PAZ DE ESPÍRITU, DE CORAZÓN Y DE CONCIENCIA

 

“Seguid la paz (…) sin la cual ninguno verá al Señor”, Heb.12:14

 

Este versículo dice así: “Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Yo quiero hablar sólo de la parte que cabe a la paz, haciendo una pequeña referencia sólo al hecho de que, sin santidad, también nadie verá a Dios, ni ahora en su propia vida, ni siquiera después de la muerte. Si quiere ver a Dios salvar a los suyos, si quiere que Él le indique el empleo, el camino a seguir, la experiencia inigualable de tener a Dios en sí mismo de forma real y fabulosa, sin santidad, nunca conseguirá nada de eso. Leemos en Mat.5:8 “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán Dios”.

Hay gente que comienza bien e infelizmente acaba mal, pues, después de que hayan alcanzado el hombre, la esposa, el empleo, la paz de espíritu por qué ansiaron tanto, inmediatamente intentan terminar en la carne todo aquello que anteriormente comenzaron en el Espíritu. ¿Cómo fue que Dios le ayudó en tiempos pasados? ¡Vuelva a lo mismo, a la misma santidad y consagración de espíritu – si es que aún consigue acordarse de como era y fue, si es que no se desvió demasiado para que no tuviera cómo y porque recordarse más! Un último apunte sobre esa santidad: si ella no fuera de naturaleza, si fuera forzada, algo de errado existe en ella y no será por ella que verá a Dios.

Otra pequeña cosa que quiero referir antes de hablar sobre la paz sin la cual nadie verá a Dios, es el hecho de asumir única y simplemente lo que las Escrituras dicen. Dice aquí que “NADIE verá a Dios” – ni el apóstol Pablo, ni el ángel Gabriel verían a Dios sin esta paz. Las personas aluden siempre a una paz ficticia entre Dios y el pecador, pero, en la verdad, se trata de una paz dentro del propio pecador, sin la cual nadie verá a Dios, por mucho que se haya concentrado en el recorrido con Cristo.

Veces sin cuenta, la persona que ora y mastica las Palabras de Dios permite cosas en su propia existencia que le retiran la paz. Luego, así que pecan, estando Dios con ellos, el único barómetro (nuestra paz interior) es inmediatamente perturbado y acusa la ocurrencia, tal como el agua en la cual movemos deja de ser espejo fiel para nuestra cara. Como es a escala por la cual se miden y se sienten los temblores de tierra, así es nuestra paz interior: así que el pecado entra, el corazón tiembla. Infelizmente, el pueblo ya se habituó tanto a los temblores de su corazón que ya ni conectan cuando tiembla. Pero, ¿si no conectáramos al hecho de que la tierra tiembla, el temblor de tierra dejará de ser peligroso por eso? ¿No matará en la misma?

Y ¿qué es lo que acontece enseguida? La persona, estando en la presencia de Dios de hecho, (no vamos a hablar aquí de una mera alusión a la presencia de Dios, pero de una realmente presente), deja de ser participante en aquella paz que Jesús da, como forma de sentir que está mal. Existen síntomas que seguimos rígidamente: si nos duele el estómago, vamos al médico; si nos duele la cabeza vamos al oftalmólogo a verificar el estado de nuestros ojos. Pero, es triste cosa de verse que, cuando las personas se sienten sin paz de espíritu, no van a Jesús a saber cual es el mal que hicieron, pero antes asumen que están correctos y se hacen, de esa forma, incoherentes y más agresivos para con la verdad de los hechos, la cual testifica contra ellos mismos a través de la falta de paz interior.

La falta de paz es un síntoma y no una causa de enfermedad interior. Pero, lo que vemos es que, en vez de ser hallada como un síntoma de algo errado de lo cual puede tener o puede no tener reconocimiento fidedigno, la persona reacciona a la falta de paz como que probando a Dios al punto de restablecer la paz que perdió sin que tal persona reconozca pública o personalmente el mal que le retiró esa misma paz. Quiero decir que, en vez de la persona decir "Señor, perdóname porque mentí", prefiere creer que Dios le dará paz pidiendo por paz directamente.

Porque esa falta de paz es siempre tenida cómo algo indeseable, tal como sería un dolor de cabeza para la cual se puede tomar un comprimido en vez de irse a verificar la razón y la causa de tal anomalía física, también podemos cometer el error gravísimo de intentar remediar lo que el barómetro de nuestro espíritu, nuestra paz, nos dice clara y nítidamente, tomando un atajo para que restablezcamos de forma ficticia la paz que perdemos. Si tomemos un comprimido para un cierto tipo de dolor de cabeza, aliviaremos el dolor sintomáticamente, pero no eliminaremos su origen. Y, su origen puede ser grave o no.

Podemos lidiar de esa forma liviana con nuestros síntomas físicos, pero, esperamos que algo más conclusivo se efectúe en cuanto a la paz de espíritu, pues la Biblia afirma que, sin ella, nadie verá a Dios. Podemos saber o no saber la razón de que nuestro barómetro acuse un temblor interior, pero en caso que no sepamos, ¡sabemos, sin embargo, que Dios puede dilucidar sobre tal cosa extraña. ¡Es un absurdo que un humano continúe con falta de paz!

Un dolor de cabeza nunca es cosa normal en un ser creado por Dios. Debemos buscar su origen y revertirla a nuestro favor. ¡De la misma forma, debemos lidiar con nuestra paz de espíritu – algo de consecuencias más drásticas que un simple dolor de cabeza!

Entonces, viene el temor de que estemos errados, pues sabemos cuáles son las consecuencias, es decir, si de hecho conocemos a Dios tal cual Él es. Ese temor de que estemos errados, por norma, nos lleva a encubrir en vez de desenmascarar y revelar el mismo error inmundo y desestabilizador. Es aquí que la Biblia afirma que “El que encubre sus transgresiones nunca prosperará; pero el que las confiesa y las deja, alcanzará misericordia”, Prov.28:13. Por el temor de que perdamos, o que perdamos delante de Dios, encubrimos nuestros pecados. ¡Encubrir por temor a Dios es como colocar las manos sobre fuego para que no nos queme! Luego, entramos en conflicto interior que se quiere dorado, pues creemos que si tapamos el sol con el tamiz nada nos vendrá a abrasar después de la muerte.

Fue a partir de aquí que el hombre se halló capaz y merecedor de coger las riendas de su propia vida, pues siempre creyó que Dios, Quien lo creó, es un ser siempre de más dentro de su naturaleza. Pero, cuando un Creador deja de ser habitante del cuerpo que creó, como ser que es, inmediatamente se puede asumir que al dueño de una casa tampoco cabe usufructuar de los bienes de su hogar. Vemos los pájaros a cantar para Dios, el sol a girar conforme los decretos eternos, pero vemos, sin embargo, todo el hombre - la corona de su creación - a vivir conforme entiende.

Luego, cuando el hombre se aflige por la falta de paz, ocurre algo que se debería hallar un fenómeno: el hombre escondiéndose de Dios, el único ser capaz de perdonar verdaderamente porque tiene poder para anular la fuente de los pecados por el lado de dentro de sus orígenes, pues Dios perdona el asesino cuando y así que este deja de serlo por dentro y nunca cuando confiesa sólo. La confesión tiene como llevar el pecador a ese tipo de salvación de todo el pecado. El Señor tiene poder de cambiar piedras en hijos de Abraham y dijo que “Y les daré un sólo corazón y pondré dentro de ellos un nuevo espíritu; y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, (20) para que anden en mis estatutos y guarden mis ordenanzas y las cumplan; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios”, Ez.11:19-20.

La falta de paz en nosotros mismos, se debe mayoritariamente al hecho de que nos debatimos entre dos ideas o más, entre dos naturalezas en nosotros: la que Dios creó originalmente y la que el pecado concibió después de eso. En este estado horroroso de vida, podemos exclamar como Pablo aludió sobre alguien en conflicto con su propio pecado sin haberse aproximado de Cristo aún, “¡Miserable hombre que yo soy! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” Rom.7:24.

Si un toro entra en el laberinto de otro toro, si un demonio entra en el cuarto de un ángel o viceversa, la disparidad de diferencia entre personalidades nunca permitirá un consenso entre tales, pues tal cosa no es posible de hallarse. De igual manera, así que una mancha negra se cae en las ropas limpias que Dios nos dio, inmediatamente sentimos algo del horror de esa mancha. Lo mismo, sin embargo, no se puede decir de alguien que tiene sus ropas sucias y ya de sí manchadas. Si una mancha gris se cae sobre una superficie oscura o igual a ella, creeremos que la mancha es más limpia. Pero ya no diremos lo mismo en caso que esa mancha gris en vez de caer en el negro, encala en una superficie blanquísima como la pura nieve.

Entonces, se da aquel fenómeno extraño de que las personas buscan la salida más próxima para restablecer su paz de espíritu: o se aproximan de Dios para que sean curadas de sus inmundicias de vez, o se alejan de Él porque allá hallan falta de convicción de todo pecado y restablecen así una paz falsa que en nada contribuye para el bienestar futuro de quién de ella puede venir a usufructuar aún. Otra manera de buscar esta paz es salir de la presencia de Dios, ya que Su presencia nos deja convencidos del pecado y sin paz. Pero sólo a los necios cabe tener y obtener paz lejos de Dios. Con esa paz falsa, nadie verá a Dios, pues no es aquella que Cristo da, pero antes como el mundo la da, pues el mundo está lejos de Dios. Y Jesús dijo: "Mi paz os doy, no como el mundo la da". Amén.

José Mateus
zemateus@msn.com