EL DESÁNIMO ES ORGULLO 

“Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya  no la podían sacar, por la gran cantidad de peces", Juan 21:6 

 

Estos hombres eran pobres y sufridos. Luchaban por la “vida” como nadie. Muchas veces bajo el sol intenso, habituados a perder cuando nada pescaban. Pero de pronto vino alguien a darles, a traerles esperanza. Ese Alguien les dijo que dejen aquellas redes de su sustento, ellos quitaron sus barcos del agua y salieron atrás de Él. Sabemos que, cuando alguien vive en la incertidumbre, tiende a agarrarse a una nueva esperanza con alegría y sin dudar. Inmediatamente allí se manifiesta aquel gozo de haber hallado un tesoro nuevo, una preciosidad sin par.

Estos mismos hombres, después de que habían estado años con su Maestro y Señor, se quedaron sin Él porque repentinamente este Señor murió, dejándolos a la deriva en su mar de pensamientos. Estaban desmotivados, pero peor se quedaron cuando fueron a agarrar de nuevo aquellas redes que les traían tantos recuerdos. Algo diferente estaría pasando en sus propias vidas, pues para ellos ya no era pecado que toquen de nuevo en sus redes; tenían hambre y ya no tenían nada para hacer. ¿Pero que marcaba la personalidad de estas criaturas sencillas?

Ellos eran humildes al punto de que aún oyeran la voz de un extraño que estaba en total sintonía con aquello que ellos eran. Era un corazón humilde que hablaba con ellos y por esa razón oyeron, pues eran del mismo género. “Mis ovejas oyen mi voz” – las que le pertenecen! Este espíritu que poseían muy naturalmente, era algo de apadrinarse. Tanto aquí, como en la primera vez que leemos un episodio semejante, estos hombres nunca cedieron al sentimiento de que nunca atraparan nada cuando pescaban sin entusiasmo. Podían decir que no harían lo que probablemente habían hecho muchas veces sólo aquel día, tirando las redes para el otro lado del barco, lo que no estaría a una gran distancia del lado donde estaban.

Podían pensar que si en un lado no había pez, ¿porque habría a diez metros de allí? Implicaría también un esfuerzo de paciencia de dar oídos a alguien que ellos no sabían quien era. ¡Quitar aquellas redes del agua para lanzarlas otra vez no habiendo atrapado nada todo aquel día! ¿Qué haría usted si un extraño viniera a hablarle para hacer una cosa de esas al final de un día que no consiguió pescar nada con hambre y sed? ¿Sería humilde así, al punto de lanzar sus redes sin desánimo? La única cosa que nos puede impedir el bueno ánimo es una obstinación altiva. Todo el desánimo nunca tiene razón de ser a partir de la verdad de la humildad. Amén.

 

José Mateus
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