LA PARED DE SEPARACIÓN

 

Fue en una reunión normal de oración donde algunas personas se reunían para orar y leer de las Escrituras. Una señora de la etnia local zulu, entró y se sentó humildemente. Nadie esperaba que pasara nada, pero Dios resolvió intervenir de una forma muy dramática. El silencio y el orden que allí reinaba eran absolutos. De pronto, la señora saltó afligida como queriendo apagar un fuego, que nadie veía a simple vista. Movía los pies en el suelo, gritando que se estaba quemando y que Dios había venido allí para consumirla porque estava en pecado. Estaban todos atónitos con aquella ocurrencia y por esa razón el silencio imperó más aún. Afligida, decía que nunca debió haber entrado allí en aquel lugar sin haber pedido perdón a otros, de todo lo que había hecho.

Clamando pidió casi en forma de venia (como es costumbre entre esta tribu cuando se dirige hacia otras personas) que permitieran su salida para que pudiera ir a regularizar unas cosas con sus hijos y marido. Le dijeron que sí (a lo contrarío muchos pastores darían uno que otro consejo inapropiado como que Dios perdona y algo así) y la señora salió de allí como una flecha de alta velocidad.

Como es costumbre entre esta tribu el hijo mayor, es el que se merece el mayor respeto, siendo después el segundo y el tercero sucesivamente; por esta razón, la primera persona a quien la señora buscó fue su hijo mayor. Al ver el estado de la madre, el hijo le preguntó, que es lo que le pasaba y ésta casi sin dar crédito a sus preguntas, le relató como siempre había sido una mala madre para él y que ahora Dios había venido a cobrar la factura de sus pecados.

Preguntó al hijo si le perdonaba y éste sin dudar, al ver que el asunto era bastante serio por si mismo (pues nunca se le hubiese pasado por la cabeza que su madre haría tal cosa), le dijo que sí. Ella le agradeció de todo corazón y se puso a correr en búsqueda del segundo hijo y después del tercero con los mismos resultados. Después fue con el marido y le suplicó que le perdonara por cosas que para ella parecían bastante graves, pero que para el marido eran sólo unos cuantos deslices, aunque los había dejado pasar durante años.

Pero por causa de insistir mucho en su perdón, él dijo que sí, que la perdonaba, si eso era lo que ella deseaba.  No me acuerdo perfectamente, cuantas otras personas, esta mujer fue a buscar para regularizar todo lo que en aquellos momentos, le parecían montañas enormes de condena sin par. Creo que hasta buscó vecinos exponiéndoles muchas cosas malas que había hecho.

Pasado algún tiempo, unas horas supongo, la señora volvió a aparecer en el lugar de culto donde todos aún se encontraban. Entrando de repente, se arrodilló al frente de todos y oró en voz alta como hablando con quien no veía pero si sentía.

Le dijo: "Señor, ahora salva mi vida de todo cuánto es mi corazón. Gracias porque me haz dado una oportunidad de poner en orden todos estos males que son grandes cuestiones para Ti. Toma mi vida en tus manos y sálvame".

Ahora, aquí está un ejemplo donde se manifiesta la práctica forzada de los textos que arriba transcribí.

Es notorio que la señora dejó allí en el altar su ofrenda (que en este caso sería su vida), fue confesar toda su convicción, volvió y sólo entonces pidió la salvación de su corazón.

Es así que entiendo este versículo en Isaías 59:1-2:

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.

Cualquier pedido de oración, aún si es de salvación, deberá ser precedido de condiciones, en las que pueda ser oído, porque sino oramos vanamente.

Otro caso que pasó con un presbítero de iglesia (pienso que reformada) en quien Dios comenzó a operar en forma de convicción de pecado, a la cual este resistía, pues ya era presbítero, pero que por esa razón se angustiaba cada vez más.

Eso le llevó al punto de no conseguir vivir más de aquella apariencia religiosa muy forzada, la cual su posición en la iglesia "exigía" de él, pues es común que todos quieran ser “buenos ejemplos”, sin que nunca se hayan intentado siquiera, humillarse ante evidencias destacadas de su propia conciencia.

Este señor entró en desesperación total, pasado algún tiempo y empezó a pensar que no tendría a Dios en su vida. La convicción fue aumentando hasta al punto de que ya no había dudas de que así era, a pesar de que sus pastores lo intentaron convencer que sólo estaría en una fase no tan buena de su vida y que él ya era hijo de Dios hace mucho tiempo.  

Pero el pobre hombre ya no se dejó engañar por palabrerías, que en nada le satisfacían, aquel enorme abismo que sentía crecer dentro de sí a partir de un cierto momento.

Cargaba dentro de sí un enorme peso y mientras más oraba y pedía a Dios que viniera en su auxilio, más este hombre sentía la enorme sed de encontrar la verdad dentro de sí,  sin ser solamente apariencias.

No se precisar cuanto tiempo pasó en este estado, pero un bello día se fue a acostar, agotado y soñó que estaba en un desierto muy árido. Este sueño era tan real que no dejaba dudas que su significado era divino. En ese desierto recogía agua para beber y no la hallaba, tal cual se pasaba en su vida. Ahora empezó a pensar que si no encontraba agua viva muy rápidamente, no subsistiría por mucho más tiempo. Fue andando por los caminos que este desierto le iba proporcionando representando fielmente el camino que seguía mientras estaba despierto, hasta dar de frente con una pared hecha de ladrillos, todos con el mismo tamaño. Instintivamente sabía que por detrás de aquella pared existiría el agua que tanto anhelaba. Pero, ¿cómo llegar a ella?, pensó. Mirando hacia la derecha y a la izquierda, no veía el fin de la pared, pues desaparecía de su vista. Las personas buscan siempre caminos fáciles para acomodar sus situaciones, pues fue precisamente ese su primer pensamiento. Pero inmediatamente vio que tal tarea sería imposible de realizar, aunque no estuviera agotado, como ya se sentía. Miró para encima para ver si conseguiría trepar por la pared para alcanzar el sosiego de su enorme sed. Pero no, no era posible. Desesperado se sentó en una piedra que había cerca de allí, y suspiró resignado con su suerte. De esta misma forma, hacen las personas cuando piensan que sus maneras de resolver las cosas ya no dan solución posible. La desesperación impera, porque les gustan las cosas complicadas y sólo una imposibilidad los retira de las tentativas de salvarse a si mismos. Hacen de todo, menos pensar en la cosas correctas, intentan todo y más de alguna cosa y nada les resulta, mueren en la resignación de no poder hacer nada. Todo sería más fácil hacer, excepto lo más simple.

Fue en este espíritu resignado, que él comenzó a divagar sobre su vida, sobre todo lo que había hecho anteriormente, pensando que había llegado su fin. En estos momentos en que las personas paran para pensar un poco en la total inutilidad de la vida acá en la tierra, Dios puede intervenir milagrosamente, porque es aquí donde hasta un presbítero deja de resistir a la propia conciencia que tiene de las cosas. Fue pues en este estado de espíritu que éste, se acordó de algo que había hecho en contra de su esposa.

Se sintió tan apenado (hubiese podido, pero ya no tenía cómo resistir) y encaró la visualización de aquello que hizo, como un tremendo crimen. "Como pude hacer tal cosa", exclamó. Pidió que Dios lo perdonara y aún sus palabras estaban calientes y se desprendió uno de los muchos ladrillos de aquella pared, el cual fue lanzado lejos de allí hacia dentro de un abismo sin fin. Nunca más vería tal ladrillo, pues había desaparecido por completo. Miró admirado el agujero que se quedó en la pared y cuando iba a asechar en él para ver si había del agua que corría por detrás de ella, salió de allí una voz fuerte, dulce y tierna que le preguntó, si sabía porque razón estaría aquella pared allí y porque razón los ladrillos eran todos del mismo tamaño.

Esa voz ni le permitió ver si existía del otro lado, aquella agua que buscaba, mostrando así que debería creer en sus instintos espirituales. Al afirmar que no, le dijo la voz otra vez que había sido él quien construía aquella barrera entre si mismo y Dios y que cada ladrillo allí, representaba un pecado suyo, fuera del tamaño que fuera. Una pequeña mentira o una grande afrenta colocaría siempre un ladrillo de igual tamaño en aquello que lo separaría del Dios que siempre había buscado servir, pues no había pecados, ni más pequeños ni mayores unos que los otros.

El hombre se despertó de su sueño y fue inmediatamente en búsqueda de sus pastores y demás personas clamando que sabía cual era su mal. Todos se admiraron con su urgencia en hablarles y mucho más cuando les pidió que oraran con él sobre todos los crímenes que había cometido, los cuales pasó a confesar allí aún delante de ellos. Al día siguiente, cuando otras personas notaron la expresión cambiada de su rostro, todos se preguntaban que milagro habría ocurrido con su presbítero, pues cantaba de alegría y había perdido toda su postura de fingido y esforzado en ser un ejemplo.

Es de realzar en estos casos que Dios manifestó a todos que habían barreras muy concretas hasta la pedidos de regeneración espiritual. Si así sucede con aquello por lo cual Cristo vino al mundo, nuestra salvación, imagínese lo que sucederá con los otros pedidos que muchos consideran vanales. De acuerdo a palabras proferidas, por uno de los mayores evangelistas de siempre (cosa que mucho bullicio causó en las iglesias de la altura porque este hombre era siempre muchísimo *bafeado por la bendición de Dios dondequiera que predicara) y que en muchas partes del mundo fue confirmado por muchos otros en circunstancias más o menos similares. Él era siempre perentorio en afirmar que nadie podría esperar ser oído por Dios, aunque fuera tal pedido para salvación de su alma, mientras tuviese en su conciencia un pecado por confesar, fuera este a humano o Dios. Aquí se confirman las palabras de Isaías que dice “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.

Si nada añadiéramos a lo que leemos y sin que nada le quitáramos, el mensaje de este capítulo se queda concluido. Pero no quiero terminar, sin hacer una observación pertinente: si así es con el pecado no confesado, imagínese como será con cualquier pecado no renunciado, como mala lengua, tabaco, impaciencia y otros tantos más. Leemos en Proverbios 28:13:

“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.

Y en Isaías 59:20: “Y vendrá el Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob".

Concluyo con las Palabras con que comencé este capítulo:

“¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda. Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones.” Malaquías 1:10,14.

José Mateus
zemateus@msn.com