¿TU ORACIÓN TIENE UNA VOZ?

“Escucha,  oh Jehová,  la voz de mis ruegos”, Sal.140:6

En este Salmo oímos una cierta voz escondida entre las palabras de David, la cual raramente es visualizada o experimentada entre la gran mayoría del pueblo de Dios actual. Vemos aquí David pedir para enviar a sus enemigos para el infierno, si entendiéramos correctamente sus palabras. Leemos así: “Caerán sobre ellos brasas; Serán echados en el fuego, en abismos profundos de donde no salgan”, Sal.140:10.

Esta es una oración, creo yo, que ningún creyente ofrecerá hoy. Pero parece que David fue oído. Él fue perseguido y halló bien pedir esto dentro de la voluntad de Dios porque sus perseguidores eran hijos de Belial, (conforme sus palabras), los cuales deshonraban el nombre de Dios de cuya imagen estos habían sido extraídos y creados desde la fundación del mundo. Había una voz profunda en esta oración, un clamor en pro de santidad entre el pueblo, de tal modo que la impiedad “no se vuelva a levantar”. Esta oración nunca tendría ninguna hipótesis de ser oída, a menos que fuera muy santa, sus motivos muy puros: a menos que esta oración tuviera una voz.

¿Sus oraciones tienen una voz? Y si tienen, ¿esa voz alcanza a Dios o son impedidos por otros pecados, por trivialidades y futilidades?

Podemos estar a ofrecer aquello que hallamos ser la oración perfecta en términos de palabras y sentimientos, pero en la verdad, la única cosa que irá a hacer la diferencia será la voz que ella contiene o no contiene dentro de ella. Si no tuviera una voz, esa oración de nada vale y para nada sirve. Cuando Dios se queda atento a nuestras súplicas, la única cosa que Él busca para podernos oír, es esa voz. Sin esta voz es todo vano cuando oramos.

Leemos como las oraciones de los santos en Apocalipsis son como incienso para los Cielos porque ellas contienen algo más que palabras y sentimientos profundos, Apoc.8:3,4. En la verdad, yo tengo la plena certeza de que muchas de las oraciones que subieron allí, ni palabras tenían y muchas de ellas eran de aquellas que cualquier ser humano menos santo diría que nunca llegaría a los cielos. Los hombres se habituaron a ver las cosas de su modo, olvidando que los pensamientos de Dios, Su forma de pensar y de ver las cosas, cómo son más altas que las suyas como los cielos son más altos que la tierra.

Muchas oraciones oídas parecen egoístas, cuando otras parecen que irán a ser oídas y ni llegan cerca de alcanzar el oído de Dios. Todo lo que importa en las oraciones es si tienen voz en ellas o no. Nosotros, muchas veces, discutimos si debemos ayunar, orar mucho o hacer sacrificios enormes para que Dios nos pueda oír. Intentamos comprar y sobornar a Dios con nuestras actitudes de ilusión. En la verdad, la parte importante de las oraciones es si son oídas o no. El énfasis está en el hallar y no en el buscar. Pero nadie halla sin buscar. Sin embargo, muchos buscan sin hallar.

Nosotros leemos y deducimos de las palabras de Moisés que existe algo más que palabras para hacer mover tanto a personas como Dios. Leemos, por ejemplo, así: “Y Dios oyó la voz de vuestras palabras cuando hablabais conmigo”, Deut.5:28. ¿Será que sus palabras también tienen esa tal voz? ¿Será que tanto los hombres que resisten se quedan pensando en lo que les habló, del modo que habló? ¿Las palabras, su modo de Dios, ellos se acuerdan? Sus palabras sea en oración o en exhortación, sea en confortar o motivar, si no tuvieran esa voz en ellas, inmediatamente serán olvidadas. Por esa razón los apóstoles del Nuevo Testamento exhortan siempre a ese respeto, pues dicen: “Vuestra palabra sea siempre con gracia, templada con sal”, Col.4:6. La mayoría de las oraciones, hoy, ni siquiera llegan al techo de los lugares donde son hechas. Y ellas necesitan llegar mucho más por encima de eso.

Una persona que ora teniendo una voz poderosa en aquello que habla con Dios, por Dios, con o sin palabras, en la mayoría de las veces ni se acuerda más de sus oraciones poco tiempo después de haber orado (no que eso sea correcto) y después que termina de ser oído y atendido. En la verdad, tales oraciones son tan simples y tan simplificadas que, en caso de que no las escribimos en un papel para que recordemos, o en nuestros corazones, correremos el riesgo de que nos olvidemos de ellas y de que fuimos atendidos. Así, cuando las respuestas se concretizan, podremos ser hallados con falta de agradecimiento porque ni vemos que fuimos atendidos debido a habernos olvidado de las oraciones que hicimos: aquellas que tenían voz. Toda oración tiene un momento de ser oída, un momento de ser concretizada y el momento de ser agradecida. Todo eso puede darse en simultáneo también, pues podemos ser atendidos y ver la concretización en simultáneo.

Cuando las personas tienen una voz para Dios, tendrán como oír la voz de Dios también – Dios también tendrá una voz para con ellos. El amor oye el amor hablando. El odio y los que odian, se entienden bien con aquellos que odian. Del mismo modo, podremos hablar de aquellos que oyen la voz de Dios, pues ellos tendrán una voz cuando hablan con Dios. Andrew Murray dijo que “una oración es un diálogo entre dos personas donde ambos oyen y hablan y no es un discurso unilateral. Oír la voz de Dios es la parte fundamental de todas las oraciones, pues deduzco que, si soy capaz de oír a Dios, Dios también fue capaz de oírme. Poder oír su voz siempre que oro, es el verdadero secreto de la fe y de la seguridad por la cual me convenzo, sin mentir para mí mismo, que Dios me oye también”.

Este diálogo, así que nos damos cuenta de él, ni consiste de palabras pero antes del tipo de corazones que tienen aquellos que se comunican naturalmente entre sí. Por esa razón, Dios nos da un corazón nuevo, conforme el cielo, quiere que seamos capaces del reconocer como tal o no. Pero, podemos usar palabrería de bondad sin que seamos bondadosos. Jesús aún dijo “¿como podréis decir cosas buenas siendo malos?” Pero siempre que las oraciones se hacen la real expresión de aquello que el corazón tiene y es, siempre que nos es posible expresar, ya nuestras oraciones comenzaron a ser oídas por Dios. Y que si tengamos las puntas intercambiadas, los motivos errados, los pecados que nos impiden, estando a ser sinceros no tardará mucho a que seamos atendidos sobre aquello que Dios nos quiere transmitir sólo porque nos aproximamos de Él por otros motivos y Él antes nos manifiesta nuestros pecados que nos impiden. Dios no deja nada en blanco, en claro, cuando nos aproximamos de Él de esa manera. Él, inmediatamente, nos revelará lo que nos impide de ser atendidos por Él. Necesitamos sólo de tener oídos que oigan lo que Él dice conforme Él dice.

Nosotros vemos a Juan y que otros Apóstoles pregunten a Jesús si Él quería que ellos pidieran fuego del cielo para consumir aquellos que no los oyeron. Ellos pensaron en Elías, cuando el profeta consumió a las personas que fueron hablar con él, 2 Reyes 1. Pero, al contrario de Elías, verificamos que estas palabras de Juan y de los demás ni tenían la voz que las palabras de Elías tuvieron en ellas.

Vemos a David aquí hablando de la voz que sus palabras contienen en ellas mismas. Y David tenía esa voz en sus oraciones y salmos, pues él se dio cuenta de eso. ¿Usted tiene en sus salmos esa voz también? ¿O su sal perdió su sabor y se quedaron siendo piedritas iguales a la sal que no sirve para más nada a no ser para ser tirado al suelo y ser pisado por los hombres del mundo? Los creyentes que no viven bien con Dios, no sólo serán la vergüenza de Dios, pero serán la vergüenza del propio mundo en sí. Infelizmente, ellos continuarán viviendo cómo si estuvieran en la posesión de la salvación del mundo, como teniendo el rey en sus barrigas y ni se dan cuenta de como están errados. Sus tinieblas serán bien densas y crueles. Por esa razón Cristo avisó que, "si la luz que hay en ti son tinieblas, ¡cuán grandes son esas tinieblas!"

Si esto es verdad, palabras y sentimientos planificados no siempre significarán que Dios nos oirá. Implorar a Dios que el cielo descienda sobre personas no significa que ellos se salvarán sino que estemos salvos de la impaciencia, de la mala lengua y de otros pecados, pues esas palabras pueden nunca cargar una voz en ellas, pueden no estar embarazadas de una voz que se oiga en el cielo y, si hay embarazo, ese embarazo puede estar siendo impedido o abortado por varias razones. Yo creo aunque no existe mejor ocasión, mejores circunstancias para un hipócrita ser formado, que durante su tiempo de oración. Si la voz de nuestras oraciones necesita ser de las que se oye en los cielos, tendrá necesariamente que estar saturada de motivos correctos en términos de la honra y de la gloria de Dios y de Su Espíritu también. Siempre que los motivos son los más correctos, existe la mayor de las posibilidades de oírse la respuesta en retorno antes de la concretización y muchas veces incluso antes de que oremos, Is.65:24.

La mayoría de los creyentes oran y ni esperan respuesta de Dios – se quedan esperando concretizaciones de aquello que pidieron y muchas veces esperan vanamente. Pero Juan habla en “que sepamos que nos oyó”, 1 Juan 5:14,15. En todo caso, nadie debería cesar de orar, desistir antes de Dios pronunciarse acerca de aquello que Le es colocado en oración. Las cosas que comienzan mal, pueden siempre terminar bien, pues estamos hablando con Dios, el reconstructor de los humanos. Dios puede siempre alertarnos y direccionarnos para los motivos errados que nos llevan a orar, para que nos arrepintamos y Él puede venir a atendernos transformando el motivo y manteniendo el pedido; y, sin embargo, nos transformamos debido a haber entrado en Su presencia transformadora porqué necesitábamos orar y hablar con Él sobre un determinado asunto.

El asunto fue el medio que generó la transformación, sólo. Y Dios termina concediendo lo que Le pedimos juntamente con la transformación. Comenzar mal nunca debe ser impedimento para que vayamos a orar. Que decidamos cesar de orar cuando nos damos cuenta que andamos con motivos errados, también nunca nos concederá respuestas, ni será un mérito o considerado como acto que pueda ser loado. Sólo quien se transforma en sus motivos obtendrá aquella voz que todas las oraciones necesitan tener y esos persisten hasta al fin siempre que comienzan mal. "Orad sin cesar", es decir, "orad sin parar al medio, sin desistir antes de que sean transformados para que puedan ser oídos" es algo que nunca debemos olvidar. Quien cesa de orar, estará siendo motivado a desistir sólo porque se rechaza a cambiar por dentro.

La rapidez con que muchos desisten de sus oraciones sólo manifiesta como y cuanto se rechazan cambiar por dentro. Ofreciendo una oración que en su esencia es o parece ser egoísta, desde que se quiera oír a Dios atendiendo y no sólo nosotros orando, nos puede llevar a mucho más cosas que seamos atendidos. Nos puede llevar a que seamos transformados. Una oración sin los motivos correctos, tanto puede ser una oportunidad de decepción como puede ser de santificación, o no fuera Dios aquel que nos transforma. La verdadera santidad es que podamos orar por nuestro padre que está falleciendo acabando teniendo en cuenta la gloria de Dios y nunca nuestra tristeza a causa su enfermedad, la cual nos llevó a orar.

Santidad es ir hacia un País que era nuestro sueño de viaje, pero que vayamos ahora sólo porque es la voluntad de Dios para nosotros y sólo con eso en mente. Y que si comencemos a conversar con Dios con la finalidad única de que seamos oídos, podremos acabar transformados también, a menos que nos rechacemos cambiar por dentro. Y todos aquellos que se rechazan cambiar a partir del lado de dentro, se hacen actores que cambian toda su conducta exterior, escondiendo todos aquellos conflictos interiores que, por consecuencia de esa conducta, existen dentro de sí mismos.

Jesús mismo dijo que, “todo aquel que viene a Mí de manera ninguna lo lanzaré fuera”. Y que si ha pecado le serían perdonados porque Dios los revelará para confesarlos antes de que sean atendidos sobre aquello que los hicieron aproximar de Dios. Es esa la idea que nos transmite Santiago al hablarnos que, “¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia y estos oren sobre él en nombre del Señor; y la oración de la fe salvará el enfermo y el Señor lo levantará; y, si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesad, por lo tanto, vuestros pecados unos a los otros, y orad unos por los otros, para que seáis sanados. La súplica de un justo puede mucho en su actuación”, Santiago 5:14-16. Es interesante que veamos que dice que esa oración salvará el enfermo y no que curará el enfermo, aunque sane. Y que esa aproximación de Dios, desde que real, colocará los pecados en la luz para que los podamos confesar unos con los otros.

David fue un rey según la voluntad de Dios. Sus motivos en obtener y conseguir una nación santa, dedicada solamente a Dios y empeñada en aquello que Dios quiere, dedicándose a Dios solamente, lo destacan de todos los otros reyes. Pero había gente que lo perseguía porque sus motivos eran bastante puros, queriendo que la misericordia y justicia se instalara en el mundo. Sus motivos estaban en conformidad con aquello que Dios siempre deseó para Israel desde el inicio. Las personas odiaban a David, pero sólo porque él amaba a Dios de forma práctica. Los que lo odiaban decían que amaban a Dios a través de palabras y que por esa razón lo odiaban, porque su modo era distinto. Sus vidas y palabras confundían a cualquiera, menos a David.

Por eso él siempre oró “Mi Dios, no me dejes confundido”. Pero, si los motivos de David se pudieran concretizar en oración, Dios se manifestaría entre nosotros, Él mismo reinaría en Israel porque los malos que iban impidiendo la voluntad de Dios serían eliminados y el mundo podía salvarse entonces viendo y reviendo a Dios, viendo a Dios reinando y como es que Él reina, como se procesan las cosas y como nacen frutos cuando Dios reina de hecho. David sabía muy bien que sus oraciones contenían una voz en ellas, aún cuando pedía que exterminara a sus enemigos, los cuales impedían que eso se concretizara inmediatamente, intentando matarlo. Esos enemigos de Dios, camuflados de defensores de las causas de Dios, eran personas que lo perseguían a él también porque él hacía la voluntad de Dios y tenía la conciencia que cumplía de corazón.

Pero, si David orara debido a sus propios intereses, no tendría esa voz en ninguna de sus oraciones. Y será precisamente aquí que vemos el exponente máximo de la santidad: ¡David orando contra sus enemigos debido a la honra de Dios y no sólo para salvar su piel! Podría exhortarse a sí mismo para no orar así, de un modo que parecía muy malo. Pero, él prefirió orar y santificar sus motivos a causa de Dios en él. Vemos que él sabía que su vida era muy importante para Dios, para el propósito de Dios.

Y usted ¿ve eso, ve cual es la razón de Cristo de haber muerto por sí? ¿Sus oraciones irán a comenzar a tener algo que se oiga en ellas? ¿O va a continuar fingiendo y engañando su corazón afirmando que Dios oye sus oraciones cuando usted habla y cuando Él quiere que usted se de cuenta precisamente que no lo está oyendo siquiera? Amén.

José Mateus
zemateus@msn.com