¿PORQUÉ RAZÓN DEBEMOS CONFESAR TODOS NUESTROS PECADOS?

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros”, 1 Juan 1:9,10.

Entendemos y sabemos a través de las Escrituras, que es la confesión de cada pecado lo que hace posible y accesible el perdón de Dios. Pero sabemos que no es la confesión de pecados, concretamente lo que hace que seamos perdonados. La confesión de pecados contiene en si misma un misterio, que sobrepasa todo aquello que suponemos. La confesión expone el pecado y su raíz, de esta forma recibe su sentencia de muerte cuando es confesado. Pero es la luz, la que elimina la culpa y la fuerza del pecado y no la confesión. La confesión la coloca en la luz.

Aquel que se convierte y se transforma, es perdonado, quien habla la verdad es perdonado de la mentira, quien da y distribuye vida será perdonado del crimen de matar. La confesión entrega el trasgresor al Legislador, el cual también es Salvador que salva del pecado, por lo cual se entregó a la Justicia, Mat.1:21. La confesión sólo expone al pecador junto con su pecado, a la Luz de Dios para que los hombres vean, también muestra como es el hombre y como es el Salvador, pues confesando y viviendo de la paz que inmediatamente inunda nuestro ser hace que las personas vean en nosotros la realidad de Dios, sin que nos demos cuenta de eso. Por esa razón leemos "confesad vuestros pecados unos a los otros...". Ahora veamos como el monstruo y vampiro mueren cuando son expuestos a la Luz para nunca más morder a nadie a partir de entonces.

La confesión permite, autoriza y coloca la raíz del propio pecado a la luz, para que los pecados mueran y puedan ser exterminados desde su raíz, esencia y naturaleza. Cristo libera de verdad. Es decir, un tesoro a desvelar. Yo creo firmemente que, la confesión hace el perdón posible porque contribuye enormemente para eliminar la posibilidad de todo pecado en el futuro. La confesión en sí no tiene valor absoluto sino lo que trae y provoca como fruto dentro de cada hombre o mujer.

“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Proverbios 28:13

Y vendrá el Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob”, Isaías 59:20.

A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad”, Hechos 3:26.

Confesión es un tesoro en sí misma. Ella tiene un poderoso efecto sobre quien confiesa, tal como tiene un enorme efecto práctico sobre Dios a favor de quien practica la confesión integral y minuciosa de TODOS sus pecados sin excepción y sin condiciones, delante de cualquier persona o ser. Tiene ese efecto sobre la propia persona y alrededores, también.

Un tiempo atrás conversé con una señora ucraniana a la cual Dios me guió para hablarle. Me acerqué a ella y le pregunté si le podría hablar sobre el estado de su alma ante Dios. Ella, quedándose un poco animada con mi simplicidad en hablarle de forma suave sobre algo que ella nunca esperaría oír en su trabajo, accedió inmediatamente a mi invitación y marcamos un encuentro en un cierto lugar, en un parque un sábado de mañana. Allá conversé con ella y le dije que ella tendría que colocar su vida en platos limpios con Dios, limpiando su vida y que ya bastaba de andar tan lejos de Dios durante tanto tiempo. Cuando noté que ella estaba bajo una enorme convicción de pecado y cuando ella me preguntó lo que tendría que hacer para limpiarse su vida delante de Dios, le hablé de que ella necesitaba quedarse a solas con Dios para que Él le manifestara todos los pecados que hubiese cometido hasta ese momento de su vida. Ella me preguntó inmediatamente: “Pero, ¿usted me ayuda?” Yo no respondí directamente a su pregunta,  para intentar entender lo que ella quería decir con aquello, dándome tiempo, así para entender lo que ella pretendía de mí, sin que eso desviara su atención de sus pecados. Continué hablando y ella preguntó con más vehemencia: “Usted, ¿puede ayudarme a confesar todos mis pecados?” Le dije que sí, pues noté que ella estaba en un estado de calamidad y convicción tal que no tendría como creer en Dios y Su perdón si los confesara sola. Creo que ella ni sabía como orar, o que decir delante de Dios. Le di el consejo de ir hacia su casa, para su cuarto, quedarse sola y no hablar con nadie. Allá cogería un papel y un lápiz y escribiría en su lengua materna todos los pecados de que se acordaba y todos los que Dios le mostrara, pues creo que ella no sabría escribir en mi lengua y yo no quería complicarla y atrasar algo que ya debería haber sido hecho hace mucho tiempo. Ella decidió, entonces, que nos encontráramos el día siguiente de nuevo en el mismo lugar. Y así fue.

Al día siguiente, ella volvió con unos papeles garabateados y escritos. Hablé con ella de nuevo sobre algo que tenía en mi corazón para transmitirle, explicándole las implicaciones de arreglarse para Dios, que ya no podría volver a su vida antigua y que bajo esas condiciones y mirando hacia las implicaciones, ella podría limpiar su pasado o que de otro modo podríamos terminar la conversación ahí mismo. ¿De que vale lavar nuestras ropas, si después nos jugamos en el lodo del pecado de nuevo? Pregunté. Ella accedió a esa condición. Como no había ningún lugar para que nos encontráramos a solas, hallamos un asiento bajo un árbol al lado de un camino donde las personas pasaban para ir hacia la playa. Estaba un calor intenso, así que, nos sentamos. Oramos a Dios (una oración muy corta y directa), para que Jesús oyera la confesión de ella.

Ella miró hacia su papel y luego me miró. De pronto comenzaron a llenársele sus ojos de lágrimas. Aquel arrepentimiento que no tuvo al escribir aquellos pecados, cayó sobre ella en aquel instante. Ella leía en su lengua, traducía y hablaba en su portugués imperfecto. Comenzó por/a mencionar unos cuantos de sus pecados y al/a explicar cuáles eran las circunstancias bajo las cuales los había cometido. Yo estaba en absoluto silencio, tanto de palabras como de gestos. Ni parecía estar cerca de ella. Yo quería que ella se sintiera sola, que limpiara todo su corazón sin impedimentos de vergüenza, pues que su alma tenía mucho valor. Como ella tenía alguna dificultad en expresar aquel repentino conflicto interior que comenzó dentro de ella, (pues se notaba que no tenía palabras en mí idioma para expresarse delante de Dios), sucumbió en desesperación y bajó su cabeza y comenzó a despejar todo su vertedero en su propia lengua llorando y orando cómo pocas veces he visto a alguien orar. De vez en cuando, miraba hacia su papel para hallar un nuevo punto de partida para su confesión. Durante más de una hora la dejé hablar sola con Dios (pero alto) y abrir todos sus contenedores de basura interior. Me quedé lo más inerte posible pues la presencia de Dios allí era solemnemente sentida, un calor extraño, que muchos creyentes aún no conocen. ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" Lucas 24:32.

No sé, concretamente, cuanto tiempo ella permaneció en aquel estado de espíritu. Las personas pasaban allí en dirección a la playa, la miraban y probablemente pensaban que ella estaría en un malo momento de su existencia. Lloraba abiertamente y hablaba en su lengua. Yo sólo oía sin entender nada y mi corazón oraba como si aquellos pecados fueran míos, pues leemos: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.”, Gálatas 6:1-2.

Me impresionó bastante la manera simple y práctica como esta recién nacida en Cristo habló de sus pecados en un lugar público, poco importándole quien le miraba y lo que pensarían de ella. Creo, que la opinión de los otros, ni siquiera le pasó por su cabeza, pues, para ella, estaba a solas con de Dios. Cuando terminó de hablar y de llorar, una enorme paz de espíritu se apoderó de ella de forma visible. El rostro de ella brillaba como si fuera el rostro de un ángel en la gloria. Solamente, no comenzó a cantar himnos de alabanza, porque no conocía ninguno. Pero, se expresó de tal forma que estaba absolutamente radiante, atónita y muy sorprendida con el “algo” que estaba ocurriendo en su interior y que nadie veía. Ella era como la ciudad en el monte que nadie puede esconder. Vosotros sois una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”, Mateo 5:14.

Por fin, se levantó del asiento y me dijo así: “¿Cómo pude vivir tanto tiempo lejos de Dios? Si Dios fuera humano, ¡Él ya me tendría muerto! ¿Cómo le pude hacer tanto mal, siendo que me quiere bien?”. Y nos fuimos de allí, cada cual para su casa.

José Mateus
zemateus@msn.com