber de qué manera Cristiana había criado á sus hijos, le pidió permiso para catequizarlos. De buena voluntad consintió la madre en ello, y empezando por el de menos edad, principió así Prudencia: —¿Sabes decirme Jaime, quién te hizo? JAIME.— Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.

PRUD.— Bien dicho: y ¿quién te salva?

JAIME.— Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.

PRUD.— ¿Cómo te salva Dios el Padre?

JAIME.— Por su gracia.

PRUD.— ¿Cómo te salva Dios el Hijo? JAIME.— Por su justicia, muerte, sangre y vida.

PRUD.— Y Dios el Espíritu Santo, ¿cómo te salva?

JAIME.— Iluminándome, renovando mi corazón y preservándome con su gracia.

PRUD. (Dirigiéndose á Cristiana.)— Es digna de encomio la manera como educas á tus hijos. No necesito hacer á los otros las mismas preguntas, puesto que el menor sabe contestarlas tan acertadamente. Dírigiréme ahora á

JOSÉ. — ¿Quieres decirme, José, lo que es el hombre?

JOSÉ. — Un ser racional hecho por Dios, como ha dicho mi hermano.

PRUD.— ¿Qué se supone al decir que uno es «salvo?»

JOSÉ. — Que el hombre por su pecado se ha dejado esclavizar, y ha traído sobre sí mucha miseria.

PRUD.— ¿Qué se supone en el hecho de que uno es salvado por la Trinidad?

JOSÉ. — Que el pecado es un tirano tan grande y poderoso, que ninguno, sino Dios, es capaz de sacarnos de sus garras; y que Dios es tan bueno y compasivo, que se digna rescatar al hombre de tan miserable estado.

PRUD.— ¿Qué objeto tiene Dios en salvar á los hombres.

JOSÉ. — El de glorificar su nombre, ensalzar su gracia justicia, y proporcionar felicidad eterna á sus criaturas.

PRUD.— ¿Quiénes serán salvos?

JOSÉ. — Cuantos aceptaren la salvación.

PRUD.— Tu madre te ha enseñado bien, y has prestado atención á sus enseñanzas.

Ahora, si Samuel no tiene h conveniente, le haré unas cuantas preguntas.—¿Qué es el cielo?

SAM.— Un lugar y estado benditísimo, porque allí mora Dios.

PRUD —¿Y el infierno?

SAM.— Un lugar y estado muy funesto, por cuanto es morada del pecado, de Satanás y de la muerte.

PRUD.— ¿Por qué quisieras ir al cielo?

SAM.— A fin de poder ver á Dios y servirle sin cansancio; para que vea á Cristo y le ame eternamente, y también para que pueda morar en mí aquella plenitud del Espíritu Santo que no puedo en igual grado disfrutar aquí.

Después de encomiar la aplicación de Samuel, ocupó; Prudencia en el examen de Mateo, el mayor.

—¿Hay algo—preguntó— ó ha habido algo que existiera antes de Dios?

MATEO. — No, señora, porque Dios es eterno, y fuera de Él no hay nada que tuviera ser antes del comienzo del primer día; «porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay».

PRUD.— ¿Qué opinas de la Biblia?

MATEO. — Que es la santa palabra de Dios.

PRUD.— ¿No se encuentra en ella nada sino lo que puedas comprender?

MATEO. — Sí, muchísimo.

PRUD.— Cuando tropiezas con pasajes que no comprendes, ¿qué haces?

MATEO. — Pienso entonces que Dios es más sabio que yo; al propio tiempo le pido que se digne hacerme saber todo cuanto sea para mi bien.

PRUD.— ¿Qué crees tocante á la resurrección de los muertos?

MATEO. — Creo que se levantarán los mismos que fueron sepultados, aunque incorruptibles; y esto lo creo por dos razones: 1ª, porque Dios lo ha dicho; y 2ª, porque Dios es poderoso para hacerlo.

A este punto Prudencia dio fin al examen de los muchachos, y díjoles:— Debéis atender siempre á lo que vuestra madre os enseñare, porque podréis aprender de ella más todavía.

Prestad atención también á la buena conversación de otras personas, la que muchas veces está destinada en provecho vuestro; recoged cuidadosamente las enseñanzas que os dan los cielos y la tierra, y sobre todo meditad mucho en aquel libro que indujo á vuestro padre á hacerse peregrino. Por mi parte, mientras estéis aquí os enseñaré lo que pueda, y tendré especial placer en que me hagáis preguntas, siempre que sean sobre cosas útiles y provechosas.

 

CAPÍTULO X

Los intereses mundanos y la misericordia no están de acuerdo.—Funestos resultados de la desobediencia, vistos en la enfermedad de Mateo. —Enseñan á los peregrinos cosas maravillosas antes de reanudar su viaje.

Hacía ya cosa de unos ocho días que los peregrinos se hospedaban en esta casa, cuando Misericordia fue objeto de marcadas atenciones por parte de un sujeto que empezó á frecuentar la casa. Este, que se llamaba Buen negocio, demostraba una regular educación y era piadoso en apariencia, pero estaba muy apegado al mundo.

Poseía Misericordia muchos atractivos; era de lindo y agradable rostro, acostumbraba estar siempre ocupada, y cuando no tenía nada que hacer por su propia cuenta, hacía calceta y vestidos para regalarlos á los necesitados. Buen-negocio, que no sabía dónde ni cómo Misericordia disponía de sus labores, enamoróse de ella porque nunca la encontraba ociosa, y decía para sí: Apuesto á que será buena mujer de su casa.

Misericordia manifestó á las doncellas de la casa lo que pasaba, y les pidió informes acerca de su pretendiente, porque lo conocían mejor que ella.

—Es un joven aprovechado—dijeron— y hace profesión de religión; pero, según tememos, es extraño al poder regenerador del Evangelio.

—En ese caso—afirmó Misericordia — todo se acabó porque tengo el firme propósito de no tener jamás marido que pueda servirme de estorbo en el camino que he emprendido.

Prudencia consideraba que la joven no tendría necesidad de buscar medios para despedirle; que el mero hecho de continuar trabajando á favor de los pobres bastaría para entibiar su celo.

En efecto: cuando nuevamente la encontró entregada á sus faenas habituales, haciendo ropa para los pobres, dijo: —¡Conque siempre trabajando! —Sí—respondió Misericordia,— ó para mí misma ó para otros.

—¿Y cuánto ganas al día? —Hago esto—contestó Misericordia— «para que sea rica en buenas obras dadivosas, atesorando para mi buen fundamento para el porvenir, y alcanzar la vida eterna».

—Pues ¿qué haces de tu trabajo?— preguntóle el mozo.

—Esto lo hago para vestir á los desnudos—dijo.

Tanto le desconcertó esta contestación, que se abstuvo de ir otra vez á la casa, y cuando le preguntaban por qué, respondía que la moza era graciosa en verdad, pero tenía ideas caprichosas.

—¿No te dije—exclamó Prudencia— cuando el aspirante hubo abandonado la empresa, que el señor Buen-negocio pronto te dejaría? Y tal vez te calumniará, porque sin embargo de la profesión que hace de religión, tú y él sois de una índole del todo distinta, y la misericordia es ajena á su naturaleza.

MISER.— He tenido varios pretendientes ya; pero aunque no se quejaban de mi persona, la índole de mi carácter les disgustaba, de manera que no podíamos estar de acuerdo.

PRUD.— Hoy día la misericordia es tenida en poca estima; las gentes se enamoran del nombre, pero la práctica de ella les es demasiado molesta.

MISER.— Más prefiero morir soltera que cambiar de naturaleza, y estoy resuelta á no aceptar jamás marido que no tenga las mismas disposiciones. Tenía una hermana, llamada Generosa, que se casó con un hombre tacaño y soez; pero como nunca estaban de acuerdo, y mi hermana determinó seguir como antes, mostrándose benevolente para con los pobres, su marido primero la denunció públicamente y luego la echó á la calle, y esto á pesar de hacer profesión de piedad. El mundo está lleno de tales hipócritas pero ninguno de ellos será para mí.

Los peregrinos estaban todavía hospedados en el palacio Hermoso, cuando el hijo mayor de Cristiana cayó gravemente enfermo. Tan fuertes eran los dolores que sufría, que su madre hizo llamar á un anciano y experimentado médico que vivía en aquella vecindad, un tal señor Experto. Este, después de un reconocimiento del enfermo, vio que la dolencia había tomado un aspecto maligno y que deberían aplicarse pronto remedios, pues el muchacho estaba en peligro inminente. Hiciéronse indagaciones por descubrir, si fuese posible, el origen de la enfermedad, y grande fue la inquietud de la madre cuando le recordaron la fruta que su hijo había comido, poco después de haber entrado por la portezuela al principio del camino, y su alarma subió de punto al manifestarle el médico que la fruta procedía del huerto de Beelzebub, y era, por consiguiente, altamente dañosa.

Apuró el señor Experto á favor del enfermo los conocimientos médicos que poseía, y no habiendo acertado con lo primero que le recetó, hízole tomar unas píldoras que al poco tiempo produjeron un resultado en alto grado beneficioso. Abundantes y amargas lágrimas vertió el muchacho al tomar el remedio, pero su llanto cambió en gozo al sentirse libre del dolor y restablecida su salud. Pronto pudo levantarse y pasear por la casa, y así andaba de habitación en habitación hablando con Prudencia, Piedad y Caridad de su enfermedad y de la manera cómo había sido curado.

Cristiana, llena de gratitud por el restablecimiento de su hijo, quería recompensar al médico por sus buenos servicios y cuidados, —Tendrás—dijo éste— que pagar al principal del Colegio de Médicos, según los reglamentos que tratan del caso.

CRIST.— ¿Sirven estas píldoras para otras cosas?

EXPERTO.— Es remedio universal y sirve para todas las dolencias á que están expuestos los peregrinos: bien preparado, se conserva siempre bien.

CRIST.— En ese caso, le suplico á usted me proporcione una provisión para el camino: teniendo este remedio no tomaré otro.

EXPERTO.— Estas píldoras sirven como preventivas lo mismo que para curar: y más puedo asegurarte, que empleado debidamente este remedio, hará que un hombre viva para siempre.

Pero adviértase que no debe tomarse de otra manera que la que he prescrito; de otro modo no hará ningún bien. Entonces dio á Cristiana medicina para ella misma y sus compañeros, y habiendo amonestado á Mateo que no volviese á comer fruta prohibida, saludándolos, despidióse.

Una vez restablecido Mateo, acordándose de que Prudencia se había anteriormente brindado para contestar á cualquier pregunta provechosa que se le dirigiese, preguntóle: —¿Cómo es que la medicina es generalmente amarga á nuestro paladar?

PRUD.— Ahí puedes aprender que de la misma manera son desagradables al corazón mundano la Palabra de Dios y sus efectos.

MATEO. — La medicina, cuando acierta, limpia el cuerpo: ¿qué puede aprenderse de esto?

PRUD.— Que la Palabra divina, cuando obra eficazmente, purifica el corazón y la mente: lo que la una hace para el cuerpo, la otra lo hace para el alma.

MATEO. —¿Qué debemos aprender al ver que las llamas de fuego suben, y que los rayos del sol descienden y hacen sentir su influencia desde arriba hacia abajo?

PRUD.— La subida de las llamas nos enseña A elevar el corazón al cielo en fervientes deseos; y los rayos de luz, al descender, nos recuerdan que el Salvador del mundo, aunque excelso, nos alcanza con su gracia y amor aun en nuestra humilde condición.

MATEO. — ¿De dónde sacan las nubes su agua?

PRUD.— Del mar.

MATEO. — ¿Qué podemos aprender de esto?

PRUD.— Que los ministros deben recibir su doctrina de Dios.

MATEO. — ¿Y del hecho de que descarguen luego sobre la tierra?

PRUD.— Que los ministros han de proporcionar al mundo los conocimientos que de Dios tienen.

MATEO. — ¿Qué nos enseña el arco iris formado por el sol?

PRUD.— Que el pacto de la gracia de Dios nos es confirmado en Cristo.

MATEO. — Las fuentes de agua proceden de los grandes depósitos de agua, llegando hasta nosotros filtrándose por la tierra’ ¿hay alguna enseñanza aquí?

PRUD.— Sí, podemos aprender que la gracia de Dios llega hasta nosotros por vía de Jesús.

MATEO. — ¿Y de los manantiales que se encuentran en la cumbre de los altos collados?

PRUD.— Estos enseñan que el espíritu de gracia se manifestará en algunos que son nobles y de alta esfera, lo mismo que en muchos que son pobres y humildes.

MATEO. —El fuego, cuando se apodera del pabilo de la bujía, ¿qué debe recordarnos?

PRUD.—Esto debe recordarnos que si la gracia divina no enciende nuestros corazones, no habrá eri nosotros la verdadera luz de la vida.

MATEO. —¿Qué enseñanza hay en el hecho de que se gasten pabilo y cera en la bujía para dar luz?

PRUD.— Podemos aprender de esto que el cuerpo, el alma y todo deben estar al servicio de Dios y gastarse para mantener viva en nosotros la gracia divina.

MATEO. — Dicen que el pelícano hiere su propio pecho con su pico.

PRUD.— Esto decían los antiguos que era para alimentar á sus pequeñuelos con su sangre. Cristo, de tal modo sana á los suyos, que los salva de la muerte derramando su propia sangre.

MATEO. — Y ¿qué debe recordarnos el canto del gallo?

PRUD.— El pecado de Pedro y su arrepentimiento. El canto del gallo indica también que empieza á amanecer, y debe por eso recordarte el último y terrible día del juicio.

Cuando hubo transcurrido el mes que habían acordado que duraría su permanecía en la casa, los viajeros notificaron á las doncellas que les convenía ponerse de nuevo en marcha. En vista de tal resolución, José recordó á su madre que tendría necesidad de pedir al Sr. Intérprete los servicios de Gran-Corazón para lo que restaba del camino. Cristiana, que lo había olvidado, hizo en seguida una solicitud á ese intento, y rogó á Vigilante, el portero, que la hiciese llegar por algún mensajero de confianza á manos de su fiel amigo, el cual, enterado de su contenido, envió á decir que la petición sería otorgada.

Viendo la familia que los peregrinos estaban decididos á marcharse, se reunieron todos para dar gracias á su Rey por haberles enviado unos huéspedes tan provechosos. Luego quisieron enseñarles algunas de las cosas extraordinarias que había en la casa, á fin de que pudiesen meditar en ellas por el camino.

Primero, en un cuarto pequeño, les mostraron fruto del árbol de que comió Eva y dio después á su marido, por cuyo hecho fueron expulsados del Paraíso. Cristiana, preguntada sobre lo que era, no sabía si era alimento ó veneno, y la explicación que de ello le dieron la dejó vivamente impresionada.

En otra parte les enseñaron la escala de Jacob. Había precisamente entonces ángeles que subían por ella, y tan fascinadora era la vista, que los peregrinos no podían apartar sus miradas del espectáculo. Iban á mostrarles otra maravilla, cuando Jaime pidió que los dejasen allí un poco más; permanecieron, pues, largo rato deleitándose con tan agradable perspectiva. Los condujeron después á un lugar donde vieron colgada un ancla de oro. Dijeron á Cristiana que la bajase, porque, añadieron, es de gran importancia tenerla siempre con vosotros, para que podáis con ella trabaros de lo que hay dentro del velo y estar firmes en caso de que os encontréis con tiempo tormentoso. Gustosamente recibieron nuestros peregrinos tan precioso regalo. De allí los acompañaron al monte, al que nuestro padre Abraham fue para ofrecer á su hijo Isaac, y les enseñaron el altar, la leña, el fuego y el cuchillo para aquel sacrificio empleados. La vista de estos recuerdos obligóles á prorrumpir en alabanzas al Señor por el amor y abnegación del patriarca Abraham.

Después de haberles enseñado estas cosas, Prudencia los llevó al comedor, y cogiendo un bien afinado clavicordio, improvisó un cántico, basado sobre lo que sus huéspedes acababan de ver, que decía:

Para saludable aviso,

El fruto de Eva os mostré,

Y la escala con los ángeles

Que vio Jacob en Bethel;

Un áncora de gran precio

Os di para vuestro bien;

Mas estas cosas no bastan,

Si, como Abrám, no ofrecéis

Lo mejor en sacrificio,

Demostrando vuestra fe.

 

CAPÍTULO XI

Los peregrinos, acompañados de Gran-Corazón, pasan felizmente por el valle de Humillación.

—Visitan el sitio donde tuvo lugar el combate entre Cristiano y Apollyón.

Así agradablemente entretenidos, oyeron que llamaban a la puerta. Era Gran-Corazón, y grande fue el gozo de los peregrinos al verlo; su presencia les recordaba cómo hacía poco tiempo había dado muerte al feroz gigante Grima el Sanguinario, y los había librado de los leones.

Saludando á Cristiana y Misericordia, les dijo: —Mi Señor ha enviado á cada una de vosotras una botella de vino, junto con un poco de grano tostado y un par le granadas; también ha mandado para los muchachos algunos higos y pasas: esto os servirá de refrigerio durante el camino.

Luego se dispusieron á marchar, y Prudencia y Piedad os acompañaron un rato. A la puerta, Cristiana preguntó al portero si recientemente alguno había pasado por aquel camino.

—No—dijo,— pero hace algún tiempo pasó uno, quien me contó que acababa de cometerse un robo de consideración en el camino real por donde habréis de pasar; pero— añadió—ya han capturado á los salteadores, y pronto instruirán causa criminal contra ellos.

Las mujeres se asustaron algún tanto, al recibir estas noticias.

—No hay que tener miedo, madre—dijo Mateo,— puesto que el señor Gran-Corazón ha de acompañarnos.

Cristiana se despidió afectuosamente del portero.

—Me hallo—dijo— sumamente agradecida por las bondades que has mostrado conmigo desde que llegué á esta casa, y por el trato cariñoso y amante que has tenido con mis hijos; no sé cómo recompensar tales favores; pero en prueba de mi agradecimiento, sírvete aceptar esta friolera;—y diciendo esto, puso una pieza de oro en su mano.

El portero la saludó respetuosamente, y dijo: —Que tus vestidos sean siempre blancos y no falte el óleo santo á tu cabeza. Que Misericordia viva y no escaseen sus obras.

Y á los muchachos dijo: —Huid de los deseos juveniles, y seguid la santidad en compañía de los que son circunspectos y sabios; así infundiréis gozo en el corazón de vuestra madre, y alcanzaréis alabanza de parte de todos los que gozan de sano juicio.

Emprendida ya la marcha, adelantaronse hasta llegar á la cumbre del collado. En aquel momento, Piedad se acordó de que había dejado en casa un regalo para nuestros viajeros, y volvió apresuradamente en busca de él. Durante su ausencia, Cristiana oyó, procedente de un bosque á poca distancia de ellos, á la derecha, un trino extraño y de una armonía exquisita con palabras semejantes á éstas:

Has mostrado tu favor

En mi vida sin cesar;

Y en tu casa, Dios de amor,

Para siempre he de morar.

 

Escuchando con atención, parecía que otras notas constaban á las primeras, diciendo:

¿Por qué?

Porque el Señor es bondadoso;

Segura para siempre es su piedad;

Y mientras pasa el tiempo presuroso,

Permanece inmutable su verdad.

 

—¿Qué es lo que produce tan melodiosas notas?—preguntó á Prudencia.

—Son nuestros pájaros silvestres—respondió;—raras veces entonan estos acordes, si no es en la primavera, cuando aparecen las flores y los rayos del sol empiezan á hacer sentir su calor; entonces se les puede oír durante todo el. Muy á menudo salgo á escucharlos, y á veces también los tenemos domesticados en casa. Nos hacen buena compaña cuando estamos abatidas de espíritu, y convierten los bosques y lugares solitarios en sitios deliciosos y apetecibles.

Pronto apareció de nuevo Piedad, y dijo á Cristiana: —Mira, te traigo una relación de las cosas que has visto en casa, la que servirá para traerlas á la memoria para tu edificación y consuelo, si acaso llegas á olvidarlas.

Juntos descendieron del collado al valle de Humillación, la cuesta era escarpada y el camino resbaladizo; pero andando con mucha cautela, bajaron sin tropiezo. Una vez en el valle, Piedad dijo á Cristiana: —Este es el sitio donde tu marido se encontró con el infernal Apollyón, y se trabó la empeñada lucha de que sin duda has oído hablar. Pero ten ánimo; teniendo á Gran-Corazón con vosotras, esperamos que tendréis mejor suerte. En este punto, después de haberlas encomendado al cuidado y protección de su guía, las doncellas se despidieron de ellos. Por el camino dijo Gran-Corazón: —No hay que tener tanto miedo á este valle, pues aquí no hay nada que pueda dañarnos, á no ser que atraigamos el mal sobre nosotros mismos. Es verdad que aquí Cristiano encontró á Apollyón, con quien tuvo una lucha encarnizada; pero aquella refriega fue resultado de los deslices que tuvo al bajar el collado; á los que resbalan allí les aguardan combates aquí.

Por eso este valle tiene tan mala fama; pues el vulgo, oyendo decir que algún desastre ha acontecido á Fulano de Tal en tal sitio, se imagina que el lugar es frecuentado por algún demonio ó espíritu malo, cuando, desgraciadamente, estas cosas que pasan a los viajeros son el fruto de sus obras.

Este valle de Humillación es, en efecto, una comarca tan fértil como otra cualquiera fecundada por el sol, y estoy convencido que no será difícil que encontremos algo por aquí que explique el porqué Cristiano se halló tan apurado.

JAIME.— ¿Qué es aquella columna? Parece que hay algo escrito en ella; vamos á verlo.

Acercáronse, y encontraron un letrero que decía: «Los deslices de Cristiano, antes de llegar á este sitio, fueron causa de la lucha que aquí tuvo que sostener; sirva esto de amonestación á los que en lo sucesivo viajen por este camino.»

GRAN COR. — ¿No os dije que debía hallarse por aquí alguna explicación de los apuros de Cristiano?, dicho sea esto— añadió volviéndose hacia Cristiana—sin desdoro de Cristiano ni de otros muchos que han tenido igual suerte, pues es mucho más fácil subir esta cuesta que bajarla, lo cual puede decirse de muy pocas colinas. Pero dejemos en paz al buen hombre, descansa ya, y además alcanzó una victoria espléndida sobre su enemigo, quiera el que mora en las alturas que no nos sobrevenga otra cosa peor cuando, como é1, pasemos por la prueba.

Volvamos ahora á tratar de este valle de Humillación, en toda esta región no hay un territorio tan bueno y fértil corno éste. El terreno es rico, y ya veis cómo abundan los prados.

Llegue alguno como nosotros en verano, y aunque no sepa nada anteriormente de este sitio, si sabe apreciar o que se le ofrece á la vista, no puede dejar de recrearse con su perspectiva.

¡Cuan verde está el valle. Cuan hermoseado con los lirios!. He conocido a muchas personas de la clase trabajadora que han logrado tener buenas posesiones en esta comarca («Dios resiste á los soberbios y da gracia á los humildes»), por cuanto el terreno es muy fecundo y produce muchísimo Algunos también han sentido no poder pasar directamente de este valle á la casa de su Padre Celestial, y evitar las molestias que causa el atravesar los collados y montañas; pero el camino está trazado, y hay que seguirlo.

En esta agradable conversación entretenidos andaban todos, cuando percibieron un zagal que apacentaba las ovejas de su padre. El mozo vestía ropa muy basta; pero tenía el rostro risueño y bien parecido, y sentado distraíase de sus ocios cantando.

—Escuchad lo que canta—dijo Gran Corazón.

Prestando atención, oyeron que cantaba lo siguiente:

Caer no teme quien en tierra yace;

El que no tiene orgullo no se eleva;

Jesús en el humilde se complace

Y, como Guía, á su mansión le lleva.

 

Con lo que Dios me da vivo contento,

En estrechez lo mismo que en holgura;

Por seguirte, Señor, feliz me siento

Bajo tu santa protección segura.

 

Es peso la abundancia al peregrino,

Que le impide marchar con ligereza;

Será mejor con poco en el camino,

Luego tendrá la celestial riqueza.

 

GRAN COR. — ¿Lo oís? Me atrevo á afirmar que ese mozo lo pasa más alegremente y tiene el espíritu más tranquilo y sosegado que aquel que viste seda y terciopelo; pero reanudemos nuestra plática.

En otro tiempo nuestro Señor tenía una morada en este valle; le gustaba mucho estar aquí; se complacía en pasear por esos prados y respirar su agradable brisa. En este sitio, uno se halla libre del ruido y bullicio de la vida. La confusión y el estrépito son anejos á todos los demás estados; sólo en el valle de Humillación pueden encontrarse la tranquilidad y el retiro.

Nada hay que estorbe á uno en sus meditaciones, como suele haber en los demás sitios. Es un valle que nadie frecuenta sino aquel que ama la vida de peregrino; y si bien Cristiano tuvo la mala suerte de encontrarse aquí con Apollyón, y de batirse aquí furiosamente con él, os advierto que en otras ocasiones los hombres han encontrado ángeles por este camino, han dado con perlas preciosas y han hallado palabras de vida eterna.

No sólo tenía nuestro Señor una residencia aquí, como dije, y hallaba un placer especial en andar por ahí, sino que ha legado á los que viven en el valle ó lo atraviesan una renta anual, la cual se les ha de pagar regular y fielmente para su manutención, y á fin de animarlos á proseguir su peregrinación.

SAM.— Entiendo que en este paraje mi padre y Apollyón , se pelearon; pero ¿en qué parte se dio la batalla?, pues veo que el valle es espacioso.

GRAN COR. — Pelearon á corta distancia de aquí, en un estrecho desfiladero, un poco más allá del sitio llamado Llanura del Olvido; y por cierto que es la parte más peligrosa de estos contornos, pues si alguna vez los peregrinos sufren algún desastre, es precisamente cuando se olvidan de los favores que han recibido y de lo inmerecidos que son éstos. Otras varias personas también se han hallado allí en gran apuro; pero hablaremos con más extensión del lugar cuando lleguemos á él, porque estoy persuadido de que quedará hasta hoy algún rastro del combate, ó algún monumento para conmemorarlo.

MISER.— Me siento tan bien en este valle como en otro cualquiera del camino; me parece que el sitio está en armonía con mi espíritu. Me es muy grato estar donde no se percibe ruido de coches ni de ruedas; aquí puede uno, sin molestia ni estorbo, reflexionar sobre lo que es, de dónde ha venido, lo que ha hecho, y aquello á lo que el Rey le ha llamado; aquí puede uno meditar, humillarse y cultivar la pobreza de espíritu hasta que sus ojos lleguen á ser como «las pesqueras de Hesbon». Los que andan debidamente por este valle de Baca lo convierten en fuente de aguas; la lluvia también, que Dios envía desde el cielo, llena los estanques. De este lugar el Rey dará á los suyos sus viñas, y los que andan por ahí cantarán, como lo hizo Cristiano, á pesar de su encuentro con Apollyón.

GRAN COR. — Es verdad; muchas veces he atravesado este valle, y en mi vida he estado mejor. He servido de guía á varios peregrinos, y ellos han sostenido lo mismo. «A aquél, pues, miraré, dice el Rey, que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla á mi palabra».

En esto llegaron ya al punto donde tuvo lugar el referido combate. Entonces dijo Gran- Corazón:—He aquí el sitio: en este puesto se mantuvo Cristiano, y de allí salió Apollyón á su encuentro. Y mira, Cristiana, estas piedras están manchadas todavía con sangre de tu marido; y aún podemos ver por acá y allá algunas astillas de los dardos rotos de Apollyón. Este terreno evidencia cuan fuertemente debían golpear el suelo, para afirmarse mejor el uno contra el otro, cuando con sus golpes fallidos hendieron é hicieron trizas las mismas piedras. En verdad que Cristiano se portó valerosamente, y mostró tanto arrojo como lo hubiera podido hacer el mismo Hércules. Cuando Apoliyón quedó vencido, refugióse en el próximo valle, que es el de Sombra de Muerte, al cual pronto llegaremos. Allá también se ve un monumento, en el que hay una inscripción conmemorando por siglos sin fin esta refriega, y la victoria que alcanzó Cristiano.

Los peregrinos dirigieron sus pasos al monumento que se levantaba en el camino mismo, y leyeron la inscripción, que decía textualmente:

Aquí tuvo lugar un gran combate,

Bien extraño, no obstante verdadero:

Cristiano y Apollyón, valientes ambos,

Provistos de sus armas se batieron.

Mas Cristiano luchó con tal destreza,

Que puso en fuga á su enemigo fiero;

Y en memoria del triunfo se levanta

Este noble, perenne monumento.

 

CAPITULO XII

Los peregrinos se hallan muy apurados en el Valle de Sombra-de Muerte; pero ayudados por el Todopoderoso salen sin lesión.-Sangrienta lucha entre Gran-Corazón y el gigante Aporreador, que termina con la muerte de éste.

Habiendo pasado este sitio, llegaron á la entrada del ralle de Sombra-de Muerte. Este valle era más largo que el otro; en él abundaban peligros espantosos como muchos pueden testificar; pero nuestros viajeros consiguieron atravesarlo mejor que hubiera sucedido á no tener la luz del día y la presencia y apoyo de su guía.

Al internarse en el valle, les pareció oír gemidos como de hombres en las agonías de la muerte, voces lastimeras en extremo, á la par que lamentos como de personas que sufren tormentos excesivos. Estos ruidos hicieron temblar a los muchachos, y palidecer y estremecerse á las mujeres.

Animados, sin embargo, por el guía, avanzaron hasta llegar á un lugar donde sintieron que la tierra temblaba debajo de sus pies como si hubiese un hueco; oyeron también unos silbidos como de serpientes, pero nada todavía se les ofreció á la vista.

—¿Aún no hemos llegado al fin de este horrible lugar?— preguntaron los muchachos.

Pero Gran-Corazón les exhortó á que tuviesen ánimo, y que mirasen bien dónde ponían sus pies para no caer en algún lazo.

El pequeño Jaime sintióse enfermo; pero, al parecer, la causa principal de su indisposición era el miedo que tenía. Su madre le dio un trago del licor que le había proporcionado en casa de Intérprete y algo del remedio que el señor Experto había preparado, y el niño se repuso algún tanto. Así siguieron valle adentro hasta llegar á la mitad, cuando Cristiana exclamó: —Paréceme que veo algo en el camino, delante de nosotros, una cosa fea y deforme cual nunca he visto.

Interrogada por José, no supo dar otra razón sino que se acercaba rápidamente á ellos.

—Bien—dijo Gran-Corazón;— los que sientan más miedo aproxímense á mí.

El ente infernal se acercaba, y el guía avanzaba hacia él; pero he aquí que, cuando faltaba poco para encontrarse, de repente desvanecióse el enemigo. Entonces se acordaron de lo que anteriormente se les había dicho: «Resistid al diablo, y de vosotros huirá».

Después de este suceso continuaron el camino algo más animados; pero al poco trecho, Misericordia, echando una mirada hacia atrás, parecióle ver un león que venía corriendo detrás de ella. La fiera daba rugidos aterradores, que repetía el eco por todo el valle, aterrorizando á todos menos al guía. Al ver que los alcanzaba, Gran-Corazón se colocó entre la fiera y los viajeros, disponiéndose para resistirla; pero cuando el león vio que se había determinado á oponerle denodada resistencia, se retiró y cesó de molestarlos.

Continuando su marcha, precedidos del guía, llegaron al punto donde el camino era atravesado por un foso, y antes de que pudieran tomar las medidas necesarias para esquivarlo, viéronse envueltos por la oscuridad de una densa niebla. Los peregrinos creíanse perdidos.

—¿Qué haremos lora?— exclamaron; pero el guía calmó su angustia, diciendo:—No temáis; paraos, y veréis que esta dificultad también desaparece. Detuviéronse inmóviles, y en esta situación oyeron más distintamente el ruido de sus enemigos infernales, que parecían correr de una á otra parte, y distinguieron con más claridad las llamas y humareda del Abismo.

Entonces dijo Cristiana á Misericordia:— Ahora veo porqué horrores tuvo que pasar mi marido.

Mucho he oído hablar de este lugar, pero no sabía lo que era. El pobre pasó por aquí solo y en la oscuridad de la noche, mientras estos demonios rugían alrededor de él como si quisieran despedazarle. Muchos han hablado del Valle de Sombra-de-Muerte, pero nadie puede saber lo que es hasta encontrarse en él. «El corazón conoce la amargura de su alma, extraño no se entrometerá en su alegría». Es terrible estar aquí.

GRAN-COR— Esto es como hacer negocio en las muchas rúas ó bajar al profundo; es como estar en el corazón de la mar ó descender á los fundamentos de las montañas: ahora nos parece que la tierra, con sus cerrojos y barras, los tiene encerrados para siempre. Pero «que los que andan en tinieblas y carecen de luz confíen en el nombre del Señor, y apóyense en su Dios». Por mi parte, como ya he dicho, muchas veces he atravesado este valle, y he encontrado mayores peligros que los actuales; sin embargo, me veis todavía con vida. No quisiera vanagloriarme, porque no soy mi propio salvador, pero confío que se nos enviará pronto socorro. Vamos, pidamos luz á Aquel que puede alumbrar nuestras tinieblas, que es poderoso para reprender, no á estos demonios solamente, sino también á todos los que se hallan en los antros del infierno.

En seguida alzaron la voz en demanda de socorro, y Dios atendió su oración enviándoles luz, por medio de la cual vieron que ya no había lodo ni obstáculo alguno. Mas no estaban por eso al fin del valle, y tuvieron que seguir en medio de hedores fétidos y asquerosos que les molestaban en alto grado.— No es tan agradable estar aquí —dijo Misericordia á Cristiana—como en la portezuela, ó encasa de Intérprete, ó en el palacio de que acabamos de salir.

—Pero— dijo uno de los muchachos,—en cambio, no es tan desagradable atravesar este lugar como lo sería permanecer siempre en él; y se me figura que uno de los motivos por que nuestro camino nos conduce por ahí, es para que la casa celestial que nos está preparada parezca más deleitosa por el contraste que forma con este valle.

GRAN COR. — Bien dicho, Samuel; has hablado como un hombre sesudo.

SAMUEL.— Si salgo de aquí, apreciaré la luz y un buen camino más de lo que en mi vida lo he hecho.

GRAN COR. — No tardaremos mucho en salir.

JOSÉ. — ¿Y todavía no se puede ver el fin de este valle?

GRAN COR. — Mirad bien dónde colocáis vuestros pies, porque ahora llegamos adonde hay lazos y redes.

Avanzaron con cuidado; pero los cepos y lazos les molestaron mucho. En esta parte del camino descubrieron en una zanja, al lado izquierdo, el cadáver de un hombre con las carnes ¡desgarradas.

—Aquel—les explicó el guía— es un tal Descuidado, que llevaba el mismo camino que nosotros, pero hace mucho tiempo que yace allí. Cuando fue cogido y perdió la vida, acompañaba a un tal Cauteloso, que escapó de las manos de sus acechadores. No podéis imaginaros cuántos se pierden por aquí, y sin embargo, los hombres son tan locos y atrevidos, que emprenden ligeramente la peregrinación, y piensan pasarse sin guía. ¡Pobre Cristiano! Fue un prodigio que se librase de estos peligros; pero era muy amado de Dios, y también poseía un corazón sincero y valiente; de otro modo, nunca hubiera salido ileso.

Aproximábanse los viajeros á la salida del valle, y al lugar donde Cristiano había visto la cueva de Papa y Pagano, les salió al encuentro un gigante, llamado Aporreador, el cual sobía seducir á los jóvenes peregrinos con sus sofisterías. Llamando por su nombre á Gran-Corazón, le dijo: —¿Cuántas veces se te ha prohibido hacer esto?

GRAN COR. — ¿A qué te refieres?

APOR. — ¿A qué? Ya sabes lo que quiero decir; pero pronto acabaré yo con tu tráfico.

GRAN COR. — Pero antes de batirnos, entendámonos sobre los motivos de nuestra querella. Durante este diálogo los peregrinos temblaban, no sabiendo qué hacer. El gigante continuó: — Robas el país, y tus robos son de los más incalificables.

GRAN COR. — Esto no es sino una acusación general; vengamos á hechos concretos.

APOR. — Traficas en carne humana; recoges á mujeres y niños, los llevas á un país extranjero, con gran detrimento y quebranto del reino de mi Señor.

GRAN COR. — Soy siervo del Dios del cielo; mi ocupación, es la de persuadir á los hombres á que se arrepientan: se me ha confiado el encargo de hacer lo posible por que hombres, mujeres y niños «se conviertan de las tinieblas á la luz, y de la potestad de Satanás á Dios;», y si éste es el motivo de la pendencia, trabemos la lucha cuando quieras.

El gigante avanzó entonces, armado de una gran porra, y Gran-Corazón fue á su encuentro, desenvainando en el acto su espada. Sin más palabras principió el combate, y al primer garrotazo de su contrario, Gran-Corazón cayó sobre una de sus rodillas. Al ver este contratiempo, los niños y mujeres profirieron gritos de angustia; pero el guía, recobrándose, acometió á su adversario con tantos bríos, que le hirió en un brazo. De este modo lucharon, por espacio de una hora, llegando á fatigarse hasta tal extremo, que el aliento salía de las narices del gigante como vapor de una caldera hirviente.

Diéronse tregua por un breve intervalo, y sentóse el gigante á descansar, mientras Gran-Corazón se entregó á la oración. Los peregrinos no cesaron de lanzar suspiros y llorar durante todo el tiempo que duró el combate.

Repuestas un poco sus fuerzas, volvieron los combatientes a la lucha. Gran-Corazón, de un golpe certero, hizo al gigante morder el polvo.

—Alto—exclamó éste; —déjame levantar. — Gran Corazón, en cumplimiento de las leyes de honor, le dejó ponerse otra vez en pie, y renovóse la furiosa lid. Con un fuerte garrotazo, Aporreador por poco rompe á Gran-Corazón el cráneo, en vista de lo cual, éste, encendido en espíritu, se abalanzó sobre su adversario, y logró darle una estocada debajo de la quinta costilla. El gigante, desfallecido, no podía empuñar su porra, y Gran Corazón, con otro golpe le cortó la cabeza.

Grande fue el regocijo de los peregrinos al ver muerto á su enemigo; y Gran Corazón, no menos contento, dio humildemente gracias á Dios por la victoria que le había proporcionado.

Cumplido este deber, levantaron entre todos una columna, sobre la que fijaron la cabeza del gigante, poniendo debajo el siguiente letrero, que los transeúntes pudieran leer claramente.

Esta fue la cabeza de un gigante.

Que á todo peregrino molestaba,

Para que no siguieran adelante,

Y todo el mal posible les causaba.

Mas yo, Gran-Corazón, siempre anhelante

De guiarlos, cual Cristo me ordenaba,

Luché con él y le dejé vencido,

Destruyendo adversario tan temido.

 

CAPÍTULO XIII

Se encuentran los peregrinos con- Integridad, quien les hace agradable y provechosa compañía.— Conversación sobre las dificultades y femares de Receloso, y su triunfante fin.

A poca distancia del lugar donde había ocurrido el referido combate, había una altura levantada, con el objeto que desde ella los peregrinos pudiesen disfrutar de un panorama más extenso. Desde dicha altura fue donde Cristiano vio por primera vez á su hermano Fiel.

Llegados allí nuestros viajeros, se sentaron para descansar y reparar sus fuerzas con un ligero refrigerio, reinando entre ellos mucha alegría por verse libres de tan formidable enemigo.

Mientras comían, Cristiana preguntó al guía si no había recibido daño en la refriega.

GRAN COR. — Nada, sólo unas ligeras heridas en la carne, y éstas, lejos de dañarme, sirven al presente como prueba de mi amor hacia mi Señor y á vosotros, y luego servirán, por la gracia de Dios, para aumento de mi galardón.

CRIST.— ¿Pero no sentiste miedo cuando le viste salir con su garrote?

GRAN COR. — Es mi deber desconfiar de mi propia habilidad y fuerzas, á fin de que ponga mi confianza en Aquel «Que es más poderoso que todos nosotros».

CRIST.— ¿Qué pensaste cuando te derribó al primer golpe?

GRAN COR. — Me acordé de que así fue tratado mi Señor mismo, y no obstante, fue Él quien al fin llevó la victoria.

MATEO. — Piensen otros lo que quieran, por mi parte considero que Dios ha mostrado maravillosa bondad con nosotros sacándonos del valle y librándonos de la mano de este enemigo. Me parece que ya no debemos desconfiar mas de Dios, en vista de la admirable prueba de su amor que acaba de darnos en un lugar como éste.

Después de esto marcharon adelante. Al poco trecho, debajo de un roble, dieron con un anciano peregrino, entregado á un profundo sueño. Supieron que era peregrino por sus vestidos, su bordón y su cinturón.

Despertado por el guía, el hombre alzó la vista, y preguntó azorado: —¿Qué pasa? ¿Quiénes sois y qué hacéis aquí?

GRAN COR. — No te asustes, hombre; todos somos amigos.

Esto no obstante, el anciano se levantó y púsose sobre sí, hasta saber con más seguridad quiénes eran. Entonces, añadió Gran-Corazón:—Me llamo Gran-Corazón; soy conductor de estos peregrinos que se dirigen al país celestial.

—Os pido que dispenséis mi recelo y desconfianza—dijo el peregrino, que se llamaba Integridad;— temía que pertenecieseis á la cuadrilla que robó, hace poco tiempo, á Poca-Fe; pero ahora que os miro con más detención, veo que sois personas honradas.

GRAN COR. — ¿Y qué hubieras podido hacer para defenderte, si en efecto hubiésemos sido salteadores de caminos?

INTEG.— ¿Que habría hecho? Hubiera luchado con todo mi aliento, y haciéndolo así, estoy seguro que nunca me habríais vencido. Un cristiano no puede ser vencido, á no ser que se rinda él mismo.

GRAN COR. — ¡Bravo, amigo! Has dicho la verdad; veo que eres moneda de buena ley.

INTEG.— Y yo también veo que sabes lo que es la verdadera vida de peregrinación, pues todos los demás se figuran que somos los primeros en ser vencidos.

GRAN COR. — Ya que tan felizmente nos hemos encontrado, te ruego me digas tu nombre y el de tu pueblo nativo.

INTEG.— Por lo que respecta á mi nombre, no puedo satisfacerte; en cuanto A mi procedencia, vengo del pueblo de Estupidez, que se halla muchas leguas más allá de la ciudad de Destrucción.

GRAN COR. — ¡Ah! ¿Conque eres tú, eh? Me parece que ya adivino tu nombre; te llamas Integridad, ¿no es verdad? El anciano se sonrojó.— Integridad en abstracto, no— dijo:—sin embargo, así me llaman, y quisiera que mi carácter correspondiese á mi nombre. Pero, ¿cómo has podido adivinar que soy tal hombre, puesto que vengo de un tal lugar?

GRAN COR. — Ya había oído hablar de ti á mi Señor, quien sabe todo cuanto pasa en la tierra; pero más de cuatro veces me ha extrañado el que me saliera alguien de tu pueblo, porque es peor aún que la misma ciudad de Destrucción.

INTEG.— Sí; vivimos más apartados de las influencias directas del sol, y, por consecuencia, somos más fríos y estúpidos; pero aun cuando un hombre se encontrara en una montaña de hielo, si el Sol de Justicia resplandeciera sobre él, su helado corazón se derretiría; así pasó conmigo.

GRAN COR. — Lo creo, padre Integridad, lo creo; pues sé que es verdad.

Entonces el anciano saludó á los peregrinos con el ósculo santo de caridad, y les preguntó cómo se llamaban y lo habían pasado desde que emprendieron su viaje.

CRIST.— Mi nombre, sin duda, no te será desconocido; el buen Cristiano era mi esposo, y estos cuatro muchachos son sus hijos.

¡Qué arrebato de alegría tuvo el bueno de Integridad oír esto! Dio brincos como un joven, sonrióse y los bendijo con mil deseos para su prosperidad, diciendo:— Mucho he oído hablar de tu marido, de su viaje y de las luchas que sostuvo durante su vida. Dígase para tu consuelo que su fama ha cundido por todas partes: su fe, su valor, su paciencia en los sufrimientos y su sinceridad en todo han hecho célebre su nombre. Enterado de los nombres de sus muchachos, díjoles:— Mateo, sigue á Mateo el publicano, o ciertamente en et vicio, pero sí en la virtud. Samuel, como Samuel el profeta, hombre de fe y de oración. José, como José en casa de Potifar, sé casto y huye de la tentación. Y tú, Jaime, imita la conducta de Jacobo en esto y Jacobo el hermano de] Señor. Cuando luego le hablaron de Misericordia, y de cómo se había separado de su pueblo y de sus parientes para acompañar á Cristiana y á sus hijos, añadió:— Misericordia es tu nombre, y por la misericordia serás sostenida y conducida al través de todas las dificultades que te asalten por el camino, hasta que llegues donde podrás mirar cara á cara á Aquel que es fuente de misericordia.

Mientras caminaban juntos, el guía, que había escúchalo con complacencia las palabras de su nuevo compañero de viaje, le preguntó si había conocido á un tal Receloso, que salió de la misma comarca para ir en peregrinación.

INTEG.— Sí, muy bien le conocía. Era un hombre que tenía la raíz de la religión en su corazón, pero era el peregrino más molesto de cuantos he conocido.

GRAN COR. — Ya veo que le conocías, porque le has descrito perfectamente.

INTEG.— ¡Conocerle! Fuimos compañeros íntimos por mucho tiempo, y estábamos juntos cuando por primera vez le asaltaron temores acerca del porvenir.

GRAN COR. — Y yo fui su guía desde la casa de mi amo hasta las puertas de la Ciudad Celestial.

INTEG.— En ese caso sabrás cuan fastidioso era.

GRAN COR. — Es verdad, pero podía muy bien soportarlo todo, porque los de mi profesión tenemos muy á menudo el encargo de conducir personas de semejante índole.

INTEG.— Cuéntanos algo de él; quisiéramos saber cómo se portó mientras estuvo en tu compañía.

GRAN COR. — Este sujeto siempre temía que no llegaría adonde deseaba ir. Todo cuanto oía decir, si tenía la menor apariencia de oposición, le asustaba. Dicen que cerca de un mes estuvo gimiendo y llorando á la orilla del Pantano de la Desconfianza; no se atrevía á aventurarse, por más que vio á varias personas atravesarlo, algunas de las cuales le ofrecieron la mano para ayudarle. Tampoco quería retroceder. Decía que moriría si no llegase á la Ciudad Celestial, y, sin embargo, se acordaba y abatía por cada dificultad que se presentaba, y tropezaba en cada paja que hallaba en su camino. Después de haber permanecido postrado mucho tiempo á la orilla del pantano, un día de sol se aventuró y consiguió atravesarlo sin saber cómo, y una vez que estuvo en la orilla opuesta, apenas podía creerlo. Tenía, me parece, un Pantano de Desconfianza en su mente: un pantano que llevaba consigo por todas partes: de otro modo, nunca hubiera sido lo que era. Llegó á la puerta que como sabéis, está al principio de este camino, y allí también aguardó mucho tiempo sin osar llamar. Cuando la puerta se abría se retiraba, cediendo su lugar á otros, pues decía que no era digno de entrar. Así es que, si bien llegó antes que algunos, muchos entraron primero que él. Allí se quedaba temblando y encogiéndose, daba lástima verlo; pero no quería volver atrás. Al fin cogió la aldaba y dio un par de golpecitos; franqueáronle la puerta en seguida, pero él se retiró como antes. Entonces salió el portero, y díjole:— Tú tiemblas, ¿qué quieres?—Receloso, al oír esto, cayó en tierra. El portero se maravilló al verlo tan apocado de ánimo y le alentó diciendo:— La paz sea contigo; levántate, eres bendecido. Con esto se levantó y entró temblando, y aún después de estar dentro se avergonzaba de enseñar su rostro. Pues bien; después de haber sido obsequiado allí algún tiempo de la manera que ya sabéis, le dijeron que prosiguiera su camino y se le indicó la senda que había tomar. Así anduvo hasta llegar á nuestra casa; pero así se había portado fuera de la portezuela, así lo hizo á la puerta de mi Señor el Intérprete. Se quedó fuera al frío mucho tiempo antes de que cobrase valor para llamar, quería volver, y precisamente entonces las noches eran más y más frías. Llevaba en su seno una carta urgente, dirigida a mi Señor, encareciéndole que lo recibiese y agasajase, también le proporcionase un fuerte y valiente guía, por tanto él mismo era tan medroso; y, sin embargo de todo, temía llamar á la puerta. Así, pues, estuvo el pobre vagando alrededor de la casa, hasta que se halló casi muerto de hambre.

Tan profundo era su estado de abatimiento, que no podía decidirse A llamar, aunque vio algunos que con pedir la entrada eran admitidos. Por fin, mirando yo por una ventana, y viendo á un hombre que vagaba cerca de la puerta, salí y pregúntele quién era; pero, ¡pobre hombre!, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y por eso adiviné lo que deseaba. Entré, por lo tanto, lo manifesté en casa y fuimos á participarlo á nuestro Señor. Este me envió de nuevo á suplicarle que entrase, y bastante trabajo me costó. Al fin y al cabo, accedió á mis súplicas y entró; y dicho sea en honor de mi Señor, éste le trató con un cariño y atención maravillosos. Pocos bocados delicados había sobre la mesa sin que se depositase parte sobre su plato. Entonces presentó la carta, y mi Señor, habiéndola mirado, dijo que se atendería á sus deseos. Después de algún tiempo dé estar allí, parecía que nuestro hombre cobró más ánimo y sintióse más cómodo, pues ha de saberse que mi amo es muy tierno y compasivo, especialmente con los que son temerosos; de consiguiente, le trató del modo que mejor contribuía á infundirle confianza.

Cuando hubo visto las curiosidades de la casa y estaba para continuar su viaje, mi amo le dio, como antes á Cristiano, una botella de licor y algunas cosas apetitosas para comer.

Emprendimos la marcha, viniendo él detrás de mí; pero era hombre de pocas palabras, y tenía la costumbre de lanzar fuertes suspiros. Cuando llegamos á la horca de que estaban colgados aquellos tres pillos, dijo que temía no le alcanzase la misma suerte. En cambio, se alegró mucho al ver la cruz y el sepulcro; quiso quedarse allí un rato para contemplarlos, y por algún tiempo después pareció algo animoso. Al llegar al collado Dificultad, no vaciló en subirlo, ni mostró mucho miedo de los leones. Su inquietud no era motivada por estas cosas; lo que le infundía miedo era la duda que tenía de si sería aceptado al terminar su viaje.

Le hice entrar en el palacio Hermoso antes de lo que hubiera querido, y una vez dentro, le presenté á las doncellas de la casa; pero sentía demasiado temor para disfrutar su compañía.

Su anhelo era estar solo, aunque le gustan las pías conversaciones, y á menudo se ocultaba detrás de la mampara para escucharlos. Mucho le agradaba también ver las cosas antiguas y meditar en ellas. Más tarde dijo que había hallado especial placer en estar en las otras dos casas, es decir, en la de la portezuela y la de Interprete, pero que no se había atrevido á preguntar nada.

Salimos del palacio Hermoso y bajamos por la cuesta al valle de Humillación; jamás he visto un hombre bajarla mejor; no le importaba cuan humilde fuese, con tal que pudiese alcanzar al fin la bienaventuranza. Me parece que había una especie de simpatía entre él y aquel valle, porque en toda su peregrinación nunca le vi más contento y feliz que allí. Se tendía en el suelo, abrazaba la tierra y aún besaba las flores que crecían en el valle. Se levantaba cada mañana al rayar el alba, y se paseaba por aquellos contornos.

Pero cuando llegamos á la entrada del valle de Sombra: Muerte, temí perderlo, no porque tuviese inclinación á retroceder; eso lo aborrecía siempre, pero estaba como para morir de miedo. «¡Oh, los fantasmas me cogerán! ¡Seré preso por los demonios!» exclamaba atemorizado; y yo no podía hacerle creer lo contrario. Allí lanzó tantos gritos, le temí que sus alaridos fuesen causa de algún ataque, pero una cosa me llamó mucho la atención, y fue que ni antes ni después he visto el valle tan tranquilo como en aquella ocasión. Supongo que los enemigos se hallaban entonces refrenados por mandato especial del Señor, quien les había prohibido hacer de las suyas hasta que Receloso hubiera atravesado.

Sería demasiado cansado contároslo todo; por eso me concretaré á un par de incidentes más. Al llegar á la Feria de Vanidad, pensaba yo que se hubiera batido con todos los feriantes. Temía que nos matasen á garrotazos, tan colérico se puso contra sus locuras. En Tierra-Encantada también se mostró muy cauteloso y vigilante. Pero cuando llegó al río donde no había puente, estuvo de nuevo sumamente abatido. «Ahora—dijo— pereceré ahogado, y nunca podré gozar de la vista de aquel rostro por el que tantas leguas he viajado.» Allí también llamóme la atención una cosa notable: el agua del río estaba al más bajo nivel que jamás la he visto, de modo que al fin lo atravesó poco menos que en seco. Mientras subía hacia la puerta de la ciudad, comencé á despedirme de él, deseándole un feliz recibimiento.

—Sí que lo tendré, no cabe duda—exclamó;— y con esto nos separamos, y no lo volví á ver.

INTEG.— Así parece que al fin salió bien.

GRAN COR. — Sí, nunca lo dudé yo; era hombre de un espíritu hermoso, sólo que siempre estaba muy abatido, y eso hacía que su vida fuese una pesada carga á él mismo y molesta á los demás. Sobre todo, tenía la conciencia muy tierna. Temía hasta tal extremo perjudicar á otros, que con frecuencia se privaba de lo que era lícito por no hacerles tropezar.

INTEG.— Pero ¿cuál puede ser la razón por que un hombre tan bueno estuviera tanto en tinieblas durante toda su vida?

GRAN COR. — Una de las razones de esto es que el Dios todo sabio lo quiere así; algunos tañen y otros endechan.

El señor Receloso era uno que tocaba siempre el bajo, correspondiéndole, como á los demás de su carácter, los instrumentos de notas más lúgubres, aunque por cierto, dicen unos que el bajo es el fundamento de la música. Por mi parte, no doy un bledo por aquella profesión de piedad que empiece con la aflicción de espíritu. Las primeras notas toca el músico, cuando quiere afinar un instrumento, y las del bajo: así también Dios, cuando afina para sí el alma de una persona, toca primero esta cuerda. La imperfección de Receloso consistía en que no supo producir otros sonidos musicales hasta estar ya cerca de su fin. (Hablo en este estilo metafórico para contribuir al desarrollo del ingenio de mis jóvenes lectores, y porque en el libro del Apocalipsis se compara á los redimidos á una compañía de músicos que, acompañándose con sus trompetas y arpas, entonan sus cánticos delante del trono de Dios.

INTEG.— De lo que nos has relatado se desprende que era celoso un hombre lleno de celo; no temía en lo más mino las dificultades, los leones, ni la feria de Vanidad; lo que le infundía terror era el pecado, la muerte y el infierno, porque abrigaba algunas dudas acerca del derecho que tenía al país celestial.

GRAN COR. — Tienes razón. Estas eran las cosas que le molestaban, y procedían, como bien has dicho, no de ninguna debilidad de espíritu con respecto á la parte práctica de vida de peregrinación, sino de la flaqueza de su ánimo acerca de aquéllas; pudiéndose asegurar que ningún obstáculo físico hubiera podido desviarlo de su camino; pero ninguno ha podido sacudir con facilidad los temores sentidos por Receloso.

CRIST.— Este relato acerca de Receloso me ha sido de gran utilidad, pues creía que no había habido nadie tan afligido como yo; pero veo que las aflicciones sentidas por ese buen hombre tienen alguna semejanza con las mías: sólo nos diferenciamos en dos cosas: sus penas eran tan graves, que se declararon; pero las mías las guardé escondidas en el corazón.

Las suyas también le gravaron, hasta el punto de impedirle llamar á las casas preparadas para nuestro hospedaje; pero las mías eran tales, que me obligaron á llamar con más fuerza.

MISER.— Para descargo de mi corazón, debo manifestar que he sentido algo del mismo espíritu que animaba á Receloso; porque siempre he temido más el infierno y la pérdida de un lugar en el Paraíso, que la pérdida de otras cosas.—¡Oh!—discurría— ¡qué no haría yo para alcanzar la felicidad de poseer una morada allí, aunque para lograrla tuviese que sacrificar lo que más aprecio en este mundo!

MATEO. — El temor era la única cosa que me hacía creer que distaba mucho de poseer en mi interior lo que acompaña la salvación; pero si todo esto pasó á un hombre tan bueno como él, ¿por qué no esperar que al fin yo también triunfaré del todo? JAIME.— Sin temor no habrá gracia. Aunque no hay siempre gracia donde existe temor al infierno, es cierto que donde no existe el temor de Dios tampoco existe la gracia.

GRAN COR. — Bien dicho, Jaime; has dado en el blanco: «El temor de Dios es el principio de la sabiduría»; y por cierto, los que no tienen el principio carecen también del medio y del fin. ¡Ojalá que otras muchas personas se asemejasen más con respecto á esto á nuestro amigo Receloso.

 

CAPÍTULO XIV

Ocúpanse de terco los peregrinos en su conversación. Llegan á la posada de GAYO.

—Cariñoso recibimiento que allí se les hizo.

Con las palabras antes citadas, Gran-Corazón puso término á su plática sobre Receloso, pero no por eso decayó la conversación. Integridad en seguida empezó á hablar de otro que se llamaba Terco.

— Este—dijo el anciano— aparentaba ser peregrino, pero estoy persuadido de que nunca entró por la portezuela.

GRAN COR. — ¿Le hablaste alguna vez sobre el particular.

INTEG.— Sí, más de dos veces; pero su carácter cuadraba con su nombre: era siempre voluntarioso. No hacía caso ni de personas, ni de argumentos, ni de ejemplos; hacía lo que se le antojaba, y ninguna persuasión podía con él.

GRAN COR. — Sin duda sabrás y podrás decirnos por que principios se regía.

INTEG.— Mantenía que uno puede imitar los vicios lo mismo que las virtudes de los peregrinos, y que haciendo así has cosas, de seguro se salvaría.

GRAN COR. — ¡Cómo! Si hubiera dicho que es posible que los mejores sean culpables de los vicios, á la par que puedan participar de las virtudes de los peregrinos, no podríamos contradecirle, porque no estamos absolutamente exentos de ningún vicio, sino en cuanto velemos y resistamos Pero veo que no es esto lo que quería decir; si te he comprendido bien, ese sujeto mantenía que era lícito hacerlo.

INTEG.— Justo; así lo creía y así lo practicaba.

GRAN COR. — Pero ¿qué fundamento tenía para semejante aserción?

INTEO.— Decía que tenía en apoyo suyo las Sagradas Escrituras.

GRAN COR. — Te agradeceremos que nos cuentes algún detalle.

INTEG— Con todo mi corazón. Decía que el tener trato con las mujeres de otros hombres había sido practicado por David, el amado de Dios, y, por consiguiente, él podía hacerlo; que el tener pluralidad de esposas era lo que Salomón había practicado; luego él podía seguir su ejemplo; que Sara, las piadosas comadronas de Egipto, y Rahab, que fue salvada cuando la toma de Jericó, mintieron, y él tiene derecho á hacer lo mismo; que los discípulos fueron por orden de su Señor á robar un asno, lo cual le daba á él licencia para hurtar; que Jacob logró de su padre la herencia por medio de fraude y disimulo, y que él, por consecuencia podía seguir con impunidad el camino del engaño.

GRAN COR. — ¡Ruin y miserable! ¿Y estás seguro que sostenía tales opiniones?

INTEG.— Le he oído abogar en defensa de ellas, alega argumentos para probarlas, y citar las Escrituras en apoyo de ellas.

GRAN COR. — Tal opinión no es digna de crédito alguno.

INTEG.— Entiéndelo bien: no decía que todo hombre pudiese hacer esto, pero sí que las personas que poseyesen las virtudes de los que practicaban tales cosas tenían licencia para hacer lo mismo.

GRAN COR. — Pero ¡qué conclusión tan falsa! Esto es lo mismo que si dijera que, puesto que algunas buenas personas en tiempo pasado han pecado por causa de sus debilidades, él tenía por eso derecho á hacer lo mismo A sabiendas y presuntuosamente; ó porque una criatura, empujada por una ráfaga de viento, ó por haber dado con una piedra, cayó y se manchó con el barro, él podía de propósito echarse en el cieno y revolcarse en él como un jabalí, quién hubiera creído que uno pudiese estar tan obcecado por la concupiscencia? Es verdad lo que está escrito: «Tropezaron en la palabra, siendo desobedientes: para lo cual fueron también ordenados».

Suponer que los que se entregan de intento; a los vicios que han caracterizado á algunos hombres piadosos, pueden poseer sus virtudes, es también una equivocación grande como la otra. Es como si un perro dijera:— Tengo o puedo tener las cualidades del niño, porque devoro asquerosos excrementos.— Cometer con premeditación pecados del pueblo de Dios, no es seña de que uno posee sus virtudes; ni puedo creer que una persona que niegue tal opinión pueda tener fe en Dios ó amor hacia El, yo sé que refutaste sus ideas con algunas razones poderosas, ¿Que dijo en defensa suya?

ÍNTEG.— Alegó que parece mucho más honroso hacer como resultado de creencias, que hacerlo á pesar de opiniones contrarias.

GRAN COR. — Este razonamiento es perverso en extremo, aunque es malo dar rienda suelta á las pasiones y concupiscencia, mientras las opiniones lo reprueban, el pecar y alegar licencia para ello es peor. Lo primero hace tropezar á los demás inopinadamente, mientras lo segundo conduce, á fuerza de argumentos, á la trampa que les está armada.

INTEG.— Hay muchos que son del mismo parecer que ese malvado, pero no tienen la misma desvergüenza en manifestarlo, y esto es lo que desacredita tanto la vida de peregrinación.

GRAN COR. — Desgraciadamente, es verdad; pero quien teme al Rey del Paraíso, saldrá de en medio de ellos.

CRIST.— Por el mundo corren opiniones harto extrañas. Conocí á uno que decía que habría tiempo para arrepentirnos cuando llegara la hora de la muerte.

GRAN COR. — Tales personas no son debidamente sabias. Si á aquel hombre se le hubiese concedido el plazo de una semana para correr siete leguas para salvar su vida, no hubiera querido aplazar la carrera toda hasta la última hora de la semana.

INTEG.— Perfectamente: no obstante, la mayor parte de los que se titulan peregrinos, en verdad obran así. Soy anciano, como podéis ver: hace mucho tiempo que sigo este camino, y he reparado en muchas cosas.

He visto A algunos salir con tantos bríos, que al parecer nada podría sostenerse delante de ellos, y, sin embargo, a los pocos días han quedado muertos como los Israelitas en el desierto, y así nunca han visto la tierra de promisión.

Otros he visto que al principio no prometían nada, y uno hubiera creído que no perseverarían un solo día, pero al fin y al cabo han llegado á ser buenos y fieles peregrinos. He visto á algunos que echaron á correr apresuradamente hacia la vida, y que después de un rato volvieron atrás con la misma precipitación.

He conocido á algunos que de buenas á primeras hablaban muy bien de la vida de peregrinación, y al poco tiempo, no han podido hablar peor de ella.

He oído á algunos, al emprender su viaje hacia el Paraíso, afirmar positivamente que tal lugar existe, y los mismos, cuando ya les faltaba poco para alcanzarlo, han regresado negando su existencia.

A otros les he oído hacer alarde de lo que harían, caso encontrar oposición, y, sin embargo, por una falsa alarma han dado al traste con su fe, con la vida de peregrino y todo.

Mientras así hablaban nuestros peregrinos, vino uno corriendo á su encuentro, y gritando:—Señores, si aprecian ustedes sus vidas, pónganse en a salvo que los ladrones están delante.—Serán los tres que en otra ocasión asaltaron á Poca-Fe —dijo el guía;—pero que vengan, ya estamos preparados —Y continuaron su camino, mirando á todas partes por si acaso diesen con aquellos bribones; pero sea que oyeron hablar de Gran-Corazón, sea que estaban en busca de presa, no molestaron á los viajeros con su presencia. En este punto Cristiana manifestó deseos de encontrar posada para ella y sus hijos, porque se sentían fatigados.

—Hay una un poco más adelante—dijo Integridad,— donde mora un discípulo honrado, llamado GAYO. A esta noticia se decidieron todos a dirigirse allí, tanto más, cuanto el anciano hablaba también de ella. Llegados á la casa, entraron sin llamar, porque no suele llamarse a la puerta de una posada. Preguntaron por el patrón, y cuando éste pareció, preguntáronle si podían hospedarse allí aquella noche.

—Sí, señores—respondió Gayo,— si sois personas rectas, mi casa solo sirve para albergue de peregrinos.

Alegráronse todavía más Cristiana, Misericordia y los muchachos, al saber que el posadero quería y respetaba á los peregrinos. Entonces pidieron habitaciones, y pronto se hallaron todos cómodamente alojados.

Luego preguntó el guía:— Buen Gayo, ¿qué tienes para cenar? Estos peregrinos vienen de lejos y están cansados.

GAYO.— Es tarde ya, de modo que no podemos salir á comprar; pero lo que tenemos en casa está á vuestra disposición, si esto os basta.

GRAN COR. — Estaremos contentos con lo que tienes en casa, porque sé, por experiencia propia, que nunca te falta lo que es conveniente.

Seguidamente bajó el posadero á dar órdenes al cocinero, que se llamaba Cata-lobueno, á que arreglase la cena para tantas personas. Hecho esto, subió de nuevo, y díjoles:

— Ahora, buenos amigos, bienvenidos seáis: y me alegro de tener casa que ofreceros. Si os place, mientras están preparando la cena, nos entretendremos con buena conversación. A una voz dieron los huéspedes á entender que estaban conformes.

GAYO.— Esta matrona, ¿de quién es esposa?, y esta doncella, ¿de quién es hija?

GRAN COR. — La señora era esposa de un tal Cristiano, peregrino de otro tiempo: éstos son sus cuatros hijos. La moza es una de sus conocidas, á quien ha persuadido á que la acompañe. Los hijos siguen el ejemplo de su padre y anhelan perseverar en sus huellas; siempre que ven algún lugar donde el anciano peregrino se había acostado, o descubren alguna que otra de sus pisadas, se regocijan y sienten el anhelo de acostarse en el mismo lugar ó poner sus pies en la misma huella.

GAYO.— ¡Esta es la esposa de Cristiano! ¡Y éstos son sus hijos! Pues conocía al padre de tu marido, y también á su abuelo. Muchos de esta estirpe han sido virtuosos; sus antepasados vivían primero en Antioquía. Los progenitores de Cristiano (no dudo que le hayas oído hablar de ellos) personas muy beneméritas. Estos, sobre cuantos he conocido, han descollado en virtud y valor, siendo fieles al Señor de los peregrinos, a sus veredas y á los que le amaban. He oído hablar de muchos de los parientes de tu marido que han soportado toda suerte de pruebas por amor de la verdad. Esteban, que era uno de los primeros de este linaje, fue apedreado; Jacobo, otro del mismo linaje, fue muerto á filo de espada; y por no decir nada de Pablo y Pedro, que también eran de esta ascendencia, hubo Ignacio, qué echado á los leones; Romano, cuya carne le fue cada arrancada poco á poco de sus huesos, y Policarpo, que se mantuvo valiente en medio de las llamas. Hubo uno que fue clocado en un serón y colgado al sol para ser devorado de las avispas, y otro que, encerrado en un saco, fue echado al mar, y ahogóse. Sería, para nunca acabar enumerar los que de aquella familia han padecido ultrajes y martirios por amor á la vida de peregrino. Ni puedo dejar de alegrarme al ver que tu marido ha dejado cuatro jóvenes como éstos. Espero que mantengan el honor del nombre de su padre, que seguirán sus pisadas y que alcanzarán el mismo fin que él.

GRAN COR. — Pues sí; son jóvenes que prometen mucho; que de corazón han decidido seguir á su padre.

GAYO.— ¡Lo dicho, dicho! Por eso es probable que la familia de Cristiano se esparcirá sobre la haz de la tierra, y llegará á ser muy numerosa; por lo tanto conviene que Cristiana escoja doncellas para sus hijos, á las que puedan ser desposados, «a fin de que el nombre de su padre y la casa de sus progenitores nunca sean olvidados en el mundo».

INTEG.— Sería lástima que esta familia decayese y se extinguiese.

GAYO.— Es imposible que perezca, pero podría amenguarse; que Cristiana tome mi consejo, y ese es el modo de sostenerla. Entonces, dirigiéndose á Cristiana el posadero, prosiguió:

— Me alegro de verte aquí con tu amiga Misericordia, hermosa pareja. Si se me permite aconsejarte estrecha más todavía tus relaciones con esta joven, y si ella consiente en ello, que sea desposada con Mateo, tu hijo mayor. Esta es la manera de conservar posteridad en la tierra.

El consejo de Gayo les cayó en gracia; efectuáronse los desposorios, y andando el tiempo, los jóvenes fueron unidos en matrimonio; pero de esto trataremos más adelante.

—Ahora— prosiguió Gayo—hablaré á favor de las mujeres para quitarles su oprobio.

Así como la muerte y la maldición entraron en el mundo por medio de una mujer, así también la vida y salud. «Dios envió á su Hijo, hecho de mujer». Y aun más se demuestra, cuánto los que vinieron después de ella aborrecían el hecho de nuestra común madre, en que este sexo, en tiempo del Antiguo Testamento, deseaba tener hijos, por si acaso ésta ó aquélla pudiese ser madre del Salvador del mundo.

Cuando por fin vino el Salvador, las mujeres se regocijaron en Él antes que hombre ó ángel. No veo que hombre alguno haya dado á Cristo siquiera un maravedí; pero las mujeres le siguieron sirviéndole de sus haciendas. Fue mujer quien lavó sus pies con lágrimas, y una mujer también ungió su cuerpo anticipadamente para su entierro. Fueron mujeres las que lloraron cuando lo condujeron al suplicio, y mujeres las que le siguieron desde la cruz y se sentaron junto á su sepulcro cuando se le enterró. Las primeras que estuvieron con Él en la mañana de Resurrección fueron mujeres, y mujeres también las que primero llevaron a sus discípulos la noticia de que había resucitado. Las mujeres, por lo tanto, son altamente bendecidas, y se ve por estas cosas que participan con nosotros de la gracia de la vida.

Entretanto, el cocinero envió á decir que la cena estaba lista, y vino un criado para poner el mantel y arreglar la mesa.

La vista de este mantel—dijo Mateo— y de estos preparativos de la cena me excitan el apetito.

GAYO.— Así todas las doctrinas y ministros deben engendrar en ti en esta vida mas vivos deseos de participar de la del gran Rey en su reino; pues la predicación, los libros y demás no son sino el colocar sobre la mesa la vajilla, los preparativos de la comida, en comparación del que el Señor nos hará cuando lleguemos á su casa, enseguida se sirvió la cena en primer lugar se les puso delante una espaldilla, (como la que antiguamente se ofrecía en ofrenda á Dios) y un pecho (que les recordaba el pecho que se agitaba delante del Señor), dando á entender que debían dar principio á la comida con oración y alabanza, siguiendo el ejemplo de David, quien acostumbraba elevar su corazón á Dios y celebrar sus mercedes con el arpa. Estos dos platos eran frescos y buenos, y todos comieron bien de ellos.

Luego les trajeron una botella de vino, rojo como la sangre.

—Podéis beber de esto sin reserva—dijo Gayo;— es el jugo de la vid verdadera, el cual alegra á Dios y á los hombres.

Bebieron, pues, y regocijáronse.

Seguidamente presentaron un plato de leche con pan.

—Que los muchachos tengan esto—dijo Gayo,— para que por él crezcan en salud.

Después de esto se les trajo manteca y miel.

— Comed liberalmente de esto—dijo el posadero;— es bueno para animar y fortalecer vuestro juicio y discernimiento. Esta era la comida de nuestro Señor cuando niño: «Comerá manteca y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno.» Al ver que traían un plato de fruta en sazón y de buen sabor, Mateo preguntó si era lícito comer de ella, pues fue con ella con lo que sedujo la serpiente á nuestra primera madre.

A lo cual contestó Gayo:

Con las manzanas fuimos engañados;

Más la culpa, no el fruto, nos condena;

Los frutos dañan, cuando son vedados;

Comer lo no vedado, es cosa buena.

Come, Iglesia, los frutos regalados,

El vino bebe, que de gozo llena,

Y si, enferma de amor, estás postrada,

Pronto te sentirás corroborada.

 

MATEO. — He manifestado mi escrúpulo, porque hace tiempo caí enfermo por haber comido fruta.

GAYO.— Digo y repito que la fruta prohibida te hará mal, no la que nuestro Señor permite. Mientras así hablaban, se les puso delante un plato de nueces. A la vista de estas, algunos dijeron.

—La nueces echan á perder los dientes, especialmente los de los niños.

Gayo, oyendo la observación, disipó el recelo, diciendo:

El texto dificultoso

Es a la nuez parecido:

La dura cáscara impide

Llegar al fruto escondido;

Pero se rompe la cáscara,

Y ya puede ser comido.

 

Reinaba mucha expansión entre los huéspedes, y permanecieron largo rato á la mesa, entreteniéndose en agradables discursos.

—Buen patrón— dijo entonces el anciano Integridad,— mientras estamos cascando nuestras nueces, veamos si descifrarás este enigma:

Un hombre á quien por loco se temía.

Tanto más rico estaba

Cuanto más repartía.

 

Esperaban todos con atención por ver cuál sería la respuesta de GAYO. Después de un momento de silencio, dijo:

Quien de sus bienes á los pobres da,

De nuevo, y con aumento, lo tendrá.

 

José quedó admirado de que tan fácilmente lo hubiese acertar.

—¡Oh!—dijo Gayo— desde hace mucho tiempo he sido instruido en estas materias; nada enseña como la experiencia. De mi Señor he aprendido a ser benigno y generoso, y siempre he hallado que de este modo la ganancia ha sido de mi parte. «Hay unos que reparten, y les es añadido más; hay otros que son escasos más de lo que es justo, y vienen á la pobreza». «Hay algunos que se hacen ricos, y no tienen nada, y otros que se hacen pobres, y tienen muchas riquezas».

SAMUEL. (Al oído de su madre.)— Madre, esta es la casa de un muy buen varón; quedémonos aquí un buen espacio de tiempo, y que mi hermano Mateo se case con Misericordia antes de que vayamos más lejos.

—De buena voluntad, hijo— respondió Gayo, que había oído la conversación.

Pusiéronse, por lo tanto, de acuerdo, y permanecieron allí más de un mes, en cuyo intervalo se efectuó el enlace. Misericordia, durante este tiempo, no cejó en hacer, como era su costumbre, ropa y vestidos para los pobres, por cuyas prendas contribuyó á la buena reputación de que gozaban los peregrinos. Pero volvamos á nuestro relato.

Concluida la cena, los muchachos quisieron retirarse, sintiéndose muy fatigados del viaje. Así, pues, los condujeron al cuarto que les era destinado, y durmieron tranquilamente hasta la mañana. Pero los demás velaron toda la noche, porque posadero y huéspedes hallaban tanto placer en su mutua compañía, que no sabían cómo separarse. Después de mucha conversación acerca de su Señor, de sí mismos y de su viaje, el anciano Integridad comenzó á cabecear.

¡Cómo!—dijo Gran-Corazón,— ¿estás soñoliento? Vamos despabílate: aquí tienes un enigma.

INTEG.— Oigámoslo Entonces dijo Gran-Corazón:

Debe ser antes vencido

Aquel que quiera vencer,

Y morir dentro de casa

Si vivo, fuera, ha de ser.

INTEG.— Cierto que es un enigma difícil; difícil de explicar, aun más difícil de poner en práctica. Si quieres, señor, te lo Gayo, te lo dejaré; explícalo, y de buena gana te escucharé.

GAYO.— No, que el enigma á ti ha sido propuesto, y de ti será la respuesta, entonces dijo Integridad:

Debe ser por la gracia vencido

Quien quisiere el pecado vencer;

Y tendrá que morir á sí mismo

El que vida desee tener.

 

GAYO.— Tienes razón; la buena doctrina y la experiencia enseñan esto. Porque, primero: hasta que se manifieste la gracia, y con su gloria venza el alma, es de poca utilidad resistir al pecado; además, como el pecado es la cuerda de Satanás con la que tienes ligada el alma, ¿como puede ésta oponerse antes de que sea librada de esta dolencia? Y segundo nadie que conozca ó la razón ó la gracia, creerá que el hombre que es esclavo de sus propias pasiones sea un monumento vivo de la gracia divina.

Y ahora que se me ocurre, os contaré una historia que merece la pena de ser escuchada. Dos hombres iban en peregrinación; el uno comenzó siendo aún joven, el otro cuando era anciano. El joven tuvo que sostener una lucha contra fuertes corrupciones; las pasiones del anciano estaban debilitadas por la decadencia de la naturaleza. El joven marchaba con paso tan firme y tan ligero como el viejo. ¿En cual de los dos resplandecería más claramente la gracia, siendo que ambos parecían iguales?

INTEG.— En el joven, indudablemente, porque lo que hace frente a la más fuerte oposición, demuestra mejor que es el más fuerte, especialmente cuando corre parejas con aquello que no encuentra la mitad de la resistencia, como seguramente pasa con la vejez.

Además, he notado que frecuentemente los ancianos se congratulan de una equivocación, es decir, que toman el decaimiento de la naturaleza por una conquista sobre sus corrupciones, y así se han engañado. Naturalmente, los ancianos que poseen la gracia divina, son los que mejor pueden aconsejar á los jóvenes, porque han visto más la vanidad de las cosas. Sin embargo, cuando un anciano y un joven emprenden juntos el camino, éste tiene la ventaja del más hermoso descubrimiento de una obra de gracia en su alma, aunque las pasiones de aquél son más débiles.

 

CAPÍTULO XV

Buen Corazón capitanea una expedición contra el gigante Mata-lo bueno.— Muerte del gigante y rescate de "Flaca-Mente, en quien vemos lo que pueden la determinación y la constancia a despecho de flaquezas anormales.— Encuentro con Próximo-á cojear, quien se une con los demás peregrinos. —La marcha reanudada.

La aurora halló á los peregrinos todavía entregados a las dulzuras de la conversación.

Cuando la familia se había levantado, Cristiana dijo á su hijo Jaime que leyese un capítulo. El que escogió fue el 53 de Isaías. Acabada la lectura, Integridad preguntó por qué se decía que el Salvador «como raíz de tierra seca», y también qué quería decir la frase «no hay parecer en Él, ni hermosura».

GRAN COR. — A lo primero contesto que sería porque la iglesia de los Judíos de que descendía Jesús, había en entonces perdido casi toda la savia y espíritu de la religión, cuanto á lo segundo, las palabras son como pronuncia por los incrédulos, los que, faltándoles la vista espiritual con que mirar dentro del corazón de nuestro Príncipe juzgan de Él según lo desapacible de su apariencia exterior como los que, ignorando que las piedras preciosas se hallan cubiertas de una costra tosca, al dar con una y no sabiendo su valor, la tiran como si fuese una piedra ordinaria.

—Ahora bien—dijo Gayo;— ya que estáis aquí, y puesto que Gran-Corazón tiene mucha destreza en el uso de las armas, después de un pequeño refrigerio, si no tenéis inconveniente, saldremos al campo para ver si podemos hacer algún bien. Á cosa de una media legua de aquí, hay un gigante, llamado Mata-lo-bueno, que comete muchas maldades en este trozo del camino real, y sé dónde tiene su guarida. Es jefe de una cuadrilla de ladrones.

Sería bueno si pudiéramos desembarazar esta comarca de él.

Consintieron en ello, y salieron, Gran-Corazón con su espada, yelmo y escudo, y los demás con lanzas y palos.

Encontraron al gigante con un tal Flaca-Mente entre sus manos, á quien sus subalternos había aprehendido por el camino y se lo habían traído. El gigante se ocupaba en despojarle de cuanto tenía, con el propósito de comérselo después, pues era de la raza de los antropófagos.

Viendo á Gran-Corazón y sus amigos á la boca de su caverna, les interpeló preguntando qué querían.

GRAN COR. — Es á ti á quien buscamos; venimos a vengar a los muchos peregrinos que has matado después de haberlos apartado del camino real; por tanto, sal de tu cueva.

El gigante armóse en el acto, y salió. Los dos se batieron durante una hora ó más, y entonces cesaron un rato para tomar nuevos alientos.

—¿Por qué vienes á mi territorio?—gruñó el gigante.

GRAN COR. — Para vengar la sangre de los peregrinos, como ya te he dicho.

Reanudóse el combate, y el gigante hizo ceder un poco a Gran-Corazón; pero éste arremetió de nuevo, y con su acostumbrada valentía hizo llover tan fuertes golpes sobre la cabeza y costados de su adversario, que le obligó á soltar su arma; entonces, aprovechando la ventaja, le embistió de nuevo y matólo, cortándole la cabeza, la que se llevó á la posada. Tomó también á Flaca-Mente el peregrino, y llevólo consigo á su alojamiento. Al llegar á la casa, enseñaron la cabeza del gigante á la familia, y luego la colgaron, como anteriormente habían hecho con otras, para escarmiento de cuantos en lo sucesivo intentaran hacer lo mismo.

Ya que estaba en salvo, interrogaron á Flaca-Mente para que dijese cómo había caído en tales manos.

—Soy hombre enfermizo, como veis—dijo,— y como la muerte solía llamar cada día á mi puerta, pensé que nunca estaría bien en casa; por eso me di a la vida de peregrinación, y he venido acá desde el pueblo de Indecisión, del tal soy natural, lo mismo que mi padre. No tengo fuerzas de cuerpo ni de mente; pero aunque no puedo más que arrastrarme, quisiera pasar mi vida en esta carretera. Cuando llegué á la puerta que da entrada al camino, el señor de aquel lugar me trató con mucha liberalidad; tampoco puso reparos á mi apariencia achacosa ni á mi flaca-mente, sino que me facilitó lo necesario para mi viaje, y dijome que tuviese buen ánimo hasta el fin. También fui objeto de muchos obsequios en casa de Intérprete, y porque consideraban que el collado Dificultad era demasiado áspero para mí, uno de sus criados me subió á cuestas. He recibido mucha ayuda de parte de otros peregrinos, si bien ninguno consentía en andar tan lentamente como yo me veo obligado á viajar; no obstante, al alcanzarme se detenían para animarme, diciendo ser la voluntad del Señor que se diese consuelo á los de poco ánimo, y luego apretaban el paso. Seguí andando hasta llegar al camino del Asalto, y allí caí en manos de este gigante. Me dijo que me apercibiese para mi combate pero yo, ¡pobre de mí!, más bien tenía necesidad de un cordial. Entonces se apoderó de mí, pero yo estaba convencido de que no me mataría; más tarde también, cuando ya me tenía en su guarida, puesto que fui con él contra mi voluntad, abrigué la seguridad de que saldría con vida, porque he oído decir que ningún peregrino cautivado á la fuerza puede morir á manos del enemigo, con tal que mantenga un corazón recto hacia su Señor, lo cual es una de las leyes de la Providencia, Esperaba ser secuestrado, y efectivamente lo he sido; pero, como veis, he escapado con vida, y doy gracias á mi Rey como autor de mi rescate, y á vosotros como el medio de él. No creo yo que éste sea el último desastre que me ha de acontecer; pero A una cosa estoy resuelto, esto es, á correr mientras pueda; y cuando no pueda correr caminaré despacio; y cuando esto me sea imposible me arrastraré, pues en cuanto á lo esencial, gracias á Aquel que me ama, estoy decidido. Delante de mí se extiende mi camino, y aunque soy de flaca-mente, tengo la vista puesta en el país más allá del río que no tiene puente.

INTEG.— ¿No conociste hace algún tiempo á cierto sujeto que se llamaba Receloso?

FLACA-MENTE.— Sí que le conocí. Venía del pueblo de Estupidez, que se halla á muchas leguas al Norte de la ciudad de Destrucción y á otras tantas de mi pueblo nativo. A pesar de esto, éramos muy conocidos y parientes, por ser él, tío mío por parte de mi padre. En cuanto A la parte moral, hemos sido muy parecidos, y en lo físico también teníamos el mismo semblante, si bien él era un poco más bajo que yo.

INTEG.— No dudo de que lo conocías, y también puedo fácilmente creer que hayáis sido parientes, porque tienes 1a misma palidez de rostro; eres bizco lo mismo que él, y tu habla es muy parecida á la suya.

FLACA-MENTE.— Casi todos los que nos han conocido á ambos han dicho lo mismo; además, lo que he reparado en él lo he encontrado por lo general en mí mismo.

GAYO.— Ten buen ánimo, amigo: bienvenido seas; esta a está á tu disposición, y puedes pedir lo que quieras; criados también estarán a tus órdenes para servirte de buena voluntad.

FLACA-MENTE.— Esto es un favor inesperado, como cuando el sol deja ver su resplandor después de estar oculto tras de una espesa nube. ¿Acaso quería el gigante Mata-lobueno proporcionarme este favor, cuando me detuvo y llegó á dejarme continuar mi camino? ¿Quería, por ventura que después de robado viniese yo á casa de «Gayo mi huésped»? Pero así es.

Flaca-Mente y Gayo estaban así hablando, cuando en el momento vino uno á toda prisa, y llamando á la puerta comunícales la noticia de que, á poca distancia de la casa un rayo había dejado cadáver en el acto á un peregrino llamado Equivocado.

—¡Ah, qué desgracia!— exclamó FLACA-MENTE.— Me alzó hace uno cuantos días, y quería andar en mi compañía. Estaba también conmigo cuando el gigante Mata-lo-bueno me prendió; pero ligero de pies como era, huyó; según parece, se escapó para morir, mientras que á mi me aprisionaron para que viviese, Estando todavía nuestros peregrinos en esta hospedería, se efectuó el concertado matrimonio entre Mateo y Misericordia. Gayo también dio su hija Febe á Jaime por esposa.

Después de esto, quedáronse todos unos diez días más en aquella casa hospitalaria, pasando el tiempo de la manera habitual á los peregrinos.

Antes de marcharse, Gayo les obsequió con un suntuoso festín de despedida. Por fin llegó la hora de la partida, y queriendo Gran-Corazón satisfacer la cuenta al posadero, dióle éste á entender que en su casa no era costumbre que los viajeros pagasen su manutención; los tomaba á pupilaje, y esperaba recibir su paga del buen Samaritano, quien le había prometido que á su regreso le pagaría cuantos gastos le hubiesen ocasionado.

—Amado—dijo Gran Corazón,— te portas con fidelidad en todo lo que haces con los hermanos, y particularmente con los peregrinos, que han dado testimonio de tu caridad en presencia de la Iglesia; á los cuales, si encaminares, según Dios, harás bien.

Gayo luego se despidió de ellos, de sus hijos, y con un cariño especial, de FLACA-MENTE.

A éste también prestóle auxilios para que se confortase durante el camino.

Este último, cuando salieron los demás, hizo como si se quedase; pero echándolo de ver Gran-Corazón, díjole:— Ven con nosotros, señor Flaca-Mente; ven, que yo seré tu guía y te trataré como á los demás.

FLACA-MENTE.— ¡Ay! Necesito un compañero de mi condición: vosotros todos sois fuertes y robustos; pero yo, como veis, soy débil; prefiero, pues, caminar detrás, no sea que por mis muchas debilidades llegue á seros gravoso á vosotros y á mí mismo. Digo que soy de un ánimo flaco y débil; y lo que otros pueden soportar bien á mí me fatiga y enerva. No me gusta reír; tengo aversión á los vestidos lucidos; todo asunto que no sea de provecho me disgusta.

En verdad, tan débil soy, que lo que otros tienen libertad de hacer me escandaliza. Aún no conozco toda la verdad. Soy un cristiano muy ignorante; á veces, cuando oigo á otros gozarse en el Señor, me aflijo porque no puedo hacer lo mismo. Pasa conmigo como con un hombre flaco entre los fuertes, ó como un enfermo en medio de los sanos, ó como lámpara despreciada (aquel cuyos pies van á resbalar como una lámpara despreciada de aquel que está á sus anchuras), de manera que no sé qué hacer.

GRAN COR. — Pero, hermano, tengo encargo de «consolar a los de poco ánimo, y de soportar á los flacos». Es preciso que vengas con nosotros; ya acomodaremos nuestro paso al tuyo, te prestaremos nuestro auxilio; por amor a ti nos negaremos muchas cosas, así en opiniones como en la práctica; tampoco entraremos en discusiones delante de ti; nos haremos todo para ti, antes vernos obligados á dejarte atrás. Todo esto pasó estando á la misma puerta de Gayo, y mientras estaban en lo más vivo de su conversación, un tal Próximo-á-cojear, con sus muletas en sus manos, acertó pasar; también iba él en peregrinación.

—Hombre—le dijo Flaca-Mente,— ¿qué te trae por aquí? precisamente me estaba quejando de no tener compañero, ni propia índole; pero tú vienes á pedir de boca; mil veces bienvenido, buen señor Próximo-á-cojear; espero que serviremos de recíproca ayuda.

PRÓXIMO-Á-COJEAR.— Me alegraré de tu compañía; y por Flaca-Mente, antes que nos separemos, ya que tan felizmente nos hemos encontrado, te prestaré una de mis muletas.

FLACA-MENTE.— Gracias, aprecio en mucho tu buena voluntad; pero no estoy para cojear antes de que sea cojo. Con todo, podría serme útil en alguna ocasión para defenderme contra un perro.

PRÓX.— Si yo o mis muletas podemos servirte en algo, estamos ambos á dos á tu disposición.

Y diciendo esto, se pusieron en camino.

 

CAPITULO XVI

Los peregrinos llegan á la Feria de Vanidad, donde encuentran albergue en la casa de Mnason: agradable trato que tuvieron con algunos cristianos del pueblo.

—Escaramuza con un monstruo que devastaba la comarca Emprendida la marcha, los viajeros continuaron su camino en el orden siguiente: primero iban Gran-Corazón é integridad; después venían Cristina con sus hijos, y detrás: todos andaban Flaca-Mente y Próximo-á-cojear con sus muletas. Entonces dio Integridad principio á la conversación siguiente: —Ya que estamos otra vez de viaje, cuéntanos por favor algo de los que han llevado antes el mismo camino que nosotros.

GRAN COR. — De muy buen grado. Ya habrás oído hablar del encuentro que tuvo Cristiano con Apollyón en el valle de humillación, y con cuántos peligros y dificultades tropezó en el valle de Sombra-de-Muerte. Tampoco ignorarás cuan airado se halló Fiel, teniendo que oponerse á las supercherías de la señora Sensualidad, Adam-primero, de Descontento y de Vergüenza, cuatro de los bellacos más truhanes con que uno puede tropezar en todo el camino.

INTEG.— Sí, de esto estoy enterado; parece que fue con Vergüenza con quien se halló Fiel en el más grande aprieto; ése le acosaba sin darle treguas.

GRAN COR. —Es verdad, pues, como dijo bien Fiel, él de todos los hombres tenía el nombre que menos le cuadraba.

INTEG.— ¿En qué parte fue donde Cristiano y Fiel se encontraron con Locuacidad? Este también era un charlatán de primera.

GRAN COR. — Era un necio, hinchado de vana confianza; no obstante, muchos siguen sus huellas.

INTEG.— Apenas faltó nada para que sedujese á Fiel.

GRAN COR. — Sí, pero Cristiano le indicó la manera de descubrir de una vez su verdadero carácter.

En estas pláticas anduvieron hasta que observó Gran-Corazón: —Por aquí fue donde el Evangelista salió al encuentro de Cristiano y Fiel, y les predijo los trabajos que tendrían que soportar en la Feria de Vanidad.

INTEG.— ¡De veras! Paréceme que les advirtió que sería difícil oírlo sin zozobra.

GRAN COR. — Tienes razón; pero al propio tiempo su buen amigo no dejó de infundirles ánimo. Pero ¿qué estamos diciendo de ellos? Eran dos hombres con el valor del león y una resistencia á toda prueba; ¿no te acuerdas de cuan impávidos comparecieron ante el juez?

INTEG.— ¡Con cuánto heroísmo padeció Fiel!

GRAN COR. — Verdad, y sus padecimientos originaron nuevas heroicidades, pues refiérese que Esperanza y algunos más se convirtieron á causa de su muerte.

INTEG.—Sigue con tu relato, que me gusta oírlo, y estás bien enterado de estos sucesos.

GRAN COR. — De todos cuantos Cristiano encontró después de haber atravesado la Feria de Vanidad, el más infame fue Interés-privado.

INTEG.— ¡Interés-privado! ¿Qué era él? Un pillo consumado, un solemnísimo hipócrita. Uno que á todo trance quería ser religioso; pero era astuto, que procuraba bien no perder ni sufrir nada por causa de su religión.

Tenía su creencia apropiada para a cada ocasión que se ofrecía, y su mujer tenía tanta destreza en el oficio como él. Cambiaba de opinión en opinión, dando vueltas como la veleta, y además aconsejaba el hacerlo. Pero, según tengo entendido, sus intereses privados lo condujeron á un triste fin, y tampoco he oído decir que alguno de sus hijos se haya captado jamás el respeto ó estimación de los que de veras temen á Dios, ¿en esto llegaron á vista del pueblo Vanidad, donde se encontraba la Feria. Viendo los peregrinos que estaban tan cerca del pueblo, tomaron consejo entre sí respecto del mejor modo de atravesarlo. Unos decían una cosa y otros otra, hasta que al fin Gran-Corazón tomó la palabra, y dijo , habiendo tenido que pasar repetidas veces por aquel pueblo en el desempeño de su oficio, tenía la suerte de conocer á un anciano discípulo, natural de Chipre, que se llama-Mnason, en cuya casa podrían hospedarse. —Si os parece bien—dijo,—dirigiremos nuestros pasos allá.

—Conforme— dijeron todos á una.

Había anochecido cuando llegaron á las afueras del pueblo, pero Gran-Corazón conocía el camino. Así que el anciano Mnason oyó la voz del guía que llamaba, la conoció, y abriendo la puerta, los peregrinos entraron a casa.

—¿De dónde habéis venido hoy?— les preguntó. —De casa de nuestro amigo Gayo— dijeron.

MNASON.— Buen trecho de camino lleváis; bien podéis estar cansados. Tomad asiento.

GRAN COR. — Vamos, amigos, ¿como os encontráis ahora? Me atrevo á decir que mi amigo se regocija de vuestra llegada.

MNASON.— Efectivamente, os doy la bienvenida; todo cuanto quisierais pedidlo, y haremos lo posible para complaceros.

INTEG.— Lo que nos hacía gran falta, poco ha, eran albergue y buena compañía, y ahora nos felicitamos de tener ambas cosas.

MNASON.— En cuanto á albergue, ya veis lo que es; pero por lo que toca á la buena compañía, eso se verá en la prueba.

A instigación del guía, Mnason condujo á los viajeros á sus respectivas habitaciones; al propio tiempo les enseñó un comedor bastante cómodo, donde podían cenar y estar juntos hasta la hora de retirarse.

Estando otra vez reunidos, y sintiéndose un poco repuestos de las fatigas de la marcha, Integridad preguntó al patrón si había muchas personas piadosas en el pueblo.

MNASON.— Algunas hay, si bien son muy pocas en comparación de los que son del otro partido.

INTEG.— ¿Cómo nos arreglaremos para ver á algunos de ellos? A los que peregrinan, la vista de personas piadosas es como la aparición de la luna y las estrellas á los navegantes.

Mnason golpeó el suelo con su pie, y subió su hijo Gracia.

—Vé, Gracia—le dijo,— y di á mis amigos Contrito, Varón-santo, Ama-los-santos, Noosar- mentir y Penitente, que en casa tengo algunos amigos que desean verlos.

Estos acudieron en seguida, á invitación de Gracia, y cambiados los saludos, sentáronse todos juntos á la mesa.

MNASON.— Ved aquí, vecinos míos, una compañía de forasteros que han venido á posar en mi casa—, son peregrinos que vienen de muy lejos, y se dirigen al monte Sión.— añadió señalando á Cristiana—¿quién pensáis que es? Es Cristiana, viuda de Cristiano, aquel peregrino famoso, quien, junto con su hermano Fiel, fue tan vilmente afrentado en este pueblo.

Asombrados quedaron los visitantes al oír esto, y dijeron:— Lejos estábamos de soñar en ver á Cristiana cuando Gracia vino á llamarnos; esta es una sorpresa sumamente agradable. Entonces le preguntaron acerca de su salud, y aquellos jóvenes eran hijos de Cristiano. Recibiendo una testación afirmativa, dijeron:— El rey á quien amáis y servís os haga como á vuestro padre, y os conduzca en paz dónde él está, luego Integridad preguntó á Contrito y á los demás en que estado se encontraba en aquel momento su pueblo.

CONTRITO.— Puedes tener por seguro que estamos bastante afanados en esta época de ferias, pues cuesta mucho guardar nuestro corazón y espíritu en buen estado durante la bulliciosa temporada. El que vive en un lugar como este y tiene que tratar con personas como son nuestros vecinos y conciudadanos, tiene necesidad de vigilar á cada momento.

INTEG.— ¿Son tranquilos vuestros vecinos?

CONT.— Son mucho más moderados de lo que antes eran, sabes cómo trataron á Cristiano y Fiel; ahora no cometen tantos excesos. Me parece que la sangre de Fiel les ha sido hasta el presente una pesada carga, porque desde que lo quemaron han tenido demasiada vergüenza para repetirlo en otros. En aquellos tiempos teníamos miedo de pasear por las calles, pero ahora podemos asomar la cabeza. Entonces el nombre de uno que profesaba la piedad era odioso: ahora, particularmente en algunos barrios (ya sabes que el pueblo es grande), la religión es tenida en honor. ¿Y cómo lo habéis pasado en vuestra peregrinación? ¿Cómo os mira el país? ¿Con favor ú hostilidad?

INTEG.— Nos pasa lo mismo que á la mayor parte de los viajeros; algunas veces el camino se presenta despejado, otras cenagoso; caminamos ya cuesta arriba, ya cuesta abajo; raras veces hay igualdad. No tenemos siempre viento en popa, ni es amigo todo aquel que encontramos en el camino. Nos hemos visto ya en algunos aprietos notables, y lo que todavía nos aguarda lo ignoramos; por lo general, encontramos ser verdad lo que antiguamente se dijo: que un hombre bueno ha de sufrir pruebas.

CONT.— Hablas de aprietos: ¿en cuáles os habéis encontrado?

INTEG.— Gran-Corazón es quien puede mejor dar relación de ello.

GRAN COR. — Hemos sido atacados tres ó cuatro veces ya. En primer lugar, Cristiana y sus hijos fueron molestados por dos rufianes, los que creían que les quitarían la vida. Luego fuimos acometidos por los gigantes Grima, Aporreador y Mata-lo-bueno. A este último más bien lo atacamos nosotros. He aquí cómo pasó: hacía algún tiempo que estábamos en casa de Gayo «mi huésped y de toda la Iglesia», cuando nos determinamos á coger nuestras armas y salir á ver si podíamos dar con alguno de los enemigos de los peregrinos, habiéndosenos dicho que en aquel paraje había uno que era muy notorio. Gayo, por cuanto vivía en la vecindad, conocía su guarida mejor que yo; fuimos mirando por todas partes, hasta que por fin descubrimos la entrada de su caverna. A la vista de ésta, nos alegramos y tomamos nuevo ánimo. Acercándonos á su antro, encontramos que á este pobre Flaca-Mente lo había arrastrado por fuerza á su caverna é iba á acabar con él. Cuando nos vio, suponiendo según creíamos, que tenía otra presa, salió á nuestro encuentro, dejando á su pobre víctima en la cueva, entonces trabamos una lucha encarnizada, y mi antagonista luchó con mucho empeño; pero al fin lo arrojamos al suelo le cortamos la cabeza y la alzamos al lado del camino para aterrar á los que en adelante practiquen semejantes iniquidades. Para confirmar lo que digo, aquí tenéis al hombre mismo que fue como cordero arrancado de las fauces del león.

FLACA-MENTE.— El relato es exacto, como he sabido á mi costa, lo mismo que con gran satisfacción mía; á mi costa, cuando á cada momento temía que el monstruo me royese los huesos; y con satisfacción, cuando vi á Gran-Corazón y sus amigos venir armados para rescatarme.

VARÓN-SANTO.— Dos cosas han de poseer los que van en peregrinación, á saber: valor y una vida intachable. Sin valor no pueden continuar su camino; y si sus vidas son relajadas, desacreditan el buen nombre de los peregrinos.

AMA-LOS SANTOS.— Espero que esta amonestación no os sea necesaria. Pero es verdad que algunos que se ponen en camino, más bien se declaran extraños al peregrinaje extranjero y advenedizo sobre la tierra.

NO-OSAR-MENTIR.— Ciertamente, ni llevan los hábitos de peregrinos, ni poseen el valor del mismo; no andan derechos, sino que sus pasos se tuercen; tienen un zapato bien puesto y otro al revés, mientras que sus medias están rotas y desaliñadas; aquí guiñapos, allí un rasgón, con gran desdoro de nuestro Señor.

PENITENTE.— Estas cosas debieran causarles pena; ni es probable que los peregrinos y su carrera hallen tanta gracia como desean á los ojos del mundo hasta que desaparezcan tales manchas y defectos.

En estos discursos pasaron el tiempo hasta que se sirvió la cena, la que, junto con el descanso de la noche, proporcionaron gran refrigerio á los cansados viajeros.

Largos días permanecieron los peregrinos en la Feria, albergados en casa de Mnason, quien, andando el tiempo, dio en casamiento su hija Gracia á Samuel, y otra hija suya, Marta, á JOSÉ.

Su permanencia, digo, ya que el carácter del pueblo había cambiado, fue de larga duración. Por consiguiente, nuestros peregrinos pudieron hacer conocimiento con muchas de las buenas personas que allí habitaban, y les hicieron cuantos servicios pudieron. Misericordia, según su costumbre, trabajó mucho en favor de los pobres, y era adorno de su profesión, en términos que las gentes que eran objeto de su solicitud la bendecían. Y por decir la verdad, Gracia, Febe y Marta tenían todas la misma cariñosa disposición é hicieron mucho bien en sus respectivas esferas. Tuvieron todas numerosa prole, de manera que el nombre Cristiano, como hemos referido antes, prometía vivir y propagarse por el mundo.

Estando todavía allí, aconteció que vino un monstruo de los bosques, y mató á muchos de los habitantes del pueblo. Solía también llevarse á las criaturas, y enseñarles á mamar como á sus cachorros. Ninguno del pueblo se atrevía á combatir esta fiera, y todos huían al oír el ruido de sus pisadas.

El monstruo no se parecía á ninguno de los animales de la tierra; tenía el cuerpo como de dragón, y poseía siete cabezas y diez cuernos. Causaba muchos estragos entre niños, y era gobernado por una mujer. Proponía condiciones á los hombres, y los que amaban más sus vidas que almas, aceptaban las condiciones y se sujetaban a él. En vista de esto, Gran- Corazón, con los que vinieron á visitar á los peregrinos en casa de Mnason, concertaron tacto para salir en busca de la fiera y tratar de librar á los habitantes del pueblo de las garras de tan terrible monstruo.

Salieron, pues, á su encuentro Gran-Corazón, Contrito, Varón-santo, No-osar-mentir y Penitente, todos armados, La fiera, al principio se mostró furiosa, y miraba con gran desprecio á sus enemigos; pero éstos, que eran robustos y diestros en el uso de la armas, la emprendieron con ella en términos que la hicieron batir retirada; ellos entonces volvieron á casa de MNASON.

El monstruo tenía ciertas épocas para sus salidas y tentativas contra los niños del pueblo; por lo tanto, en dichas épocas estos varones valientes lo acechaban y no dejaban de acometerle; tanto que no sólo quedó herido, sino también cojo, de modo que ya no podía causar tantas víctimas entre los niños como antes; y algunos creen confiadamente que la fiera morirá á consecuencia de sus heridas, Estos hechos extendieron por todo el pueblo el renombre de Gran-Corazón y sus compañeros, y muchas personas que carecían de gusto por las cosas espirituales, los tenían á ellos en gran estima y respeto. Por este motivo los peregrinos no recibieron mucho daño en aquel lugar; sin embargo, hubo algunos malvados, ciegos como un topo y torpes como bestias, que ni tuvieron respeto á aquellos héroes ni hicieron caso de su valor y sus hazañas.

 

CAPÍTULO XVII

Gran-Corazón y su compañía llegan á los prados deleitosos.

—Muerte del gigante Desesperación y demolición del castillo de la Duda.

—Desaliento y su hija son libertados.

Llegó por fin el tiempo en que los peregrinos debían emprender de nuevo su marcha, y comenzaron á hacer los preparativos para la misma. Llamaron á sus amigos, toma-consejo con ellos, y también dedicaron algún tiempo encomendarse mutuamente á la protección de su Príncipe. Recibieron varios presentes de sus amigos, consistiendo todos en cosas apropiadas á los débiles, lo mismo que a los fuertes; á las mujeres, lo propio que á hombres, proveyéndoles de lo necesario para el camino. Dispuesta ya la marcha, salieron, y después de haberlos acompañado sus amigos hasta donde les fue posible, se encomendaron de nuevo al amparo de su Rey, y se despidieron.

Los que eran de la compañía de los peregrinos iban delante, precedidos de su guía. En consideración á la debilidad de las mujeres y niños, tenían que andar lentamente conforme éstos podían soportar las fatigas de la marcha; sucedió que Próximo-á-cojear y Flaca-Mente tenían mayor número de compañeros que compadeciesen sus flaquezas.

Una vez fuera del pueblo, y despedidos sus amigos, pronto llegaron al sitio donde Fiel sufrió el martirio; allí, pues, hicieron alto, y dieron gracias á Aquel que le había prestado alientos para sobrellevar tan bien su cruz; tanto más, cuanto que hallaron que sus padecimientos, con tanto valor y resignación soportados, redundaban en beneficio de ellos mismos. Después de esto, anduvieron un buen trecho hablando de Cristiano y Fiel, y de cómo Esperanza unió su suerte con la de Cristiano después de la muerte del primero.

De este modo avanzaron hasta llegar á la altura llamada Lucro, donde había la mina de plata que había apartado á Demas de su peregrinación, y en la que, según se cree, cayó Interés-privado, y pereció. Esto dio algo que pensar á los peregrinos; pero cuando llegaron al antiguo monumento que se hallaba al otro lado de la llanura, es decir, á la columna de sal que se elevaba á la vista de Sodoma y de su lago hediondo, se maravillaron, como antes lo había hecho Cristiano, de que personas dotadas de tanto conocimiento y agudeza de ingenio como Demas y sus compañeros, se hubiesen ofuscado lo bastante para extraviarse en tal lugar. Sin embargo, al reflexionarlo bien, consideraron que las desgracias, que han alcanzado á otras personas, no dejan honda impresión en la naturaleza humana, mayormente si lo que se mira reviste los atractivos que tanto la halagan.

Siguiendo los peregrinos su camino, vi que llegaron al río que se encuentra á este lado de la montaña de las Delicias, y en cuyas dos riberas crecen árboles frondosos, las hojas de los cuales sirven para prevenir indigestiones; donde los prados son verdes todo el año, y donde con perfecta seguridad podían echarse á descansar.

En los prados lindantes con el río había corrales y apriscos para ovejas, y una casa para la crianza de los corderos y las criaturas de las mujeres que van en peregrinación. Había también un Hombre compasivo que se encargaba de ellos, y que llevaba á los corderos en sus brazos y pastoreaba suavemente á las paridas. Cristiana aconsejó a sus cuatros nueras que confiasen al cuidado de este Hombre sus pequeñitos, para que al lado de aquellas aguas fueran albergados, socorridos y criados, y para que en el porvenir no faltase ninguno de ellos.

El Hombre compasivo, si uno se pierde, lo recoge otra vez: «Liga al perniquebrado corrobora al enfermo». Allí no les falta comida, bebida y vestidos; y están libres de las asechanzas de los ladrones y mala gente, porque su Pastor morirá antes que se pierda uno de aquellos que le están confiados. Además, están seguros de recibir buena educación y consejos, y se les enseña á andar por las veredas rectas, lo que es un favor de no escaso precio. También allí se encuentran aguas delicadas, prados deliciosos, flores hermosísimas y una gran variedad de árboles, especialmente de los que llevan fruto; fruto no como aquel de que comió Mateo, que caía del muro del huerto de Beelzebub, sino fruto que proporciona salud donde no la hay, y la fortalece y aumenta donde existe.

Las madres estaban muy contentas de encomendar sus hijitos a tal persona, y otro incentivo á ello fue el que todo había de ser á expensas del Rey; de modo que aquel era como una especie de asilo para niños y huérfanos. Luego prosiguieron los viajeros su peregrinación, y al ir al Prado de la Senda Extraviada, en el que Cristiano y Esperanza cayeron presos del gigante Desesperación y fueron encerrados en el castillo de la Duda, sentáronse los peregrinos y consultaron entre sí sobre el mejor partido que podían tomar. Algunos opinaban que antes de ir más adelante, ya que eran tan numerosos y capitaneados por un hombre como Gran- Corazón, sería mejor acometer al gigante, derribar su castillo, y si hallaban algunos peregrinos en él, ponerlos en libertad. Los pareceres eran diversos. Unos dudaban que fuese lícito poner pie en tierra no consagrada; otros decían que sí podía uno hacerlo, con tal que su propósito fuese bueno. Entonces dijo Gran Corazón: —Este último aserto no es siempre verdad; no obstante, he recibido órdenes de resistir al pecado y de pelear siempre en defensa de la fe; y en este caso, ¿con quién, decidme, he de luchar sino con el gigante Desesperación? Acometeré, por lo tanto, la empresa de quitarle la vida y de arrasar el castillo de la Duda. ¿Quién me acompañará? —Yo iré—dijo el anciano Integridad.

Y nosotros también— añadieron los cuatros hijos de Cristiana, que eran jóvenes y robustos. A las mujeres las dejaron en el camino, y con ellas Flaca-Mente y Próximo-á-cojear con sus muletas, para protegerlas hasta su regreso; lo que podían hacer sin riesgo, porque á pesar de la proximidad del gigante, con sólo quedarse en el camino, un niño las podía conducir.

Subieron entonces, Gran-Corazón, Integridad y los cuatros mozos al Castillo de la Duda, en busca del gigante Desesperación. Al llegar á la puerta del castillo llamaron con estrépito inusitado. El viejo gigante presentóse, seguido de cerca de su esposa Desconfianza.

—¿Quién es—preguntó— el atrevido que de este modo molesta al gigante Desesperación? Soy yo, Gran-Corazón,— respondió el guía—conductor de peregrinos y al servicio del rey del país celestial, y te mando que dejes franca la entrada, pues vengo decidido á ir contigo y demoler tu castillo, después de haberte arrancado la vida.

El gigante Desesperación, que era muy corpulento, se sentía invencible, y confiando en su fuerza inusitada, decía: me ha de espantar Gran-Corazón á mí, que he vencido á los mismos ángeles?— Ajustó, pues, su armadura, y salió. En la cabeza llevaba un yelmo de acero, un peto flamante protegía por delante, sus pies estaban calzados de hierro, su mano blandía un formidable garrote. Así que el gigante salió de su castillo, Gran-Corazón y sus compañeros lo cercaron, atacándole por todos lados; y cuando Desconfianza, la giganta, vino en su socorro, el anciano Integridad derribóla de un golpe. Su esposo hizo una desesperada resistencia, y aun después de derribado por sus adversarios forcejeaba con furia, y defendía su vida con un valor digno de mejor causa; pero Gran-Corazón, con el valor y fuerza que le distinguía, consiguió por fin decapitar al gigante.

Acto seguido, pusiéronse á derribar el castillo de la Duda tarea muy fácil de llevar á cabo, una vez muerto su dueño. Este trabajo los ocupó por espacio de siete días. En los calabozos encontraron á un tal Desaliento, casi muerto hambre, y á su hija Mucho-Temor, á estos dos los salvamos; pero era pasmoso ver los cadáveres que yacían aquí y por allá en el patio del castillo, y huesos humanos de que estaban atestados los calabozos.

Consumada esta hazaña por Gran Corazón y sus compañeros, tomaron bajo su protección á Desaliento con su hija Mucho-Temor, que eran personas honradas, aunque habían estado encerrados en el castillo de La Duda, como prisioneros del gigante Desesperación. Sepultaron el cuerpo del tirano debajo de un montón de piedras, y tomando su cabeza bajaron al camino para contar á los demás lo sucedido.

Grandísimo fue el contento y gozo de Flaca-Mente y Próximo-á-cojear, al reconocer la cabeza de Desesperación, Cristiana, que sabía tocar la viola, y su nuera Misericordia el laúd, viéndolos tan alegres, tocaron una melodía. A Próximo-á-cojear le entraron deseos de bailar, y tomando de la mano á Mucho-Temor, bailó con ella una danza. Verdad es que no podía bailar sin auxilio de una muleta; mas no por esto dejó de brincar como un joven: la moza también se hizo acreedora á muchos elogios por lo bien que correspondió á la música.

Por lo que respecta á Desaliento, poco caso hacía de la música; pues estaba más bien para comer que para bailar, tan grande era su desfallecimiento. Para su alivio inmediato, Cristiana le dio un trago del licor que tenía, ínterin le preparaba algo para comer, y al poco rato el pobre se reanimó y comenzó á cobrar fuerzas.

Vi luego en mi sueño que Gran-Corazón tomó después la cabeza del gigante, y colocóla al lado del camino enfrente mismo de la columna que Cristiano había erigido para precaver á los que viniesen más tarde contra el riesgo de entrar en su territorio. Debajo de la cabeza grabó el guía en una piedra de mármol los siguientes versos: Ved aquí la cabeza del Gigante Que á pobres peregrinos aterraba; Su castillo ya queda derribado, Y muerta su mujer Desconfianza.

Gran-Corazón, de oscuros calabozos

A Desaliento y á su hija saca.

Quien tenga dudas, que se fije en esto,

Y serán, como nubes, disipadas.

Esta cabeza libertad anuncia,

Y al verla, de placer los cojos bailan.

 

CAPÍTULO XVIII

Los peregrinos en las Montañas de las Delicias.

—Afable recibimiento que les fue dispensado por los Pastores.

Después de la hazaña mencionada, nuestros bravos y valientes peregrinos siguieron adelante hasta llegar á las Montañas de las Delicias, donde Cristiano y Esperanza se habían refrigerado con los deleites variados de aquel sitio. Allí también hicieron conocimiento con los Pastores, quienes les dieron la bienvenida, lo mismo que antes habían hecho con Cristiano y su compañero.

Viendo los Pastores el numeroso séquito que venía en pos de Gran Corazón (á él le conocían bien), dijéronle: —Buena compañía traes. ¿Dónde hallaste á todos éstos? El guía presentó á los peregrinos, diciendo: Aquí viene Cristiana con sus hijos Y sus nueras, cual Carro que señala El polo, y manifiesta el camino, Que lleva del pecado hasta la gracia.

Integridad peregrinando viene,

Y Pronto-á cojear con Mente-Flaca.

Como ambos son sinceros, no han querido

Que atrás sus compañeros les dejaran.

Desaliento también va con nosotros

Y Mucho-Temor, su hija, le acompaña.

¿Podemos hospedarnos aquí mismo,

Ó deberemos proseguir la marcha?

 

—Bien venida sea tan hermosa compañía—dijeron los Pastores;— aquí tenemos consuelos y comodidades para los débiles, lo mismo que para los fuertes. Nuestro Príncipe hace caso de lo que se hace con el más pequeño de éstos; por eso la flaqueza no debe impedirnos mostrar hospitalidad— Entonces, conduciendo á los peregrinos á la puerta del palacio, dijeron:—Ven, Flaca-Mente, y tú, Próximo-á-cojear, entra; adelante, Desaliento, y entra tú, Mucho-temor— Luego, volviéndose hacia el guía, le advirtieron:— A estos los llamamos por su nombre, porque son los más dispuestos á retirarse; pero os dejamos en la acostumbrada libertad á vosotros que sois fuertes.

GRAN COR. — Hoy veo que la gracia resplandece en vuestros rostros, y que sois verdaderamente Pastores de mí Señor; no habéis empujado con el hombro á las ovejas flacas, sino antes bien, conforme es vuestro deber, habéis esparcido flores en su camino hacia el palacio, entraron entonces los débiles y flacos, seguidos de Gran-Corazón y los demás. Una vez sentados las Pastores, preguntaron á los más débiles:— ¿Qué se os ofrece? Porque aquí las cosas han de conducir á la corroboración de los flacos y á la amonestación de los desobedientes.— Seguidamente les hicieron un festín de cosas nutritivas, fáciles de comer y agradables al paladar, después de cuyos obsequios retiráronse á sus respectivas habitaciones en busca descanso.

Los Pastores tenían por costumbre, dada la gran elevación de las montañas, enseñar á los peregrinos antes de su partida algunas de las cosas raras que desde allí podían verse. Por consiguiente, la próxima mañana, en que la atmósfera era muy despejada, después de haberse desayunado los viajeros, los condujeron al campo y les enseñaron lo que antes habían mostrado á Cristiano.

Seguidamente los acompañaron á nuevos sitios. En primer lugar, se dirigieron al Monte de las Maravillas, donde, á una gran distancia de ellos, vieron á un hombre que con palabras hacía levantar y moverse los collados. No comprendían el significado de esto, por lo que los Pastores les dijeron que el hombre era hijo de un tal Gran-Gracia (de quien nos hemos ocupado ya en la primera parte de esta obra), y que se encontraba allí para enseñar á los peregrinos á derribar ó arrancar de su camino, por medio de la fe, cuantas dificultades se les ofreciesen.— Ya lo conozco por su superioridad sobre la mayor parte de los hombres— dijo Gran-Corazón.

De allí los condujeron á otro lugar, llamado el Monte de la Inocencia, en cuyo paraje vieron un hombre, vestido completamente de blanco, y dos sujetos, llamados Prevención y Malevolencia, que de continuo le tiraban fango; y he aquí que toda la inmundicia que le echaban encima, en breves momentos se caía, dejando sus vestidos tan blancos y limpios como si no los hubieran ensuciado.

PEREGRINOS.— ¿Qué es lo que significa esto? PASTORES.— Este se llama Piadoso, y sus vestidos blancos representan la inocencia de su vida. Los que le tiran barro son personas que odian su virtud; pero así como habéis notado que el cieno no se adhiere á sus vestidos, así también sucederá con aquel que de veras viva inocentemente en este mundo. Quienes quieran que sean los que intenten empañar la justa fama de tales hombres, su trabajo resultara inútil, pues que Dios, con su inquebrantable justicia no tardará mucho en hacer que su inocencia resplandezca como la luz del medio día.

Acto seguido los acompañaron al Monte de la Caridad, y les mostraron un hombre que tenía delante de sí una pieza de tela, de la que cortaba vestidos para los pobres que le rodeaban, á pesar de lo cual la pieza no sufría ninguna disminución.

Esto—dijeron los Pastores en contestación á una pregunta de los peregrinos— es para mostraros que aquel cuyo corazón le impulsa á trabajar en favor de los pobres, no le faltará con qué hacerlo. «El que saciare, él también será saciado», y la torta que dio la viuda al profeta no fue de que tuviese menos harina su barril.

En otro sitio se les enseñó á dos hombres, llamados Necio y Falto-de-juicio, que se ocupaban en lavar á un negro con intención de emblanquecerlo; pero cuanto más lo lavaban más negro parecía. Preguntados qué representaba aquello, dijeron:— «Así sucederá con la persona vil; cuantos medios se empleen para alcanzarle un buen nombre, acabarán por hacerle todavía más abominable. Así son los Fariseos y así será con todos los hipócritas.» Entonces dijo Misericordia á su suegra Cristiana: Madre, si me permite, quisiera ver la puerta que hay en el collado, que comúnmente llaman el postigo del infierno.

Habiéndolo manifestado su suegra á los Pastores, todos dirigieron sus pasos allá. La puerta se encontraba en la falda de la colina, y los Pastores, abriéndola, dijeron á Misericordia que escuchase un rato. Aplicando ésta su oído, oyó á uno que decía:— Maldito sea mi padre por haber apartado mis pies del camino de la paz y de la vida. —Otro decía:—¡Ojala que hubiere sido despedazado antes que por salvar mi vida perdiera mi alma!—Mientras un tercero exclamaba:—Si pudiera volver á vivir, ¡cuánto me negaría á mí mismo antes que venir á parar á este lugar!—Entonces pareció á la joven que la tierra gemía y temblaba de miedo bajo sus pies, y al alejarse de allí temblando y con el rostro pálido, dijo:—¡Felices aquellos que se ven libres de este lugar! Habiendo visto todas estas maravillas, los peregrinos fueron conducidos de nuevo al palacio, donde los Pastores los agasajaron con lo mejor que había en la casa. Misericordia, como pasa alguna vez con las mujeres, se había enamorado de un objeto que en la casa vio, pero se avergonzaba de pedirlo; tan vehemente fue su anhelo de obtenerlo, que casi se puso enferma, lo que llamo la atención de su suegra, —¿Qué tienes?— preguntóle ésta.

—Hay en el comedor un espejo—contestó— del cual no puedo apartar mis pensamientos; si no logro poseerlo, temo que me ocurra alguna desgracia.

—Ya manifestaré tus deseos á los Pastores—dijo Cristiana;— estoy segura de que no te lo negarán.

—Pero—añadió la joven— me avergüenzo de que éstos sepan que he deseado algo, —De ningún modo, hija mía; lejos de ser una vergüenza, es una virtud anhelar una cosa como esa.

—En ese caso—dijo Misericordia,— si te place, pregunta á los Pastores si quieren vendérmelo.

El espejo era único en su especie. Mirándolo por un lado, veía uno fielmente reproducidas sus propias facciones; mirándolo por el opuesto, reflejaba el mismo rostro e imagen del Príncipe de los peregrinos. He tratado con los que son capaces de hablar sobre el asunto, y me han dicho que mirando en aquel espejo han visto la misma coronando de espinas su frente, lo propio que las heridas en sus manos, en sus pies y en su costado. Además cual, tal excelencia posee dicho espejo, que representa al Príncipe de la manera que uno quiera verlo, vivo ó muerto, en la tierra ó en el cielo, en su humillación ó en su exaltación, viniendo al mundo á sufrir ó viniendo á reinar, Cristiana, por lo tanto, dirigióse A los Pastores, que se llamaban Ciencia, Experiencia, Vigilancia y Sinceridad, manifestóles aparte el anhelo de Misericordia.

EXPER.— Llámala, llámala; tendrá ciertamente cuanto podamos proporcionarle.

Llamada Misericordia, le preguntaron: Qué es lo que deseas?

MISER. (Sonrojándose).— El espejo que está colgado en el comedor.

Sinceridad corrió en busca de él, y con unánime consentimiento le fue dado. Ella entonces, inclinándose, les dio las gracias, diciendo: Por esto sé que he hallado gracia en vuestros ojos, dieron también á las demás jóvenes cuantas cosas deseaban, y á sus respectivos maridos gran encomio, por cuanto se habían unido á Gran-Corazón para dar muerte al Gigante Desesperación y echar á tierra el castillo de la Duda. Al propio tiempo, las mujeres todas recibieron de sus manos alhajas de gran valor para el adorno de sus personas.

Cuando nuestros peregrinos desearon proseguir su camino, los despidieron en paz, sin darles las advertencias y amonestaciones que antes habían dirigido á Cristiano y su compañero. La razón de esto se fundaba en que tenían á Gran-Corazón por guía quien, estando al corriente de todo, podía advertirles el peligro más oportunamente, esto es, cuando fuese inminente. Las amonestaciones que Cristiano y Esperanza recibieron de parte de los Pastores habían caído ya en olvido antes de que llegara el momento de valerse de ellas. Por consiguiente, en este respecto esta compañía llevaba una ventaja sobre la otra. De esta morada salieron los peregrinos, y mientras caminaban alzaron sus voces cantando:

¡Qué bien han preparado estas mansiones para solaz del pobre peregrino!

¡Cómo se nos recibe!

¡Cuántos dones Para quien lleva el celestial camino!

Nos hacen ver hermosas novedades

Por darnos grande gozo en nuestra vida;

Y el objeto de todas sus bondades

Es hacer nuestra marcha sostenida.

 

CAPÍTULO XIX

Encuentro con Valiente-por-la verdad, quien se junta á la compañía; de su historia se comprende cómo un hombre puede triunfar en todas las dificultades.

Poco tiempo después de haberse separado de los Pastores, llegaron los peregrinos al sitio donde Cristiano se había encontrado con Vuelve-atrás, natural del pueblo de Apostasía.

Gran-Corazón les recordó aquel incidente, diciendo: —Este es el lugar donde Cristiano encontró á Vuelve-atrás, con un letrero en sus espaldas explicando la naturaleza de su rebelión. Este sujeto no quiso escuchar ningún consejo, sino que, una vez caído, la persuasión fue del todo inútil para detenerlo. Cuando este hombre llegó al sitio donde está la cruz y el sepulcro, encontró á uno que le encareció que contemplase aquel espectáculo; pero él, rechinando los dientes y dando patadas en el suelo, dijo que estaba resuelto á volver á su propio pueblo. Antes de que llegase á la Puerta, Evangelista le salió á su encuentro, y quiso persuadirle para dirigirle otra vez al camino, pero Vuelve-atrás lo resistió con muchos improperios, y escalando un muro se escapó.

Siguiendo los peregrinos avanzando, y precisamente en el sitio donde antes Poca-fe había sido robado, vieron á un hombre en pie, con su espada desnuda en la mano y el rostro todo ensangrentado. Preguntóle Gran-Corazón: —¿Quién eres? —Me llamo Valiente-por-la-verdad. Soy peregrino, y me dirijo á la Ciudad Celestial.

Seguía mi camino, cuando tres hombres me asaltaron, proponiéndome tres cosas: Había de elegir entre 1°, asociarme con ellos; 2°, volver al lugar de donde vengo; ó 3°, morir aquí mismo.

A lo primero contesté que, siendo hombre leal y honrado desde hacía mucho tiempo, no era de esperar que ahora uniera mi suerte con la de unos ladrones. Entonces me preguntaron qué contestación daba á la segunda proposición. Les dije que si no hubiese sufrido muchas molestias y peligros en el lugar de donde había salido, no lo hubiera abandonado; pero hallando que me era del todo inconveniente, lo dejé para seguir este camino. Luego me preguntaron qué decía en cuanto á lo tercero.—Mi vida—dije—me ha costado demasiado cara para que ligeramente 1a pierda; además, no os toca á vosotros hacerme tal proposición, por lo que, á vuestro riesgo sea si me tocáis.

Entonces los tres malvados, que se llamaban Ligero-de-cascos, Inconsiderado y Pragmático, me embistieron, y yo á mi vez desenvainé mi espada para defenderme. Por más de tres horas peleamos cuerpo á cuerpo, uno contra tres. Mis contrarios han dejado en mí algunos rastros de su valor, y se han llevado también algunos del mío. Acaban de huir; supongo que, presintiendo vuestra llegada, escaparon.

GRAN COR. — La lucha era muy desigual, tres contra uno.

VALIENTE.— Es verdad; pero unos cuantos más ó menos no hacen nada á aquel que es partidario de la verdad. «Aunque se asiente campo contra mí (ha dicho uno), no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo en esto confío». Además, he leído en los archivos que un hombre solo luchó contra un ejército. ¡A cuántos hirió son con la quijada de un asno!

GRAN COR. — ¿Por qué no alzaste la voz para que viniese alguien en tu socorro? VALIENTE.— Así lo hice, clamando á mi Rey, quien como sabía yo, podía oír y otorgar ayuda invisible, y esto me bastó.

GRÁN-COR.— Te has portado dignamente. ¿Me dejarás ver tu espada? Valiente-por-la-verdad se la enseñó. El guía, después de haberla examinado atentamente, dijo: — ¡Ah! Es una buena de hoja Jerusalén.

VALIENTE.— Lo es. Tenga un hombre en su mano una de estas hojas para blandiría y emplearla con destreza, y podrá aventurarse al combate contra un ángel. No ha de temer su acierto, con tal que sepa manejarla. Sus filos no se embotaran nunca. Penetra carne y huesos, alma, espíritu y todo.

GRAN COR. — La pelea duró mucho tiempo; es extraño que no estuvieses cansado.

VALIENTE.— Luché hasta que mi mano quedó unida á mi espada, como si ésta fuese continuación de mi brazo, y la sangre caía de mis dedos; entonces fue cuando con más valor me batí.

GRAN COR. — Bien has hecho; has «resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado». Te quedarás con nosotros, y compartiremos la misma suerte, porque somos compañeros tuyos.

Tomándolo entonces, le lavaron las heridas y le dieron de lo que tenían, para refrigerarle: y luego caminaron juntos, recreándose Gran-Corazón con su compañía. Valiente-por-la-verdad desde luego se captó un amor no fingido, porque el guía encontró en él un hombre que sabía defenderse. Siguieron, pues, andando, y Gran-Corazón, para animar á los que eran flacos y débiles, hizo muchas preguntas á su nuevo compañero de viaje. Primero le interrogó acerca de su país.

VALIENTE.— Soy del País-de-las-tinieblas; allí nací y allí están todavía mis padres.

GRAN COR. — Si no me equívoco, el País-de-las-tinieblas, está en la misma región que la Ciudad de Destrucción.

VALIENTE.— Justo. Lo que me indujo á salir en peregrinación fue lo siguiente: vino a nuestro distrito un tal Cuenta-la-verdad relatando lo que había hecho Cristiano, aquel que salió de la ciudad de Destrucción, dejando á su mujer é hijos, y abrazando la vida de peregrinación; según decía, había matado una serpiente que había salido á obstruirle el paso, y había llegado felizmente donde se dirigía. Nos contó lo del recibimiento benévolo que se le había dispensado en cada una de las hospederías de su Señor, y de la acogida cariñosa que había recibido á las puertas de la Ciudad Celestial. Allí nos dijo el hombre, cómo fue recibido á son de trompetas por una compañía de seres resplandecientes; cómo echaron á vuelo todas las campanas de la ciudad, por el gozo que sentían al recibirle, y cómo se le vistió de ropaje espléndido, junto con otras muchas cosas que es excusado contar. En una palabra: el forastero de tal modo contó la historia de Cristiano y su viaje, que sentí mí corazón arder en deseos de seguirle; ni mis padres pudieron detenerme. Me arranqué de sus brazos, y hasta aquí he ido en mi camino.

GRAN COR. — Entraste por la puerta, ¿no es verdad?

VALIENTE.— Oh, si; el mismo hombre nos dijo que todos nuestros esfuerzos resultarían vanos, si no principiásemos entrando por la puerta.

GRAN COR. — (Dirigiéndose á Cristiana.)— Veo que la noticia de la peregrinación de tu marido y lo que por medio ella ha alcanzado, se ha divulgado por todas partes.

VALIENTE.— ¡Cómo! ¿Es ésta la viuda de Cristiano? —Sí, ella es; y éstos son sus cuatro hijos.

VALIENTE.— ¿Y ellos también son peregrinos?

GRAN COR. — En efecto, siguen sus huellas.

VALIENTE.— Me alegro de todas veras. ¡Cuan gozoso estarán el buen Cristiano al ver entrar por las puertas de la ciudad á los que en un tiempo no querían acompañarle!

GRAN COR. — Sin duda, esto le infundirá mucha alegría, después del gozo que debe sentir al encontrarse él mismo en aquel lugar, será grande el que sentirá al ver A su esposa é hijos allí.

VALIENTE.— Algunos ponen en duda, que nos conozcamos unos á otros allá. Ya que estamos en esto, quisiera oír lo que opinas sobre el particular.

GRAN COR. — ¿No creen que se conocerán á sí mismos, o que se regocijarán al verse rodeados de bienaventuranza? Si no les cabe duda de esto, ¿por qué no conocer á otros también y alegrarse de su bienestar? Además, siendo así nuestros parientes están tan íntimamente relacionados con nosotros (si bien ese parentesco desaparece allí), ¿por no podemos lógicamente suponer que estaremos más contentos de verlos allí que no de echarlos de menos?

VALIENTE.— Bien; creo que la razón te asiste en cuanto ;i esto. ¿Tienes algo más que preguntarme acerca del comienzo de mi viaje?

GRAN COR. — Sí, quería preguntarte si tus padres querían dejarte emprender la peregrinación.

VALIENTE.— Muy al contrario, emplearon todos los medios que pueden imaginarse para persuadirme á quedarme encasa.

GRAN COR. ¿Qué podrían decir en contra de semejante vida?

VALIENTE.— Decían que era una vida perezosa, y que si yo no tuviera disposición para la vagancia y la holgazanería, nunca podría aceptar la condición del peregrino.

GRAN COR. — ¿Alegaron acaso algo más?

VALIENTE.— Me dijeron también que el camino más peligroso del mundo era el de los peregrinos.

GRAN COR. — Te habrán indicado sin duda en qué consistía lo peligroso del camino.

VALIENTE.— SÍ, y entraron en muchos detalles. Me hablaron del pantano de la Desconfianza, en el que Cristiano estuvo á punto de ahogarse; dijeron que en el castillo de Beelzebub había —arqueros dispuestos a lanzar sus saetas contra los que llamasen a la portezuela; me hablaron de bosques y tenebrosas montañas, del collado Dificultad, de los leones, de los tres gigantes Sanguinario, Aporreador y Mata-lo-bueno. Además, dijeron que por el valle de Humillación vaga un ente inmundo que casi acabó con Cristiano, y que tendría que atravesar el valle de Sombra-de-Muerte, donde abundan duendes y espectros, donde la luz son tinieblas, y donde el camino está erizado de redes, barrancos, trampas y armadijos.

Luego me refirieron lo del gigante Desesperación con el castillo de la Duda, y la ruina que allí aguardaba á los peregrinos; me dijeron que tendría que cruzar la Tierra-Encantada, que es peligrosa, y que, por fin, daría con un río que me separaría del país celestial, y para salvar el cual no existe puente alguno.

GRAN COR. — ¿Nada más?

VALIENTE.— No fue esto todo. Advirtiéronme que en el camino abundan farsantes y toda clase de gente mala que acechan á los buenos para desviarlos.

GRAN COR. — ¿Cómo comprobaron esto?

VALIENTE.— Me aseguraron que un tal Sabio según-el-mundo, acecha á los caminantes para engañarlos; que Formalista é Hipocresía están continuamente por allí; que interés-privado, Locuacidad ó Demás se me acercarían con sus seducciones; que Adulador me prendería en su red; ó en compañía de Ignorancia de la cabeza verde, presumiría yo llegar hasta la puerta del cielo, y sólo conseguiría llegar al postigo que existe en la falda de cierto collado, por el que sería arrojado por el camino más corto al infierno.

GRAN COR. — Estas noticias eran harto desanimadotas: y con esto pusieron fin á sus persuasiones?

VALIENTE.— Nada de eso. Después probaron otros medios y me contaron de muchos que antiguamente habían probado este camino, y se habían adelantado mucho en él por ver si por ventura descubrían algo de aquella gloria que tantas personas habían ponderado, y con gran satisfacción del país entero regresaron, calificándose de fatuos por haber dado un solo paso en esa dirección; y por más señas, me nombraron varios que habían obrado así, cuales eran Obstinado y Flexible, Temeroso y Desconfianza, Vuelve-atrás y Ateo, junto con otros varios, algunos de los cuales, decían, habían ido muy lejos en busca de esas dichas, pero ni uno de ellos había sacado de sus esfuerzos la más mínima ventaja.

GRAN COR. — ¿Objetaron algo más para desalentarte?

VALIENTE.— Sí— por último, me hablaron de un peregrino, llamado Receloso, que encontró el camino tan solitario, que en todo él no disfrutó de una hora agradable; y de un tal Desaliento, que estuvo á pique de morir de hambre; y además, lo que casi había olvidado yo, agregaron que Cristiano mismo, de quien tanto ruido se había hecho, A pesar de todos sus esfuerzos para conseguir una corona celestial, indudablemente pereció ahogado en el Río Negro, sin lograr dar un paso más allá, por más que lo habían callado.

GRAN COR. — ¿Y nada de esto te desanimó?

VALIENTE.— Muy al contrario, todo cuanto decían me parecía que no tenía importancia alguna.

GRAN COR. — ¿Cómo fue eso?

VALIENTE.— Fue porque todavía creía lo que Cuenta-la-verdad, había dicho, y esta convicción me hacía despreciar toda clase de temores.

GRAN COR. — Esta, pues, fue tu victoria, tu fe.

VALIENTE.— Justo; creí, y por eso me puse en el camino; batíme con todos cuantos se opusieron á mi paso, y por la fe he llegado hasta aquí.

Miren bien estos ejemplos:

Los que quieran ser viadores,

Y desechen los temores De este valle terrenal.

Viento, lluvia ni borrasca.

Apartan al peregrino,

Que, firme, sigue el camino

De la Patria Celestial.

 

Aunque le cuenten historias

Para infundir desaliento,

No conseguirán su intento

Ni su fuerza abatirán; Ni los leones le arredran,

Ni el infierno le intimida,

Y con marcha sostenida

Llega al fin á Canaán.

Los espectros y fantasmas.

 

Que ante el cobarde aparecen,

Con la fe se desvanecen

Y no asustan al leal:

Y Satanás, derrotado

Por el bravo peregrino,

Le deja libre el camino

De la Patria Celestial.

 

CAPITULO XX

Los peregrinos posan por Tierra-Encantada- miserable suerte que cabe á los que descuidan tus deberes.— Encuentro con Firmeza, y la victoria que éste alcanzó sobre las seducciones fiel del mundo.

Los caminantes se encontraban ya próximos á la Tierra-Encantada, cuya atmósfera, saturada de emanaciones soporíferas, aletargaba los sentidos. El país estaba cubierto de abrojos y espinas, excepto unos claros aquí y allá, en que había unos cenadores encantados, en los cuales, si uno se echa á dormir, es poco probable que vuelva levantarse ó despierte en este mundo. Al través, pues, de estos matorrales, caminaron nuestros viajeros: Gran-Corazón, conforme con su carácter de guía, iba delante, y Valiente-por-la-verdad, cerraba la columna, sirviendo de guardia, por si acaso algún demonio, dragón, gigante ó ladrón los atacase por la espalda. Ambos andaban con su espada desnuda en la mano, por cuanto sabían que el lugar era peligroso. Al propio tiempo, animábanse unos á otros como mejor podían. Gran-Corazón había dispuesto que Flaca-Mente viniese inmediatamente detrás de él, mientras que Desaliento estaba bajo el cuidado especial de VALIENTE.

Poco se habían internado en este territorio, cuando cayó sobre ellos una espesa niebla, acompañada de densas tinieblas, de modo que por algún tiempo apenas podía uno distinguir á su compañero, y se veía obligado á cerciorarse de la presencia de los demás por medio de las palabras, porque no andaban por la vista.

No hay necesidad de decir que si en semejantes circunstancias aun los más fuertes se veían apurados, ¡cuánto peor no sería para los niños y mujeres, que eran tiernos de pies lo mismo que de corazón! Sin embargo, estimulados por palabras de Gran-Corazón y de Valientepor la verdad, salieron airosos del paso.

El camino también era muy pesado, pues los conducía á través de un terreno húmedo y cenagoso, en el que ni se veía ni había en toda la comarca una sola posada ó mesón en que obtener refrigerio para los débiles, los que en su cansancio gemían, se lamentaban y suspiraban. Mientras tropezaban en las matas que embarazaban el camino, se atascaban en el fango, perdiendo en él sus zapatos, y solo haciendo inauditos esfuerzos conseguían vencer las innumerables dificultades que se les presentaban.

En este penoso camino encontraron un cenador que ofrecía apetecible descanso á los caminantes; arriba estaba delicadamente labrado é interiormente hermoseado con ramajes, y amueblado con bancos y escaños. Había también un blando canapé, en el que los cansados podían recostarse. Todo esto, dadas las circunstancias, era muy halagüeño, porque los peregrinos empezaban á resentirse de la pesadez del camino; pero ni uno de ellos hizo siquiera proposiciones de descansar allí. Por lo que veía yo, prestaban siempre tanta atención á los consejos del guía, y éste tan fielmente les advertía los peligros al aproximarse á ellos, y la naturaleza de los mismos, que por lo general, cuando más cerca estaban de ellos era cuando más valor cobraba, y más se animaban mutuamente á refrenar la voluntad de la carne. Esta glorieta se llamaba «El amigo de los Perezosos,» con el propósito de tentar, si fuese posible, á los caminantes cansados á entregarse allí al reposo.

Luego vi que los peregrinos continuaron atravesando este lugar solitario, hasta llegar á un sitio donde uno puede fácilmente equivocar el camino. Teniendo el guía la luz del sol, no tenía ninguna dificultad en evitar las sendas extraviadas; mas ahora en la oscuridad se encontraba algún tanto perplejo; pero tenía en el bolsillo un mapa de todos los caminos, tanto los que conducen á la Ciudad Celestial como los que se bifurcan con él y llevan á otras partes.

Encendió, por tanto, una luz (porque nunca viaja sin ella) y examinó bien su plano, el cual le indicaba que en aquel sitio debía uno cuidar de tomar á la derecha. Si no hubiese tenido la precaución de mirar el mapa, según todas las probabilidades, hubieran perecido ahogados en el cieno, por que un poco más adelante, y al extremo de la senda más transitable de todas, había un foso, cuya profundidad se ignora, lleno de fango hasta el borde, y hecho de intento para la perdición de los caminantes.

Entonces pensé en mi interior:— ¿Quién, yendo en peregrinación, dejaría de proveerse de uno de estos mapas, para consultarlo acerca de su camino en caso de duda? Siguiendo su viaje á través de esta Tierra-Encantada, llegaron los peregrinos á otro cenador construido al lado del camino, en el cual yacían dos hombres llamados Descuidado y Demasiado-atrevido. Estos dos sujetos habían llegado hasta este punto de su peregrinación; pero, sintiéndose cansados del viaje, entraron para descansar, y un sueño profundo se apoderó de ellos. Nuestros peregrinos, al percibirlos, se pararon y menearon la cabeza, sabiendo que estaban en una situación lastimosa. Consultando entre sí lo que debía hacerse, si debían seguir su camino dejándolos dormidos, ó entrar y hacer un esfuerzo por despertarlos, si podían, pero con la precaución de cuidar de no sentarse ni dejarse seducir por los deleites que ofrecía el cenador.

Acordado esto, entraron y hablaron á los hombres, llamándolos por sus nombres, porque el guía, por casualidad, los conocía; pero no hubo contestación alguna. Viendo esto Gran-Corazón los sacudió, é hizo cuanto pudo para despertarlos.

—Ya te pagaré cuando haya cobrado— dijo uno de ellos, a cuya contestación el guía meneó la cabeza.

—Lucharé— exclamó el otro— mientras pueda empuñar mi espada.

Esto hizo reír á uno de los niños, pero Cristiana preguntó: Qué significa esto?

GRAN COR. — Estos hablan soñando. Que se los hiera, golpeé o se les haga cualquier cosa, contestarán de este modo ó como uno de ellos dijo antiguamente, cuando las olas del mar le azotaban, y él dormía como en la punta de un mastelero: (Cuando despertare, aún lo tornaré á buscar). Ya sabéis que los hombres, cuando hablan en así, dicen cualquier cosa, pero sus palabras no son dirigidas por la fe ni por la razón. Hay incoherencia ahora entre el ir en peregrinación y sentarse aquí. He aquí pues, lo que resulta cuando personas descuidadas van en peregrinación: de veinte uno se salva porque esta Tierra-Encantada es una de las últimas guaridas que posee el enemigo. Por eso está situada como ven, casi al término del camino, llevando, por consiguiente, más ventaja contra nosotros. —Porque, raciocina el enemigo, ¿cuando tendrán esos necios más deseos de sentarse que cuando estén cansados? ¿Y cuándo han de estar más cansados que cerca del fin de su carrera? Por esta razón, digo, la Tierra-Encantada está situada tan cerca del país de Beulah, tan próxima al fin del camino. Que todos los peregrinos, pues, miren por sí, no sea que les acontezca lo mismo que á éstos, que, como veis, se han dormido y nadie los puede despertar.

Entonces, temblando, ansiaban los peregrinos ir adelante; pero antes de ordenar de nuevo la marcha rogaron al guía que encendiese una luz, para que por lo que restaba del camino pudiesen caminar á la luz de una linterna. Con esta ayuda terminaron bien el camino, aunque era densa la oscuridad).

Los niños, empero, comenzaron á sentir una fatiga excesiva, y clamaron á Aquel que ama á los peregrinos, rogándole que les luciese más cómodo el camino. Al poco rato levantóse un viento que disipó la niebla, dejando la atmósfera más despejada. No habían llegado ni con mucho al extremo de la Tierra-Encantada, pero sí podían mejor distinguirse unos á otros y mejor escoger su camino.

Cuando, por fin, faltaba poco para verse fuera de este territorio, acertaron á oír a alguna distancia un sonido solemne como de uno ocupado en una conversación interesante. Siguieron avanzando, y percibieron un hombre de rodillas, sus manos y ojos alzados al cielo, hablando, según parecía, con ardor con alguien que debía estar arriba. Acercáronse los peregrinos; mas no pudieron distinguir las palabras, por lo cual anduvieron despacio y silenciosamente hasta que hubo acabado. Concluida su oración, el hombre se levantó y echó a correr en dirección á la Ciudad Celestial. En esto Corazón llamole gritando: —¡Eh, amigo! Si te diriges, como supongo, á la Ciudad Celestial, deja que gocemos de tu compañía, El hombre entonces se detuvo, y nuestros caminantes le alcanzaron. Así que Integridad lo vio, exclamó: yo conozco a éste.

—¿Quien es?— preguntó VALIENTE.

Es uno que viene de cerca donde habitaba yo. Se llama Firmeza, y por cierto que es peregrino de buena ley.

Al encontrarse, Firmeza dijo a Integridad: —¡Hola, padre Integridad! ¿Eres tú?

INTEG.— Sí, yo soy.

FIRM.— ¡Cuánto me alegro de encontrarte en este camino!

INTEG.— Y yo no menos de haberte visto de rodillas.

FIRM. (Poniéndose colorado).— ¿Cómo? ¿Me viste?

INTEG.— Sí que te vi, y mi corazón saltó de gozo á semejante vista.

FIRM.— ¿Y qué pensaste?

INTEG.— ¿Qué había de pensar? Pensé que teníamos un hombre formal en nuestro camino, y que pronto gozaríamos de su compañía.

FIRM.— Feliz de mí si tu juicio no resulta equivocado; no soy lo que debiera ser, yo solo tendré que sufrir las secuencias.

INTEG.— Es mucha verdad; pero tus temores me convencen más todavía de la armonía que existe entre el Príncipe de los peregrinos y tu alma; porque dice:— «Bienaventurado el hombre que siempre está temeroso».

VALIENTE.— Ahora bien, hermano; te ruego nos digas por qué hace poco estabas de rodillas. ¿Fue acaso que algunas señaladas mercedes te habían impuesto nuevas obligaciones, ó qué?

FIRM.— Yo os lo diré. Estamos, como veis, en la Tierra-Encantada, y yo, conforme caminaba, estaba reflexionando sobre cuan peligroso es el camino en esta parte, y cuántos que han llegado hasta este punto de su viaje, aquí han sido detenidos y han perdido la vida.

Pensaba también en la clase de muerte que aquí alcanza a los hombres. Los que en este sitio se pierden no fallecen de ninguna enfermedad fulminante. La muerte de estos desgraciados no les es penosa, porque aquel que muere entregado en brazos del sueño, parte de aquí con deseo y placer, y se allana á la voluntad de esa enfermedad.

INTEG.— ¿Has visto tú, aquellos dos hombres que duermen en el cenador?

FIRM.— Sí, he visto allí á Descuidado y Demasiado-atrevido, y por lo que presumo, allí permanecerán hasta que se pudran. Pero déjame continuar mi relato. Mientras andaba entregado á tales reflexiones, se me presentó una mujer, graciosamente ataviada, pero muy vieja, que me ofreció tres cosas: es decir, su persona, su bolsa y su lecho. Pues bien, es la verdad que sobre estar cansado tenía sueño, y también, como tal vez sabría la hechicera, soy pobre como un ratón. La rechacé una y dos veces, pero no hizo caso de mis negativas, y sonreía. Entonces comencé á enfadarme, pero eso no le importaba nada. Volvió á hacerme ofrecimientos, y dijo que si quería dejarme gobernar por ella, me daría honra y felicidad, porque—dijo— soy dueña mundo, y por mi mediación los hombres son felices, preguntele cómo se llamaba, y me dijo, la señora Burbuja. Esta noticia me alejó todavía más de ella; pero ella, por su parte, no dejaba de perseguirme con sus seducciones. Entonces me eché de rodillas, y alzadas las manos, elevé fervorosas oraciones á Aquel que nos ha prometido su auxilio, La mujer acababa de marcharse cuando llegasteis, y yo, viéndome salvado de este gran peligro, seguí dando gracias por ello, pues verdaderamente creo que no me quería ningún bien, sino que, al contrario, deseaba detener mi viaje.

INTEG.— Sin género de duda, sus designios eran malos—, calla, ya que me hablas de ella, se me figura que la he visto ó que he leído algo acerca de ella,

FIRM.— Ambas cosas tal vez.

INTEG.— ¡Señora Burbuja! ¿No es ella una mujer: Alta, bien parecida, y de tez algo trigueña?

FIRM.— Justo, has acertado; este es su retrato exacto.

INTEG.— ¿Habla muy suavemente, finalizando cada frase con una sonrisa?

FIRM.— La pintas perfectamente.

INTEG.— ¿Y lleva un gran bolsillo á su lado, en el cual mete muy á menudo la mano, y hace sonar su dinero como a la delicia de su corazón?

FIRM.— Si hubieses estado delante mientras conversábamos no hubieras podido más acertadamente pintármela, o describir su apariencia.

INTEG.— En ese caso, el que la pintó era buen retratista, y lo que escribió respecto á ella era verdad.

GRAN COR. — Esa mujer es una bruja, y en virtud de sus hechicerías, esta tierra está encantada. Quienquiera que repose su cabeza en su regazo, tanto le valiera ponerla en el tajo sobre el que está suspendida el hacha; y quienesquiera que sean los que fijan los ojos en su hermosura, están considerados como enemigos de Dios. Ella es la que mantiene en su esplendor a todos los enemigos de los peregrinos, y ella también es quien ha comprado á muchas personas para hacerles desistir de su peregrinación. Es muy habladora, y ella y sus hijos siempre están persiguiendo a los peregrinos, bien haciendo elogios de los bienes de esta vida, bien ofreciéndoselos. Es una mujerzuela atrevida y descarada, que no teme dirigirse á cualquier hombre. A los peregrinos pobres los ridiculiza, mientras que ensalza en extremo á los ricos. Si en un pueblo se encuentra uno bastante hábil para sonsacar dinero, ella cantará sus alabanzas de casa en casa. Tiene mucha afición á los banquetes y comidas opíparas, y siempre frecuenta las mesas mejor provistas. En algunas partes ha hecho correr la voz de que es diosa, y por eso algunos la adoran. Tiene períodos señalados y lugares públicos para engañar, y dice y protesta que ninguno puede mostrar un bien comparable al suyo. Promete morar con los hijos de los hijos, con tal que la amen y halaguen. En algunas partes y con algunas personas, prodiga el oro de su bolsillo como si fuese polvo. Lo que le gusta es que corran detrás de ella, que hablen bien de ella, y verse halagada de los hombres. Jamás se cansa de recomendar sus géneros, y á los que más ama es á aquellos que la tienen en más alto concepto. Promete á algunos, coronas y reinos con tal que sigan sus consejos; sin embargo, ha conducido á muchos á la horca, y á muchísimos más al Infierno.

FIRM.— ¡Oh, qué ventura que haya yo podido resistir á ella! ¿Quien sabe dónde me hubiera arrastrado?

GRAN COR. — Dios sólo sabe dónde; pero sin entrar en pormenores, es cierto que te habría encaminado á muchas codicias locas y dañosas, que hunden á los hombros en perdición y muerte.

Fue ella quien indispuso á Absalón con su padre, é incitó a Roboam en contra de su amo. Fue ella quien persuadió a Judas á que vendiese á su Señor, y quien indujo á Demas á abandonar la vida de peregrino piadoso; nadie sabe cuán grande es el mal que hace. Suscita discordias, gobernadores y súbditos, entre padres é hijos, entre vecinos, entre esposos, entre la carne y el corazón. Por lo cual buen Señor Firmeza, deseo que tu carácter se ajuste con tu nombre y está firme, habiéndolo acabado todo.

Durante estos discursos, los sentimientos de los peregrinos habían fluctuado entre el gozo y el temor; por fin, preponderó la gratitud, por haber podido evitar tan triste suerte, y prorrumpieron todos en el siguiente cántico: Está expuesto el viador á muchos riesgos, Y tiene poderosos enemigos; Muchas sendas conducen al pecado, Y así debe marchar apercibido.

Es posible caer en zanja oculta,

En fuego ó en pantanos escondidos;

Pero si vela en oración constante,

Incólume saldrá de los peligros.

 

CAPITULO XXI

Los peregrinos se ven rodeados de delicias en el país de Beulah, y son llamados uno por uno á pasar el río de la Muerte y entrar en la Ciudad Celestial.

Entretanto, los caminantes habían atravesado ya la Tierra-Encantada, y los vi llegar al país de Beulah, donde el sol brilla de día y de noche. Estando fatigados, se dieron por algún tiempo al descanso, y puesto que este país estaba sin reserva al obsequio de los peregrinos, y sus huertas y viñedos eran del Rey del País Celestial, les era permitido servirse libremente de cuanto había. Poco tiempo necesitaron allí para reparar sus fuerzas: las campanas se echaban de continuo á vuelo, y las trompetas no cesaban de herir el oído con sus notas melodiosas, de modo que nuestros viajeros no podían dormir, y, sin embargo, se sentían tan refrigerados como si hubieran dormido profundamente. En este lugar delicioso se oía continuamente decir á los que paseaban por las calles: —Han llegado más peregrinos.

Otros contestaban diciendo: —Y tantos han atravesado hoy el río, y han sido admitidos á las puertas de oro.

Mientras, otra voz anunciaba la llegada de una legión de seres resplandecientes, por lo cual se sabía que había más peregrinos en camino, pues que allí viene á aguardarlos, á poder consolarlos después de todas sus tribulaciones. Levantáronse entonces los peregrinos y se pasearon, o resonaban en sus oídos los sonidos celestiales y recreabanse sus ojos con visiones excelsas. En este país, sus sentidos, lo mismo que su espíritu, no recibían ninguna impresión desagradable; sólo cuando probaron el agua del río que habían de cruzar, les pareció algo amarga al paladar ¿aunque una vez pasada era más dulce.

Guardábase en este, lugar un archivo, en el que constaban los nombres de los que antiguamente habían sido peregrinos, junto con una relación de todas sus proezas. En el documento se consignaba que algunos, en el momento de atravesar el río, se habían encontrado con la marea alta, mientras que para otros había habido grandes reflujos; algunos lo habían pasado casi en seco, y otros lo habían hallado desbordado.

Los niños del pueblo solían entrar en los jardines del Rey y coger ramilletes, llevándolos á los peregrinos corno muestras de gran cariño. Allí crecían también la resina, el azafrán, el cálamo aromático, el árbol de canela, incienso, la mirra y áloes, con una gran variedad de especias. Con éstas las habitaciones de los peregrinos eran perfumadas durante su permanencia, y con las mismas eran ungidos sus cuerpos, á fin de que estuviesen preparados para atravesar el río cuando llegase el tiempo señalado.

En este sitio permanecían los peregrinos aguardando la hora de su partida, cuando se divulgó la noticia de que llegado al pueblo un mensajero de la Ciudad-Celestial- con nuevas de gran importancia para una tal Cristiana, viuda de Cristiano el peregrino. Preguntóse por ella, y pronto dieron con la casa en que se alojaba. Entonces el mensajero le entregó una carta, cuyo contenido era el siguiente: «¡Salve, buena mujer! Esta es para hacerte saber que el Maestro te llama, y espera que, vestida de inmortalidad, comparecerás ante su presencia dentro del plazo de diez días.» Después de leerle la carta, le dio, en prueba de que era mensajero verdadero que venía á ordenarla se apresurase á partir, una prenda, que consistía en una flecha apuntada de amor, y que, introducida suavemente en su corazón, obraría en ella poco á poco y con tanto acierto, que á la hora señalada debía partir.

Viendo Cristiana que había llegado su hora, y que había de ser la primera de su compañía que atravesase el río, hizo venir á Gran Corazón para, participarle la nueva. Este le dijo que se alegraba mucho de la noticia, y que hubiera estado contento si el mensajero hubiese venido por él. Cristiana entonces pidióle su consejo con respecto á los debidos preparativos para el viaje. El guía le facilitó todos los informes que necesitaba, añadiendo— Y nosotros que te sobrevivimos, te acompañaremos hasta la orilla.

En seguida, llamando á sus hijos, bendíjolos, diciéndoles que todavía discernía con gran consuelo suyo la señal que se había puesto en sus frentes; que se alegraba mucho de verlos á su lado y de que hubiesen guardado sus vestidos tan blancos. Por fin legó á los pobres lo poco que tenía, y encareció á sus hijos é hijas estuviesen apercibidos para cuando viniese el mensajero en busca de ellos.

Habiendo hablado en estos términos á su guía y á sus hijos, Cristiana hizo llamar a Valientepor- la-verdad, y dijole:— En todo lugar te has mostrado leal y sincero; sé fiel hasta la muerte, y mi Rey te dará una corona de vida. Te suplico que tengas cuidado de mis hijos, y si en cualquier ocasión los ves desfallecidos, los animes y consueles. En cuanto á mis nueras, ellas han sido fieles, y al fin recibirán el cumplimiento de la promesa.

Firmeza le regaló un anillo. Luego hizo venir al anciano Integridad, y de él dijo:— He aquí un verdadero Israelita en el cual no hay engaño.

Espero—dijo éste— que tendrás buen tiempo cuando salgas para el Monte Sión, y me alegraré de ver que atravieses el río en seco. Pero Cristiana le respondió: —Que lo pase en seco ó mojado, anhelo partir; porque sea cual fuere el tiempo que reine durante la travesía, bastante tiempo tendré al llegar para descansar y enjugar mis vestidos. Después entró para verla Próximo-á-cojear. A éste le dijo Cristiana: —Tu viaje acá ha sido dificultoso; el reposo te parecerá más dulce en comparación de ello. Pero vela y está preparado, porque á la hora menos pensada podría llegar mensajero.

Habiéndose presentado Desaliento y su hija Mucho-Temor, en su cuarto, les dijo: Debéis acordaros siempre con agradecimiento demuestro rescate de manos del gigante Desesperación y del castillo-de la-Duda. A consecuencia de aquella merced, habéis podido llegar hasta aquí. Sed cuidadosos, y desechad todo «Sed sobrios y esperad hasta el fin.» Por último, dirigióse á Flaca-Mente, diciendo: fuiste librado de la boca del gigante Matalo- bueno, para que pudieras vivir para siempre á ojos de los vivientes y vieses con alegría á tu Rey; pero te aconsejo que, antes de que te llame, te arrepientas de tu tendencia á abrigar temores y dudas de su bondad, no sea que cuando venga te veas obligado, por ese defecto, á estar en su presencia avergonzado.

Llegó el día en que Cristiana debía atravesar el río, y un gran número de personas se habían estacionado en el camino para verla emprender su viaje. Pero he aquí que la orilla opuesta estaba llena de caballos y carros que habían descendido para escoltarla á la puerta de la Ciudad. Entonces salió y entró en el río haciendo señal de despedida á los que la habían acompañado á la ribera. Las últimas palabras que oyeron pronunciar fueron: —Vengo, Señor, á estar contigo y bendecirte.

Cuando los hijos y amigos de Cristiana perdieron de vista á ésta y al séquito que á la orilla opuesta la aguardaba, regresaron á sus casas. Cristiana, por su parte, subió, llamó y entró por la puerta, siendo celebrada su llegada con las mismas aclamaciones de regocijo que antes se habían tributado á su marido.

Sus hijos lloraron su partida, pero Gran-Corazón y Valiente, gozosos, tañeron sobre sus bien afinados instrumentos músicos, y volvieron los peregrinos á sus respectivos alojamientos.

Con el tiempo llegó otro mensajero al pueblo, teniendo que ver esta vez con Próximo-á- cojear. Cuando lo hubo hallado, le dijo: —Vengo en nombre de Aquel á quien has amado y seguido, aunque apoyado en muletas; estoy encargado de decirte que te espera para cenar con Él á su mesa, en su reino, el día después de Pascua; por lo tanto, apercíbete para este viaje.

Le dio también señal de que era mensajero fiel, diciendo: Te han quebrado la cadena de plata y roto el cuenco oro.

En vista de esto, Próximo-cojear, llamó á sus compañeros de viaje, y díjoles: A mí me han llamado, y Dios ciertamente os visitará también.

Rogó entonces á Valiente-por-La Verdad, le hiciese el testamento, y puesto que no tenía nada que dejar á los que le vivieran sino muletas y buenos deseos, —Estas muletas — dijo— las lego al hijo mío que anduviera en mis pisadas, con mil deseos de que sea mejor que su padre, después de haber agradecido a Gran Corazón su bondad y buenos servicios, se arregló para el viaje. Llegado A la del río, exclamó: —Ya no tendré más necesidad de estas muletas, pues allá hay carros y caballos que me aguardan.

Las últimas palabras suyas que pudieron distinguir fueron: —Bienvenida sea la Vida.

Y así se sumergió en las aguas del río.

Más tarde participaron á Flaca-Mente, que el mensajero había tocado la corneta a la puerta de su habitación. Entrando éste, le dijo: —Vengo á decirte que tu Señor tiene necesidad de ti, y que dentro de muy poco debes ver su rostro en Gloria; y en prueba de la verdad de mi mensaje, toma esto: “Se oscurecerán los que miran por las ventanas”.

Entonces Flaca-Mente hizo venir á sus amigos, y los enteró del mensaje que le habían traído, y de la prenda que había recibido de la verdad del mismo, añadiendo: —Siendo así que no tengo nada que dejar a nadie, ¿por qué hacer testamento? En cuanto á mi mente flaca, la dejaré aquí, porque no tendré necesidad de ella en el lugar á que me dirijo. Ni es digna de ser legada al más pobre peregrino; por lo tanto, te ruego, señor Valiente-por la-verdad, la entierres en un estercolero. Dicho esto, y llegado el día de su partida, entró en el río como lo habían hecho los demás. Según se iba internando le oyeron decir: —Manteneos firmes en la fe y paciencia.

Y con estas palabras salvó la otra orilla.

Trascurridos muchos días, Desaliento fue llamado con el mensaje siguiente: —Hombre tembloroso, ésta es para advertirte que estés preparado el domingo próximo para dar voces de júbilo cerca de tu Rey, por la liberación de todas tus dudas. —Añadió el mensajero:— Recibe esto en señal de que el recado es verdad: «E hizo que una langosta le fuera una carga gravosa».

Cuando Mucho-temor, su hija, se enteró de esto dijo que acompañaría á su padre.

—Ya sabéis— dijo Desaliento a sus amigos— lo que hemos sido mi hija y yo, y cuan molestamente nos hemos portado en toda circunstancia. Nuestro testamento es que nadie jam ás, desde el día de nuestra partida, participe de nuestros serviles temores y desconfianzas; pues ya sé que después de nuestra muerte se ofrecerán á otros. Por decir la verdad, éstos son fantasmas que acogimos cuando primero nos pusimos en camino, y jamás hemos podido deshacernos de ellos. Estos espectros pretenderán ser acogidos de parte de los peregrinos pero por amor de nosotros cerradles la puerta.

Sonó por fin la hora de su partida, y dirigiéronse á la orilla del río. Las últimas palabras de Desaliento fueron: —¡Adiós, noche; bienvenido sea el día! —Su hija atravesó el río cantando, pero nadie pudo comprender lo que decía.

Acaeció que algún tiempo después de estos sucesos vino al pueblo un mensajero que preguntaba por Integridad, Llegando á su casa, entrególe en la mano las siguientes líneas —Se te manda que de hoy en ocho días estés preparado para presentarte delante de tu Señor en la casa de su Padre; y en prueba de que este mensaje es verdadero, «todas las hijas de canción serán humilladas». —Integridad les llamó á sus amigos, y les dijo:— Muero, pero no haré estamento. Mi integridad irá conmigo; que lo sepan los que vinieren después. Llegado el día señalado, apercibiose para hacer la travesía. El río, en aquel entonces, se había desbordado en algunas partes; pero Integridad, que en vida había apalabrado á un tal Buena-Conciencia para que le auxiliase, encontróle allí, y dándole la mano, le ayudó a través de las aguas. Así partió Integridad del mundo, con las palabras «¡La gracia reina!» Luego se extendió el rumor de que Valiente-por-la-verdad había recibido un llamamiento por el mismo correo, y prenda de que el aviso era verdad, «su cántaro se quebró junto á la fuente».

Comprendiendo esto, participólo a sus amigos. —Ahora—dijo—voy á casa de mi Padre, y aunque con mucha dificultad he llegado hasta aquí, ya no son los trabajos y molestias que el viaje me ha ocasionado. Dejo mi espada á aquel que me sucediere en la peregrinación, y mi valor y pericia á quien pueda lograrlos. Llevaré conmigo mis huellas y cicatrices para dar testimonio de que he peleado la batalla de Aquel que será ahora mi galardón.

El día de su partida muchos le acompañaron á la ribera. Entrando en el río, exclamó:— ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón? Y luego, sumergiéndose en las aguas:—¡Oh sepulcro! ¿Dónde está tu victoria? Con estos acentos de triunfo alcanzó la otra orilla, y fue recibido á son de trompeta.

Después de esto llegó un aviso para Firmeza (al que los demás peregrinos encontraron de rodillas en la Tierra-Encantada), cuyo recado el mensajero le trajo abierto en sus manos. El contenido de la carta era que debía prepararse para un cambio de vida, porque su Señor no quería que por más tiempo estuviera tan alejado de Él. Recapacitando Firmeza sobre esta noticia, —No has de dudar—agregó el mensajero—de la verdad de mi recado, pues he aquí la seña: «La rueda está rota sobre el pozo».

Firmeza, entonces, llamó á su lado á Gran-Corazón, y le dijo: —Si bien no me cupo la suerte de estar mucho en tu compañía en los días de mi peregrinación, sin embargo, desde que te conozco me has servido de provecho. Cuando salí de casa dejé esposa y cinco hijuelos; te ruego que a tu regreso (pues sé que volverás á casa de tu Señor, con la esperanza de que sirvas aún de guía á más santos peregrinos), envíes á mi familia noticias de cuanto me ha sucedido ó sucederá. Hazles saber mi feliz llegada á este país y el estado bienaventurado en que me encuentro. Cuéntales también lo de Cristiano y Cristiana, su esposa, y de cómo ella y sus hijos siguieron en pos de su marido y padre. Diles Feliz fin tuvo ella y adonde ha ido. Tengo poco ó nada que enviar á mi familia, á no ser rogativas y lágrimas en suyo, y bastará que se lo participes por si acaso prevalezcan con ellas.

Cuando Firmeza hubo así dejado arregladas todas las cosas y llegada ya la hora en que debía apresurarse á partir, bajó al río. En aquel tiempo sucedió que había un gran reflujo en el río; de consiguiente, Firmeza, cuando hubo llegado próximamente á la mitad, paróse un rato y habló con los amigos que le habían acompañado: Este río—dijo—ha infundido terror a muchas personas, y mí también el pensar en él me ha espantado muy a menudo. Pero ahora estoy tranquilo, y mis pies están firmes en aquello sobre que descansaron los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca del Pacto cuando Israel atravesó el Jordán. Las aguas, en verdad, son amargas al paladar y frías al estómago; pero el pensamiento de aquello á que me dirijo y de la escolta que me aguarda en la otra ribera, enardece mi corazón.

Me veo ahora al término de mi viaje; mis días de trabajo han concluido. Voy ahora á ver aquella cabeza que por mi fue coronada de espinas y aquel rostro que por mí fue escupido.

Hasta ahora la fe me ha dirigido, pero en adelante será a Aquel cuya compañía constituye mis delicias.

Me ha gustado oír hablar de mi Señor, y dondequiera que haya visto en la tierra la huella de sus pies, allí he anhelado poner también mi pie. Su nombre me ha sido más oloroso que los más exquisitos perfumes, y su voz dulcísima y más he deseado yo contemplar su rostro que el hombre pueda anhelar la luz del sol. Su palabra me ha servido de alimento escogido y de antídoto contra mis desmayos. «Me ha sostenido y guardado de mis iniquidades; sí, mis pasos los ha fortalecido en su camino.» Mientras estaba en estos discursos, su rostro sufrió un cambio, «se encorvó su hombre fuerte,» y habiendo exclamado:—Recíbeme, porque a ti voy,— dejó de ser visto de ellos.

¡Pero cuan glorioso era ver la multitud de caballos y carros, de trompeteros y flauteros, de cantores y tañedores (los instrumentos de cuerda, que en la orilla opuesta los aguardaba para darles la bienvenida conforme subían y entraban, uno tras otro, por las hermosas puertas de la Ciudad! Por lo que toca á los hijos de Cristiana, los cuatro jóvenes que llevó consigo, con sus esposas é hijos, no esperé hasta que hubiesen pasado el río. Además, desde que me aparté de aquel lugar, he oído á uno decir que aún viven; de manera que contribuirán por algún tiempo al aumento de la Iglesia en aquella parte. Si me toca en suerte pasar otra vez por allí, puede que den á los que lo desee un relato de las cosas que por el presente callo. Entretanto, digo á mis lectores: ADIÓS.