HAY QUE LLEGAR AL DÍA CUANDO TODO LO QUE PEDIMOS ES SANTIFICADO

"Si permanecéis en mí  y mis palabras permanecen en vosotros,  pedid todo lo que queréis y os será hecho", Juan 15:7 

Nosotros, presuntuosamente asumimos que somos puros, muchos hallando que nunca habrá ser más puro en la faz la tierra que los propios. El hombre siempre se justificó a él mismo. Pero no siendo justo y habiendo Dios para justificarlo (para Él hacerlo justo), sus palabras nunca afirman todo aquello que sus actos proclaman a alto y buen sonido: que es Dios quien está errado. Luego, para tener confianza en todo aquello que hacemos, tenemos que poder gloriarnos en nosotros mismos y para eso tenemos necesariamente que venir a asumir que es Dios quien está errado que si conseguimos ser honestos sobre cómo nos sentimos muchas veces aunque esta confianza sea sólo una presunción que nunca asumimos.

Alguien tiene que estar errado, pues Dios nunca confió en ningún hombre. O el hombre está errado, o es Dios quien está, pues que no están de acuerdo. También, cuando y así que Dios nos revela que somos débiles, iracundos, perdidos y engañados confiando y creyendo en nosotros mismos, creemos que perdemos todas las batallas de allí en adelante sólo porque, en la verdad, nunca fuimos todo aquello que pensábamos que éramos. La persona que se gloria cuando está en grande, será la misma persona que se siente en bajo cuando se halla pequeño – una y otra son la misma persona. Para uno y para otro, Dios no cuenta si no fueran todo aquello que piensan ser. Ninguno de los dos confía en el Señor, pero en sus propias justicias inmundas: tienen un mismo pecado en común, en mente, son una misma persona inmunda. Persona que se gloria en sus propias fuerzas, en sus modos (mientras los tenga), será también una persona que se abate fácilmente. Es la misma moneda con dos caras. Hay que ir a la raíz del problema, entonces y nunca sólo a su camuflaje y transfiguración aparente, exteriorizada, estereotipada y, consecuentemente, temporal.

Luego, es la voluntad de Dios que lleguemos al punto donde todo aquello que podamos pedir esté de acuerdo con la plena voluntad de Dios; pero, también, que sea nuestro deseo por entero, siendo la voluntad de Dios y que, siendo pedido a su debido tiempo, que esté de acuerdo con los motivos santificados de alguien que de verdad conoce a Dios íntimamente cómo Él es.

Si la persona que no tuviera el Espíritu Santo es porque no es santa; así nunca tendrá como permanecer por mucho tiempo en las palabras del Señor, ni la palabra en él – uno repele al otro y a través del desagrado mutuo uno estará contra el otro y Dios y hombre estarán en enemistad. Señal de santidad es cuando el Espíritu permanece sobre alguien y no cuando desciende sobre esa misma persona. Leemos que la señal Juan sobre Jesús sería, "Aquel sobre quien que veas descender el Espíritu y sobre él permanecer", Juan 1:33.

Si Jesús dijo estas cosas a Pedro y Juan, ¿por qué presumimos nosotros que estaremos excluidos de estos mismos avisos sabiamente direccionados? ¿Cómo podemos aspirar a que todos nuestros deseos nos sean concedidos si estos fueran propios y nunca un deleite en lo (de lo) Señor? Si nos deleitáramos en el Señor, es obvio que todos nuestros deseos estarán dentro del horno de su voluntad – sólo.

Todo nuestro corazón desea muchas cosas, pide y nunca las recibe; Dios también desea muchas cosas de nosotros, pide y raramente recibe también. Si Pedimos a Dios y no recibimos, seguramente que también ocurre que Dios nos pide cosas que no recibe de nosotros.

Nosotros podemos ser personas de consenso – o que creamos que somos cuando somos más irreductibles que Dios en nuestros males y quehaceres. La mayor parte de toda la humanidad sólo no acepta a Dios porque Él no quiere el mal, nunca desea la iniquidad por cerca. Si Dios deseara todo aquello que se hace en una discoteca, todos menos los justos adorarían a Dios. Pero como Él nunca consiente con una sociedad de pecado dentro de sus entradas, inmediatamente es catalogado como un ser que no existe – es preferible (deseable) que sea así; y por esa razón Dios se esconde para que hallen que Él nunca existió.

Él dice así: “no puedo soportar la iniquidad”, Is.1:13. Los humanos nunca dicen, pero viven diciendo con sus muchos quehaceres y deseos “no soporto vivir sin mi iniquidad”. Es obvio que se pidiéramos de Dios algo para que Él nunca esté inclinado, ni Sus oídos abrirá para ponderar si concede o no – Él ni siquiera pierde tiempo para oír tonterías! Consenso entre estos dos polos – un extremado, el otro extremo sólo – será imposible. Para un vivir, el otro tendrá necesariamente que morir. Entonces, Cristo decidió morir primero, por nosotros todos, con la finalidad de mostrar que se puede resucitar en una nueva era de Vida sin fin, pero sólo igual a la de él. Así, nos abre camino para que muramos también, para que recibamos una vida que Él siempre nos quiso dar. Si nuestro pecado es crucificado con Él, nosotros viviremos; si Cristo se ha crucificado en nuestros pecados, nosotros aceptándolos preferentemente, para que nuestro pecado sea vencedor en nosotros, ciertamente moriremos.

Hay entonces que llegar a aquel punto donde Su palabra puede permanecer en nosotros – para siempre, pues la palabra PERMANECER significa esto mismo: eternamente. Si nosotros permaneciéramos en Él – para siempre también – es porque deseamos todo aquello que Le es peculiar, Le es deseable, Le es característico y Le es querido. En estas condiciones, en estos términos, nada habrá que podamos pedir sin que Él no lo pueda atender. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que se pidiéramos alguna cosa según su voluntad, él nos oye. Y, se sabemos que nos oye en todo lo que pedimos, sabemos que ya alcanzamos las cosas que le hemos pedido”, 1 Juan 5:14-15.

José Mateus
zemateus@msn.com