"Jehová te pastoreará siempre y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos, y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan", Is.58:11

 

PREFACIO

TODO ESTO ES UNA VERDAD QUE NO CONSIGO EXPRESAR

 

Ya me hallé sonriendo sin sonreír, ya vi mi corazón reír sin que mi faz se moviera

Y eso acontece de forma permanente e inalterable, ya casi de manera inconsciente y natural

Pues mi alegría es demasiado grande para ser vista, mi amor del tamaño que no cabe en una expresión

Mi ojo brilla, mi faz tiene luz que no veo y no se exalta, que no oigo por fuera

Mi lamento se fue y no sé para donde, mi Dios llegó y sé donde está y porque está

Había un vacío en mí del cuál ya ni me acuerdo más, existía un dolor que ya no sé como era

 

Vino el amor, entró en mí de forma abundante y llegó para quedarse:

Ahora ¿díganme si voy a esperar para el cielo y limpiar todas mis lágrimas? ¿Cuáles lágrimas?

Sé que tengo vida, pues la Vida sabe que me tiene y ella sabe y habla de eso dentro de mí

Mi vida no depende de nada, mi vida no depende de mi casamiento, felicidad o dolor

Pero mi casamiento y felicidad son quienes dependen de mi vida, de la que yo tengo dentro de mí.

Puedo decir que también hablé “En Tus manos entrego mi espíritu” y entregué,

Pues me entregué a mi mismo sin saber lo que hacía,

como hay quien no se entrega pensando, creyendo que lo hace.

 

Mi dolor desapareció y nada cambió fuera de mí,

Todos los objetos cortantes que me herian en nada cambiaron

Pero mi corazón cambió, se aisló de la muerte

y del dolor que aún asolan allá afuera, pero no más en mí

De Dios hice mi refugio y dije: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” 1 Corintios 15:55.

 

Todo lo que hablo aquí es verdad, sólo que tan grande que se queda sin expresión

y con eso me hallan mentiroso

Por eso puedo sólo hablar poco, vivir mucho, amar mucho, siendo que mi amor ya no termina más

Y no temo que no pudiera ser mañana más de lo que ya soy hoy:

Un cántico con menos expresión y más amor

Si no amo y expreso porque no amo, siendo hipócrita, seré amado y entendido de los que no aman

Si no me expreso porque amo para después conseguirlo expresar

Seré sólo amado de los que aman y no sólo a mí, pero de los que aman porque tienen amor por expresar

 

Así, hablaré, sí, pero cuando puedo amar, sonreiré pero no siempre de forma que se vea

Amando sin esfuerzo, viviendo sin el dolor de ser ofendido,

porque la vida es ahora en mí, como es allá en el cielo

Ya no lloraré la falta de amor para dar, por falta de vida que no sé como expresar.

 

Mi Dios, que bien que me hiciste, recogiéndome siempre que no te recogía, hallándome siempre primero

Vivía lejos de la vida viviendo para mí y nada tenía para dar

A no ser dolor que tampoco sabía expresar

Ahora sé lo que es la Vida que busca sin ser amada;

ella no depende de mí pero soy yo quién de ella depende.

Todo lo que soy, todo lo que sé, todo lo que doy es Vida,

porque Vida hallé y con ella me reconcilié como ella es

Ya no necesito fingir la alegría,

pues ella es demasiado enorme para buscarla y hallarla por la vía del fingimiento

 

Ya no necesito buscar la felicidad, pues la vida es mi ocupación permanente, todo mi envolvimiento.

Quien busca felicidad no busca Vida, quien halla Vida halló felicidad también

 

Mi cántico es de amor que no sé expresar, por mi Dios que no sé ver porque no cabe en mi visión

Todo nos es añadido, todo nos es dado, desde que busquemos y hallemos esa Vida de Quien todo es.

 

JOSÉ MATEUS (26 Septiembre 2004)

CAPÍTULO 1

 

Nací en Angola. Soy hijo de padre portugués y de madre descendiente de Sudafricanos. No era católico practicante, pero era alguien que temía a cualquier cosa que fuera sobrenatural; temía porque no sabía lo que allá pasaba y todo lo que tuviera que ver con Dios o brujería me hacía estremecer. Como no sabía distinguir entre Dios y brujería, no sabiendo que siempre fueron cosas opuestas, pensaba inconscientemente que se trataba del mismo fenómeno.

Tuve un padre fabuloso, una madre que me crió dentro de lo mejor que sabía y que me cargó en sus brazos desde niño. Me acuerdo de las muchas veces que mi padre me ponía a conducir en sus piernas cuando tenía entre dos a seis años de edad. Raras fueron las veces en que él no me ponía en sus piernas cuando surgían oportunidades y lugares apropiados, esto para que me pudiera sentir un gran conductor. ¡Mi madre, muy bonita, se ponía siempre a ver lo que los dos hombres de la familia estaban haciendo, no fueran ellos a distraerse por ningún motivo!

Así, de niño era muy vivaz, naturalmente inquieto y travieso. Jugaba fútbol, tenía alguna aptitud para los estudios y coronaba con éxito mucho de aquello que emprendía, siendo el fútbol el área en que más me destacaba. Me recuerdo que estaba siempre jugando con y contra equipos compuestos de otros jóvenes mucho más viejos que yo. Era audaz en el juego y repuntaba naturalmente y eso hacía a los más viejos que quisieran siempre que me integrara a sus equipos. Tal ocurrencia también me traía muchos sueños a flor de piel, pensando yo que un día sería como Eusebio o Pelé. Naturalmente, también me sujeté a muchos vicios de los niños y esto desde muy temprano. Fui bastante feliz hasta mis diez años de edad. Fue en esta tierna edad que sufrí el primero de los muchos, grandes y bruscos cambios que siempre fueron ocurriendo a lo largo de mi, aún corta vida.

Un triste Sábado, fui atropellado por una bicicleta cuando me desplazaba para los entrenamientos de fútbol, en la escuela y donde nunca llegaría. Este fue el primer aviso de que mi vida cambiaría y desde muy temprano se ve una Mano poderosa por detrás de todo lo que me ocurría – y hoy todo se hace para revertir a mi favor. Fue desde ese infeliz día que empecé a hacer visitas regulares a los médicos, más tarde a brujos y a otros que fuera. Inmediatamente – unas pocas semanas después – comencé a sentirme mal, aunque no sabiendo de cierto porqué. La situación se había agravado con una brusca bronconeumonia que me llevó a consultar una médica que había acabado de finalizar su curso de medicina, la cual aún no sabía muy bien que recetar. Esto llevó a que todo se agravara aún más. Esta médica, nueva, consultó algunos libros mientras me auscultaba y después de mucho leer y poco consultar, me dio una prescripción de medicamentos que sólo hallamos normal mientras nos fuimos a la farmacia. Acertó en el diagnóstico, pero asustó a mi pobre madre con la cantidad de cajas de medicamentos con que salimos de la farmacia, donde nos desplazamos para despachar aquella simple prescripción. El haber acertado en el diagnóstico se consideró bueno, porque mirando hacia la receta pienso que podría haber sido peor: ¡casi fue necesaria una carretilla para transportar toda la ‘cura’ mía para el auto y de éste para casa!

Una simple reunión entre madre y madre, de propio a propio, dio inmediatamente la percepción que me sujetaría a otra consulta por otra médica que en ese tiempo vivía cerca de nuestra casa. Por el sí, por el no, mi madre, que siempre fue un género de “farmacéutica” a causa de su ‘aptitud’ natural para distribuir medicamentos a quien quiera que se sintiera ‘enfermo’, puso inmediatamente de parte cerca de mitad de la receta que había despachado en la farmacia local, no fuera esta médica a engañarse también. En cuanto a la otra mitad, la llevó a mostrarla en la consulta. Para espanto de todos, cuando el diagnóstico fue irremediablemente confirmado, el recetario fue substancialmente reducido probablemente a menos de mitad de las muchas cajas que mi madre había osado cargar hasta esta médica – quiere decir que fui tratado sólo con cerca de un cuarto de aquello que originalmente me había sido prescrito.

No que fuera ese el gran dilema: para mí sólo contaba que tenía que llevar varias inyecciones, no sé bien cuántas veces al día. ¡Lo bueno era que habían sido substancialmente reducidas las picaduras que iba a llevar, pero, en cuanto a mí, resolvería la cuestión de otra manera mucho más simple y menos dolorosa! ¡No sé, sin embargo, si sobreviviría a tal hecho! Y como los médicos saben siempre más, aún cuando nos taladran la piel, fui llevando inyecciones durante lo que para mí sería una eternidad, eternidad que se prolongó mucho más porque tenía prohibido jugar fútbol, de correr y de hacer cualquier esfuerzo físico. Sería más por esa razón que no “veía” llegar el día en que me dejaran volver a mi vida normal. Pero eso nunca más acontecería, por mucho que alguien quisiera, porque, algún tiempo después, ocurrió algo que determinaría todo mi futuro.

Mis padres estaban fuera, en una hacienda ganadera que poseían en el sur de Angola, a unos buenos cuatrocientos kilómetros de la ciudad donde vivíamos. Yo estaba en la casa de mi abuela materna a causa de la escuela, sintiendo mucho su ausencia. Cierto día, estaba jugando con mis primos en la calle y comencé a sentir un ligero dolor en una de las nalgas, en lugar donde había llevado las inyecciones. En aquel momento no di mucha importancia a esta ocurrencia, pero, pasado una hora o dos (no sé lo correcto), el dolor comenzó a ser casi insoportable. Minuto a minuto se fue intensificando de tal modo que había dejado de ser desapercibido. Fui a mi abuela y me quejé. Pasado aún algún tiempo, cuando ya era de noche y mis primos ya se habían ido, el dolor no sólo resolvió molestarme aún más, sino que pasó deliciarse en las dos nalgas – una ya no le llegaba. El infierno que pasé en las horas siguientes, son de los momentos más horribles de que tengo memoria. De tan intensos que fueron que me recuerdo hoy muy mal de cuanto tiempo pasé gritando en búsqueda de alivio – tengo una noción de que me parecía una eternidad de aquellas en que el tiempo pasaba por mí impiedosamente desapercibido, como si nunca más fuera a acabar aquel martirio.

Nunca hubo una explicación plausible para lo que allí pasó conmigo – para mí fue simplemente un infierno del cual yo no veía llegar el fin. Me acuerdo de tener la sensación de faltarme la respiración y de que me abran las ventanas, intentando que así obtuviera milagrosamente algún alivio con el aire fresco de aquella noche de tormentos inexplicables. Mi pobre abuela ya no sabía que hacer. Como único recurso me llevó hacia el hospital local alrededor de las diez de la noche. Pero imagínese a quien encontraríamos allá para consultarme: pues, ni más ni menos que la médica que fue a los libros a leer lo que me había de recetar, a causa de la bronconeumonia. ¿Ya se imaginaron que están siendo consultados por una mala hechicera que resolvía siempre el dilema consultando sus libros para ver que mal podría extraer de estos para atormentarnos mejor? Fue lo que ocurrió, pues, para no ser muy diferente de la última y única consulta que me había hecho, fue otra vez a sus libros, que más parecían de magia, a intentar obtener otro consejo para poder ofrecerme algún alivio del infierno por el cual pasaba.

Si ya estaba en un mismo infierno, nada más que colorear el mal con una consulta con alguien que no desentonase en nada del ambiente que me rodeaba. Me acuerdo, sin embargo muy vagamente, del resto de la consulta en sí. Me recuerdo sólo que fui para casa después de haber sido medicado (no sé bien con que) y de haber ido hacia la cama de mi madre, acostostándose mi tío al lado. Todos mis pedidos en aquella agonía me eran concedidos y como gustaba mucho de acostarme en la cama de mi madre que estaba fuera hacía demasiado tiempo para mí, nadie se sentía con voluntad de no acceder a aquel chantaje envuelto en lágrimas. Pensaba tal vez que el olor de mi madre, o su almohada sólo, bastarían para darme el único consuelo que buscaba en aquel momento, porque los otros no conseguirían hacerme imaginar cerca de ella.

Dormí durante algún tiempo, para luego despertarme con dolores mucho peores que los anteriores. Fui de nuevo llevado hacia el hospital un poco a la fuerza, porque sabía que sería atendido por la persona que ya conocía. Pero esta vez fue diferente, porque esta ‘bruja’ mala fue a su guisado a desencantar a un enfermero que me administró una dosis de morfina en cada nalga. Pienso que la dosis daría para drogar a cualquier "super-caballo" y yo, como niño que era, sentí inmediatamente sus efectos – ¡fue la única vez que pasé por drogado en mi corta vida!

Me aplicaron unas gasas esteriles extrañas en las nalgas y pensé que iría hacia casa inmediatamente. Pero no, porque, contra lo que más esperaba y desearía, resolvieron que quedaría allí bajo el ojo maligno de aquella que yo consideraría como una hada malévola. Me dieron orden de internarme. Acordándome sin embargo que mi padre había rechazado dejarme ingresado en aquel hospital cuando tuve la neumonía y visto el chantaje de mis muchas palabras en llanto que no resultarían esta vez, intenté desesperadamente huir de allí. Si me hubieran dejado correr, muy difícilmente me atraparían para aprisionarme en la casa de aquella señora que leía en los libros el mal que me había de infligir y que olía mucho a éter. Pero, para que me ingresen a los libros no traían ninguna sugerencia, al contrario, me agarraron, me llevaron y me pusieron encima de una camilla con ruedas, pues las camas del hospital estaban todas plagadas. Intenté callarme para pasar desapercibido y, me recuerdo que cuando me soltaron por breves momentos, habiéndolos llevado a pensar que me había calmado, salté de la camilla e intenté ponerme a millas de allí.

Pero, después de unos pocos pasos di conmigo deslizado en el suelo, sin fuerzas para pararme. Podría ser de la morfina administrada, pero lo que era correcto es que estaba lentamente (¡o muy rápidamente!) perdiendo las fuerzas en las piernas. La última cosa que me acuerdo antes de sucumbir bajo el efecto de la droga, fue de estar prendido en dicha camilla con aquellos cinturones de cuero característicos de las mismas y que son usados para coger allá los pacientes en las correrías por los pasillos de los hospitales, cosa que muchas veces me habría de transportar a lo largo de los intensos años que siguieron de entradas y salidas de hospitales. Mi futuro estaba, pues, determinantemente trazado por algo que yo nunca había escogido y lo cual nunca me traería ninguna conclusión sobre las razones de todo aquello. No me había dado oportunidad de escoger algo diferente del infortunio.

Horas más tarde, supongo, me desperté de un pesado sueño para entrar en una pesadilla que aún hoy se encuentra fresca en mi memoria. Pienso que me desperté para decir que quería ir al baño. Pero también pienso que la simple idea con que adormecí aún hervía en mi mente, pues la droga no me había permitido huir de allí; si fue una disculpa para intentar una nueva fuga o no, no sé precisar lo cierto. Sin embargo, aconteció que el enfermero de mis pesadillas (aquel que había salido de la olla de la magia de aquella persona de quien yo empecé a tener mucho miedo), apareció para ayudarme a salir de la camilla donde me había prendido. Me levantó y me retiró de aquella cama horrible y dura (de la cual aún me acuerdo, aunque con mucho dolor). Sin embargo, al retirarme de allí e intentar colocar mis pies en el suelo, entré en un vacío repentino, siendo succionado para el suelo donde me caí estrepitosamente sin saber muy bien porqué. Se quedaron todos espantados mirándome en aquella media oscuridad del cuarto sin saber muy bien que hacer, ni tampoco lo que había ocurrido. El enfermero, con mirada incrédula, se quedó estupefacto mirándome.

Pasados algunos breves instantes, intentó pararme de nuevo al pasarle aquel choque inicial de pura admiración. La verdad era más desgarradora para ellos que para mí, porque yo podría pensar como defensa que estaba aún soñando o pasando por una pesadilla que inmediatamente pasaría. Pero, para ellos no habría alternativa sino que se concilien con la vista de aquella horrorosa realidad. Descubrimos que había perdido por completo las fuerzas en las piernas. De nada valían los muchos esfuerzos para intentar remediar la cuestión irremediable que ante todos se deparó. Perdí toda y cualquier sensibilidad (que más tarde recuperé) y bajo mí, sólo había un pequeño abismo con fondo duro que me engullía siempre que intentaban ponerme de pie. El enfermero aún gritó conmigo en desesperación de causa para que yo intentara ponerme firme en mis piernas. ¡Su grito me hizo ver que realmente estaba despierto, pues el eco de este me asustó tanto que sólo no me pondría en pie si no pudiera! Me acostaron de nuevo y dormí para aquello que no sería sólo una pesadilla de la cuál me olvidaría al despertarme.

Por la mañana estaba rodeado de varios médicos aún antes de abrir los ojos, creo. Por cada ojo que abría, veía la silueta de dos o tres y cuando los froté vi que aparecían más enfermeros con una aguja de más de diez centímetros en una jeringa. Esta sería usada para que me fuera extraída médula o algo así, para fines de análisis. Estaba paralizado de la cintura para bajo y nadie sabía muy bien porqué. Fenómeno o negligencia médica, nadie sabía. También nunca llegarían verdaderamente a conseguir revelar todo aquel panorama que ante todos se evidenciaba ya como una certeza desgarradora y sin vuelta. Se siguieron análisis y más análisis de los cuáles nada se concluyó: no acusaban nada de nada. Durante algunos días, o aún semanas, pasé por decenas de picaduras y agujas, pruebas y más pruebas a partir de las cuáles nunca se consiguió concluir nada, ni revelar la causa de esta película de horror que lentamente se comenzaba a prefigurar como irreversible.

Y fue así que comencé a vivir las cosas: Como una película de horror que asistía de cuerpo y alma, pero que, en la realidad, no se trataba de nada del género. Pensé que no estaba viviendo todo aquello, pero las evidencias engañaban a contradecirme siempre que tenía que ser cargado para donde creyeran que debería ir. Como vivía sólo como protagonista en una película, la imaginación es que dictaba que la ‘realidad’ fuera otra. Y así comenzó mi lucha por la supervivencia y por la búsqueda de verdad, porque mi imaginación me traicionaba siempre que quería correr, jugar fútbol o juguetear normalmente. Esta fue, sin embargo, siempre un maestro aliado para la vida futura que se adivinaba sin utilidad. No habrá sido necesariamente a causa de todo esto, pero pienso que, aquí sí, todo comenzó rumbo a la vida que hasta entonces desconocía y de la cual pretendo hablar adelante. ¡Lo que encontré más tarde fue una vida sin mácula y asustadoramente bella y real – antes así! Pero ya iré allá.

Pasé mucho tiempo en el hospital, y en la presencia de mis padres. Transcurrido algún tiempo, juzgo que cerca de algunos meses, mi madre descubrió que yo andaba con heridas en la espalda por mala asistencia hospitalaria, pasando mucho tiempo acostado en la misma posición sin ser dado vuelta. Por esa razón me llevó hacia casa, no importándole correr los riesgos de tener que cuidar de mí allá. El despacho de su furia, que tenía ya de sí mucho a que responder también debido a la gran tristeza que le iba en el alma, dictó que iría hacia casa. Hay momentos como este en que una madre enojada consigue poner a un hijo feliz – existen otros que no. Ella se sentía así porque tenía que reaccionar muy deprisa a la sorpresa y al dolor que todo aquello había sido para ella también. Sin embargo, esa sorpresa y dolor pasarían inmediatamente a ser encaradas sólo como un contratiempo menor, pues el amor de madre la llevó a pensar, aunque escondidamente envuelta en lágrimas, que habría de existir alguien en este inmenso mundo con poder para sanarme, lo cual acabaría por aparecer y todo acabaría, finalmente, en bien.

Debido a esta esperanza a la cual el amor de madre permite llegar, aún contra cualquier evidencia, por más concluyente y persuasiva que esta pueda ser, continué la serie de exámenes y correrías entre médicos y quienes más decía tener poderes para sanarme: desde hechiceros africanos a especialistas en ortopedia, no había nadie a quien mis pobres y dedicados padres no recurrieran – cerca o lejos, para ellos nada importaba. Recurrí al lado negro del espiritismo y de la brujería de mucho género sin, claro está, encontrar la sanidad que, a partir de cierto momento, sólo mis padres creían. En esta onda de búsqueda tuve la oportunidad de convivir y ver de muy cerca de lo real y de la mentira que existen en los círculos del espiritismo y otro género de prácticas que hoy sé que pueden ser reales, pero satánicos. Durante los años siguientes recorrí todo lo que era curandero o espiritista con el deseo de poder ser sanado, o de entonces encontrar alguna explicación para lo que me había acontecido. Sin embargo, ni una cosa ni otra ocurrirían.

Me acuerdo, por ejemplo, de que una de las muchas cosas que ocurrieron fue la de haber ido a visitar a un sacerdote católico que se decía operar algunos milagros en nombre de Cristo y de no pasar más de ser un espiritista que usa el nombre de quien no debía. Sin embargo, sus poderes eran reales e impresionantes, aunque ahora sepa cual es su origen maléfico. Me acuerdo que fuimos tres familias en búsqueda de este dicho padre por razones de sanidad bastante diversas. Una de esas familias era mi profesora de la escuela primaria que tenía el marido enfermo con una enfermedad que ahora no consigo precisar. Viajamos bajo un régimen de ‘apartheid’, es decir, hombres en un auto y mujeres en otro, esto por imposición graciosa de mi padre. Yo con mi querido padre iba en el auto de mi profesora conducido por el marido de esta, mientras ella iba con mi madre en nuestro auto.

Este auto donde viajábamos yo y mi padre, había sido una reciente adquisición de su orgulloso dueño. Por esa razón, él no paraba de insinuar como había sido una bella compraventa, no parando de mostrar su enorme satisfacción con su nuevo ‘juguete’. Tanto así era que allá convenció a mi padre a dirigirlo por algún tiempo durante el largo viaje de más de quinientos kilómetros, sólo para poder mejor substanciar el orgullo que consideraba legítimo dadas las circunstancias. Él quería que mi padre se enorgulleciera también de aquello que tanto lo cautivaba. Pero, para espanto del hombre, mi padre, manifestó una opinión opuesta a la que esperada al tomar el volante de aquel vírgen auto. ¡Le dijo que algo de errado pasaba con la dirección de su auto nuevo! Algún defecto en una de las ruedas o algo así, explicaba mi padre muy serio al incrédulo hombre: “es que su auto da unos tirones para fuera de la carretera y sólo con algún costo es que consigo controlarlo”.

¡El pobre hombre se quedó helado con aquella acusación, pues estaba esperando un elogio fervoroso de la boca de mi padre y en vez de eso salió un puñal en dirección a su ahora defraudada expectativa! “No puede ser”, decía el pobre señor en su defensa, intentando ganar tiempo para recomponerse de aquel ‘rudo’ golpe, “déjeme allá confirmar eso”. Intercambiaron de lugar y el dueño no veía ni se daba cuenta de nada de errado con su auto. Fue entonces la vez que mi padre dijo “no puede ser”, pues la presión de la ‘acusación’ que había hecho, había rodado para su lado. Pararon el auto de nuevo e intercambiaron de posición para la nueva experiencia de conducción por parte de quien sabía no estar inventando lo que fuera. Increíblemente, algunos kilómetros de viaje más y percibimos que algo muy extraño de hecho pasaba con el nuevo auto del señor. Sin embargo, descubrimos más tarde que no se había tratado de ningún problema mecánico.

Llegamos al lugar de los rituales del dicho sacerdote aún a tiempo de asistir a una de sus sesiones espiritistas. Me acuerdo que había mucha gente en el lugar, tanto fuera como dentro de la casa que era usada para el efecto. Del lado de afuera estaba un hombre engañando gente con unas prácticas muy extrañas, desde trastornar ojos a decir cosas imperceptibles. Entré cargado en los brazos de mi padre y me sentó a su lado en el suelo de una sala delante del misterioso sacerdote en quien ahora depositábamos alguna esperanza. Sólo los enfermos allá podían entrar por haber grandes limitaciones de espacio; él estaba sentado en un banco largo con cuatro mujeres (creo que se intitulaban de médiums), dos de cada lado, aún delante de mí y de mi padre. ¡De pronto una de ellas se cayó en el espacio vacío que había en el suelo al frente nuestro y rugía con una mirada feroz y muy rojiza! El sacerdote le colocó un pie encima como señal de autoridad y la mujer no se movió bajo él. Calmando así dicha furia, preguntó al demonio que la había poseído y que lo traía allí.

El demonio dijo así: “quiero destruir (o matar, no sé lo correcto) aquel que está allí con el padre. (Nadie nos conocía en aquel lugar). “Muéstrame allá a quién te refieres”, le dijo el sacerdote levantando el pie de encima de ella cómo dándole la libertad de ir a mostrar a la persona a quién se refería; la mujer fue directamente en nuestra dirección con una furia tal, dando dos o tres poderosos e inesperados palmetazos a mi pobre padre. ¡Mi padre, que es incrédulo en lo relacionado a ciertos fenómenos sobrenaturales, aún más agnóstico se quedó con esto de una mujer golpeándolo sin él poder responderle a la misma medida! Fue sin embargo con algún costo que se contuvo, no respondiendo con alguna contra agresión. ¡La mujer debe a la sorpresa que causó el no haber llevado nada en cambio, pues esta ocurrencia se quedó atravesada en la garganta de mi padre y aunque su manzana de Adán continuara singular, se quedó tan espantado y mudo que aún hoy no quiere hablar sobre el asunto!

El sacerdote gritó una orden de vuelta y ella (o el demonio) obedeció y relató entonces que ya me había intentado matar varias veces antes. Dijo, entre otras cosas, que desde que nací me perseguía y que siempre había escapado. (No quiero de manera alguna dar credibilidad a lo que aquí pasó, ni tan poco hacer creer en demonios, que son mentirosos por naturaleza; sólo intento relatar lo que allí ocurría, sin poner ni quitar, en la medida que me permite la memoria). Dijo que alguien había cocido unos ojos de rana o algo así antes de yo hubiese nacido y que el propósito sería evitar que viviera. Yo estaba perplejo en silencio mirando todo aquello. Es sabido que estas prácticas son demostrativas del real poder de quien se llama Diablo y que no hace nada más que intentar dar credibilidad a quién lo rodea y sirve. Aquí está un ejemplo vivo de lo que se hace para dar credibilidad en opinión a quien empuja a las personas a través de prácticas que serán siempre condenables ante Quien creó el Universo.

Estos demonios eran reales, sobre eso no tengo ninguna duda. Existen muchos practicantes charlatanes en estos medios, lo que no era el caso aquí, seguramente. Pero aún siendo cierto, como lo eran estos, no quiero de ninguna manera transmitir la idea de que se puede vivir en estos antros de real engaño sin esperar que, más tarde o más pronto, la ira de Dios se manifieste contra quien pasa su precioso tiempo a dar oídos a las doctrinas “de demonios”.

Ahora se nota en la demostración sabiamente maléfica de estos demonios que suministran credibilidad a quien se desvía del bien. El demonio que poseyó a aquella mujer, dijo que había hecho todo para que yo nunca llegara a aquel lugar donde, paso a citar, “iba a ser ayudado”. Pasó entonces a relatar en pormenor aquello que había ocurrido con nosotros en la carretera, (de que el auto quería salir de la carretera, etc.). Se rió de mi padre porque había pensado que algo errado pasaba con el recién adquirido auto del señor con quien viajamos.

Dijo otras cosas más también que no podré aquí relatar porque la memoria me traiciona. Pero, sus palabras daban siempre a entender que el dicho sacerdote sería siempre el bueno de la película y el poderoso en aquel antro, mientras estos demonios se hacían pasar ‘humildemente’ por los malos de la película, ¡los cuales deberían siempre ser expulsados de allí, probablemente para volver en otra sesión personificándose de otros sin que nunca dejaran de ser los mismos protagonistas! Sin embargo, formaban uno equipo muy unido que se enlazaba en formas de entre ayuda mutua, pues, estos pasaban por malos y así el sacerdote tramposo y espiritista ganaba la credibilidad. Mucho se esforzaban, también, para enraizar creencias a través de la sorpresa que la veracidad de sus ocurrencias producía en quienes las presenciaba. El miedo que infundían en las personas, era su poderosa arma contra cualquier bien. El hecho de las personas sean atrapadas desprevenidas, los capacita de una cierta extrañeza de poder en la creencia de quien nada ve, para profundizar las prácticas de espiritismo existentes, tan solamente para aterrizar en las más densas y convincentes tinieblas a quienes no ven.

Allá para el fin del día, el dicho sacerdote consultó personalmente a quien quisiera hablar con él y me hizo unos rezos extraños con una llave que, decía él, cerrarían mi cuerpo. Fuimos para casa aconsejados de comprar una botella de un líquido cualquiera que era vendido por ellos y sobre el cual el sacerdote tramposo había rezado. No podíamos dejar de ir al supermercado del sacerdote, pues este necesitaba vender sus productos. Tendría que beber de cuando en cuando de esa agua para poder quedarse bueno. ¡Nunca llegué, sin embargo, a probar tal cosa! ¡Pero continué paralítico y no fue por haberme abstenido de beber de esa dicha agua bendita!

Durante mucho tiempo, después de que llegué a la casa, esto fue tema de conversación entre familia y vecinos. Mi padre, que fue involuntariamente un participante activo en esta historia, él preferiría que no hubiera pasado con él, optó por mostrarse aún más agnóstico para poder, de alguna forma, mantener su pose forzada de incrédulo. ¡Si él supiera que todo quedaría en aquello, habría evitado a cualquier costo haberme llevado allá! Fue probablemente por esa razón que él declinó llevarme a la parte de atrás de la iglesia para ser bendecido por el sacerdote con aquella llave que este desencantó del gran bolsillo de su sotana, pues había sido mi madre que me había llevado para allá en sus brazos. Sólo que no sabría nunca como explicar racionalmente lo que pasó con nosotros en aquel lugar. Por eso aún, nunca vi a mi padre comentar algo sobre el asunto, tal vez para que no tuviera que envolverse en aquello que él “sabía” que era alguna maquinación que él no sabría como explicar.

Así fue pasando el tiempo y yo continuaba mi nueva forma de vida en la escuela ahora andando de muletas e intentando hacer con ellas todo aquello que había dejado de hacer a causa de la súbita parálisis que tan descaradamente me había sorprendido. Subía árboles hecho mono y “jugaba” fútbol de canadienses y mis primos inmediatamente iban arreglando maneras de que me dejen participar en sus juegos por que sentían algo que los conmovía para que me permitieran participar e integrar como legítimo compañero en todo lo que hicieran. Nunca me sentí, ni nunca me permitieron sentir diferente de nadie y lo que no conseguía hacer era encarado con una asombrosa naturalidad de niño. Me acuerdo que incluso en mis sueños en esta fase de mi vida, andaba siempre y corría normalmente, apareciendo incuestionablemente siempre como un héroe normal que huía de quien lo persiguiera, aunque para eso necesitara de volar por encima de cualquier peligro. Siempre que soñé, nunca di conmigo a andar de canadienses o como siendo deficiente: aparecía siempre como me conocía antes de hacerme paralítico.

Pienso, también, que quién jugueteaba conmigo, rápidamente se había adaptado a aquella nueva realidad, principalmente mis primos para quienes, de cierta manera, yo había pasado a ser un protegido muy especial. Estos también nunca podían aceptarme de otra manera, pues estábamos siempre juntos y la sorpresa de todo aquello no les permitió evidenciar algún otro comportamiento sino lo que tenían antes de que el infortunio hubiese golpeado a la puerta.

Pero allá en el fondo se desarrolló seguramente una gran voluntad de vencer, costara lo que costara, una terquedad que aún hoy tengo que limitar dentro de lo aceptable. En mi subconsciente se desarrolló una furia de supervivencia tal que me llevó durante años a hilo a niveles de éxito y también de cansancio interior incomparables. Esta furia silenciosa pasó a ser una compañera desapercibida y, de tan actuante que era, pasó a convivir en mi ser naturalmente, sin dar ningún indicio o señal de alguna vez ser cualquier cosa extraña. Yo no me esforzaba por tener fuerza de voluntad: la tenía muy naturalmente por intentar recuperar todo lo que había perdido, porque la ley de la supervivencia así lo determinaba. Pasé a ser esclavo de que todo lo que tenía que conseguir hacer.

Fue esta actitud que, aunque me asegurara una cierta supervivencia de algún modo agonizante, no me dejó descansar con la plenitud de vida que acabé por encontrar más tarde, pues es distinta en su manera de vivir. Pasaba mis momentos a desafiar fuera lo que fuera y, de este modo, la supervivencia estaba asegurada en un mundo amargado, lo cual yo nunca reconocería como tal. Si lo hiciera, tendría necesariamente que caer en la tentación de parar para dar oídos a evidencias sin piedad, a las cuáles yo nunca sabría como responder. Viví así durante muchos años igual y los elogios verdaderos que recibía de varios puntos de vista, hacían por alimentar aún más este estado de cosas, pues no me dejaban parar para mirar la silueta que la sombra de la verdad proyectaba contra la pared que no me dejaba pasar aquella frontera para donde podría correr y juguetear libremente.

Pasé a ser elogiado por todos por la rebeldía que evidenciaba cuando un obstáculo no me permitía hacer aquello que otros hacían. Aprendí muy naturalmente, también, a liderar todo tipo de bromas o situaciones para no tener que quedarme fuera de los círculos de amigos y familiares para que así, tal vez, no tuviera que explicarme ante ninguna realidad que no me gustaba encarar. Mis amigos me permitían muchos caprichos para que no me excluyeran de las muchas cosas que los niños hacen siempre juntos. Sólo que las bromas eran casi siempre concebidas donde yo pudiera ser un protagonista activo, lo que llevaba mis compañeros a ser esclavos de aquello que yo podría o no hacer, excluyéndose estos voluntariamente de sus bromas normales de correrías. Mis primos, principalmente ellos, serían imbatibles en esta su benevolencia.

En la escuela excedía lejos a todos en persistencia y en los exámenes muy difícilmente no era siempre el mejor. Tal era la atención que prestaba en las clases que nunca necesitaba estudiar en casa para tener buenas notas, principalmente en las disciplinas que me gustaban. En la verdad, me vengaba en lo que podía y enfrentaba todo en la vida como un posible adversario que me quería derrumbar y también privar de una vida normal. La agilidad que había perdido en las piernas, se estacionó en la mente y pasé a aprender a usar la inteligencia que poseía y que antes se encontraba un tanto o cuanto adormecida por la distracción infligida por el gusto de jugar al balón y no sólo. Compensaba a mis primos en las clases con los grandes problemas aritméticos que las profesoras nos daban para hacer y para los cuales ellos tenían muy pocas aptitudes – intentaba siempre resolverles esos problemas a escondidas, dándoles pistas para que acabaran siempre antes de la competencia, ¡qué por su parte era bravísima! Como eso los alegraba, sería así que intentaba compensar de alguna manera el amor y desinterés propio que demostraban para conmigo. Me destacaba en disciplinas más difíciles como matemática y siempre que podía ayudar a mis primos a que acaben antes de quienes era más perspicaz que ellos, eso los llenaba de enorme gozo.

La vida en sí se hizo, finalmente, un adversario de respeto y, peor aún, sin escrúpulos. Sólo que, yo quería salir vencedor de cualquier disputa que, con el tiempo y a veces, sólo pasaría a existir en el pequeño y hipotético reino de mi propia imaginación. Creo que los adversarios comenzaban a ‘aparecer’ de todas los posibles orígenes, tanto los reales como los irreales. Los irreales pasaron a ser los asiduos invitados de los otros y nunca me pude desembarazar de la enemistad que, sin embargo, había hecho por trabajar arduamente y dar vida contra cosas que sólo yo aún veía. Quitarme de esa lucha sería una tarea absurda, pues tan enraizado se hizo la implicación en ella en mi interior que pensar en vivir sin ella no hacía sentido.

Todo se hizo una disputa personal y mi forma de vida transfiguró toda la razón; nada dejaba de ser competitivo y esta manera de ser se reveló fatídica, no permitiéndome ningún descanso interior, cansándome inmensamente el espíritu desde muy temprano. Pero, por extraño que parezca, salía siempre vencedor de cualquier disputa, hasta de las que acababan por ser sólo idealizadas, ni que para eso tuviera que imaginar pero, además de cualquier disconformidad – ¡es que conformarme nunca era una opción siquiera! Me acuerdo que hasta para mis pesadillas, aún mientras dormía, encontré solución: salía de ellas viendo que no pasaban de sueños que nada tenía que ver con la realidad de las cosas. ¡Me despertaba siempre riéndome de los malos sueños que tenía y pasado algún tiempo ni siquiera los tendría más! Fue de esta manera que comencé globalmente a encarar mi vida.

Fue así, también, que fui llevado al sabor de los vientos, que de cierto modo yo mismo fui llevado a crear durante los años siguientes, por esconderme muy bien de cualquier realidad viviendo mucho y sólo de aquello que imaginaba. Esto, por su parte, me instigaba a ver las cosas imaginariamente reales – no tenía cómo mentir a la real percepción de las cosas que interiorizaba para que, después de meditado, exteriorizara en otro formato. ¡Readaptaba todas las realidades a mis actuales capacidades, aún sin saber cómo! Sólo que todo esto inmediatamente se transformaría en soledad debido a la guerra que sin embargo había comenzado en Angola, la cual obligaría a separarme de la familia por muchos y larguísimos años. Mi mundo cayó aún más y mis sueños readaptados también desvanecieron. No bastaría que la casa de mis sueños hubiese ruido, como también habría las dichas ruinas de que sean engullidas por un abismo que se abrió en la tierra donde permanecían. Está claro que con esta forma de encarar la vida, vivía siempre mucho más que debía, porque la imaginación no paraba en dirección a las realidades que harían siempre por asolarme y sorprender. Fue así que me hice un adulto precoz.

Nunca fui adepto de pensamiento positivo porque yo nunca me permitía el capricho siquiera de pensar que mi vida no pudiera ser positiva. La imaginación que poseo realizaba milagros tales que las doctrinas del pensamiento positivo siempre me parecerían cosas vanas ante la manera como enfrentaba la vida. Aprendí, entonces y también, a encerrarme cada vez más a la realidad de las cosas y de irlas contemplando sólo muy lentamente siempre en la medida y en el tiempo en que pudiera asegurar una visión regenerada de las mismas, a menos que algo me sucediera que yo no pudiera de cualquier manera alterar en forma. Si no consiguiera recapitular las cosas de forma que vinieran a mí en un formato concebido para agradarme, entonces iba asimilando todo lentamente de manera tal que no me hiriera y no hiciese daño a la realidad que para mí querría que existiera.

Esta manera de huir a la realidad, digamos, sería una preciosidad también, porque fue así que aprendí a ser verdadero conmigo mismo, aunque muy lentamente. Al intentar evadirme de la realidad, concebía una belleza para mi misma situación, la cual me llevaba a ver las cosas de una forma más real aún, porque las cosas replanteadas de esta forma tendrían siempre el aval de mi aceptación. Con el dicho aval, no tenía como no ver las cosas como eran de hecho. Es que la fuga de la realidad en que me encontraba, me llevaba derecho a los brazos de una realidad concebida sólo para agradarme. Esto era fatídico y no tardé en sentirme cansado con la vida, porque, en el fondo, ella no correspondería nunca a mis muchos anhelos. Una mano poderosa, sin embargo, me cargaba al sabor de sus vientos y yo de eso no me daba cuenta o nada sabía en ese tiempo. Es que la verdad en lo íntimo atrae esa mano poderosa.

La vida en los años siguientes se reveló, pensaba yo, más sin piedad aún, hasta haber mirado para encima y desconfiado que algo más había que esta vida no daba – precisamente a la vida que tanto me había traicionado hasta allí. Pasé a vivir muy solo desde los quince años y busqué a quien me creó para poder colocar unas pequeñas cuestiones que me perturbaban mucho y Lo ENCONTRÉ. Pero ya iremos allá. Quiero llegar al fin de mi historia dando todos los pasos. Pero que encontré, allá, eso es verdad y por esta razón resolví escribir este libro, para decir al mundo que me oye que la vida es otra y mucho más bella de lo que yo imaginaba (¡y tengamos en cuenta que poseo una muy fértil capacidad de imaginación!) Vamos por partes entonces.


CAPÍTULO 2

 

Recuerdo de los tiempos de escuela, ya en el 5º y 6º año escolar, donde un sacerdote nos daba clases de moral y religión. Lo que más gustaba eran las historias de la Biblia que él nos contaba, como las de David y Goliat. Este sacerdote tenía una gran aptitud para contarlas y yo para oírlas. De cierto modo aquellas historias conseguían captar toda mi imaginación sin ningún esfuerzo. De tan bonitas que eran yo hasta pedía para oírlas. Mi alma se encontraba muy hambrienta y debilitada, creo que como el común de la gente que conozco. Sólo que tenía la oportunidad de sentirlas cerca muy ávidamente. Sin embargo, el sacerdote era un hombre que nunca se vestía como tal, de sotana negra, lo que me llevó a admirarlo bastante. Si este hombre contaba aquellas historias sin siquiera leerlas es porque conocía a Dios, pensaba, pues no las había memorizado y parecía que las vivía personalmente. ¡Que santo debería ser él, imaginaba! Un bello día dejó de contar dichas historias y pasó a dar clases sobre otros asuntos que para mí se reflejaron como fatídicas y parecían de nunca más acabar.

Claro está que estas se hicieron indeseables porque nunca más se oyó ninguna narración sobre Quien a mí me gustaría poder venir a encontrar. ¡Cómo el sacerdote me conseguía hacerlas vivir intensamente de tan bellas que yo las encontraba, cuando paró de contar aquellas historias así abruptamente me dejó casi sin saber que pensar de todo aquello! Me quedé suspendido en un abismo en el cuál nunca llegué a caer. Entonces, los Jueves, iba hacia las clases a desear que aquel día al menos oyera una historia de aquellas donde alguien era héroe por la intervención directa de Quien yo gustaba y deseaba mucho que existiera y Quien tal vez me pudiera ser presentado por aquel misterioso hombre que se había quedado callado sin ninguna explicación. Creo que un día le pregunté, porque razón él ya no decía nada sobre aquellas historias, a lo que él respondió que tenía que seguir con el programa establecido por el director y que aquellas, para mí avalanchas de agua viva, habían sido de autoría de él, no teniendo permiso para contarlas.

Consiguiendo estas historias consumir toda y cualquier concentración en mí, era posible, deseaba tanto, por otro lado y por una u otra misteriosa razón, conversar con ese dicho sacerdote personalmente. Me acuerdo cómo él había escrito en el pizarrón con tiza de como había sido su recorrido de vida con Dios – hizo una línea muy derecha con una loma por la mitad: la loma significaba la única vez que él había fallado “y muy gravemente”, decía él. Recuerdo, sin embargo, mucho más del día en que ocurrió una de mis mayores desilusiones de siempre. ¡Deseaba tanto verlo que recorrí el edificio por el lado de fuera sólo para poder ver al sacerdote en su oficina, el tal que se vestía como un hombre y que tan santo sería por saber de todas aquellas historias de verdades bonitas! Finalmente no era el sacerdote que era verdadero, pero sí las historias que contaba y yo estaba queriendo confundir todo.

Cuando pasé por las muchas ventanas de vidrio (probablemente por la milésima vez) y a causa de aquella ansia de espíritu que en mí había en ver al sacerdote aunque fuera a lo de lejos, lo vi finalmente pero fumando un cigarillo con un placer de locos. Esta ocurrencia fue probablemente llevada a extremos en mi imaginación por la simple decepción de niño que me había traspasado en aquel triste momento. No que yo ya supiera que Dios condena a quien fuma o algo así, aunque tal sea verdad también. ¡Es que yo había aprendido a fumar por rebeldía y como sabía que para mí era un acto condenable (por lo menos de parte del sacerdote que yo mucho amaba y admiraba), pensé que el sacerdote estaba haciendo una cosa terrible! Creo que si lo viera cometer adulterio, como ya había oído decir de algunos sacerdotes que conocía, no habría tenido el efecto que tuvo verlo fumar. ¡El padre era un pecador finalmente y hacía cosas por las cuáles mi padre me golpeaba! Concluí, probablemente, que sólo contaba las historias de quienes finalmente no conocía. Mi corazón dolió mucho en desaliento profundo.

Fue un choque tan grande para mí que, por alguna otra razón misteriosa, comencé a sentirme sólo en el mundo otra vez – esto para nunca más mirar hacia el hombre, pues no sabía lo que la Biblia dice: “maldito es el hombre que confía en el hombre (¡o en otra cosa!)” y no en Dios sólo porque no lo ve – probablemente Dios no sería nada más que una historia hacer embalar en fe. Súbitamente, había caído una preciosa y muy misteriosa esperanza que me acompañaba desapercibidamente. Como depositaba ya alguna esperanza en ver a Dios o saber de Él por lo menos, morí tristemente en aquel momento más que destacado de mi infancia. Pero, muy milagrosamente, esa esperanza resistió tal semilla escondida por muchos años en un desierto a la espera de algo de agua para poder brotar y, probablemente, fue por esa razón que Dios me miró y vio que lo deseaba encontrar personalmente.

Son oraciones de este género que nunca saldrán defraudadas, pues, aquel que lo busca, encuentra siempre, seguramente; y si no lo encuentra será tan sólo por una cierta maldición de quien va a golpear en la puerta errada sólo por esta tener un letrero “DIOS” – ¡Dios no usa letreros y, por eso, no se hace servir de correos, mucho menos se imitan chimeneas u otra cosa cualquiera! Y nosotros deberíamos saber mejor que eso.

Fue, sin embargo y muy principalmente, a causa de este estado de espíritu fraudulento en mí que pasé muchos de los problemas que paso a resumir adelante. Asumo que era idiota, aunque nunca necio, pues, el idiota busca lo que debe buscar donde no debe y, el necio, dice, o concluye ‘muy sabiamente’ por él, o tan sólo, que Dios no existe.

¡El idiota puede transformarse en un gran necio por buscar donde nunca debe, quitando conclusiones precipitadas de aquello que no debería estar inquiriendo sobre quienes debería ser cuestionado en persona sin ser por terceros! Si Dios es Dios, ¿no tendrá este que responder por Él? ¡Hay quien pregunte por Él a Él! ¿No es el chisme que pregunta sobre alguien a terceros? ¡No sabía que me asemejaba a una tía chismosa hasta descubrir cómo era! Pero, mi pasado de enseñanza (poco) religioso – por lo menos de aquello que se oía en medios católicos, aunque, después de aquella decepción violenta y casi siniestra (pues, ¡podría hacerme un necio porque era idiota!), nunca más fuera al bola con quien no sabe que existen bolas que no son así tan redondas – me llevaba, probablemente, a buscar en terceros aquello que sólo Dios en persona tiene que dar respuesta por Él mismo.

¡Siempre me dijeron que María intercedía por nosotros juntamente con otros santos, de los cuáles algunos se llamaban apóstoles y otros de Sto. Antonio y Sta. Isabel! Yo poco sabía de la Biblia y pensaba que quien andaba con ella no podría nunca ser el diablo, aún sabiendo del dicho que dice ‘si no los puedes vencer, júntate a ellos’. Esta dice: ¿no recurrirá un pueblo a su Dios? A favor de los vivos preguntaran a ellos mismos los muertos?...(¡Así!) pasarán por la tierra duramente oprimidos y hambrientos... enfureciéndose... maldiciendo a su Dios... y mirando hacia la tierra, he ahí que habrá angustia y oscuridad... y serán arrastrados para la oscuridad, entenebrecidos con ansia... Al Señor... a Él santificad... Él os será Santuario”. ¡Pero a mí siempre me fue dicho que los únicos Santuarios eran Fátima y Meca! (Isaías 8:9-22).

Si llevara la Biblia un poco en serio podía dar razón a Dios personalmente sin ningún tercero. Pero, así, sólo podía asimilar que quien anda con la Biblia en la mano o la usa en un altar al lado de un muñeco con nombre de santo, o expulsa demonios, es quien es verdadero. Y si nos gusta agradar a tales personas, peor escenario no puede existir, pues nos engañamos sobre asuntos de vida o muerte, tristeza y alegría, porque nos agrada hacerlo bajo disculpa de que no queremos lastimar a quien está cerca de nosotros. Pero, como hasta los olivos necesitan de ser sacudidos para que den aceitunas antes de que se pudran y no sirvan de nada más que para los cerdos... no veo porque no seguimos el consejo de Quien dijo: “si no negárais padre, madre y hijo, no podréis seguir (la verdad)... aquel que agrada a los hombres (¡aún a él mismo!) no puede agradar a Dios”.

Pasado algún tiempo, teniendo yo ya cerca de catorce años entonces, pasamos a la frontera de Namibia (Suroeste Africano) para huir de aquella guerra sin piedad que aún hoy mata y ya allá van muchos años. Nada de esto sería sorprendente sino hubiéramos sido prendidos y, por poco, sumariamente desmotivados por que nos consideraron espías debido a nuestra más que tardía fuga de Angola. Casi cuando ya me iba a resignar a nuestra suerte y con la imaginación, ya sin conseguir ponerme fuera de algún féretro – hasta entonces mi preciosa aliada – ya poco esperábamos y aún así llegó aquella ayuda que vino a probar que, a fin de cuentas, éramos descendientes de Sudafricanos (por el linaje de mi madre). De ese modo escapamos a una condena más que correcta e injusta.

De ahí que entramos en la capital de Namibia como privilegiados fue un paso. Nos fue dicho que había sido Dios quién nos había salvado. Pero yo ya no conversaba más sobre ese Ser misterioso que no sabía si alguna vez me aparecería. Gustaba que fuera cierto todo aquello que había oído de Él, pero si no fuera verdadero o no me quisiera me quedaría más disgustado aún. Tenía como muy probable que tal esperanza viniera fácilmente a ser defraudada. Temía ser decepcionado otra vez, visto que Él tal vez no existía o algo así. Pero como me gustaría poder hacerle unas preguntitas personalmente, no excluía totalmente la hipótesis de que Él existiera de hecho. Sólo lo que no quería era hablar abiertamente sobre el asunto, para no salir avergonzado de más una expectativa defraudada. A causa de nuestra ascendencia, nos dieron de inmediato visas de permanencia en el país y a mí, en cerca de tres años, me fue dada la naturalización Sudafricana que aún hoy mantengo con mucho gusto.

Como todos saben, la medicina Sudafricana es loada y prestigiada en todo el mundo – es de la mejor que hay. Por eso, mi padre estableció inmediatamente que consultaríamos los mejores médicos posibles. Fui de inmediato consultado por especialistas ortopédicos y la única cosa buena en medio de eso todo, fue nunca más haber consultado a ningún brujo o espiritista. Como el país que nos acogió es protestante, las personas hablan más de Dios y no tardó en venir alguien invitarnos a ir a las iglesias locales, aunque nada entendiéramos de la lengua. Aprendí con mucha determinación Afrikaans con la ayuda preciosa de mi abuela y enseguida el Inglés, las lenguas locales; y de pronto, las cosas comenzaron a tomar un rumbo muy extraño e indeseable para mis jóvenes sueños bastante regenerados y esto en vida aún muy tierna.

Tenía la columna vertebral bastante deformada debido a los muchos excesos descuidados y sin acompañamiento ortopédico y debido a mis muchas expediciones a aquellas tentativas de independencia, de las cuáles mucho dependí hasta entonces para poder sobrevivir. Recibí orden para inmigrar para una escuela muy especial y por señal bastante buena, más para dentro de Sudáfrica, es decir en Kimberley, la ciudad más famosa del siglo pasado por sus diamantes. Su fama, sin embargo no me entusiasmó así tanto, visto esta a ser la ciudad que para mí se encontraba a miles de kilómetros de distancia de mi familia. Ese hecho hacía por prenderme en una súbita y profunda tristeza interior, la cual subía de tono que se veía, tomando grandes y enormes proporciones. Esta me iba haciendo sentir forzosamente abandonado por no sé quién.

Tengo por seguro que la imaginación pura que tendrá la capacidad de podernos alejar de cualquier realidad, también nos puede llevar a niveles incalculables de conciencias de hechos, porque, al aumento de aquel dolor, respondió la imaginación con una montaña de tristeza – es precisamente a través de la imaginación que se puede llegar tanto a cualquier mentira, como a cualquier verdad. Mi mejor aliada que sólo veía como única salida, el se transformó muy denunciadamente en una posible fe que me decía, quien sabe, haber de certeza un cualquier esquema para la resolución de todo lo que me estaba ocurriendo. Aquí no conseguía presentar cualquier ‘realidad’ diferente de aquella que delante de mí se estableció sin que yo pudiera intervenir contra tal ocurrencia. Fue así que probablemente, a pesar de los esfuerzos de aquella mi aliada, me sentí derrotado y, por la primerísima vez, sin ninguna salida de que gustara.

Me sentía abandonado, perdido y sin nadie. Las personas dejadas solas normalmente tienen a quién culpar, pero yo no tenía. No sabía quien me había dejado al abandono, ni si había solución para aquella triste realidad sin razón de ser. Y así, con cerca de quince años de edad, comenzó mi independencia muy forzada sobre la cual mis padres nada podían hacer – y yo mucho menos aún. Esta independencia sólo vendría a destronarse cuando acabé por encontrar Algo más de la vida – aquello que yo encontré destrona a cualquier tipo de independencia por completo, bajo pena de perderse la Vida que tal ocurrencia muy graciosamente suministra si no nos hiciéramos enteramente y plenamente y sin ningunas reservas dependientes de la misma Vida que es y siempre hace por ser – “Yo soy”, dijo la Vida Moisés – y convengamos que lo que es bueno para él, no dejará nunca de ser igualmente bueno para todos.

Las primeras personas sin embargo a que los intenten “convertir” fueron los testigos de Jehová. Es bastante común que así que alguien se propone o sólo desea buscar alguna verdad, aún inconscientemente, aparecen inmediatamente “turistas bíblicos” para desviar a quién pueda poder descubrir algo de aquella Verdad que, por mucho o poca que esta sea, transforma vidas. Hallé sin embargo extraño que, algunos amigos que sin embargo habíamos hecho y que se decían amar y creer en Dios, los despreciaran públicamente en señal de repudio por sus doctrinas adversas a la fe cristiana; enontré raro a alguien que cree en Dios, no aceptará a quién de Él habla. En mi mente de niño pensaba que Dios era Dios y no entendía muy bien lo que allí se desarrollaba, visto que me hablaban de Quien a mí me gustaría oír, no que fuera sólo para colocarle unas cuantas cuestiones (continué sin percibir eso por mucho tiempo).

Pero la simplicidad con que yo buscaba a Dios en persona, se reveló perseverante durante muchos y largos años, revelándose también una de las llaves del Gran Secreto que aún hoy e infelizmente, ni los más entendidos consiguen revelar – menos mal. También se mostró muy oportuna esta poco elaborada y extraña búsqueda de Dios sin conceptos preestablecidos, debido a la inutilidad de los mismos. Si los poseyera, estaría por debatirlos y defenderlos y por cierto que así estaría mucho más lejos de encontrar cara a cara a Quien me creó. ¡Hoy afirmo convictamente que quién quisiera ver a Dios frente a frente tendrá necesariamente que perder todo y cualquier prejuicio, sean estos religiosos o no! ¡La religión, sea esta cual sea, opera tanto abierta como sutilmente contra cualquier pequeño conocimiento real de Dios!

Fue en este estado de espíritu que acabé por ir lejos de mis padres y del resto de la familia. La respuesta a aquella dudosa situación sería que iba para ser tratado y acompañado por quien, pensábamos, podría tener algo que decir sobre aquello que me asolaba físicamente. Pero, además de eso frecuentaría una escuela para formarme, decían los adultos en forma de consolación. Más yo sabía que sería una separación familiar bastante larga y que para mí, me parecería infinitamente más que aquello que realmente fue. Acabé por tener que ser sometido a variadísimas cirugías a la columna (cuatro si no me falla la memoria), cirugías esas que muchas veces duraban unas buenas ocho horas bajo anestesia y de las cuáles llevaba una semana o más para despertarse lúcidamente. También a las piernas y a las caderas fui sometido a todo el género de cortes y cirugías y pasaba todas las vacaciones, (los únicos tiempos en que podía visitar a la familia si estos tuvieran dinero para proporcionarme los respectivos viajes), en hospitales ortopédicos para que pudieran corregir muchos defectos óseos que había desarrollado.

Pasado más algún tiempo, después de haber ido hacia esta escuela especial que hasta un hospital propio tenía, mi padre tuvo que salir del país. Vino hacia Portugal y yo me quedé por allá. Mi madre y hermanos le siguieron las pisadas y me deparé ante un hecho dolorosamente irremediable: difícilmente volvería a ver a mis familiares. Los miles de kilómetros que hasta allí nos separaban, nada serían comparados con la triste realidad que me hizo entristecer aún más. Para mí, estar más un día sin verlos era extremadamente difícil – imagínese ahora tener una amplia e incuestionable visión de aquella imposibilidad de nunca más poder ver a mis familiares (cosas de mi aliada que aquí se invirtió contra mí otra vez). Si ya estaba lejos de ellos, es decir, a cerca de tres mil kilómetros, imagínese estar a un continente de distancia.

A mi ver esto sería una distancia muy difícil de suplantar. Sin embargo, mi imaginación me decía también en forma de consuelo que tendría que trabajar mucho en la escuela para poder ser rico y poder ir a visitar a mis padres y hermanos a Portugal, de los cuáles no pude ir a despedirme. Sólo que hasta allá había una niebla de muchos años por el frente, visto sólo haber comenzado el 10º año escolar y por mis cuentas serían dos años más de escuela, tres o cuatro de facultad, uno de trabajo hasta ganar el dinero que podría transportarme a aquella Europa que pasó a ser un sueño a partir de aquel momento.

Fue esto que me llevó a madurar aún muy joven y a buscar inconscientemente e inmediatamente, algo que la vida nunca hacía por darme. Algunos van por la droga y más caminos; yo, sin embargo, me apliqué en los estudios con más arraigo aún y todo lo que mi fiel aliada me susurraba, hacía por emprender. Abanicaba la cabeza a la nada hacer, porque esa sería la peor de las opciones. Pero esa aliada no daba nada de vuelta y no mostraría nunca una simple solución de poder hayar todo al mismo tiempo, tanto familia como estudios y tratamientos. Pensaba yo que las cosas serían asimismo, que en el fondo era lo que las personas me hacían creer que Dios era. Parecía que me quitaba todo y no me daba nada de vuelta. Finalmente, vine a descubrir más tarde, que me quitaba de todo para que me pudiera dar todo mejor aún. Pero como en ese tiempo no percibía nada de lo que pasaba conmigo, no había manera de ser concluyente en cualquier explicación sobre todo lo que me ocurría.

¡Fue principalmente por esa razón que no me daba un momento de sosiego interior, si es que tal cosa existía! No había nada que me quitara el blanco de delante de los ojos de ser el mejor en todo – temía por la vida. Yo creía que la única manera de desquitarme de ella (de la vida), sería excederme en todo. Discriminaba entonces quién fuera perezoso y que tuviera otros defectos tales, lo que en el fondo, no dejaba de ser un juicio simulado por que eran precisamente estas las cosas que nunca querría para mí, pues era de aquellas cosas que yo consideraría las amenazas más volubles ami prematura forma desequilibrada de supervivencia que ya me huía. Yo veía mis peores defectos y temores reflejados siempre en los otros y será por esta razón que la Biblia dice “te quedas sin disculpa cuando juzgas oh hombre, quienquiera que seas, porque te condenas a ti mismo en aquello en que juzgas a otro” (Rom.2:1) y también “con el juicio con que juzgarais, seréis juzgados y con la medida con que midiérais os han de medir a vosotros”.

Entendía, sin embargo, que la vida no me iría a dar ninguna tregua y el dolor de la separación de la familia me llevó a límites muy próximos de aquello que podía hacer, tanto humana como intelectualmente. Pero nada me satisfacía – juzgando a los otros o no, luchando o no: nada me hacía olvidar que no pasaba más de un ser perdido en medio de un infinito mundo que yo no había ayudado a crear. Pero temía mirar para encima para que no tuviera que sentirme más miserable aún. Temía venir a depositar esperanza en quien no existía, o no oía si existiera. Parecía que flotaba en una vida perdida a veces con a veces sin nexo y si no fuera un resto de esperanza en la angustia, tendría por descontado sucumbido al sonido de un continuo dolor de espíritu. Sus poderosas cornetas tocaban una tristona melodía de muerte contra las cuales nunca conseguiría responder, pero las cuales también nunca me llegarían a matar o a hacer siquiera pensar en muerte.

Me sentía muerto y sin vida y buscar vida fue un pequeño paso. Pensaba que como ya había perdido todo aún, entonces nada más que pensar que pudiera existir alguna sorpresa escondida en mi ya de su inseguro futuro. Hoy siento que fui un privilegiado en medio de toda esta dolorosa angustia, porque por descontado tuve una oportunidad única de sentir en la piel aquello que de hecho pasa con cualquier ser humano alejado de Dios. Mientras haya algo que nos satisfaga, no hacemos por ser responsablemente obligados a buscar a Quien pensamos que no existe. Pero en ese tiempo pensaba que todo lo que viniera, aún malo, vendría a añadir a la falta, pues nada más había que la falta de mí pudiera despojar. ¡Mi casa sería de aquellas que ya no necesitaban de pestillos a la puerta después de robadas – ya no había nada más para robar! Muchos están sonámbulos e incómodamente dormidos en su dolor: yo sin embargo, no conseguía resistir a la única salida posible para una maraña imposible de dolor y angustia sin fin.

En mí no fue posible que la muerte adormeciera realidades tan conclusivas que la ‘felicidad’ de quien prolifera en bienes y novelas de bajo contenido de vida hacen pasar por desapercibidas, atenuando así el posible hambre que esas realidades adormecen: ¡De que estemos seguramente muertos mientras no encontremos a Dios cara a cara y muy íntimamente; y las cuales hacen desvanecer en complicados enredos de chismes sin vida y para las cuales dejar pasar el tiempo tampoco será solución, seguramente! Porque para muchos la alternativa es dejar pasar el tiempo y ver lo que acontece. ¡A mí ya no me importaba pasar por lo ‘normal’ vergüenza de aquellos que piensan en Dios. Sólo que yo no me conformaba con mi situación, cualquiera que fuera el ángulo del cual le mirara. ¡Habría de haber respuesta para la vida, fuera ella cual fuera!

Dejé de fumar – un vicio que atrapé aún con cerca de siete años de edad con primos y personas más viejas. Dejé de hacer muchas cosas que consideraba ruin y debido a la falta de quien me enseñara a llevar una vida sana y anti-perjudicial, no conseguí sin embargo que ciertas cosas no se hicieran una obsesión obsoleta que no me permitían gozar y disfrutar de paz interior. Mi padre siempre había dicho de modo a que se hiciera oír, que su mayor disgusto era verme fumar. “Ay está padre, ahora voy a hacerte feliz”, pensé de donde él no me podría oír nunca, pero la imaginación llevaba el correo poniéndome a ver a mi padre quedándose feliz con lo que hacía y eso allá me alentaba. Intentaba en forma de esperanza traerle una alegría imaginaria, visto imaginar constantemente que mi padre también estaría muy triste allá lejos y que al menos lo que había hecho lo haría feliz, por haber decapitado un vicio en mí contra el cual él tanto se había esforzado luchando, pero sin éxito.

Pero, todo en la vida había pasado a ser un obstáculo sin sentido para mí. El éxito ya no era alegre y yo no podía dejar de sentirme inútil y sin modo. Así, me perdía con facilidad en contornos de la verdad y me sentía cada vez más obsoleto y obtuso en la vida. Ni la novia más bonita que tuve en ese tiempo me conseguía dar la vida que me faltaba dentro. El alma es que no tenía descanso, pero tampoco daba mucha atención a sus gritos de muerte por temer que me llevaran a parar para pensar por unos instantes. ¡Apenas sabía yo que este sería el principal cáncer mortal que me llevaría en dirección a la vida! ¡En ese tiempo aún conseguía, con algún esfuerzo, silenciar muchos de esos gritos con algún virtuosismo de niño y casi sin saber había pasado a buscar a Dios con una angustia descontrolada que no reconocía abiertamente por que no quería ser visto, ni por mí ni por quien me veía vivir – eso no podía ser, no fuera alguien a pensar que yo estaba desistiendo de la vida y arreglando una disculpa de cualquier perdedor! Y todos aquellos que buscan a Dios en persona son considerados, de una manera o de otra, perdedores. ¡Imagínese!

Pero eso me ayudó a controlar ciertas angustias y ciertos sufrimientos recalcados bajo el peso de todo buen hacer, por cuanto no conocía a Dios y en la ausencia de aquella plenitud de vida que siempre nos fue prometida y desde que para esa zarza en fuego vivo nos vendremos. No buscaba solución demasiado lejos de aquello por qué pasaba – sólo veía lo que en mí se desarrollaba desenfrenadamente. Digamos que ya había mirado para encima y salido decepcionado. Pero descubrí que a la mirada para otras posibles soluciones, ninguna de estas me daba ninguna garantía de Verdad y Vida también. Nada me daba paz de espíritu ahora que se había agotado la última fuerza motriz de mi débil existencia en la tierra. (Visto así de lejos parece obvio que tales actitudes a nada llevarían, ciertamente, pero ¿ya experimentó colocar una pequeña moneda muy cerca de la niña del ojo? ¿No tiene esta cosa tan minúscula la capacidad conferida por nuestra propia terquedad en encubrirnos el resto del mundo que es y será siempre gigantesco?

Imagine ahora lo que era poner una tela con todas las insignificancias de mi corta y ya defraudada vida delante de mis poco iluminados ojos. La única cosa buena en medio de esto todo, fue que, como no veía a Dios ni de lejos, tampoco encontraría ninguna otra solución para todo lo que me sucedía hasta al día en que me di cuenta, que solución en nosotros no existe sin Dios. Con Dios, hasta para la muerte existe solución. Fue por eso que este privilegiado que os quiere transmitir un mensaje de Vida en plenitud inigualable nunca tuvo oportunidad siquiera de ilusionarse con un cualquier remiendo ‘nuevo’ en ropa muy vieja y más que rasgada). Estos nuevos compañeros que había escogido del gueto de mi angustia no me servían fielmente también y nada trajeron de más, siendo estos tan o más traidores para mi alma que la visión dejada por aquel sacerdote fumador: la no existencia de Dios en este modo de vivir en un mundo sin otro probable nexo, era la peor de las posibles visiones.

La vida tal cual ella nos es puesta a ver, deja de tener sentido sin Dios. Hasta los descendientes de los monos – los ‘científicos’ – no arreglan explicaciones para todo este panorama, pues, la única cosa que demuestran es su tendencia para la irracionalidad que quieren que sea la única herencia de ellos. Yo no me siento descendiente de mono. La ‘inteligencia’ de estos seres que me quieren convencer que me volviera cenizas para entrar en el ciclo normal de la naturaleza, muestran que la única cosa que poseen con la cual se pueden asemejar a monos, es la manera como reflejan sobre las cosas. ¡De hecho, no son muy inteligentes!

El mundo nada más me podía ofrecer a no ser aquello que en él existe – lo que para mí ya no bastaba. Algo más habría de haber además de lo que veía. ¡Todos los consejos que me habían dado para el bien o para mal, sólo me conseguían transportar hasta donde los otros seres humanos se encontraban a vagar infructuosamente, dígase de pasada! Por mucho que intentara hacer y cumplir aquello que creía que debía como mínimo a mí mismo, no encontraba solución para el descontrol y quebrantamiento del ridículo estado emocional en que me encontraba – eran arenas movedizas de las cuáles yo nunca conseguiría salir hasta al día en que encontré la Verdad y la Vida, porque continuaba siempre habiendo muchas brechas en las hendiduras que yo intentaba concertar a cualquier costo con aquella ayuda rudimentaría y primitiva, la cual sólo los humanos piensan que es la solución ideal y de la cual había pasado a disponer, pensando que estaba también a mi alcance.

Por su turno, la vida y la muerte se hicieron enigmas tan paradojales para mí que ya no entendía más nada. ¡Vivir (sólo) para morir ya era malo, ahora imagínese lo que sería vivir mal y sufridamente, intentar reestablecer sin ningún éxito lo que el dolor llevaba constantemente y aún así que tenga que venir a morir un día cualquiera! ¡Un féretro frío me servía de única recompensa para todo esfuerzo y tristeza! ¡Qué ridículo era todo aquello! Yo era joven, pero sabía que de nada valía todo aquel esfuerzo brutal de regeneración y reparación audaces de hendiduras y surcos hondos demasiados para la precaria habilidad de que disponía en ese tiempo. Cuando acababa de luchar – si saliera vencedor de esta lucha – tendría que prestar cuentas de mi vida al entrar en un féretro vacío y sin paga para todo lo que había intentado alcanzar. Si la muerte no tenía ningún significado, finalmente, la vida perdería su valor, porque no dejaría de hacerse absurda si el galardón de todo aquel esfuerzo infructífero fuera el tener que ir para una cueva honda y desconocida. ¿Cuál sería el sentido de la vida finalmente?

Fue por ese tiempo que el director de mi escuela falleció. Comencé a pensar que no valdría la pena el esfuerzo y las fuerzas interiores gastadas en esta ya larga caminata que era mi joven vida, pues toda la motivación que me llevó a niveles incuestionables de supervivencia, iba fallando redondamente. Con diecisiete o dieciocho años sólo era un adulto fuera de tiempo, un trapo que sólo podía dar una palabra en forma de consejo a quién ya hubiera vivido muchos más años que yo. Yo crecí tanto que los adultos se preocupaban en inquirirme sobre sus propios problemas. Pero como era joven y tierno, desentonaba tanto de ellos como de mis colegas y compañeros porque sentía que no formaba parte ni del mundo de los grandes ni de los pequeños. Me había transformado en alguien que ya hacía preguntas y afirmaciones fuera de tiempo, tales que ni los adultos se atreverían a hacer, sin embargo sin dejar de ser una joven criatura.

Y así me encariñé muy rudimentariamente a la única solución que hallé ser indispensable a la búsqueda de cualquier verdad: ser sincero conmigo mismo – mi más reciente compañera y aliada. Pero todo esto a nada llevaría a menos que existiera Dios. No valía la pena ser fingido y religioso sin disfrutar realmente de las cosas que la Biblia, que ya leía con asiduidad, prometía. Religiosidad también es idolatría e instintivamente vivía huyendo de ella – no por saber en ese tiempo que eso fuera pecado como de hecho lo es – el peor de todos los pecados – pero, porque tal nunca me satisfacía por necesitar de verdades concretas para cuestiones aún más concretas y nunca campanadas de campanas muertas, ni del apoyo a una vida sin ningún nexo, con un eje imaginario que decían venir a ser Dios que iría a ver sólo después de morir. ¡Esto no hacía mucho sentido para mí, sabiendo que era ahora y allí que más necesitaba de Él! ¡Ah, si lo encontrara!

Como no veía lo que buscaba en la vida de los religiosos, huía de la mentira y del engaño que sus vidas me reflejaban. ¡A existir Dios, no hacía mucho sentido venir a verlo sólo después de la muerte, seguramente! Ya que había tratado de la columna vertebral de mi cuerpo, ¿porque habría de dejar ahora el eje a la vuelta de lo cual debería girar el espíritu de quien busca verdad, flotar perdidamente más lejos, quedándose así sin saber que rumbo tomar? ¿Si no encontrara a Dios, de que me serviría hacerme religioso? ¿Sería sólo para hacerme menos pecaminoso? ¿Servirme sería algo para algo? Si así fuera, temía descubrir que Dios no existía como no existía en la vida de quien me predicaba de la Biblia. ¡Pero viviendo de realidad y en clara sintonía con lo que pudiera venir a ser verdad, destronaría, por otro lado, más una ilusión a la cual me pudiera encariñar de nuevo y de forma inconscientemente irresponsable!

¡Pues, creí que aún así, si Dios no existiera, sería bueno descubrir si tal era cierto porque así no me ilusionaría más con esa profunda capacidad de esperar que poseía dentro de mí y que iba manteniendo viva una ligera esperanza en poder verlo como Él es y nunca como querían que Él fuera – sólo para poder agradarles!

Y gracias a Dios que este fue un temor que pasó a ser enfrentado frontalmente y confrontado muy personalmente, porque si Él no existía, finalmente, nada más tendría sentido. ¡Existiendo Él, sin embargo, ya todo haría mucho sentido y vivir ni aunque fuera sólo para encontrarlo, ya valdría la pena! (Esta fue una época muy confusa para mí y como mi memoria no consigue deshacer todo lo que mi congoja no fue capaz de mantener en recuerdo vivo, intentaré aún así auscultar y transcribir todo dentro de aquello que ahora pienso haber ocurrido. Como se deben haber dado cuenta, hago algún esfuerzo para intentar describir mínimamente lo que conmigo pasó, sin adulterar verdades, visto que yo no estaba en ese tiempo con capacidades de ningún orden para conseguir describir o siquiera intentar hilvanar en palabras lo que quiera que fuera que se desarrollaba dentro de mí. Hoy puedo desarrollar el libro y leerlo debidamente).

Pero sin saber vivía las cosas de manera tal que nunca conseguía objectar siquiera contra la existencia de Dios – y esto se reveló venir a ser determinante para la búsqueda de aquello que seguramente encontré sin ningún margen de duda. Por esta razón la Biblia también nos dice que “es necesario que (todo) aquel que se aproxima a Dios crea que Él existe” y si eso fuera hecho sin fingimientos de cualquier orden “Él es galardonador de los que así lo buscan”. Será ofensa sí, fingir que Dios existe y comenzar así a ser religioso, tal como será arreglar un trozo de piedra para adorar en una iglesia cualquiera. Siendo Dios vivo y verdadero, ¿para qué tales prácticas? Yo asumía esto instintivamente sin embargo, porque nunca nadie me había dicho que Dios odia la religión por estar siempre a que quiera elevarse como un sustituto barato de la esencia de la vida.

Para mí era un hecho asumido que Él existía y que muy difícilmente lo vería en cualquier iglesia que conocía en ese tiempo – y menos mal que así fue, pues todos los religiosos me consideraban un rebelde contra lo que ellos llamaban la “gracia de Dios”. Pero ¿qué decir de la realidad de Él que no aparecía para aclararme algunas cosas? ‘¿Maestro, donde habitas Tú?’ Si no estás en la iglesia, ni en el mundo de mis muchas y exhaustivas soluciones y queriéndote real como un verdadero Dios que así se aparece para todos, ¿cómo y dónde encontrarte entonces?

Me acuerdo de un pasaje Bíblico donde los discípulos preguntaron a Cristo cuando lo vieron por primera vez, “¿dónde habitas tú oh Maestro?” y Él dijo “vengan y vean, las zorras tienen su cueva pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”. Sólo que a mí eso de ir y ver nunca me había sido sugerido siquiera por Quien yo decía con mucho fervor que tenga existir de hecho, muy probablemente porque lo buscaba solamente donde pudiera recostarme descansadamente y donde por descontado no lo encontraría. Como yo buscaba descanso de espíritu en aquella vida ya caústicamente muy materializada por los muchos temores en forma de tristeza desesperada y agonizante, las cuales me asolaban noche y día, no pude siquiera parar para sospechar siquiera que tal esfuerzo pudiera venir a ser inútil y, de algún modo, infructífero para mis aspiraciones más íntimas.

Y menos mal que así fue, pues no me di cuenta de alguna vez cuestionar la existencia de Dios abiertamente, pues el estado de espíritu en que me encontraba favorecería tales dudas mucho, si tal crimen me viniera a entregar por desfallecimiento profundo. ¡Es extraño que Quien creó el mundo no tuviera siquiera donde recostar su cansancio cuando resolvió pasar por el mundo que creó – al mundo que llegó! Fue por esta razón, callando, que pude mantener en mí la esperanza en llama viva. Aún así allá fui intercaladamente viviendo desajustado y estudiando mucho, teniendo buenas notas para querer ingresar en una universidad y estudiar ingeniería de computación y programación.

Podría también rechazar completamente la existencia de Dios, bastando para eso aceptar sólo que la religiosidad fuera de hecho el tal misterio de la vida. Es lo que muchos hacen, pues nadie alrededor vivía lo que yo leía en la Biblia. De ser así, ¡sería aceptable optar por la no existencia de Quien de hecho existe! Pero como no es, ni nunca será, verdad todo lo que los hombres puedan afirmar de Quien nunca cambia, tuve que confrontarme con el hecho de que son precisamente los religiosos que crucifican a Quien los quiere salvar. ¡A partir de ese punto de vista sería fácil concluir que Dios existe, no que fuera sólo para humillarlos en aquella su arrogancia predeterminada que destruye abusivamente a partir de sus iglesias, ahora hechas auténticos palacetes, toda y cualquier realidad sobre Él por ser precisamente allá donde cualquier persona pensaría que pueda encontrarlo!

Deparándome ante fingimientos de fe que actúan sólo por vehemencia y esfuerzo contra una buena conciencia, aún no sabiendo en ese tiempo exponer el error, todos sentirán allá la falta de Verdad que se quiere divina, aún los que allá nacen y mueren pasando todo su tiempo de vida engañándose. El apóstol Pablo escribió diciendo: “Pero el Espíritu expresamente dice que en los últimos tiempos muchos apostarán de la fe, dando oídos de espíritus tramposos y de doctrinas de demonios por la hipocresía de hombres amantes de sí mismos que hablan mentiras, teniendo cauterizada su propia conciencia, prohibiendo la boda y ordenando la abstinencia de los manjares que Dios creó a fin de que usen de ellos con acciones de gracias” 1 Timoteo 4. ¡Esto revela una verdad desconcertante sobre aquello que las personas hacen por su propia conciencia para que mantengan su dicha fe!

Me cabe aquí hacer una reparación que me asistirá en mostrar con más de alguna destreza una precondición para poder encontrar a Dios de manera real y verdadera, establecida desde hace una larga fecha, es decir, desde la creación del mundo, para que nunca nadie necesite siquiera de fingir que Él es. Muchos intentan amarrar a quien quiera que sea a cualquier religión o religiosidad mucho o poco profana, o aún más o menos idólatra, para que las ovejas no vengan a apacentarse en las cercanías de los únicos arroyos de agua viva donde también habrá seguramente pastos bastantes verdes que en Dios siempre proliferarán abundantemente. Es realmente necesario en las circunstancias actuales, que nos despidamos de todo y cualquier fingimiento religioso para que podamos ver a Dios – es una exigencia de Él por ser real y verdadero. Con esto quiero decir que no será nunca a través del culto que lo encontraremos, sino a través de un corazón que haga por buscarlo incesantemente en la pureza sólo existente en la ausencia de fingimiento que fuerza siempre y sólo si lo que gustaramos fuera verdad. Nunca vi un religioso que no se hiciera siempre pasar por defensor de toda la verdad.

Ahora eso es arrogancia y no es verdad visible y actuante. No será el sacerdote o el pastor que nos llevará al conocimiento profundo y real de Quien nos creó, pero sí el Mismo – tendrá que ser el Mismo. ¡Quién no es capaz de llevarnos a conocerlo personalmente, es lobo vestido de oveja! ¡Es fantasma! Por esa razón Cristo dijo y bien “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie (¡nadie aún!) viene al Padre sino por mí”. El encender velas, el mucho o el poco sacrificar, el mucho vencer y aún ser vencido, por muchas más cosas que se puedan hacer, nunca tendrán otro efecto que no iguale a los que a mí mismo, humana y constantemente, fui intentando en forma de lucha.

Las personas en vez de hablar con Dios rezan; en vez de encontrar, piensan que son; en vez de que reciban respuestas concretas, se contentan con el creer livianamente que ya las tienen (¡es muy más fácil y conveniente!), O que serán los dueños de las mismas, porque será más fácil y más apacible vencerse de tarde en tarde que osar decapitar tales prácticas en favor de la realidad que, sin ningún margen de duda, les quitará toda y cualquier prominencia; ¿será porque estas verdades vienen a deshacer lo que aún nos autoriza a liviandad que no las aceptamos con facilidad? Es más fácil prender a las personas en una doctrina porque quien predica se encuentra siempre ávido por dominar en vez de traer el verdadero conocimiento de Dios a las almas hambrientas y dispersas por los alrededores de estos lobos muy hambrientos, quienes son religiosos y consecuentemente profanos, aunque sin que nunca se reconozcan como tal. “Pero he ahí para quien miraré: para el pobre y desmejorado de espíritu y que tiembla de mi palabra”. Ellos no tiemblan – ¡algunos bailan en lo profano!


CAPÍTULO 3

 

LA FACULTAD, AÚN SIN ENCONTRAR A QUIEN BUSCABA CADA VEZ CON MÁS CERTEZA

 

Fui para la universidad en otra ciudad cerca de 250 km de la de los diamantes. Allí tuve amigos y conocí personas de muchas clases y de variantes de vida muy diferenciadas. Sentía que una nueva fase de mi vida había comenzado. Pero, tampoco era particularmente lo que yo había esperado que fuera, pues las muchas respuestas que me faltaban continuaban sin ser atendidas. Fue entonces que entré en una fase en que las cosas se comenzaron a desarrollar muy rápidamente, pero aún sin ningún confort a la vista. Parecía que Dios tenía prisa en que yo perdiera cualquier resto de falsa esperanza que aún depositaba en el futuro que aquel bachillerato me proporcionaría.

El tiempo se tardó mucho hasta allí, pero ahora sentía que sólo faltaba cuatro años para todo, finalmente, tal vez acabara en bien. Evidenciaba aún en mi día a día mucho esfuerzo propio, pensando que sería capaz de salvarme a mí mismo. Desconocía que la vida que entonces buscaba intensamente, desentonaba y enemistaba por completo con la forma de vivir con que yo hacía por emprender aquella (¡viéndolo ahora!) rudimentaria vida, ya de sí muy precaria, por lo menos aquella que aún se hacía oír en mí. La que yo buscaba no se entendería con cualquier otra. De ahí todo se desarrolló extrañamente rápido para mí. ¡Tampoco buscaba propiamente confort, pero sí verdad, aquella que de veras conforta – y menos mal que así se proporcionó también! No se puede recoger el confort que tal vida suministra, pero sí la vida, pues “más vale la vida que el sostén” que ella da, “más vale el cuerpo que el vestido”, dijo Cristo. Él allá sabe lo que dice.

Todas las condiciones para hallar a Dios iban siendo cabalmente producidas por la vida que sin embargo había comenzado, aunque todo fuera presenciado muy inconscientemente. De ahí a concluir que esa Vida es activa y actuante para bien. Ya no depositaba ninguna esperanza en ningún ídolo o imagen; ya había dejado de ser fingido y pretenciosamente religioso, o sea pretencioso y habitual de iglesias; sabía que no sería el bautismo o un rezo cualquiera que me llevaría a la plenitud de cualquier verdad, pues siempre que recé continué vacío; más aún, no pretendía nunca más ser engañado. Si Dios existía, la idea de pensar que existiría no sería la tal manera de contentarme.

Si existiera, tendría que encontrarlo. Nunca me hartaría de un deleite o de una posible prueba de su existencia – eso sería mucho menos que insuficiente para mí, pues ya había leído demasiado de la Biblia para esperar menos que aquello que Cristo prometía sin ninguna duda, como siendo algo muy simple hasta, demasiado simple para no ser posible. “Quién me busca, me encuentra” – ¿qué palabras más direccionadas y racionales podrá haber? ¿Tendría que contentarme con el buscar sin encontrar, de sentirme realizado y feliz con tal ocurrencia más que absurda? Por eso es que yo creo que los religiosos se hacen absurdos, pues buscan más, mucho más, que aquello que encuentran. Sin embargo, por aquello que Cristo dijo, que se debía encontrar en iguales proporciones todo aquello que se busca – ni más ni menos. Muchos decían que encontraban y saltaban hecho locos para convencerse que era verdad; ¡otros que no encontraron pero que tenían fe! De cualquier modo, eran igualmente irracionales a los descendientes de monos.

La rutina de sufrimiento y búsqueda se hizo insoportable y no ir a las iglesias protestantes locales me daba el confort que yo de cierto modo sabía existir – en algún lugar. Yo hoy sé porque Cristo llamó al Espíritu Santo ‘Consolador’ que vendría después de su ascenso. ¡Pero en ese tiempo nada sabía, ni tan poco estaba en condiciones de saber! Aunque supiera, no lo entendería. Sólo que una de las pre condiciones que Dios estableció para encontrarlo aún persistía en no deshacerse: yo era egoísta en la busca de Quien mucho ama.

Por mucho que estudiara y leyera La Biblia, no sólo por leer pero sí con el fin de intentar revelar lo que ella contenía de valor y de preciosidad, de verdad o de mentira, me fui dando cuenta y confirmando cada vez más instintivamente que la religiosidad era muchísimo engañosa, siendo realmente considerada como el enemigo número uno de mi alma. La vida que la Biblia prometía era presentada como muy difícil y enemiga de cualquier tipo de religiosidad. Eso me hizo deshacer inmediatamente y desde ahí todo el tipo de brujería y creencia, porque nada de lo que es verdadero y real tenía la forma de aquello, pues entendía, aunque muy precariamente, de la Biblia y sus verdades. No era posible contestar cualquier cosa de la Biblia después de entenderla debidamente. Las personas que contestan la Biblia son sólo aquellas que no la leen, porque las otras descubrirán con asiduidad que Dios existe además de cualquier posible constatación. ¡Los únicos que la contestan son aquellos que de ella nada entienden!

Pero ¿qué decir del hecho más que evidente que también la verdad no me alcanzaba o alcanzaría y así me confortara? Pues, mientras más yo leía, debida y honestamente, negro en el blanco, más me angustiaba por comenzar a saber realmente. Intentaba ignorar que de aquello que leía también nada estaba dando en lo correcto conmigo, porque sino todo sería demasiado doloroso y no sabría mucho así como enfrentar más una desilusión no encontrando a Quién era verdadero, pues aún no había acertado cualquier paso con una ínfima parte de la verdad – ¡no veía como! Sabía que la verdad existía, pero no acertaba mis pasos con ella. A nivel de conocimiento sí, puedo decir que me empleé en el estudio de la Biblia con fervor de estudiante, de aquellos que van a examen el día a continuación. Sólo no quería ser influenciado en su interpretación, pues Cristo dijo “aquel día sabréis todo, pues seréis enseñados por Dios”.

Pero, mientras más leía, más insatisfecho me sentía, porque las promesas eran demasiado concretas para que sean engañosas. La Biblia habla de ver a Dios, en descubrir a Dios como si fuera un hecho asumido por encima de cualquier engaño, pues era demasiado concreto. Decidí entonces que la religión y la religiosidad para mí acabarían de una vez: tendría que encontrar a Dios cara a cara ni aunque para eso corriera el riesgo de venir a ser fulminado. ¡O las cosas eran o entonces dejaban de ser de una vez! ¡Si hubiera un vertedero del tamaño del mundo para poder contener toda y cualquier hipocresía de los pretenciosos y religiosos, era para allá que indicaba a quienes me vinieran a golpear a la puerta para convertirme en cualquier doctrina! ¡O Dios en persona o nada!

Había muchos campamentos de jóvenes universitarios promovidos por las iglesias que frecuentábamos. Yo aprovechaba entonces para intentar conversar con los pastores de las mismas, allí y ahora informarles y sin que puedan recurrir al formalismo de sus púlpitos que yo había pasado inconscientemente a despreciar abiertamente. ¡Me gustaba que fuera posible que aún a través de su hipocresía me esclarecieran todos los pormenores, para mí aún obscuros, de su fe que aún no era la mía y los cuales mi mente estaría en la disposición de aceptar sólo en forma de verdad viva y real, intentando excluirme así de aquella que ya poseía durante algún tiempo, demasiado tiempo! ¡Me era sofocante vivir de y en la mentira! ¡Pero sentía que pedía a un ciego guiar a otro más ciego aún y sino hubiese agujeros hondos por allí, hubiésemos ciertamente caído juntos en alguno – y alguien encima mío!

Por eso, intentando no dejarme engañar, iba sobreviviendo. Mientras conseguía culpar a los religiosos, tenía ánimo, pues pensaba que Dios habría de ser real y verdadero. Los líderes de las iglesias locales me daban siempre incontables sugerencias, pero llegué siempre a la terrible y triste conclusión que ellos no poseían Lo que yo buscaba – cosa que también y por muy poco no me hizo volver la espalda a todo lo que se decía de Cristo y de su verdadera, incomparable y gloriosa salvación. Me decían que ‘aceptara a Cristo como mi salvador’ como si tal fuera la solución mágica, que de veras debería ser. Nada resultaba y entonces era acusado de falta de fe o de ser obstinado e irreverente contra aquello que, ahora sé, eran simples explicaciones sobre la verdad y no la verdad en Persona. Tenía un compañero de cuarto en esa facultad que era estudiante de teología pero que vivía una vida mundana tal que, creí que debería haber Dios, ni aunque fuera sólo para castigarlo.

Me oponía a él frecuentemente y le decía sin medias palabras que él estudiaba lo que se decía de Dios mientras iba que se abastecía del diablo más que de tarde en tarde, sin ninguna reserva o vergüenza siquiera, lo que agrababa mucho las cosas y mi sentir contra las iglesias. Dios permitió que yo pudiera ver a través de él y de otros que más, concluyendo aquello que no me gustaría concluir – sería mucho más fácil recaudar fondos y esfuerzos para descubrir la verdad que permanecer en la mentira vestida con vestimentas de imperfección. Los payasos se visten de ropas rotas. Ahora sé porque es que las madres se visten de blanco: es sólo para engañarse mejor a ellas mismas. En esta fase comencé a amargarme de todo lo que me rodeaba y pensaba que muy difícilmente alguien me podría mostrar el Camino, la Verdad y la Vida, a menos que fuera yo a encontrarlo personalmente. No se podía extraer leche de una burra seca.

En medio de esto todo fui cumpliendo inconscientemente todas las condiciones necesarias para salvarme de la vida que tenía y poseía. Sabía instintivamente que todo tendría que resumirse a un encuentro personal con Quien me creó, sin ninguna intervención religiosa, sin ningún fingimiento, sin la ayuda de ninguna creencia. Es decir, una cosa difícil de concebir, humanamente hablando está claro, pero en el fondo, es precisamente lo que Dios exige de todos nosotros. ¡Él es demasiado real para desear algo diferente, más fingido! Nadie puede darse el lujo de huir de esta responsabilidad, ignorando abiertamente a Quien existe y es Sumo Creador de todo. ¡Todo aquello que no fuera real, es idólatra y pecaminoso! Ahora entiendo porque es que el apóstol Juan escribió, ¡“Hijitos, absteneos de los ídolos”! ¡Existe mucha idolatría invisible!

Continué estudiando y comencé a pensar infelicidad, a comer angustia y a masticar la congoja que me asolaba incesantemente y que sentía que era por estar estudiando lo que no debía, pues ya no podía resbalar en la idea de no existir a Quién me creó, no sé por qué razón. Hice pruebas y más pruebas psicológicas y psicotécnicos, los cuales darían muchas más hipótesis de estudio que todas las que yo veía en mis horizontes ya pálidos y sin espíritu. Los psicólogos que me consultaban se abismaban con mi franqueza en la vivencia de las cosas que me rodeaban. Llegué a ser llevado a sus consultas para poderles dar el aliento que ellos mismos no tenían.

Parecía un enfermo que tenía que ir al consultorio del médico para sanarlo de males peores que los míos. Había una psicóloga, recién formada de la propia facultad, que me marcaba pruebas psicotécnicas sólo para poder conversar y estar conmigo. ¡Yo mostraba en la práctica aquello que a ellos les gustaba poder entender por los libros, los cuales nada demasiado les daban sino empleo y un salario seguro al fin del mes! Está claro que querían hacer de mí un ratón de laboratorio, pero inmediatamente desistían porque yo nunca conseguiría corresponder a sus muchos anhelos.

La frialdad y destreza con la cual yo encaraba la vida hacía que las personas gustaran de mí, principalmente los más adultos, tratándome como a sus iguales aún estando yo en silla de ruedas. Yo nada tenía, pero estos inertes seres hechos de ayudantes doctorados pensaban que yo poseería mucho más que ellos, razón por la cual querrían revelar el misterioso ser que delante de ellos parecía conseguir vencer cualquier obstáculo insuperable – esto en su mera perspectiva y por descontado en la que yo dejaba caer por que no quisiera ser visto como alguien que hacía caso del hecho de ser deficiente, es decir, después de aquella primera fase de adaptación a una nueva realidad a los diez años de tierna edad. Había crecido muy rápidamente y me había transformado en un adulto precoz y nada en la vida me sorprendía ya – ni el engaño ni la verdad, ni el bien ni el mal.

Bien, la Verdad vino a sorprenderme estrepitosamente más tarde, dígase desde ya, porque no es aquello que yo esperaba que fuera. Por esa razón, provocaba una admiración tal en quien me viniera a conocer que a mí mismo me sorprendía. Tampoco entendía allá muy bien lo que las personas veían en mí que tanto las incitaba a vivir. Yo era un luchador nato y tal vez eso inspirara a muchos, pero en mi interior nada obtenía con esas ondas de admiradores y admiradoras que me cuestionaban siempre como conseguía ser tan listo y clarificador en medio de una vida que consideraban muy difícil e implacable. Parecía ser un ratón especial para sus laboratorios de curiosidad, que andaba acá fuera y que querían a cualquier costo interrogar sobre cuál sería el alimento que lo sostenía. ¡Ni yo sabía que era esperanza!

Fue así también que descubrí que los pastores de iglesia, que conocían la Biblia de punta a punta, intentaban inquirirme sobre la fuerza de vida que yo evidenciaba cuando los confrontaba. Si yo me sentía seco y muerto, imagínese en que estado estaría aquella burra que quería lo que yo tenía! Como poseía una esperanza que ellos sólo conocían a través de la lectura de la Biblia, me inquirían mucho sobre muchas cosas. Lo formidable de eso fue que yo me sentía muy diferente de aquello que decían ver en mí – y de hecho así era, pues esperanza de vida nunca será vida. Fue principalmente por esta razón que inmediatamente vi que si había alguien que me pudiera ayudar tendría que ser Dios en persona, porque los que me cercaban estaban en peores condiciones que yo, ¡pues mendigaban a un méndigo que les diese de comer! ¡Me admiraban por la lucha que daba a la vida y a la muerte, pero no veían que luchar sólo por luchar es un oficio de veras infructífero! ¡Zapatero que golpea en piedra no arregla calzado!

Si yo estaba tan mal y afligido y si estas personas que deberían ser los seres que deberían poder dar tales respuestas a la tristeza y angustia de espíritu de quien busca, ¿porqué razón estarían a enroscarse a mí para que coman del pan que me dejaba inerte y pasando hambre? ¡Hallé entonces que la única solución sería realmente mirar para encima porque, acá abajo, estaba todo peor de lo que yo esperaba que estuviera! ¡Las tinieblas cubrían la faz de la tierra! Aunque fuera un superviviente en un desierto mucho más árido que aquello que desearía que fuera, de nada me servía tal destreza en luchar contra una marea de vanidad cegadora de buenos horizontes y de los bellos pastos que sólo existían en forma de promesas Bíblicas. ¡Nunca se habitúe a vivir en ningún desierto, querido lector, más sabiendo que nos prometieron “pastos verdes”! ¡Por esa razón será siempre crimen rastrear en la vida existiendo un Dios tan cerca de su corazón para poder elevarlo al séptimo cielo!

Sin embargo, la lisonja que sentía de parte de los hombres que me querían hacer sentir en su héroe a la fuerza, manifestó venir a ser una piedra de tropiezo de enormes dimensiones para mí. ¡Eran una anestesia para un dolor que yo quería curar y no adormecer! No vamos a comenzar a pensar también que los elogios de los otros, como las mujeres de los otros, son aquella tal tierra prometida, porque de cierto nunca lo podrán ser. Por esa razón dice la Biblia, una vez más, “el hombre que lisonjeia a su prójimo arma una red a sus pasos”. Y ¿porqué será así? ¡Porque la lengua que lisonjea tiene plenos poderes para hacerlos sentir satisfechos en plena hambre, alimentándonos de aquello que nunca fue comida para una alma hambrienta aún! ¡Es por esa razón que muchos piensan que aparecer en la televisión es vida en pleno progreso!

Uno de los médicos que me trató durante casi todas las cirugías, se hizo para mí un padre que yo ya hace mucho que no tenía. Mi tranquilidad en el sufrimiento y en el encarar las muchas penosas cirugías pero además de las otras cosas que todos sabían, provocaron un espanto tal en este hombre que él resolvió llevarme para su casa de tarde en tarde y ayudarme a pagar la fortuna que eran mis estudios en la facultad. Era su invitado a vivir durante largos periodos en su casa como si fuera mía, hasta haberle dicho que buscaba a Dios. Ahí las cosas se complicaron para mi lado, aún siendo este prodigioso hombre de la ciencia un asiduo asistente dominguero de la iglesia protestante local. Váyase allá entender una cosa de estas: ¡alguien va a la iglesia, a oír y leer de la Biblia y no acepta a Dios! ¡A lo que el mundo llegó! Estaría en mejor posición que muchos para averiguar verdades, siendo inteligente e intransigente. Pero no, estaba contra la posibilidad de poder haber vida además de lo visible y aceptable ‘’.

Comencé a oír hablar de los movimientos carismáticos, que sin embargo se comenzaron a propagar por el mundo fuera. Otra peste, porque si la ausencia de vida real no me convencía, mucho menos me convencería una ‘vida’ ilícita y llena de lagunas por su liviandad para con la Palabra de Dios. ¡Unos, donde andaba, me decían muy formalmente para creer sólo, pero estos me decían para hacer lo mismo, sólo que con más algarabia posible! ¡Si la falta de vida no me movía nunca, mucho menos lo conseguiría una imitación de la misma por muy ficcionada que se revele esta alucinante y alegórica y muy grande mentira! ¡Sé que intentar imitar Vida sin conseguir tenerla de hecho y en la abundancia prometida y timbrada en la cruz del Calvario, es nada más que prevaricar contra la verdad de Dios! Fue entonces que comencé a percibir que lo que unos no tenían de una manera, los otros tampoco tendrían de otra, si unos estaban de este lado del camino, los otros estarían del otro – pero en el mismo camino, ni unos ni otros porque era demasiado angosto para ser deseado.

Pero saber eso tampoco daba cualquier respuesta al vacío constante y viviente que en mí comenzaba a tomar proporciones inconscientes de desesperación. ¡Criticarlos y perseguirlos acabó por no ser la solución también! ¡Recibirlos tampoco! Agotado que estaba en el estado de búsqueda y sed insaciable en que me encontraba, toda la savia aún existente en mí daba señales agudas de estar rápidamente por agotarse. Ya no restaba mucho óleo en la fútil lamparilla con la cual me intentaba iluminar para todo lo que era cuestión. Fue entonces que misericordiosamente e intuitivamente sentí una voz de llamamiento para una vida que llevara a Dios a las personas que no lo conocían.

Pero no sé explicar lo que ocurrió, o como tal sucedió, estando yo en tinieblas absolutas, comparada la vida de entonces con aquella que tengo hoy. Mi primer impulso de obediencia fue dejar mi curso a medias y seguir otro de teología en la Iglesia Reformada Sudafricana. Estudié durante algún tiempo en otra universidad, en Pretória, y llegué a aprender algo de Hebreo y Griego antiguos, las lenguas originales en las cuáles la Biblia fue escrita. Frecuenté con algún desinterés las muchas otras sillas de arqueología Bíblica, psicología y muchas más que pretendían tomar el lugar del profundo conocimiento que buscaba de Dios. Como nunca acepté que todo aquello sería la formación ideal para quien sólo quería vivir con y cerca de aquel Dios Omnipotente que creó el mundo entero y Quien yo aún no había tenido siquiera el privilegio de comenzar a conocer personalmente en tanto tiempo de vida ya, tiempo ese que comencé a pensar estar desperdiciando definitivamente, pregunté a Dios cuál sería su voluntad para mi vida.

No obtuve respuesta categórica, pero instintivamente me alejé de aquella cuna dorada de la teología que no reconoce a Dios en sus vivencias, porque quienes hablan de Dios muy difícilmente hablan con Él a no ser de forma muy disimulada y unilateral. Descubrí que cualquier persona puede hablar al teléfono sin que nadie le responda del otro lado. ¡Y que creer es precisamente pensar que si es oído sin el auricular en la otra punta llegar a ser levantado, se va haciendo posible porque las personas desean tanto manifestar tener ‘razón’ en sus creencias, principalmente si estas ahora se pueden basar en la Biblia! ¡Se hace más atractivo haberse más algún fundamento que no sólo mentiras descaradas, pero así nos gloriarmos aún más y mejor sobre los otros que pasan a ser para siempre los enemigos de la fe! ¡Es el caso de los testigos de Jehová, Católicos, Protestantes y más haya, pues unos serán siempre más concisos en verdad que otros, lo que también sería de esperar! Hay burros que hablan menos y más que otros para que se hagan oír a su manera – unos hablando menos, otros gritando más.

Es un hecho asumido que Dios hasta puede hablar por la pequeña boca de criaturas (¡y por burros!) y esa conclusión comenzó a agonizarme incesantemente, llevándome al punto de la disconformidad y de la desconsolación de una desesperación total. Me sentía como un pez fuera de agua, de aquellos que respiran fuera de su ambiente natural y tampoco entendía muy bien porqué. Por veces me sentía como una ave envuelta en macizo crudo y que por esa razón no podría volar nunca. Oía hablar del pecado original como siendo la única causa de aquella angustia de no poder ver a Dios mismo de forma invisible. Yo por otro lado sentía que había nacido tal ave en un mundo lleno de denso crudo a lo cual todas las otras aves se habían adaptado, pensando y creyendo no ser posible ni aconsejable siquiera intentar volar. Sentía que algo estaría errado si no pudiera venir a volar allí y ahora, aún antes de morir. ¡Una ave tiene que poder volar, si no sería anormal! ¿No fuimos nosotros todos creados a la imagen de Dios?

Veía muchos de los que conmigo estudiaban teología que vivían vidas profanas – algunos llegaban a hacer vida conyugal con sus novias sin estar casados – y yo me preguntaba si era aquello que Dios alguna vez bendeciría! ¡Si ya no aceptaba que el mundo lo hiciera, imagínese aceptar tal cosa en quien habla de moralidad para poder hacer todo aquello que le apetece! ¡Son los del mundo que matan y violan – pero los crímenes más horrendos son salvaguardados por la religión! Dejé de estudiar y comencé a trabajar a tiempo entero hasta que Dios me diese más claridad sobre lo que de mí pretendía – si Él me respondiera o existiera. Sin embargo, esta guerra paralela que siempre tuve con las iglesias en búsqueda de Dios interiormente por no aceptar que cierto fuera sólo y tan sólo ciertas verdades sólo habladas, era incesante y no se apaciguaba con cualquier explicación por más verdadera que fuera y que cada día se intensificaba, haciéndose peor cada momento que pasaba.

No conseguía aceptar que Dios no fuera realmente vivo, porque si Dios condena la hipocresía, por descontado lo hará por una razón verdaderamente válida. ¡Había aprendido y había confirmado sin embargo que encontrar a Dios y satisfacer la enorme sed que casi me sofocaba, tendría que ser personalmente, pues no sabía como encontrar quién me pudiera ayudar, porque intentar nadar en aquellas aguas ya de sí gélidas, estando estas profanadas de espeso y negro crudo también, sería imposible mientras más aconsejable! Yo sentía que había sido creado para volar bien alto y las palabras “si yo os libertare seréis verdaderamente libres”, confirmaban esta aún joven presunción. Por eso inmediatamente y pronto pensé que nadie me podría ayudar. ¡Bendita revelación esta! Hoy sé que esta es la única vía de hecho para poder ver y experimentar el milagro que muchos han intentado explicar y así desvirtuar, pero vanamente. ¡Nunca podremos buscar a Dios en una institución, aún verdadera o sólo falsa, porque Dios es ni más ni menos que una persona real que nos querrá para siempre!

¡Tenía en ese tiempo cerca de veintidós años de edad, aunque me dieran más de treinta por la madurez que evidenciaba y ya nada me convencía que Dios no existía, ni que fuera por el pecado que había! Como no era solución criticar a quien estaba menos errado que yo, comencé entonces a depender de una lucha personal y su género más cambiado para Quien me creó y que no me escuchaba sin que yo sepa muy bien porqué, que para quien no me conseguía dar cualquier confort a la angustia que sentía dentro de mí. El único problema que había adherido a mi piel, sería el flotar bastante tiempo sin ninguna Verdad interior, es decir, Cristo en persona. ¡A través de esa manera de ser, aprendí a desconfiar asiduamente de todo lo que me golpeara a la puerta, permitiéndome oír sólo y tan sólo a quien yo tal cosa permitiera – y yo me ponía a mí mismo en el tope de la lista de los posibles falsos!

¡Por otro lado, asumía que probablemente nunca conseguiría descubrir la Verdad por ver tantos engañados a mí alrededor, algunos de los cuáles eran amigos míos! Fui a vivir cerca de una iglesia reformada portuguesa en Pretória, donde hice algunos otros amigos que tenían las mismas luchas interiores que yo y con quién podía conversar abiertamente de todo lo que estaba mal y bien en las iglesias que hablan de Dios. Pero nunca llegábamos a ninguna conclusión. Uno de esos amigos era ciego debido a que alguien le había tirado soda cáustica para los ojos y cara, desfigurándole el rostro por completo, siendo a partir de ahí que comenzó a buscar a Dios para ser sanado por Él. ¡A veces es preciso que se sea ciego para comenzar a querer ver – los misterios que la vida contiene!

En ese tiempo, yo tuve un accidente grave en un triciclo motorizado que me había sido ofrecido por masones, aunque yo no sabía que lo eran. Entré en contacto con esta secta satánica que pasé a conocer también involuntariamente. Esa ocurrencia que casi me costó la vida antes de saber donde vivía el único Maestro que me podía responder, no sólo con palabras pero con vida infinita dentro y fuera, a las muchas cuestiones y angustias de espíritu que tendría para colocarle muy urgentemente. Si muriera en ese tiempo estaría perdido para siempre. Escapé ileso mientras que la moto fue para la chatarra sin arreglo posible. Compré entonces un auto usado el cual adapté y del cuál me servía para desplazarme de un lado para otro. Y fue en este auto que los grandes milagros de mi vida comenzaron a sucederse unos atrás de los otros – no que yo los hallara así tan extraordinarios, porque la madurez también da tranquilidad a quien ve lo imposible. Estos fueron los momentos más bellos qué pasé en ese tiempo, porque vine a conocer un poco mejor a Quien me creó.

Más adulto que ya era, comencé a leer la Biblia con más tranquilidad y con más intensidad, sabiendo que quién me llamaba y golpeaba a la puerta, me daría las únicas ocasiones necesarias para conocer lo que de verdad podía existir en esta vida – y no sería tan poco como eso. “Aquel que cree, no se apresure”, dice la Biblia, a menos que tenga una razón válida para hacerlo. Sólo existe una razón para las oportunidades que Dios nos da que sean únicas e infalibles – es que éstas puedan ser seguramente reales a la primera, las cuales a la segunda podrán allá ya no estar. Iba y venía de una ciudad para otra al sabor del viento que Dios mandaba contra mi pequeña y podrida carabela, que gemía con el movimiento, sin estar aún muy seguro de aquello que pretendía. Aún así, ya era llevado a enseñar a muchos lo que entendía de Dios.

Esto hacía con la dedicación posible de quien comenzó a pensar que lo que viniera en el futuro, por descontado vendría. Pero la angustia no había desaparecido, sólo se transfiguraba – vivía en una tranquilidad aparente e igualmente deplorable. No será bueno que los ímpios tengan paz. Por eso dice la Biblia: “los ímpios, dice mi Dios, no tendrán paz; son como el mar bravo que no se puede aquietar”. Esta falsedad me acompañó asiduamente durante algún tiempo, hasta que me di cuenta que aún continuaba sin ese Algo que buscaba. Nada más razonable que encontrarlo sin más pérdidas de tiempo. “Aquel que busca, encuentra”, dijo Cristo, “si me buscan de todo su corazón”.


CAPITULO 4

 

Había dejado de frecuentar el dicho curso de teología y, a parte de la vida normal de trabajo donde ganaba sólo lo suficiente para sostenerme y alimentarme debidamente, comencé también a pedir a Dios que me llevara a cualquier lugar del mundo donde pudiera encontrar algún camino, reciente o antiguo, que me llevara a Él sin más tardarza. Nunca me di cuenta sin embargo que estaría muy brevemente ese más que esperado encuentro, porque “aquel que pide, recibe”. Sin embargo, tuve que esperar hasta no poder más continuar sin ver la vida que me había sido prometida, sin nunca haberla encontrado y sin siquiera haber ninguna explicación para tal ‘fenómeno’.

Por aquello que leía, de la Biblia, sería imposible no encontrar a Dios. Vendía aspiradoras de casa en casa (¡difícil eran las casas con escaleras a causa de la silla de ruedas!), y por ese método vine a golpear a la puerta de personas con quienes aún hoy mantengo fervorosos contactos. Una de esas señoras era creyente no sólo convencida, pero real, teniendo precisamente a Quien yo aún buscaba. ¡Ella no era simplemente convencida, pero sí convertida y dominada para una vida sin par de dentro para fuera – y yo que buscaba más lo que en ella veía, me angustié aún más, pues veía que buscaba bien!

Sin embargo, sabía que nada de esto me servía, fuera del que modo mirara hacia el problema. Nada fuera de mí podría ser real y salvador, pero de cualquier modo, me dio una gran esperanza en la búsqueda de lo que yo sabía existir cada vez más sin ninguna sombra de duda. El hecho de esta señora tener parte de lo que yo, finalmente, buscaba, me trajo algún aliento, pues concluí que no estaba errado en lo que pensaba y esperaba de un Dios que se quiere vivo – pero aún así no resolvía nada en mí. Sólo me daba aliento y esperanza el saber finalmente a Dios existiendo en nosotros, habría de ser realmente real. No saldría de pie de esta plena búsqueda sin encontrar a Quien buscaba. En estos momentos no me daba cuenta de los versículos Bíblicos que decían “si me buscáreis de todo corazón, allí me hallaréis”, “aquel que viene a mí, de manera ninguna lo echaré fuera”, pero aún sin ser conocedor de ellos y aunque los conociera muy bien, hacía por mi mismo y espontánea iniciativa lo que allí se describe y pide.

Como los que predicaban sobre estos versículos me parecían inocuos, entonces hacía por no confiar en la propia experiencia por temer hacerme inocuo también, es decir, no miraba con muy buenos ojos para aquello que en mí pasaba por asociarlo a las instituciones religiosas por donde había pasado. Una cosa lleva a la otra y normalmente asociamos todo lo que en nosotros pasa con lo que a nuestra frente se desarrolla, por ejemplo, alguien que busca a Dios en persona, si vive entre idolatría, asociará siempre a Dios a las imágenes inertes y qué podrá sobresalir una fe tan ficticia y tan inerte en plena arrogancia, que mucho hará por si auto establecer y preestabelecer a través de tales medios ilícitos de arrogancia y afrenta a Dios, es decir, bíblicamente hablando. Leemos en la Biblia que “el Señor resiste a los soberbios”, de ahí que existe mucha arrogancia en quien no lo conoce y establece que conoce a Dios a través de meras formas normativas de vida en el fondo ilícitas, siendo hasta bastante visible por quien también arrogantemente se deshace de Dios llegando hasta a rechazar a Dios por ‘culpa’ de estos líderes inocuos y sin vida.

Subrayo sin embargo que aquí siempre existirán dos culpables y nunca uno sólo, porque la culpa suprema será siempre de quien no conoce a Dios y no de la causa que la tal ignorante resistencia lleva por parte de quien gustaría que Dios en el fondo no existiera, es decir, bastando para eso creer que Dios de hecho no es a causa de lo que vemos en líderes más que profanos y no a causa de nuestro propio pecado. Esta verdad en mí, de que yo era el único culpable al no saber del paradero de Dios, se mezclaba mucho en el tiempo con el apuntar del dedo a otros culpables también, lo que también es ilícito. “Cualquiera que venga a Mí...” tiene plenos poderes de deshacer cualquier duda a ese respecto y más no será preciso decir.

Sin que me quiera alargar mucho sobre este periodo bastante confuso de momentos hilariantes de búsqueda consciente de Quien vive para siempre, el hecho de estar cada vez más cerca de Él no me satisfacía en nada, sólo me daba un cierto aliento que tampoco pasaba de ser otra forma de hambre y sed de Justicia. Tenía que encontrar a Quién me creó y llamó, ni que para eso tuviera que pasar por alguna experiencia desagradablemente inesperada de morir debido a la presencia del Ser que hasta allí desconocía por completo y de Quien había ya oído y enseñado bastante en variadísimas circunstancias. Yo temía que algo me pudiera ocurrir de hecho tal era la certeza que poseía en aquello que habría de ser verdad, pero como había un vacío en mí que no mentía y lo cual yo no tenía cómo explicar, pensé que tal vez tal cosa nunca fuera ocurrir. Pero también ya estaba preparado para todo, pues pensaba que cualquier cosa que me pudiera venir a suceder por estar buscando a mi creador, nunca tendría desenlace peor que aquel de la vida que había llevado hasta allí.

Buscaría yo a mi Creador y moriría cuando la Biblia dice ¿“buscadme y vivid”? ¿Sería tal cosa posible? En esta marea del todo o nada, me aproximé del auge de la desesperación, buscando y no encontrando. Sin embargo, no desistiría nunca, aconteciera lo que aconteciera, pues es fácil desistir a medio gas en esta difícil búsqueda que exige a todos por el lado de cualquier prejuicio o el mismo precepto sobre verdades y mentiras. Muchos no conocen cierto ninguna – pero conocerla no es nunca lo mismo que haberla y experimentarla. Ya lo había “endosado” como mi Salvador no sé cuantas veces, (¡cosas que se predican por ahí basándose en verdades sí, pero que nunca funcionan!) sin que nada de especial hubiese pasado, pues lo que más deseaba sería encontrarlo cara a cara y por más sabiendo que ahora seguramente contemplaba la verdad. Me hice entonces a la aventura de clamar a Él de una vez por todas. ¡Pero sólo acabé por encontrarlo cuando ya nada más podía hacer a no ser dejarme sucumbir en lágrimas en un espíritu de ahora ‘ ya no puedo más!’

Estaba en una pensión, viviendo y comiendo allá, con una renta mensual. Era de allí que salía cada día para ir a vender aspiradoras o para ir hacia la facultad. Un bello día se me apretó el corazón de tal modo que no conseguía describir lo que conmigo pasaba. El ahogo era tan grande que ni daba para pensar en el sofoco que me traspasaba profundamente, pero daba tan sólo para pensar para adónde esta ansia de espíritu muy extraña y anormal deseaba que fuera – a lo que ella llevaba me era bastante lúcido y claro. Lo que era, yo no entendía. Estuve en la casa de la señora que mencioné arriba y al fin de esa tarde, ya anocheciendo, se me apretó el cerco al corazón aún más. Ya no podría continuar más así, pensaba – estaba de rastros, en el fin de la búsqueda. Sería ahora o nunca más, pensé. No sabía que esperar, ni como fue. Me dio un miedo extraño.

¿Cómo podía yo estar hablando así con Dios como que ‘exigiendo’ allí y ahora que me rescatara de la perdición en que me encontraba hace ya bastante tiempo? ¿Sería Él sordo? Fue una cosa extraña que pasó por mí, pues no me acuerdo siquiera de alguna vez pensar en orar a Dios de aquella manera – hoy sé que esas son las oraciones que son oídas. Una tristeza palpable se apoderó de todo mi ser, de tal modo que tan poco me importaba lo que me pudiera venir a ocurrir, es decir, si diese para acontecer lo peor. Nada más tenía sentido sino hubiera ninguna respuesta de lo alto, fuera esta negativa o positiva – cualquier señal en forma de respuesta tampoco llegaría y si callaba acabaría por traerme más angustia aún, pues si iba a ver que Dios existía de hecho y yo continuaba vacío. Tampoco entendería nada aún si Dios se manifestaba y no me llenara de vida. De cierta forma hallé tal cosa imposible de venir a acontecer. ¿Cómo me explicaría tal ocurrencia? ¿Será que ya estaba además de poder ser ayudado, o no?

Había llegado el momento de obtener respuestas y no podía esperar más. O hallaba, o entonces nada más interesaba. Me recuerdo como si fuera aún hoy, que salí de la casa de la señora en mi viejo Mazda 616 ya con mucha historia para contar. Paré a la entrada de la autopista que me llevaba a la pensión y hablé con Jesús, cara a cara, sin rodeos. ¿Quería Él que yo me quedara incrédulo ante lo que me parecían evasivas de su parte? Le dije que ya no aguantaba más, y que con lo que fuera que Él pensara, que viniera a mi encuentro, sólo que ya no podría ser el día siguiente porque había llegado probablemente al fin de mí mismo. Si Él se enojaba por estar así tan audaz, perdería un ser que Él creó y por quien se dio el trabajo de morir.

Por extraño que pueda parecer, me pareció que sería así que Dios querría que nosotros habláramos con Él siempre. Tuve una enorme sensación de que había sido oído y eso me dio un género de aliento que no consigo describir en palabras. ¡Nunca había sentido tal cosa! En medio de las muchas lágrimas y lloro, intenté revelar todo lo que me pasaba en el alma en dos o tres frases hechas en el horno de mi sinceridad más que profunda y ya sin fuerzas para más. Deseando que Él fuera real y no un posible espejismo sólo, aquella barrera que más me parecía de hierro había sido taladrada por una simple oración sincera y en fin de carrera. Yo sabía que había sido oído – por la primeirísima vez entendí lo que es creer cuando se ora y esto después de tantos años de creyente.

Tomé el auto de nuevo y fui para la pensión donde ‘vivía’. Llegando allá, tomé una ducha e intenté ir a dormir. ¡No conseguía siquiera cerrar un ojo, mucho menos dormir! Me puse de rodillas, de pronto, al lado de mi pequeña cama y me acuerdo de pensar que aún no había sido atendido y que tal vez hubiera oído un cierto sí en forma de sensación que aún no se había materializado. Clamé al Señor, con la esperanza y, por primera vez, experimentando una super fe más que celestial, una que me era dada siendo esta la tal que es fruto de Espíritu Santo. No había nunca imaginado siquiera que llegaría hasta tal punto de humillación de que tenga pedir y clamar por vida así, yo que siempre había insistido en producir una propia. (Isaías 64:6,7). Sabía sin embargo y muy instintivamente que una, sólo vendría por cambio con la otra.

Al entrar en mí aquella Vida, la otra que tan elocuentemente se hacía ser, tendría que morir allí y ahora, permitiendo que todo se hiciera de nuevo comenzando de cero. Dijo más o menos esto: “Señor, ya no aguanto, hoy tienes que venir a mi encuentro, y sin más tardanza. No puede ser mañana, porque creo que siendo hoy, hoy ya es tarde”. Si callas no fueron precisamente estas las palabras que usé, pero con toda la certeza ese era el estado de espíritu que clamó penetrando al más remoto lugar de los cielos. ¡Los momentos siguientes, por mucho que intente describirlos, nunca conseguiré comprensivamente expresarlos en palabras debido a la majestuosa y peculiar transfiguración de vida por la que pasé! De pronto, muy inesperadamente, sin saber de donde ni como, Dios descendió hasta mí. No me consumió, no me amedrentó, nada me habló. Pero palabras ¿para qué delante de tal majestad?

Yo que en el fondo también temía lo peor de todo, es decir, ser consumido por Alguien que es un ser puro y santo, no sólo no fui consumido sino que fui elevado al esplendor real de la vida que Dios a todos los que lo buscan promete dar. ¡Perdí todo tipo de temor delante de tal majestad de amor! Dice 1 Juan 4:18 “ en el amor no hay temor; antes, el perfecto amor echa fuera el temor”. Un amor celestial me inundó, de tal modo que nada temía, nada más quería y nada más quería saber de esta vida. Ese amor me atrajo, me traspasaba, me maravillaba y no paraba de hacer cada vez más y más lo que yo nunca esperaría, pero de lo que ya había oído hablar. ¿Cómo podría haber ignorado y esperado durante tanto tiempo a Quien estaba allí, a Quien había buscado y hallado por una simple explosión de corazón quebrantado y seco? ¿Cuál doctrina se asemeja a esto? ¿Cuál religión? ¿Cómo podía haber pensado que moriría al encontrar a Jesús comprobadamente?

Ondas de amor atravesaban todo mi ser, traspasaban mi alma, me llenaban todo, de arriba abajo. La conciencia de que estaba ahora ante, dentro y fuera del único ser inmortal y Todopoderoso, creador del universo, se apoderó de mí de tal forma que nunca más olvidaría lo que allí pasó y se repetía continuamente sin parar. Ondas graciosas de amor me traspasaban una y otra vez sin parar. Era un amor continuamente inundante que llenaba todo el tipo de vacío en mí. Aquellas ondas de amor profundamente ligero, suave y más que bello, no paraban de inundarme. Yo lloraba, cantaba de alegría. ¿Cómo era posible tal cosa? No sé si me quedé en aquel estado de alerta máximo de total belleza interior y exterior también durante mucho tiempo o no. Sé que sólo fui a dormir a altas horas de la madrugada, teníamos mucho que conversar y principalmente ahora que estaba de todo entero y más que vivo.

Principalmente después de encontrar a este Ser magnífico que por casualidad se llama Dios, y de Quien las personas hablan, y sobre Quienes mucho discuten y nada demasiado de Él se quedan a conocer. Fue un encuentro de tal modo impresionante, que aún hoy guardo agradables memorias, aunque la intensidad de su vida en mí fuera aumentando de día para día después de eso. Nunca más olvidaría tal ocurrencia. Nunca la podré olvidar por una simple razón: fue una total sorpresa para mí. Aunque la vida que a partir de ahí pasé a disfrutar, unas veces más otras menos continuamente, se intensificara de día para día, este momento fue fantástico por el simple hecho de haber salido de una pesadilla de tinieblas para dentro de un paraíso de luz radiante y simplemente suave, igual en su mayor plenitud de fuerza y de vida.

Era una fuente que desconocía por experiencia y por esa razón había un mayor contraste muy momentáneo que se grabó en mi memoria para siempre. Salir de aquellas tinieblas en aquel momento, contrastaban en demasía con la poca luz que allí podría soportar. ¡Sentí y presencié personalmente lo que quieren decir las palabras que dicen que quienes creen en Cristo “pasan de la muerte para la vida” (quien cree de esta manera real, no creyendo en una mentira pero sí en alguien realmente presente, pues “la fe es la certeza de las cosas que no se ven” y ¡nunca una ficción que se asegura sin saberse cómo! (Heb.11:1). La diferencia era que este cambio era demasiado real, pues testifico que todo esto es de veras verdad. Todo aquello que tuve hasta entonces, no pasaba de muerte comparando una cosa con la otra. Nunca nadie va a saber que está de veras muerto hasta encontrar esta vida suave y verdadera – ríos de agua viva, brotando no se sabe de donde ni para donde.

En aquellos momentos sin embargo, me di cuenta de muchas cosas erróneas y maliciosas en mi corta vida de pecado – la música pop que oía por los adulterios verbales sin cuenta que se oían de ella constantemente; todo lo que estaba errado salió acá para fuera, de una vez por todas, porque aquella vida vino sólo para destituir la otra. ¡Pero también ya nada de eso me importaba más, si aquello estaba errado, iba hacia la basura, Ah si no iba! (El día siguiente estaba todo despedazado del lado de fuera de la puerta de mi cuarto - si no era bueno para mí, malo sería para cualquiera - y toda la gente que allí pasaba se interrogaba sobre lo que me había dado, ya que no había ningunaseñal y ninguna evidencia de algún arranque de cólera y estar tan alegre y lleno de vida; pienso que nunca conseguirían explicarse a ellos mismos, si yo ya no tuviera o menos explicado que sólo destruíra lo que quería destruirme a mí para siempre - ¡pero aún así creo que nada entendían! Cambiaba una vida por otra, pues, “quien pierde su propia vida, la hallará”.)

Volviendo a aquel encuentro inesperado, debo decir que no me recuerdo de los pormenores todos, de cuántos pecados confesé, (es decir, por descontado ¡muy diferente del ir a confesar a un sacerdote!) de cuántas cosas esclarecí, o aún de cuántas cosas bonitas viví. Sólo sé que horas me parecieron minutos eternos y sin fin. El tiempo había dejado de contar, las horas parecían minutos y viceversa. Tenía plena conciencia de que todo aquello eran sólo ‘muestras’ de aquello que aún me podría venir a ocurrir – y, si dependiera de Dios sólo sería para toda la eternidad (sí, la eternidad que nunca más acaba, ¿o pensamos nosotros que no habrá vida después de la muerte? ¡Pura ilusión!) Pero algo físico aún se manifestaría en mí, que nunca me va a pasar al lado de la memoria – es imposible refutar cualquier cosa de todo lo me ocurría en aquellos momentos, por mucho que alguien intente refutar a causa de cualquier ideología a que se haya entregado conscientemente o no.

Aún más tarde, en tiempos más accidentados de mi recorrido con Cristo en Persona invisible pero muy real, no tendría manera plausible de renegar o negar en palabras todo aquello que conmigo había pasado, pues era una vida que me llevaba a una obediencia voluntariosa natural y casi ciega, pero que mucho veía, tal era la confianza en aquello y en aquel que me guiaba desapercibidamente (con mucha ligereza y suavidad real y realista) y de una forma muy destacada. Por primera vez percibí las palabras “fe que lleva a la obediencia”. No era la obediencia que era obligatoria, pues sólo lo era por ser natural, en la plena búsqueda de una fe sin tropiezos y fingimientos – la fe forzada es muerta y demasiado desarreglada para poder convivir con lo que encontré. Hoy sé que me dirigí por el camino correcto y que un Dios vivo espera que lo tengan como real y que así permanezca después de aquella primeirísima vez. ¡Finalmente! ¡Ya no era sin tiempo!

En aquella noche de cuentos de hadas, para usar una expresión mundana que no explica siquiera un poco de aquello que allí había pasado conmigo, yo vi al Creador del mundo, y toqué la orilla de su manto de amor. ¿Halla tal cosa posible? ¡Experimente y verá! Él es para cualquiera, grande o pequeño, derecho o torcido. Yo era todo torcido y lleno de cicatrices y sin embargo Él no hizo ninguna objeción a ese hecho. ¡Yo estaba paralítico y delante del ser más poderoso de todo el universo, aquel precisamente que había cambiado ya la vida de muchos, que había sanado ciegos y cojos y les había dado vida interior y eterna inolvidables! ¿Qué esperaban que fuera una de las cosas que ‘discutiríamos’ los dos? Nada demasiado, sólo una sanidad para una pequeña enfermedad llamada parálisis de los miembros inferiores.

¿Qué es lo que sería esto para Él en aquel momento de gloria para mí? Sin embargo su respuesta me sorprendió de tal modo que es de aquellas memorias que también se quedan para siempre en nosotros. Yo dije: “¡Oh Señor, yo quiero caminar, me sana!”. Aún hablaba y de pronto, como si unas manos poderosas me levantaran cogiéndome por bajo los brazos, deparé conmigo aún en pie, firme en mis pies. Temí que fuera a caer, y no me caía. Me cogí en una pequeña mesa de cabecera que se encontraba al lado de mi cama. Pero tan pronto como fui levantado, también así fui puesto en el suelo de nuevo y de rodillas ante toda aquella majestad de tan bella y desconocida que era, que también poco me importó que no hubiese comenzado a caminar.

Como que dentro de mí, oía una cierta voz que no oía, y me decía “como ves, yo puedo curarte, tengo poder para eso, pero no será por ahora. Vas, a ser testigo de Mí así, y dirás a las personas que Yo aún soy – existo y siempre existiré – es para eso que te quiero así. Tu alegría viene de mí y no de tu sanidad que Yo puedo ejecutar sin esfuerzo”. No sé si Dios me va a sanar algún día, pienso que sí, pero en aquel momento no lo hizo – sólo me mostró que podía hacerlo sin el mínimo esfuerzo siquiera. Extraño, ¿no hallan? ¡Pero que decir de quien es Dios mismo! Con esto se fue de una vez la teoría pentecostal de las iglesias que piden dinero a intercambio de palabras y citas Bíblicas y que por esa razón intentan convencer que Dios sana a todos.

Yo era como aquel paralítico que durante probablemente cuarenta años se había sentado a la puerta del templo de Jerusalén, donde Cristo entró y de donde salió muchas veces sin nunca haber sido curado. Fue preciso que Pedro lo hiciera después de su muerte y resurrección, esto no sé cuanto tiempo después de hasta Pedro por allí haber pasado muchas veces y muy frecuentemente, para ir a predicar en el interior del templo después de Pentecostés. Extraño, o ¿estamos aquí para lidiar con un Ser que muy pocos quieren entender? ¿Qué decir del lago que se movía, donde Cristo entró para sanar sólo uno de los muchos que allá se encontraban? No quiero de manera alguna divagar y crear una doctrina que muchos puedan, por su parte, usar en provecho propio – estoy sólo relatando los hechos y ocurrencias que pasaron conmigo, los cuales nunca más olvidaré. ¿Estarán estas a que sean provechosas para tií, querido lector?

Pero ante tal luna de miel inesperada, puedo garantizar que poco me importaba que anduviera, corriera o volara y buceara – la única preciosidad que nunca más dejaría de querer ver era el Ser que había encontrado, buscado y que humildemente se había ‘apegado’ a un gusano pecador como yo. Percibo ahora aquella parábola de Cristo que dice que el reino de Dios es cómo cuando alguien halla un tesoro precioso y vuelve, vende todo, y compra el campo con el valor exacto del cambio (ni más ni menos) y en gloria deleita de la preciosidad que encontró. Declaré guerra al pecado de allí en delante, la única amenaza a la vida de plenitud que había encontrado. No que fuera ya así tan llena, pero allá que era más de lo que yo esperaba, allá eso era. De ahí todo aquel bullicio delante de la puerta de mi cuarto el día siguiente. Así iba perdiendo todo el peso de plomo que se me estrangulaba por dentro – no más podría volver a mirar para atrás y volverme estatua de sal, como ocurrió a la querida mujer de Lot. Pero por increíble que parezca, años más tarde, esto todo cambió y volcó a mi desfavor. No que sienta gran voluntad de hablar sobre tales tiempos de vergüenza candente, pero lo haré, ni que sea como aviso a quién ya tenga vida.

Sin embargo, como ya hice por mencionar antes, había abdicado de todo y cualquier tipo de hasta simple respeto por las imágenes que se hacen pasar por Dios y sabía que tal no sólo era pecado por aquello que leía de la Biblia, pero que eran una real afrenta a un Dios que se decía vivo. Leí por ejemplo pasajes como. “no harás para ti imagen de escultura, ni semejanza de lo que hay encima en los Cielos, ni abajo en la tierra... no las adorarás ni delante de ellas te prostrarás; porque yo soy el Señor, tu Dios, Dios celoso... que visito la iniquidad de aquellos que me aborrecen... no tendrás otros dioses delante de Mí”, ¡mucho menos pedir a una supuesta madre de Dios para ayudarme! (Éxodo 20).

¡Otros pasajes podía enumerar cómo “avergonzarse todos los que hacen y adoran imágenes que no ven ni hablan”, pero una ya es cuanto baste para esclarecer como se engañan aquellos que intercambian el verdadero Dios por imágenes de piedra, barro y porcelana que ni siquiera respiran vida mientras más darla a quién la busca! Esto sólo se hace condenable por una simple razón: ¡Dios es verdadero y real! ¡Que afrenta a un Dios que se quiere vivo y real! ¿Buscaría yo a un Dios que ni anda y ni siquiera se mueve por sí mismo (¡que tiene que ser cargado para poder cambiar de casa de campo!) por Uno así tan real y tan cercano?

Ante todo lo que me ocurrió a partir de ese día, no pude dejar de entender una de las razones por las cuáles las personas que se entregan a la idolatría y religión, sean de que género fuera, sean siempre tenidas como culpables de su propia perdición sin cualquier disculpa que les valga. ¡Querido lector, su vida es una preciosidad – no la deje perderse en marañas inocuas! ¡Cualquiera que se proponga buscarlo de todo su corazón, de cualquier raza, con cualquier cara, de cualquier edad, seguramente encuentra – hasta una burra seca encuentra que se quiera dejar de ser seca y mentirosa!

 

AQUEL MOMENTO MÁS LINDO DE MI VIDA

Cuando busqué a Cristo y Lo hallé, me pregunté a mí mismo porque Lo deseaba tanto así

La respuesta me sorprendió bastante, ya no deseaba nada más que una vida constante

Cuando la hallé era demasiado maravillosa, pues estaba habituado a mentirme a mí mismo

Y mentía para mí porque no podía dejar de experimentar la muerte que pensaba que era vida

No era falta de vida, pero era la presencia de la muerte, real, dura, implacable, fea y la cual me hacía mentir para proseguir

Sus mentiras son el modo de animar mintiendo y de encubrir, por ellas proseguimos, muriendo a cada paso que damos

Sufría inmensamente porque pensaba que estaba sobreviviendo cuando me encontraba muriendo

Y era aquel dolor del engaño que yo no sabía explicar porque sólo sentía y no percibía su origen

Había una espada atravesada en mi corazón a causa de la vida que vivía, a causa de mí mandando

Porque todo lo que esta vida me daba, cobraba en cambio un vacío enorme que me hacía caer más fondo en la tentación de proseguir

Ya tenía algunas cosas que deseaba y muchas me faltaban que me hacían soñar para alcanzarlas sin serme posible

El sueño del mundo nos mantiene presos al mundo, pues, si no es de ese todo no nos conseguiría mantener ocupados en él

Pero cada día que pasaba y cada cosa que conseguía aumentaba la insatisfacción y la falta de gana de continuar viviendo así

Era un vacío enorme que me hacía detestar todo lo que no llenaba aquello que la muerte cavaba dentro de mí

Yo trabajaba inmenso, luchaba sin treguas pero estaba sólo desgastándome mientras me hundía en mi propia cueva

Esta era la muerte que yo intentaba explicar y esconder hasta de mí mismo para poder proseguir

Pero el día que decidí mirar la realidad de frente, inmediatamente allí todo cambió

Lloré de tristeza y no paré de llorar hasta que la alegría inundó todo mi ser

Rechacé salir de donde debería hallar Vida, inundaría mi cuarto de lágrimas hasta que Él llegara

Terminó en mí la lucha de rechazar, de aceptar, terminó la lucha de desear conseguir ser diferente para poder ser diferente

No deseaba ni riqueza ni pobreza, pero sólo aquello que viniera con Cristo,

Si de allí en delante fuera rico o pobre, saludable o enfermo, pupilo o maestro, todo haría por Él desde que estaba con Él

Oía a mi corazón repetir las palabras de Moisés, diciendo, “si no fueras conmigo, Señor, de aquí no saldré”

Si Él fuera real, yo lo quería a Él y paré la lucha de aceptar y de rechazar, siendo que era todo vanamente sin Él

Pues para la persona que estaba en el lugar de Cristo en mi vida, yo mismo, tanto el aceptar como el rechazar era como sueño sin descanso

Sé que no es el trabajo que cansa, pero antes yo mismo me canso trabajando porque no soy liviano, no estoy aliviado de esta vida propia

En el momento de la liberación, cuando mi modo de emprender termina, cuando mi opinión es demasiado enojona y detestable

Cuando me rindo en vez de decidir rechazar o aceptar, cuando mi propia vida terminó

Y cuando no rechazo tener una opinión de Él, de mi Rey, cuando no lucho más ni para rechazar ni para aceptar

¡Cuándo un reinado termina y no se vende ni se compra, no se pierde ni se gana más, allí todo termina!

Y fue así que yo terminé, que mi reinado sobre mí claudicó y cedió: sólo quería mi Rey en mí para siempre.

Y fue así, también, que en medio de las tinieblas me vino la luz que hallé demasiado linda

No era tan intensa cuanto es hoy, pero yo estaba en las tinieblas y en la tristeza, viviendo y sobreviviendo de los platos de la amargura

Y el contraste me hizo experimentar un poco de lo que acabé hallando demasiado para mí porque mi hambre dignificó lo que hallé

Los primeros rayos de sol me parecían sol intenso, lucen brillando con demasiado amor

Pero era la culpa del contraste que el momento causó, pues hoy, miró para atrás con una sonrisa

Veo como tanto hambre casi me hizo contento con poco, como casi me prendí a lo que mal había comenzado

Temía perder porque el hambre de ser de Él tanto pidió y no fuera Su voz asegurarme que vino para quedarse

No habría abierto mano de aquel momento donde vi vida llegar de forma real y experimenté como comida un rayo de la luz del cielo

Era intenso porque vivía en las tinieblas y no sabía que estaba rayando para ser un día completo

Y si alguien me dijera que “la vereda de los justos es como la luz de la aurora que va brillando más y más hasta ser día perfecto”, Prov.4:18,

No creería en lo que me estarían diciendo, pues el momento fue demasiado real, demasiado bello porque vivía en las tinieblas y la luz contrastó

Y nunca aceptaría creer que podría ser mejor, que la gloria pudiera ser más que aquella poca luz fuerte y amorosa

Y ahora que me habitué a vivir y convivir con Él, a dividir todo y compartir del modo que Él también hace conmigo

Tanto más vivo y tanto más doy vuelta mi espalda para el mundo sin gracia que abandoné, dejando de llorar y de lamentarse por mí (Pero su lloro es falso, atrae para morir junto con alguien y no tiene vida)

 

Antes no quería aquella vida por decisión, por el miedo de perder la que hallé, por la falta de confianza y por la fuerza,

Ahora es por falta de recuerdo, por la falta de amor por la basura que se borró de mi memoria

Dejé de agradar, de disgustar, de luchar y de prender, de manifestar y de encubrir,

Para rendirme y así poder vencer para siempre y poder dedicar mi victoria a Quién la colocó dentro de mi corazón

Ahora entiendo que la arena, el campo de batalla, nunca fue afuera de mí

Y que luchaba contra enemigos que imaginaba del lado de afuera para poderme encubrir mejor

 

El amor de Él rebosó aquel día, pues el florero era demasiado pequeño y Él fue creciendo y continuaba rebosando conforme me iba ensanchando

Parecía amor líquido entrando y saliendo, traspasando y llenando mi vacío

Me sentí, en aquel momento, como si nunca hubiera vivido lejos de Él, tan sublime era aquel encuentro

Yo era traspasado y Su amor pasaba por mí como si yo no fuera ni sólido en impedimento

El amor venía e iba, pero cuando iba se quedaba dentro de mí para siempre, Él iba pero no salía porque es grande

Yo sabía que era Él, sabía de quien se trataba pues fue por Él que mi alma tanto deseó sin saber

 

Ni sabía lo que recogía, pero cuando hallé sabía que hallé lo que tanto busqué y me quedé experimentando, viviendo y renaciendo

Sólo Él mismo para quitarme de los muertos, para hacerme resucitar con Él

Y sé que, el momento que un muerto sale de la muerte, se queda más grabado en él que la Vida que en él se mantiene porque resucitó

Pero no esta correcto que vivamos a causa de un momento cuando podemos vivir y apreciar Quién nos acoge de brazos abiertos

Por más que intente describir lo que es salir de las tinieblas, se queda siempre la sensación conmigo que ni conseguí explicar muy bien

A los amigos que quieren pasar por un bello día, por el momento más bello de sus vidas

Yo aconsejo sólo que Lo hallen, que lo busquen, pero que Lo hallen también.

Decir que “Él es el Lirio de los valles” sin saber, es decir algo que ni entendemos si no viviéramos con Él

Entre en la vida, mi amigo, entra en la Vida del Rey de Reyes y aprovecha la oportunidad de poder quedarse por allá también.

Amén.

(José Mateus)

 


CAPÍTULO 5

 

Esta nueva vida me era enteramente desconocida y de tarde en tarde no me orientaba convenientemente – tal vez por falta de lucidez, o aún por poca aptitud para conocer a Quién era muchísimo más majestuoso que aquello que pensaba y esperaba. Ya no existían ilusiones sobre el camino al que me había entregado. No podía ni quería volver atrás, ni aún sin querer, pero las cosas estarían por complicarse a pasos anchos. Comencé a entender vagamente el significado de lo que era el reino de Dios, de lo cual muchos hablan y nada saben. El reino es actual y nunca sólo futuro. Es y será siempre actual, constante y efervescentemente prodigioso bien allá dentro de quien lo encuentra.

La delicadeza con la cual comienza a hacer aquel gran trabajo de salvación, le es tan peculiar que si no tenemos una simplicidad de espíritu saludable, difícilmente andaremos en Él por mucho tiempo. Una cosa muy buena, sin embargo, fue que entendía la Biblia con total lucidez y, durante muchos días y mismo años, pude no sólo entender pero también dividir de sus misterios simples y concisos. Había comenzado a deslizar por todas sus verdades y veredas, lo que había de cambiar mucho de aquello que ya había comenzado a saber anteriormente, poniendo todo su esplendor en otra perspectiva mucho más real y verdadera – finalmente todo había cambiado, todo era nuevo. Aquello que es para criaturas que entiendan, no se puede hacer complicado. ¡Pero vamos allá a percibir esto cuando todos busquen y se encaminen constantemente para laberintos sin fin, aún cuando conocen la verdad!

De tarde en tarde oía unas voces muchísimo parecidas con la que debería oír, que me confundían el espíritu y por las cuáles perdía la razón por el temor de poder estar desobedeciendo. Temía mucho estar desobedeciendo, o por lo menos no oír. Y de tarde en tarde me esparcía por entero, sacrificando hasta la razón cuando oía la voz de la mentira hablar. En la Biblia se lee que “tiene posiblemente el Señor deleite en sacrificios, como en que se obedezca a la voz del Señor”. He ahí que obedecer es mejor que sacrificar; y el atender mejor que la grasa de carneros. Porque la rebelión es como el pecado de la hechicería, y la obstinación como la iniquidad e idolatría”. Yo ya conocía los sentimientos del Señor sobre idolatría, brujería y otros que más. Imagínese ahora que una simple desobediencia era pecado de iguales proporciones. En el Antiguo Testamento y aún en las muchas historias sobre diversos países post-biblicos, se nota con alguna estupefación hasta como Dios destruyó naciones enteras, no ahorrando ni a los niños de esas naciones por pecados de adoración de imágenes, hechicerías y otros que ahora no vienen de manera ninguna al caso.

Yo temía esto a causa de simples desobediencias sin entender allá muy bien su origen. Finalmente la obediencia aquí sería quedarse quieto. Ya había escudriñado todo mi pasado en búsqueda de todas los fallas, crímenes y que más, puesto todo en orden conforme a la convicción que había adquirido en ese tiempo (¡y bien dígase de pasada!), escribiendo cartas a las personas a quién no tenía oportunidad de contactar personalmente con la finalidad de confesar y regularizar los males que había hecho. Desde pequeños robos domésticos en la cartera de la madre, hasta cosas más graves como ofensas a inocentes y aún a culpables, todo aquello que pedía reparación, con mayor o menor dificultad, regularizaba. Fue más o menos por este tiempo que encontré una área en Sudáfrica donde Dios (aún hoy) opera tal cual hacía con Pedro, Santiago, Pablo y otros apóstoles. Vi una Obra de grandes dimensiones emprendida por personas simples, muchas de las cuáles iletradas.

Mi corazón se apretó de tal modo que dijo en oración algo cómo: “Señor, si hicieras esto conmigo en Portugal cuando yo fuera para allá, yo doy todo lo que tengo y no tengo para alcanzar lo que gustarías que fuera hecho con toda la humanidad. Pero no quiero juguetear a las iglesias, a los creyentes y a las oraciones de vigilias interminables e idólatras que nada de bueno traen a quién así se sacrifica”. Sabía dentro de mí que estaba por ser oído. Pero lo que vendría a acontecer, era cosa que nunca conseguiría entender. Hoy puedo dar una explicación menos mala sobre todo lo que me trajeron los más de diez años siguientes, pero aún así no tengo todos los carneros debidamente organizados y marcados.

“Lo que yo quiero y por cual doy y entrego toda mi vida sin ninguna reserva siquiera, sin objeciones doctrinarias o de otro género que sea, es que Tú, Señor, hagas conmigo todo lo que prometes en tu Santa Palabra (¡ahora sabía que la palabra era realmente santa y que la religión adornan muchas palabras para que no parecieran bonitas a los orgullosos!) – pero no sólo de creer o aceptar que es así o asá, y nada más que eso. En estos términos voy contigo hasta al fin de cualquier mundo”. Fue más o menos en este género de tono que me pude expresar y poner en palabras todo aquello que dentro de mí pasaba con más intensidad que aquella que pueda describir.

Tenía una ansia tan grande y tan consumidora de todas mis fuerzas de poder ver cualquier día hacer igual o mejor a todo aquello que veía delante de mis ojos, que nada más me podría sostener, a no ser yo o el mismo Dios. Hoy sé que cualquier pecadito también lo puede hacer. Pero para mí pecados eran sólo aquellos que estaban a la vista de todos, como mentir, robar, etc. Pero descubrí que esos, aunque malos y graves, son bastante menos perjudiciales que soberbia, tristeza descontrolada por no tener las cosas que el mundo ofrece, como dinero a las toneladas (¡para quienes lo tienen!), una boda perfecta, una casa y un auto que se adapten a las ansias de cada cual, etc. Yo nunca ansié por cosas tales en el verdadero sentido de la palabra, pero cuando el cerco de la necesidad apretaba, era todo tristeza y angustia, fueran tales bien disfrazadas o no.

Sin embargo, conseguía vivir dentro de la fe que me aseguraba ahora aún más después de haber descubierto realidad sin par en todo lo que pasaba conmigo. No tenía mucha apreciación por faltas exteriores a mi ser, es decir, por las muchas cosas que Dios no querría suplir por una u otra razón. No que fueran así tan grandes las necesidades que ante mí se deparaban de tarde en tarde, visto que cuando pedí para venir hacia Portugal por ejemplo, me fue facultada la oportunidad, tardía pero definitiva. Una cosa ocurrió sin sombra de ninguna duda: la comprensión de la Biblia en todos sus contornos más o menos recónditos y escondidos para quienquiera entender a través de su Espíritu.

Aprendí tanto sobre sus ‘secretos’, tanto que no paraba de pasmarme sobre todas las verdades que yo juzgaba saber y que de una manera o de otra eran completamente destrozadas para donde no podía imaginar nunca. Eran tan bellas las cosas que aprendía, veía ocurrir dentro y fuera de mí, que aún hoy después de tantos años, aún me acuerdo con gran claridad de espíritu de todos los pormenores de ese aprendizaje en la Fuente – ¿no será beber en la fuente mejor que beber donde el agua irá pasando? ¡No que fuera algo poco común para quien ya vive con ese ser prodigioso, pero allá que no estaba habituado a vivir en aquel paraíso, eso es que no estaba!

Sólo el confort de las Escrituras, como el apóstol Pablo menciona en una de sus epístolas, que sean enseñadas no por carne y sangre, hombres que podrían tener o no, mantener o no sólo teorías y muestras de cualquier verdad, pero sí por Quienes las inspiró. Recuerdo una historia de un hombre que escribió un cierto manuscrito o libro y después de muchos años había mucha gente ya bastante informada sobre dicho contenido. Un bello día, alguien estaba dando una cierta charla sobre lo que el autor del libro quería decir en su libro y afirmó con plena convicción ser aquella la pura interpretación de sus hechos escritos. Por casualidad, el autor del libro estaba entre la audiencia y se maravilló demasiado con aquella interpretación extraordinariamente fuera de contexto, dando muestras de querer estar puesto a decir lo que nunca quería haber dicho siquiera. Esto enfureció al autor de tal modo, que preguntó “¿quién es que escribió el libro finalmente?”

Ahora bien, es decir más o menos lo que pasa en términos de la Biblia, esto para aquellos que la leen, porque muchos hay que sólo la tienen para mostrar que son religiosos. Había podido, si adoran una imagen que ni siquiera se mueve, ni siquiera puede oír lo que le piden, nada es de admirar que la Biblia sirva sólo para fines decorativos para la bella presentación religiosa de quien la posee. Pero todo esto era precisamente lo que conmigo no pasaba. Estaba continuamente por ser enseñado por Quién la inspiró y yo deliraba con todos los descubrimientos que hacía. Fuera de noche o de día, nunca me faltó inspiración para entender lo que quería que fuera. Hay una palabra de Jesús que dice “conoceréis la verdad y la verdad os liberará”, o aún “pero aquel Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en Mi nombre, Ese os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todas las cosas...”.

Esto ocurría conmigo noche y día, continuamente. Cosas simples que nunca había entendido antes, libros Bíblicos demasiado complicados para mi poca ‘teología’ marciana, todas las cosas que importaban, me eran enseñadas con tal destreza y tan a tiempo, que sólo muy difícilmente no veía o no me daba cuenta de lo que me estaba ocurriendo.

La parte más triste de todas fue cuando de este modo confirmé cuán erradas estaban las iglesias actualmente y que tales sólo tenían audiencias porque, o convencían a los otros con palabrería fina y pecaminosa, o entonces aceptaban lo que otros demostraban como infalible, bastando para eso haber un cierto poder humano o histórico por detrás de las dichas instituciones dándoles la fuerza que la tradición y hábito normalmente dan a quien en el fondo no quiere estar interesado en oír. A esto dice la Biblia “Dichosos vosotros los que sembráis sobre todas aguas, y metéis en ellas el pie de buey y de asno.” y también que “vendrá un Redentor a Sión a quién se desviará de la transgresión, dice el Señor” y no a quien pertenece a una cualquier institución más o menos histórica o no.

Pero, a mí me cabía en ese tiempo saber de toda la verdad y nada más, independientemente de quien estaba en lo correcto o errado. Descubrí que finalmente era así que Dios operaba con todos los que de verdad venían a él y que no se ‘prendían’ de Dios por meras o sentidas profesiones de fe. Efectuar una compraventa en un supermercado es aceptable y hasta aconsejable, especialmente cuando no se tiene nada en casa, pero hacer con que tales profesiones de fe y de que sólo sirvan de moneda de cambio delante de Dios, no es sólo hacerse pecaminoso: ¡es una afrenta grande a todo el tipo de verdad divina y acaba por revelar ser un sentido de ignorancia encontrada aún sólo entre pueblos paganos que llegan hasta a sacrificar hijos junto con el ganado delante de altares religiosos de valor nulo!

Sobre la Biblia y sus verdades podría decir muchas cosas demostrativas de la gran bondad de Dios, mostrando por qué razón Él tolera que den interpretaciones que Él nunca daría hasta de aquello que nunca dijo siquiera, aunque quién lo haga nunca quede impunemente a reír de aquello que hizo, a menos que se resuelva arrepentir a tiempo de que abran los ojos de los pesados somníferos en que normalmente hacen por deleitarse al intentar transformar verdad en deleite para que se puedan apropiar de un cualquiera y falso sosiego de conciencia y esto ilícitamente. Pero eso no es mi intención aquí y ahora, porque bastará mi querido lector dedicar un poco de su atención a la lectura profunda de las Escrituras para percibir lo que aquí intento demostrar en papel y tinta y que nunca se asemejará siquiera a la única y genuina conquista por sí misma, del espacio que existe dentro de su Espíritu y que hace a cualquiera flotar en cualquier verdad sin el mínimo de esfuerzo.

Aún hace muy poco tiempo pregunté a un niño muy próximo de mí familiarmente, ‘¿quién es que te dijo eso?’, y él respondió ‘¡yo pienso y sé de eso todo; esas cosas me vienen a la cabeza!’. ¡No será preciso que haya ni más ni menos que seis años de edad para ser enseñado sobre lo que sin embargo llega a ser más que obvio – bastará tan solamente nacer de nuevo en espíritu y en verdad! Con un olfato de niño, también yo revelaba misterio atrás de misterio, pasando no sólo a saber de la verdad de Dios, sino poseyéndola y experimentándola para nunca más de mí sacudir, era una experiencia rara, aún en futuras situaciones de desfallecimiento y rebeldía por las cuáles pasé en futuras ocasiones de inmensa tristeza e ignominia, por las cuáles mucho me arrepiento hoy.

Mi gran dilema en ese tiempo eran aquellas voces que raramente me daban descanso. No me permitían tener una relación plena con el Dios que había encontrado después de tanta desesperación en descubrirlo. Podría confesar aquí y ahora mucho de lo que fui llevado a hacer pensando que estaba obedeciendo a Dios, pero no voy a hacerlo por falta de tiempo en describir situaciones que nada demasiado traerían a quienes leyeron hasta aquí todo lo que intento necesitar sin poner ni quitar de toda la avalancha de cosas que por mí pasó. Hago cuestión en ser más que verdadero: intento y me esfuerzo por intentar no sólo narrar fielmente, sino también intentar dar espacio a las imaginaciones correctas sobre la verdad que fui descubriendo.

Estas muchas voces me daban mucho trabajo y me desintegré a los pocos a causa de las muchas situaciones emblemáticas a las cuáles ellas me guiaban. Muy de tarde en tarde, allá oía la del Buen Pastor, pero me era difícil distinguir cuando no era Él. Cuando era, sabía, pero cuando no era, dudaba bastante y tropezaba. Pero allá fui creciendo y creando una autonomía espiritual que me permitió encontrar grandes hechos por parte de Dios, no sólo en mi como en la vida de otros. Rechacé siempre vivir sin disfrutar verdaderamente de todo lo que Dios promete: las cosas o eran o no eran – nada de medias medidas. Y fue esta actitud que me llevó a abandonar todo unos dos o tres años más tarde y también a reencontrar todo lo que dejé, pero de una manera mucho más perfecta. Pero ya allá iremos.

Yo ya vivía lejos de mis familiares más próximos hace ya cerca de diez años. Antes había recibido una carta de mi madre donde se lamentaba mucho sobre nuestra separación y de como mi hermana más pequeña un día había dejado un pequeño billete en un lugar cualquiera donde mi madre pudiera encontrar, esto poco tiempo después de aprender a escribir. Ese billete decía: “madre, nunca me abandones como hiciste a mi hermano”. Esto era demasiado para una madre, especialmente si nada pudiese haber hecho acerca de todas las desgracias que nos habían golpeado a la puerta hasta allí. Aún resistiendo al máximo contra el desfallecer en añoranza, yo nunca escondí un cierto sueño de poder ir hacia Portugal, no sólo por la familia, sino para poder obtener y suministrar respuestas a las cosas que finalmente pasaron a ser las grandes razones que me llevaron a vivir con gran asiduidad en esperanza, para que muchos pudieran ver todo lo que yo veía.

Sin embargo, nunca ilustré siquiera poder esconder la gran voluntad que tenía de volver a ver a la familia – mi hermana que había comenzado a frecuentar una iglesia evangélica, mi padre que trabajaba ahora dentro ahora fuera de Portugal, mi pequeño hermano que ahora ya no tenía los cuatro años con que lo vi por última vez, mi otra hermana que me había precedido en su venida para Portugal, de quien me había nacido una sobrina que nunca había llegado a conocer; y mi querida madre con quien yo había chocado frecuentemente a causa de la diferencia e incompatibilidades de humor que siempre había demostrado para con ella. Quería poder pedirle perdón por todo, y que también pudiera abrazarlos a todos, demostrar que los quería mucho y que más, que Dios también. ¡Pero tal cosa tardaría mucho en llegar, demasiado para mi gusto – pero cuando llegó, fue un pequeño milagro en bullicio!

Yo estaba en Namibia, en ese tiempo, trabajando en una iglesia reformada sudafricana, con un pastor que también había encontrado a Dios después de ya ser pastor de iglesia, un teólogo que había estudiado cerca de siete años antes de ser pastor. Una vez hablé en su iglesia plagada, un miércoles, donde personas salieron de cara lavada en lágrimas por el confort y convicción de todo lo que había dicho. No que fuera algo demasiado, pero aconteció allí un poquito de aquello que aconteció con Pedro el día de Pentecostes donde las personas clamaban por alivio, encontrándolo también, después de Pedro haber hecho una charla simple y sin demostración de sabiduría farisaica u otra. Unos meses antes, más al sur, una iglesia se quedó completa de portugueses sólo a través de oración impertinente delante de Quien detiene todo el poder, quiere gustemos que así sea o no. Sucedió que yo intentaba traer el evangelio a una comunidad portuguesa relativamente grande que allí habitaba, venidos de la guerra en Angola. Ya no venían de cuatro a cinco personas a las predicaciones que allí se hacían. Eso me destrozaba por completo.

No les estaba intentando traer cualquier religión, sólo intentando que salieran de ella y de sus riendas y amarras pertinentes, para que pudieran conocer a Quién los había creado de un golpe por todas. Cómo no oían los llamamientos y ni conectaban a las muchas invitaciones que les eran destinados, me puse delante de Dios con clamores agobiantes a preguntar “¿donde es que está el Dios de Elias?”, citando las palabras de aquel gran profeta Eliseo del Antiguo Testamento. A mi clamor en desesperación de justa causa me respondió el Señor con las siguientes palabras “¡te oí, aguarda y verás!”. Unos días más tarde, deflagró una bomba en un supermercado donde trabajaba una joven señora que tenía una hija de seis años. Nadie se hirió con la explosión de ese ingenio, a no ser la propia señora que en ese tiempo atendía a un soldado uniformado que ni siquiera un pequeño arañazo había sufrido con la bomba colocada a menos de dos metros de la caja. La señora murió allí aún delante de sus ojos con esquirlas de vidrios partidos esparcidos por su joven cuerpo.

¡Conocí creo, al día siguiente al esposo de la fallecida señora, que se convirtió unos días más tarde y que aún hoy vive para Dios! Pero esta fue la oportunidad que vino a traer no una, sino varias comunidades de portugueses de varias villas y ciudades en la cercanía a la iglesia donde el predicador era yo. El funeral transcurrió normalmente, no fuera todo lo que me estaba atravesado en el pecho. Revelé de tal modo contra ellos, demostrando que era necesario que falleciera alguien para que oyeran que estarían a un pequeño paso de la muerte, de la cual nunca se librarían por muchos esfuerzos que emprendieran. En el calor de mis palabras se veían personas llorando por el libertinaje que demostraban para con Dios – y los familiares directos y la madre de la señora que había muerto también decidieron allí que irían a buscar a Dios con todo su corazón, lo que acabó por acontecer.

No sé correctamente cuantas personas vinieron a conocer a Dios, pero mis palabras fueron especialmente dirigidas a quién tendencialmente nada hace por conectar al peligro en que sus almas se encuentran. Sé que hubo quién había hecho juramento de muerte contra mi persona por haberme atrevido a hablar de aquella manera, los cuales, días más tarde fueron ellos mismos heridos por la deflagración de un otro ingenio en la estación de correos local – creo que sólo esos salieron heridos de allá, más nadie. No quiero de manera ninguna hacer pasar la idea de que quién me amenaza acabe por herirse con las propias divisas, pero en este caso fue precisamente lo que sucedió.

Después de estas cosas, Dios me habló diciendo que había llegado la hora de ir hacia Portugal. ¡No tenía dinero suficiente para pagar el pasaje y tenía un auto viejo que ni daba para pagar el almuerzo en el avión si lo vendía, mucho más el pasaje! Ofrecí el auto a un chico que deseaba mucho poder comprarlo, pero que no podía sin vender la única moto que tenía y de la cual no quería deshacerse. ¡Fui para Pretória en el auto del chico que enviudó, habiendo hecho cerca de dos mil kilómetros, pasando también por conocidos y creyentes verdaderamente reales y majestuosamente realistas y amigos a lo largo del camino para de ellos despedirme, no sabiendo lo correcto como me llevaría Dios para Portugal no disponiendo del dinero para poder embarcar y sólo yo sabiendo de esa carencia!

Pero llegado a Pretória la noticia se esparció que yo me iba aunque, e inmediatamente apareció un señor portugués para pedirme un favor: quería que le trajera una suma en dinero para Portugal visto que cada persona que viajaba podía llevar del país sólo lo que la ley permitía. A intercambio de ese ‘favor’ a él no le importaría de pagarme el pasaje (¡qué por señal yo ya había reservado sin dinero!). ¡Y fue así que vine hacia Portugal, el día 18 de Diciembre de 1986, con mucho miedo por los rumores que corren en África sobre los inviernos de la fría Europa y por la nieve que normalmente los acompaña! ¡Pero finalmente serían sólo rumores y menos mal porque el frío no me es ni un poco atractivo!


CAPÍTULO 6

 

EUROPA

 

La primera reacción fue de estupefación y decepción, así que puse los pies en la tierra que tanto había ansiado ver. En África todos piensan en Europa como el continente de las muchas maravillas y prodigios, pero lo que yo había encontrado fueron calles muy estrechas, pobreza a la vista en muchos lugares, en el fondo todo muy diferente de aquello que esperaba y ansiaba ver. Recuerdo que andaba con miedo que pisaran el paseo a lo que conduzcan el auto por carreteras tan angostas como la marginal a la ribera mar a la salida de Lisboa. ¡El espacio que usábamos en África para una pista de rodaje, acá se usaba para dos! No que fuera así tan malo, pero como la expectativa era otra, nada más que acertar las agujas con la realidad que encontré en Portugal.

Me deparé entonces con otros dilemas que me ahogaron el espíritu en llanto: en casi cada esquina había una imagen de escultura, de aquellas que Dios condena que se adoren y por las cuáles destruye sin complacencia. Las profecías dicen “se caerán juntamente en la afrenta los que fabrican imágenes”; lo revelo del Señor sigue también, diciendo: “he ahí que todos son vanidad; sus obras (¡y se intentan practicar muchas por acá!) no son cosa alguna; sus imágenes de fundición son viento y nada”, y esto para no hablar en los mandamientos que dicen claramente “Yo soy el Señor tu Dios... no tendrás otros dioses delante de ti... no harás para ti imagen de escultura, ni alguna semejanza de lo que hay en los cielos, ni en la tierra... no te inclinarás delante de ellas ni las servirás: Porque Yo, el Señor, soy Dios celoso, que visito la maldad de los padres en los hijos... de aquellos que me aborrecen. Y hago misericordia en miles a los que me aman...”.

¡Bien, fue un gran choque ver todo esto y como si no bastara la gravedad de la cuestión, aún estaban a florecer! Pero, como no quiero que paren por aquí en la lectura de todo lo que escribo, dejémonos de citar la mentira, aquella que prende personas en un cautiverio y en una esclavitud durmiente sin par, la cual hace por adormecer con semblantes de verdad halagadas en imágenes religiosamente concebidas para que mejor pudieran engañar quién a estas se entregue; vamos es a la historia, por lo menos a lo que de ella resta. ¡Pensé mucho en venir hacia Portugal, pero cuando acá llegué, quería volver en esa hora! ¡Nunca vi tantas tinieblas tan compactamente juntas! Y para no mencionar el sentimentalismo con que a estas se dedicaban – se esforzaban por denigrarse ante ellos mismos y delante de Dios y cualquier verdad con un tal cariño especial por pedazos de barro y porcelana llenos de adornos engañosos y desviadores de atención sobre la muerte que tales cosas generan y cargan.

No veía elasticidad ninguna porque las personas se rechazan a buscar al Dios Vivo inteligentemente pero sólo por medio de muchos sacrificios infernales y sin cualquier lógica. ¿Cómo explicarles que tenían antes de esforzarse para que encuentren verdad y vida y no fábulas en forma de porcelana y barro? Parecían satisfechos en poder morir en las tinieblas y eso me hacía agonizar dentro de mí.

¡Sólo de pensar en las cosas sin valor e inútiles a las cuáles veía a las personas que se entregaban con tanta ‘lealtad’ a una supuesta libertad propia para morir en puro libertinaje! ¿Cómo se podrán entregar a imágenes que son más mudas que las estatuas en los centros de las ciudades? ¡Por increíble que parezca, es decir, lo que las personas llegan a hacer, se dedican al suicidio espiritual con un cariño que sólo es visto! Por eso nos habla la Biblia diciendo sobre tal ignorancia: “¿Quién forma un dios y funde una imagen de escultura, que es de ningún favor? (...) el carpintero emplea el almagre, aplana con el cepillo y marca con el compás: hace un dios a la semejanza de un hombre para poner en casa; (...) plantó un cedro y un pino, mitad corta y quema en el fuego y con ella asa carne; con la otra mitad hace de ella una imagen para delante de ella se inclina.Con eso se calientay cuece el pan: pero también hace un dios y se prostra delante de él; fabrica una imagen de escultura y se prostra delante de ella, del resto hace un dios, se arrodilla y se inclina y dice orándole ‘líbrame por cuanto eres mi dios’. Ninguno de ellos lleva esto a pecho y ya no tienen conocimiento (¡inteligencia!) para decir ‘mitad quemé en el fuego, de la otra mitad ¿haría yo una abominación? ¿Arrodillarme iba yo a lo que salió de árbol? ¿No está una mentira en mi mano? (...) Por eso se caerán juntamente en la afrenta todos los que fabrican imágenes, porque de mí se dirá: de veras en el Señor hay fuerza (¡al contrario de dichas imágenes!) y justicia; hasta Él vendrán, pero serán avergonzados todos estos...”. El disgusto de todo aquello penetró indefinidamente en el más interior recanto de mi ahogada alma.

No sabía hablar correctamente mi lengua materna, y balbuceaba palabras sin saber muy bien que decir sobre todo aquel panorama. Pienso que comencé a vivir un poco intentando desconectarme de la realidad que ante mí tan impiedosamente se deparó. No conseguía esconder una cierta angustia aflictiva que de mí se apoderó, llevándome a ni siquiera ponderar sobre aquella sabiduría de saber decir las cosas para mejor exponer el error. ¡Cómo experimentaba realidad sabia de la también real y consecuente condena de quien así vive y sobrevive del engaño!

Pero, la vida fue rodando porque los días siempre avanzan con destino correcto y, como el reloj, no golpean ni más rápidos ni tan poco más lentos que deben – prefigura si siempre una certeza absoluta de que vamos hacia el fin siempre en el mismo ritmo, de ahí muchos adormilados no se dan cuenta de cuán rápido pasa la vida, adormeciendo con los simple tic-tac’s de sus propias vidas de engaño que sólo es apetecida y privilegiada mientras permiten lujuria y descalabro evidentemente llenos de placer, ¡porque de otra forma nadie sería tan entregado a la religión así – la puerta de esos acaba por ser suficientemente larga para permitirles todo eso! Y gozar la vida hasta morir, como se dice por ahí, nunca fue solución aún, ni a la religión ni a la vida – estos son de aquellos placeres que generan muerte muy discretamente porque de otro modo sería imposible conseguir lo que el diablo también pretende.

Sin embargo, se perfilaba una lucha desigual entre yo y todo lo que me rodeaba. Comencé lentamente a bajar los brazos en completo desaliento, pensando que muy difícilmente habría solución para tanta idolatría y promiscuidad tan livianamente recogida sin siquiera consultar la conciencia y el buen sentido. Si hablara, los lobos me devoraban; si no hablara, me devoraba yo a mí mismo en plenas angustias de espíritu – ¿qué hacer? Me sentía solo en un mundo completamente perdido, pareciendo que nunca más vería la luz. David dijo sin embargo “hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” (Salmos 27:13). Yo, sin embargo, ya no tenía así tanta esperanza. Por esta razón me volqué hacia dentro, dejando que me viniera algo a decir que hacer ante situación tan estrepitosamente superflua y en pleno descalabro, seguramente.

No veía con buenos ojos el tener que esperar así mucho tiempo por saber lo que hacer – pero tal estado de desaliento en que fui tragado no me permitiría oír a Dios, porque su “nombre será siempre (mantenido como) grande entre las naciones” ¡Y yo acababa de pasar para un estado de espíritu que por señal también acababa por ser ofensivo contra Dios y contra la Verdad! Llevé dos o tres años a ambientarme a aquella situación, que sin embargo había intentado enfrentar pero sin modo. Así, comencé a resbalar para el mismo alcantarillado en que se encontraban quienes me rodeaban. Lo más difícil fue la primera maldad – la segunda estiró la tercera y la cuarta ya embalaba. Disgustado con Dios, comencé a deleitarme en lo que el mundo ofrecía, sin nunca sin embargo sentirme parte integrante de él. El disgusto de no ver a Dios salvar a los que me rodeaban era más que evidente y entonces comencé a pensar que había prometido a Dios seguirlo si Él hiciera como había prometido hacer, pero tal cosa no podía ocurrir nunca en aquel estado de espíritu en el que me hallaba constantemente.

El mal de todo esto es que nunca imaginé que pudiera sentirme tan miserable como pasé a sentirme y aún más después de haber experimentado tanta vida sin par. Ya no quería pensar que podría perder todo lo que había encontrado, por eso me cerré repentinamente sin levantar un dedo para parar de resbalar. Las memorias de como Dios hablaba conmigo antes, respondiendo a la oración lista y eficazmente, eran ahora espejismo de bajo valor, todo porque me encontraba constantemente amargado con el contenido de todas las ocurrencias a mí alrededor. No dejaba sin embargo de pensar en Dios nunca y raramente no me sentía forzado a volver a la plenitud de la verdad que había perdido así de aquel modo tan infantil.

El auge de todas las cosas fueron las voces que oía constantemente para engañarme con el engaño parecido con la plenitud de la verdad que había perdido. No quiero aquí especificar todo lo que pasó, haber visto personas envueltas en mis desvarios sin fin que no quiero de modo algún cargar para esta mi confesión. Mujeres y señoras bonitas comenzaron a golpearme a la puerta mandadas no sé así como ni por quien, muchas de las cuáles se sentían muy bien acompañadas por la semejanza tranquila de espíritu que aún mantenía de mis tiempos áureos. De una manera o de otra demasiada nada se pasaba – acababan por cerrarse en si, no sé si era Dios quién así no permitía que resbalara de vez, o si eran sólo situaciones normales por los qué muchos pasan. Nunca llegué a percibir muy bien las cosas. Si antes aún me condolía de Dios que ya no operaba como había operado antes conmigo en los desiertos del país que había dejado para atrás de mí, ahora ya ni eso – comencé a desarrollar una lucha contra Dios por Él haberme abandonado’ y yo mismo comencé a conspirar contra mi alma.

Comencé a desear ya no pensar en Dios y a desear que pudiera vivir una vida normalísima como todos los otros – pero tal cosa se hizo en un simple espejismo cautivado en desvanecerse cada vez más. Pasaba los días en la playa a ver si descubría algún medio de huir al infierno enfermizo en que me encontraba forzado a padecer. Lucidez de espíritu y claridad mental fue la cosa que nunca me llegó a faltar, mientras más no fuera sólo para conseguir ver mucha más clara la situación deplorable en que me enredaba y en la cual mientras más me movía, más desaparecía bajo fuertes acusaciones que sólo conseguía engañarme con otras contra acusaciones contra Dios, culpándolo por la calamidad espiritual en que me encontraba tan súbita y repentinamente, aunque la mano de Dios no fuera demasiado corta para de tal estado poderme salvar, “pero vuestras iniquidades hacen separación entre vosotros y vuestro Dios para que no oiga” ni atienda (Isaías 59:1,2). Si la vida era real antes, ahora también era aquella muerte interior.

¡Nunca conseguiría, sin embargo, entregarme a vicios como el tabaco y la bebida porque odiaba aquel tipo de pecado tan mecanizado que lleva a las personas a que se destruyan desapercibidamente, pero no porque lo hiciera por Dios pero sí por mí, si es que tal cosa valía la pena aún! Pero, ¿ qué decir de todo lo quepasaba en mi intimidad y que acababa por guardar sólo para mí? ¡Durante los años siguientes ni los amigos eran consuelo, aunque me esforzara para convivir con quien había conocido, también porque nada más tenía para hacer! Intenté muchísimas veces emplearme sin conseguir, habiendo sido sostenido no sé así como. En todo Dios estaba contra mí: de día y de noche veía su mano a acelerar las cosas siempre a mi desfavor. Constantemente, soplaba dentro de mí una voz y un llamamiento de volver, pero me endurecía bruscamente siempre que la oía. No conseguía oír aquella voz sin más embrutecerme en tristeza y agonía sin par, ni que fuera cómo que en búsqueda de alivio del constante dolor de perdición que sentía a menospreciarme constantemente.

La única solución sería engendrar alguna manera de hacer con que Dios me dejara de hablar, porque cada día que pasaba, no conseguía resistir a ser más vil aún dentro de aquello que pensaba ser razonablemente aceptado, sin que tal me viniera a desflorar en total abandono. Sólo quería dejar de oír a Dios llamarme de vuelta. Pero ni tal estado de perdición llevó a Dios a desistir de mí. Comencé a ir a jugar en casinos, pensando que así Dios ya no me hablaría, pero lo que más me sorprendió fue que hasta allí Él me hablaba. ¿Pensaba yo que Dios tendría algún problema en ir allá hablar conmigo, si fuera para buscarme de vuelta? Tal como Jonás, intenté de todo para huir de Dios, pero vanamente. Ni en el mar más tempestuoso sería ignorado y yo también allí veía la mano de Quien yo nunca querría ver.

Comencé entonces a dedicarme a la fotografía, visto tener una cierta aptitud natural para tal hobby. Compré una buena máquina fotográfica y no tardó en que aparecieran las modelos. No las fotografiaba sólo por tentación, sino también porque tal vez así me viera libre de oír a Dios llamarme de vuelta constantemente. De ahí a fotografiar mujeres desnudas fue un paso – pero eso me disgustaba de una cierta manera e intentaba esconder eso lo más que podía. Me hacía pasar por quien me gustaba a aquel que hacía, mostraba a mis amigos mis ‘aptitudes’ sin nunca inculpar a quién posase desnuda para mí, pero me sentía cada vez más infeliz. De tarde en tarde lloraba en silencio en mi cuarto. ¡Mis días de festim en carne putrefacta estaban lentamente por terminar – y Dios vio eso también, si no fue Él quien operó tal estado de espíritu mismo! Pero, estaba demasiado lejos de la herencia que había perdido por los ladrones de mi alma.

Me asemejaba a alguien que sabe nadar bien pero que, aunque no temiendo el agua ni sus profundidades debido al conocimiento de quien las controla, ya nada o casi nada hacía por nadar en ellas, pues sabía de antemano que acabaría por ahogarme. Aunque no hiciera el bien, tampoco conseguía ver belleza en el mal – si callará nunca más vería el bien, pero eso también ya no me asustaba porque, en el fondo, me encontraba bastante lejos de la tierra prometida y, por señal, demasiado amargado para poder reaccionar contra cualquier descalabro, fuera este eterno o no. No me conseguía contener contra las tentaciones que me aparecían de todo y cualquier lado. No veía porque me había de contener de fluir con la multitud a mí alrededor, así siendo.

La amargura contra Dios aumentó sus proporciones livianas, visto yo siempre pensar que fuera culpa de Dios yo haber entrado en aquella cueva infinita de media luces donde veía siendo ciego, y oía no queriendo oír. Sabía de toda la verdad sobre todo lo que nos está reservado después de la muerte, pero aún así no era ese mi dilema porque sabía que el mal menor en medio de esto todo sería el infierno, aún siendo eterno – lo que no sabía perdonar, ni Dios ni a mí mismo, era aquella pérdida de vida eterna que antes había abundado en mi interior con tanta intensidad. Lo peor de todo sería pasar sin aquella vida y sin el soplo de vida que él a todos da pero que de todos los impuros, como yo había pasado a ser, abandonaría para que sintieran su pérdida. ¡Sólo tendremos aquello que deseamos de Dios: ni más ni menos que separación de Él y del soplo que nos dio!

Yo no voy a describir aquí todo lo que pasé en muerto y bien camuflado silencio, pero estando por un lado a revelar, espero ser perdonado por quien yo traté con marañas de perdición continua y en plenitud de terquedad contra el bien y lo bello. A todos pido perdón, esperando que pueda un día recompensar con vida la muerte que os ofrecí en una de mis bandejas corrompidas por la perdición que en mí reinaba y se hacía sentir: que el mal que hice sea os repartido en bien para todo el siempre.

Mi Dios me llamó de vuelta y se esforzó pero además de la comprensión para salvarme, perdonar y que os pueda aun así transmitir vida, remitiéndoos al único camino posible para vuestras vidas: precisamente aquel que no quieren, o por que pertenezcan a una iglesia o por si delician aún a lo que mata sin llamar atención sobre el dolor que en los sonambuliza para la perdición. Pero así, haciendo todo por declararme culpable en todas las tonterías irracionales en que me metí, he dirigido ahora por un camino de ir a tener con quien hice apenas para regularizarme ante todos – los contactos personales ya hechos fueron una manera de restablecerme ante lo que perdí. Pero, voy a acabar aún el resto de la historia, demostrando como fui a parar a aquellas manos poderosas de nuevo y de las cuáles espero nunca más poder venir a salir. No me alargaré mucho en este capítulo, porque habrá aún mucho más para contar.

 


CAPÍTULO 7

 

EL REGRESO SIN RESENTIMIENTOS DE PARTE DE QUIEN SABE PERDONAR PARA SIEMPRE

 

En una bella noche, fui para mi apartamento dejando a mis perros en casa de mi madre. Aquella voz de Dios era cada vez más insistente y no dejaba ningún margen de dudas sobre Quién me llamaba – ahora ya no había aquellas voces de engaño, pero sí la de un extraño conocido que cada día que pasaba más insistía que el tiempo era corto demasiado para ser desperdiciado con aquellos rechazos en asumir que sería sólo mi orgullo que me separaría de nueva vida, de nuevo. Pero, además de la voz, había una constante e involuntaria conciencia de que estaría siempre para ser llamado de vuelta. ¡Dios es tan benévolo que no mira los medios para quitar a alguien de cualquier estado de antipatía, sea esta agnóstica o no, o de cualquier simpatía hipócrita para con Él, que sólo nos detiene del bien ser real en cualquier vida!

Si Dios me perdonó, como de hecho fue lo que seguramente pasó conmigo porque dentro de mí, cargo ese testimonio que no sólo es mío sino real y profundamente purificador, imagínese lo que hará Él a cualquiera que a Él venga por y largar sus cargas de pecado y crimen – ¡no crimen contra la humanidad, pero contra Dios y contra la propia vida, porque cualquiera que no busque a Dios sólo lo hace conspirando contra sí mismo!

En esa noche que fui para casa a intentar dormir, llevé conmigo una carta que había recibido con una circular de la zona donde Dios aún ha operado toda aquella majestuosa obra en Sudáfrica, la cual leí por primera vez en mucho tiempo, visto las otras que siempre sido juegos fuera sin darme al trabajo de leerlas siquiera. Aquella carta era de tal modo inspirada que sucumbí en un llanto de tal orden cuando la leí, que no sabía como parar para poder recibir a Dios de regreso. Contenía simples palabras, pero contenían también una vida tal en sí que me penetró hasta lo más íntimo de mi ser. Pero, aún así, sentía una vergüenza enorme en volver para Dios, principalmente porque me ‘había habituado’ a aquella vida de tener miedo y vergüenza de hablar con Dios abiertamente – cosa que no tenía antes de dejar a Dios. Por esa razón, el haber sucumbido ante la graciosidad de aquel amor de Dios, al haber venido a mi encuentro para poder olvidar de todo lo que yo había hecho contra Él, no duró mucho.

Pero la vergüenza que sentía en volver a andar con Quien había vivido tan bien me llevó, el día siguiente, a retroceder, lo que me hizo quedarme duro como granito de nuevo. Un pecado endurece de tal manera que ni el amor de Dios consigue prevenir tal ocurrencia – por el contrario, parece que lleva a las personas a que se enfurezcan más aún. Comencé otra vez a recordar todo por lo qué pasé y tal vista desgraciadamente panorámica me trajo de regreso el rencor de aquella tristeza profunda contra Dios que sabía camuflar muy bien delante de cualquier persona.

No quería volver más para Dios, pero estaba, triste y con aquella vergüenza que sentía dentro de mí por las atrocidades que sabía que eran grandes, pero que el mundo a mi alrededor que ahora se iba a preguntar e inquirir sobre mi súbito cambio nunca llevaba a mal, cerraron la posibilidad de volver a tener cualquier tipo de paz de nuevo. “Pero los ímpios son como el mar en tempestad que no se puede estarse quietos y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios para los impíos” (Isaías 57:20,21). Luchaba, y respondía negativamente a Dios que me había comenzado a llamar por las últimas veces. Una de las maneras de salir ileso de la culpa de la resistencia que ofrecía resueltamente era comenzar a creer que aquellas voces siempre me engañaron y ¿porque iría yo ahora a dar oídos a algo que no sabía si era Dios llamando o no?

Pero había llegado la hora del ajuste final de todas las cuentas – y fue demasiado real para poder describirlo aquí en palabras. No sé correctamente a que horas pasó, ni como todo comenzó, pero cuando intenté ir a dormir, unas noches después de aquella en que sucumbí en lágrimas bajo el efecto de aquella demostración del amor de Dios para conmigo, oía claramente a Dios decirme que vuelva y a mí mismo a responder que no volvería, intentando apaciguar mis sentimientos de culpa con el pensar en como Dios era injusto para conmigo durante todos aquellos años. Aunque engañándome a ese respecto y sin querer de algún modo intentar definir culpables de este enredo con remedio simple, fiscalicé todos mis horizontes de defensa contra Dios para que pensara que tendría algo de razón y que no fuera sólo remota la posibilidad de defenderme. Pero el Señor no andaba con la mínima disposición de discutir ni culpas ni culpables, aún en el fondo siendo estas sólo mías.

Lo que Él quería discutir conmigo sería mi futura obediencia espontánea en aquella que vendría a ser mi última noche de rebeldía sin paralelo en las historias que conozco de personas que vienen a Dios – de hecho, sé de casos que por mucho menos fueron derecho para el infierno. Pero, por alguna razón que nunca sabré precisar, permanecí para contar a cualquiera que quiera oír mi historia.

Los horizontes de defensas estaban bien definidos, delineados y salvaguardados para cualquier eventualidad de que fuera Dios quien estuviese hablando conmigo así tan incuestionablemente. Pero en una guerra nunca hay culpables si todos los que se resuelven entender y por esta razón Dios saltó por encima de mis barreras tan bien armadas porque Él sólo pretendía la paz con un culpable y dijo sin dejar margen para que dudara de Quien me estaba hablando en aquel momento: “¡ésta es la última vez que te llamo – si no vienes experimentarás los horrores de una muerte horrorosa y de la cual nunca podrás escapar jamás!” ¡Bien, las cosas se quedaron sin defensa posible esta vez!

¡Si callar no era Dios, pensé pero muy en voz baja no fuera yo ser oído! Pero no podía jugar más con aquel balón que ni querría coger. Pero tampoco podía más dejar de contemplar presa en mi mano llena de pecado y crimen contra Quien me creó. Andaba con miedo de pasar el balón para el lado de quien yo sabía era justo. ¡Pero, yo no sabía lo que Dios me quería decir con ‘la muerte’, ya que había dicho ser horrorosa! Pensé que iba a morir o algo así. Pero no me asusté así tanto como eso, tal vez a causa de la duda que silenciosamente se iba apoderando de mí – no estaba enfermo y por eso no veía como podría morir así tan repentinamente. Sin embargo, mi vasto criterio para situaciones complicadas se agotaba viendo en largos segundos que más parecían eternidades que por mí pasaban a alta velocidad.

En los momentos siguientes me ocurrió algo que tendré mucha dificultad en describir en palabras, pues no expresan mínimamente el tipo de muerte que por mí pasó. ¡De pronto sentí un vacío de vida tan grande dentro de mí que instintivamente pensé que estaba muerto y separado de cualquier vida! Yo no estaba físicamente muerto, pero una tal ausencia de vida se hizo sentir dentro de mí, que más parecía unas densas tinieblas sin ninguna esperanza de retorno de un abismo sin luz en el cuál fuera lanzado no sé como. Pero lo peor de todo eso era una plena conciencia más que angustiosa e indescriptible de tinieblas que de mí se apoderaron sin golpear a la puerta siquiera. Yo no estaba muerto pero sí, sin ninguna vida.

¡Era agonizante lo que sentía, porque la ausencia de vida que por mí pasaba había venido para quedarse para siempre – esa fue la conciencia más horrible de poder aceptar! Me acordé de la eternidad que tantas veces había intentado comprender y entender. Pero ahora no sería importante entenderla, porque pensé nunca más poder venir a salir de ella. Que horrorosa se hizo aquella angustiosa pérdida de vida. Ahora comprendía lo que sería muerte eterna, es decir, estar siempre muriendo sin nunca llegar a morir. Sería estar muriendo eternamente y comprendí que lo peor de todo no sería el infierno finalmente. El infierno será sólo el lugar donde disfrutaremos de aquella muerte sin fin. Momentáneamente al percibir lo que era la muerte eterna de la cual la Biblia hablaba – que era morir constantemente sin nunca estar muerto, siendo de verdad muerte eterna, sentí que era el fin.

¡Pero ese fin no era tan penoso como aquella muerte que sentía tan fuertemente, de la cual tenía plena conciencia sin par! Era terriblemente densa, palpable y desgarradora. Sólo de pensar que nunca más saldría de ella, que pasaría los millones de años siguientes en aquel estado de muerte sin morir, percibí que el fuego del infierno comparado con aquella ausencia de vida, sería la parte menos mala del justo castigo de Dios a quien desprecia la vida eterna que Él da. La ley de Dios es “ojo por ojo y diente por diente” y quien rechaza vida eterna tan bella como la que sólo Él da, ¿cuál será la pena justa para tal crimen tan negligente? Si la vida que Él da es eternamente bella, lo opuesto de aquello será el sentir eternamente un género de muerte horrorosa que nunca más tiene fin. En aquella angustia me quise tirar del 7º piso donde vivía – fue mi primer pensamiento.

La muerte que se hacía sentir en mí era tan densa, tan real que nada más había de hacer sino tirarme de allá para abajo e intentar esconderme en una muerte física que de nada me valdría por descontado. ¡Paré porque sabía que cuando estuviera físicamente muerto sentiría y experimentaría lo mismo o peor que aquello que en mí se manifestó para atormentarme para siempre! De cierto modo pasé por aquello que Judas Iscariote pasó poco tiempo después de haber devuelto aquellas sanguinarias y reales monedas de plata con que había vendido a Cristo a la muerte – experimenté lo que por él también pasó. La diferencia entre él y yo , fue que yo paré para pensar mientras este se suicidó sin acordarse que tantas veces antes Cristo le había dado indicios de que también lo podría salvar después de tal traición. ¡Yo considero aquello que hice peor que lo que Judas hizo y si Dios me perdonó, mucho más lo haría a él si este sólo tuviera la serenidad de poder clamar a quién puede perdonar de cualquier crimen y pecado!

Milagrosamente, aún asfixiado por mi terrible y más que lúcida conciencia de aquella intolerable e irremediable ausencia de vida, o muerte eterna, paré por unos instantes reflejando, bien lúcido de que era el fin y que durante millones de años nunca más saldría de aquella situación imposible de ser descrita con precisión. Esta muerte no sólo no nos quita cualquier lucidez como hace con que estemos en ella bastante más lúcidos. ¡Todo había acabado allí y estaba muy consciente de toda aquella realidad sin fin – ya no habría vuelta posible! Que horrorosa era aquella perspectiva de eternidad sin Dios, sin soplo, es decir sin vida. Nosotros, acá en la tierra, vivimos a la cuesta de un soplo que Dios dio ya desde Adán a todos los que vinieran nacidos de Eva.

Esprecisamente este soplo que será recogido de nuevo, el cual pensamos soberbiamente pertenecernos. Lo peor de todo es que nos mantendremos en plena conciencia, pero sin soplo de vida. Las personas hacen por ignorar a Dios, sea por vergüenza, incredulidad u otros. Pero Dios hace con que todos los que así lo ignoran que pasen a ser ellos los ignorados por la fuente de vida que tan livianamente hicieron por despreciar. “¡Quién se averguence de Mí delante de los hombres, yo me avergonzaré de él delante del Padre!” Por esta razón leemos que muchos querrán pedir a las montañas que los engullan cuando sea la venida de Cristo, conforme nos narra la Biblia.

En aquellos milésimos de segundo de reflexión en destreza con total ausencia de emoción, me puse a reflejar en velocidad supersónica en todo lo que conocía del ser de Dios en sólo un momento (¿ya alguien pensó tan rápido así?) y decidí que aquel no sería mi fin – y no fue, por eso mismo que estoy aquí contando lo que por mí pasó! ¡Una fe sorprendente sacudió toda aquella situación, de tal modo que no era ni emoción ni algo que se pareciera con la fe que remueve montañas – era una que transformaría el mundo si para esa finalidad estuviera a clamar, porque hasta el cielo se hizo mover en mi dirección! Dije: “¡Oh Señor, espera ahí! ¡Vamos a conversar! ¡Puedo llegar a un acuerdo contigo donde Tú impones las condiciones!”

No sería posible creer en Dios en aquella muerte que se hace sentir así tan vehementemente. Pero como tuve a Dios por fiel a Su palabra, llevé su promesa a mis labios y él devolvió como el soplo que de mí había retirado. ¡Tan repentinamente como había desaparecido, la vida que ahora sabía y habíae experimentado nunca haber sido mía finalmente, volvió como que por encanto! ¡No da para describir no sólo el alivio que sentí con aquella vuelta de vida que por señal ahora estaba destinada a ser eterna, como también el sentimiento de gratitud que de mí se apoderó por estar vivo y bien de vuelta a la tierra de quien respira! Sentidme pequeñito delante de Dios, sentí que aquel Dios sería tan justo que no dejaría a alguien clamar a él sin ser oído.

Tengo conciencia que muchos teólogos contestarán lo que aquí afirmo, pero la razón porque Dios no salvará directamente del infierno, será porque las personas no conseguirán pensar sino mal de Dios dentro de tales tormentos eternos. Existe una promesa que dice “aquel que clame a su nombre será salvo”. No dice aquí de donde ni quién. Por eso decidí conversar con Dios allí y ahora sobre todo lo que tendría contra Él y darle una oportunidad que no tuviera fin nunca más de Él clamar dentro de mí salvando de todas las acusaciones que yo tenía contra Él, para que ya no continuara dentro de ellas con la posibilidad de volverme contra Dios otra vez, ya que habría la exigencia también de ser sincero conmigo mismo.

Oía una voz que nunca más confundí y aprendí a conocer bien a partir de aquel momento llave de retorno a la vida. Me decía: “¡esto es gracia, nunca más te olvides; es decir lo que es gracia y misericordia, de las cuáles no te gusta oír hablar, acuérdate para siempre!” ¡Pero las sorpresas no pararon por aquí! Mucho más de pronto que cualquiera otra manifestación de amor alguna vez demostrada, toda aquella vida que había perdido cuando había dejado de poseer a Dios dentro de mí, volvió en proporciones redobladas, recibiendo un tal bautismo del Espíritu Santo que no esperaba siquiera. Esta fue la respuesta a mis pedidos de salvación de aquellas acusaciones que aún podría tener cómo justas contra Aquel Ser maravilloso. ¡Tanto así fue que me acordé de todos los versículos y pasajes de la Biblia que habían traído tanto confort y vida sin par – sólo que ahora traerían mucho más! ¡La vida había vuelto! ¡Aleluya! Ondas interminables de amor traspasaban todo mi ser.

¡Estaba de vuelta a la comunión y la interconexión que se había interrumpido años antes! ¡Sólo que ahora había una gran diferencia – yo ya no era el mismo, ni el mismo había encontrado y dejado a Dios! Me sentía cómo que en la más alta y bella montaña de la creación de Dios, pero más pequeñito y nada sería llevado más como anormal. Había acabado de pasar por realidades incomprensibles, entonces nada más me era anormal. La doble vida que llenó todo mi ser era mantenida en estado de gracia, siempre como una normal dádiva y no más como algo sobrenatural y es precisamente esto que quiere. No se puede pensar que aquella vida que Dios da sea sobrenatural porque no lo será seguramente. Más aún, sus proporciones podían ir aumentando sin que yo me admirara o dedicara a mantenerla manualmente – era aquella vida que ahora reinaba y no más yo. Percibí entonces lo que es el reino de Dios con más profundidad aún. Es y era y será un reino por dentro de cualquier ser aquí y ahora, de ahí que en el Padre Nuestro seamos enseñados a pedir ‘venga tu reino’.

Más bonito aún se hizo después de sólo haber acabado de salir de aquel agujero sin vida que la Biblia describe como un abismo sin par. ¡Era un gigantesco agujero en vacío de vida, lo cual nunca pensé ser posible! ¡Y era verdad, tan verdad que todo se había hecho nuevo, no nuevo como de la primera vez, sino muchísimo más! ¡Y fue así que comencé a vivir resucitando de un abismo ya sin vida que me había dejado a sólo un pequeño paso de la peor parte que nunca me gustaría pasar a experimentar! Si todo aquello era tan nefastamente abominable y sin ninguna vida, imagínese lo que será ir más a fondo y ser consumido por llamas que nunca más terminarán. Por esta razón Cristo dice “donde su bicho no muere, ni su fuego se apagará”.

Este será el precio a pagar por quien pretende continuar ignorando a Dios, ya sea INTERCAMBIÁNDOLO por imágenes, por una vida religiosa o no, o por cualquier otra. ¡Si Cristo es vida, sólo puede ser intercambiado por vida misma y esta misma y auto conducida y encima! Cualquier tipo de vida que podamos mantener fuera de Dios será siempre en en lugar de aquella que Él ofrece sin dinero. (“¡Venid, comprad sin dinero oh necios!”) ¡Es aquí, en aquel foso sin ninguna vida donde ya no contará el orgullo del hombre, donde nadie más notará la diferencia entre negro y blanco, rico o pobre! ¡Bienaventurado será cualquiera que consiga entrar en el estado de espíritu de poder oír a Dios antes de su muerte!

A todos los escépticos que dudan de la veracidad de lo que aquí describo con mayor o menor dificultad, también a aquellos que se preguntan si esta experiencia tiene veracidad Bíblica, yo quiero demostrar que sí, citando la oración del profeta Jonás que aquí transcribo para que no se piense que ando fuera del contexto de las escrituras, las cuales deben ser nuestro único y último recurso para ultimar cualquier verdad. Dios también dice que vendrá en una hora que nadie espera, como un delincuente de noche. Aquí se sigue algo similar a lo que conmigo pasó.

Y oró Jonás....

Y dijo: Invoqué en mi angustia a Jehová, Y él me oyó; Desde el seno del Seol clamé, Y mi voz oíste.

Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, Y la corriente me rodeó; Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí.

Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; Mas aún veré tu santo templo.

Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; El alga se enredó a mi cabeza.

Descendí a los cimientos de los montes; La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; Mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío.

Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová; Y mi oración entró hasta ti en tu santo Templo.

Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan.

Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; Pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová.

 

Y yo digo ‘amen a todo esto.


CAPÍTULO 8

 

¡NUEVA VIDA, DE NUEVO!

 

En ese tiempo, mi situación familiar no podría estar peor. Mi familia me había rechazado por completo y si pudiera transcribir la situación al papel, tendría que usar de mucho tacto para no herir a nadie. Sin embargo, no consigo describir muy bien todo lo que había pasado entre mi familia y yo anteriormente. ¡Por su turno, mi hermano había consultado cinco brujas diferentes que supuestamente le dijeron todas las mismas cosas, es decir, que mi madre le hacía mal por medio de brujería y que por esa razón él lo pasaba mal en su vida material y no sólo! Mayor disgusto no podía haber afectado a mi pobre madre. Esta lloraba indeterminadamente por sufrir mucho por la inocencia que le pertenecía en esta situación específica.

En cuanto a mí y excluyendo a mi madre, mi hermana mayor y tal vez mi hermano, la relación que comenzaba con el resto de la familia adulta era de cortar al cuchillo – y así se mantuvo durante mucho tiempo, viniendo a reformarse lentamente por cosas operadas por Dios y por el silencio a que me había remitido de cualquier acusación más o menos grave y más o menos injusta o no. Sabía que por detrás de aquella situación impar en mi vida había un proceso de demolición de falsa esperanza y que todo se desmoronaría en cualquier momento. Mi padre vivía bien en ese tiempo, poseyendo una firma de construcción civil que le daba bastante ilusión acerca de la vida en sí – se sentía muy seguro en el mal. Fue más o menos en ese tiempo que yo fui humanamente ‘expulsado’ de los negocios de la familia, lo que me causó gran consternación. Nunca había ayudado por salario siquiera, siendo acusado de cosas que intenté hacer a escondidas para bien de todos a causa de la irracional terquedad de mi padre en destruirse lentamente y a su manera.

Fue más o menos coincidente con este tiempo que todos los acontecimientos del inesperado reencuentro con Dios que arriba describí mínimamente, aunque no pueda necesitar así con tanta exactitud la cronología de todas las ocurrencias. En aquella noche en que había experimentado tanto de la orilla del Cielo como de la del infierno, estuve horas de rodillas a limpiar mi era, tal como Juan el Bautista dice acontecer cuando Él viniera (¡principalmente hasta nosotros!): “¡y también está puesto ahora el hacha a la raíz de los árboles; todo el árbol que no produce... es cortado y lanzado en el fuego... yo bautizo con agua, pero Aquel que viene después de mí (cuando viene)... os bautizará con Espíritu Santo. En Su mano tiene la pala y limpiará su era y recogerá... su trigo y quemará la paja con fuego que nunca se apagará!” También dijo Cristo “vigilad y orad porque no sabéis la hora que Vengo”.

¡Todo lo que hice en esa noche fue enteramente con un espíritu voluntario, sabiendo de antemano que podía optar por no hacerlo, guardándose Dios también en la opción de bendecirme futuramente o no! Pasé en revista todas las tonterías que había emprendido, medite el bien y el mal que había consumido y escupía fuera todo lo que poseía sabor a muerte. Leemos en las Escrituras que cualquier pecado genera la muerte (interior) y que por esa razón no conseguimos ver a Dios operando en nuestras vidas. Ahora que había reencontrado el paraíso, estremecía sólo de pensar que podría perderlo por una simple infantilidad, al intentar mantener algo en mí que operara esa dicha muerte sin fin. Las escrituras dicen: “...y acontezca que oyendo las palabras de esta maldición se bendiga en el corazón diciendo: ‘tendré paz aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed”, Deuteronomio 29:19.

La cuestión es que se piensa siempre que por que hemos encontrado a quien nos quiere y también nos quiere quitar del mal a cualquier precio, pensamos que el mal nunca nos visitará si continuamos creyendo en Él de una forma idiota y semi-religiosa, permitiéndonos vanidades de pensar gastar nuestro corto tiempo acá en la tierra en historias de mentiras contra nuestra propia existencia en Dios, juntando ‘ la embriaguez quite la sed’. A tales aconseja Dios que se hagan sabios diciéndoles: “...entonces fumigará la ira del Señor (...) y Él borrará el nombre de tal hombre debajo del cielo...”, diciendo aunque “sabio es hombre que cuenta sus días acá en la tierra”. “Yo sé tus obras que no eres frío ni caliente... así que no es frío ni caliente, te vomitaré de mi boca para fuera. Como dices ‘rico estoy y de nada tengo falta y no sabes que eres pobre, desgraciado, ciego y desnudo. Te aconsejo que de mí compres oro refinado en el fuego... sin dinero y sin precio... para que enriquezcas (¡de verdad!)... he ahí que estoy a la puerta y llamo, aquel que oye mi voz y abre la puerta, entraré... y con él cenaré.”. Era lo que aquí se desarrollaba – Él cenaba literalmente conmigo, habiendo traído de lo mejor de Su granero y fuente para que ‘‘nunca más tuviera sed’’.¡Hurgué todas las piedras sueltas que había en mí, limpié de un golpe por todas todo lo que me aparecía en el frente, buscaba todo lo que fuera criminal y pecaminoso, pasado y presente, todas las acusaciones la que me había sometido contra Aquel maravilloso Ser que no tiene culpa siquiera de los errores que los humanos piensan de Él!

Experimenté un poco en forma real y visible (si es que tal sea mínimamente comprensible) lo que dice Dios a quién se pretende entregar a la confesión en arrepentimiento: (los versículos que aquí se siguen son una verdadera discreción de todo lo que conmigo pasó) “ Venid luego, dirá el SEÑOR, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, serán tornados como la lana. Si quisiereis, y oyereis, comeréis el bien de la tierra” Y másCuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre tiene misericordia de los hijos, tiene misericordia el SEÑOR de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda que somos polvo. El varón, como la hierba son sus días, florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció; y su lugar no la conoce más. (Isaías 1:18, Salmos 103 12-16).

¡Yo iba experimentando, en la práctica, esta cosa que es más maravillosa y real que las palabras pueden transcribir, por muy imaginativas que estas sean! Yo sentía literalmente cargas que eran removidas y lanzadas lejos de mí, para nunca más verlos – tan lejos como estaba el oriente del occidente. ¡No quiero decir que todos tienen que pasar por semejante cosa para que sean perdonados, pero para que se sientan perdonados nada mejor que ‘luchar’ con Dios personalmente en tiempos de bonanza principalmente y mientras aún es día, para que Dios pueda decir, principalmente a quién no se deja impresionar con tal revelación de amor a la primera vista, “¡he ahí aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!” (Juan 1:47). Tales manifestaciones de amor interminables como que pasaron por mí traspasándome continuamente sin que nada pudiera hacer en contrario, dejando un rastro de gloria que difícilmente se borrará que mientras estuviera acá en la tierra. Pero tal cosa no se verá en sí mientras no se decida a pagar cualquier precio, grande o pequeño, para encarar y aceptar las realidades que por cualquier persona se podrán essencializar muy definitivamente.

Después de pasar horas a hilo en este pie de guerra contra la era que ya de sí me era bastante sucia y mal oliente, demasiado sucia para que en cualquier momento sin Dios pudiera venir a creer que tal limpieza en perdón sin fin fuera de verdad tan posible y tan real, aún así no me acomodé con aquella presencia majestuosa de la cual yo ahora había pasado a formar parte. ¡Ya ahora que era posible, no se podía perder más tiempo en contemporizar con la incredulidad que nos lleva a pasmar con lo que no debemos, aceptando la razón por la cual Dios se dio tanto trabajo en intentar alcanzarnos de una vez por todas, no fuera todo aquel esfuerzo hecho van por caprichos que son comunes a todos los humanos incrédulos: es decir, en obras de la incredulidad!

Muchos hay que se impresionan con un simple alarido de la real presencia de Dios a causa de la natural incredulidad que en ellos abunda frecuentemente por que están naturalmente o degenerativamente tan separados de Dios en persona y esto profundamente e interiormente. Sabía que la razón de aquella gran manifestación de parte de Él, no era mostrarme que Él aún era, pero que sería la única oportunidad de limpiarme convenientemente. ¡El aplazar de las cosas podría traer una muerte súbita arriba de nuevo, estando yo muy poco interesado en que tal cosa ocurriera! Tal como Elias no se había impresionado con las grandes manifestaciones de Dios en el desierto cuando huía de las lanzas de muerte de Jezabel, así no me podría dar al lujo de contentarme con lo mucho que por mí ya pasaba, sin asegurarme que podría mantener su presencia para siempre. Entonces me puse a conversar con Él sobre todo lo que me infortunaba y, maravilla de las maravillas, Él me oía con una voluntad tan grande que no pude olvidar nunca más la manera como todo se resolvía.

En Isaías 59:1,2 se lee que su oído no es sordo para que no pueda oír, que sólo nuestras iniquidades hacen separación entre nosotros y Él. Yo experimentaba lo que era aquello de Jesús no poseer un oído que no oye. Hasta las cosas más banales a mi ver y que para el Señor serían grandes cuestiones, eran listamente resueltas con una precisión meticulosamente característica sólo de Él. ¡Si piensa que Dios es sordo, piense mejor antes ‘de decidir’ que Él no existe! Es más fácil de hacer, será resolver que Él no existe, transformando la mentira en verdad porque de hecho no existirá sólo en su propia vida – y ese es error que se paga y pagará aún más de aquí a algún tiempo, costándole aquello que nunca llegó a poseer siquiera: su vida que siempre y erradamente pensó pertenecerle. ¡Tal vez el mal esté consigo, querido lector, pero nunca con Quien querrá cargar con las culpas de los culpables, inclusive las suyas! “Sobre Él cargó nuestras ofensas” – esta palabra tiene mucho que se le diga y espero que le diga ya, bajo pena de poderse agotar su tiempo.

Temía por mucha cosa insignificante hasta, razón por la cual no facilité de manera ninguna cuando de aquella manifestación de gracia real y plenamente actuante. No dejé de poder mirar para toda la congoja que me hizo hundir en el más profundo de la tristeza interiormente, aquella que hasta se intenta esconder para que no sea vista por nadie superfluo o no, pero esta vez viendo las cosas panoramicamente del lado contrario de las cuestiones, quería ahora verlas del lado de donde fluía aquella gracia sin fin, como Dios las veía, haciendo por olvidar mi visión superflua de todo lo que me fue dado a acumular para que me sintiera tan muerto así.

No me permití la liviandad siquiera de pensar que estaría todo regularizado ya que había renacido de nuevo para una experiencia sin par a la faz de cualquier planeta, siendo este el error principal de mucho testigo de esta ocurrencia magnífica. Ha de corromperles y doler mucho la conciencia, el hecho de que se hayan prostituido con la visión que tuvieron que Dios, no conectando siquiera a la razón por qué tal manifestación de amor se emprendió manifestar, es decir, para que la era fuera limpia y sin ninguna demora y no para que se pudiera sentir bien o incluso vangloriarse, dejando de hacer uso de una real y única oportunidad en su género, de poder salvarse de una vez por todas. Ya que Él allí estaba y así tan presente, nada más que aprovechar y excluir la muerte – o más que eso – definitivamente de mis horizontes lejanos o ni tan lejanos así. ¡Quién sabe si la muerte no le esté golpeando a la puerta ya! O tal vez la vida a darle la última oportunidad de poder salvarse, única en su género.

Sin embargo, por mucho que me esforzara y aunque mucha cosa fuera quedándose resuelta inmediatamente allí y mucho consultivamente, sus explicaciones sólo iban hasta al límite de mi comprensión – sin embargo, la promesa de que todo listamente se resolvería no se hacía esperar siquiera y me era dada desde inmediatamente. Pude salir de allí con grandes promesas – no sólo habladas, pero enteramente hechas – algunas de las cuáles pretendo mantener sólo para mí. No serán demasiado nada a quién no dicen respeto y es también por esa razón que las pretendo guardar para una narración futura, cuando escribiré más sobre el resto que aún está para venir. Puedo relatar sólo algunas cosas que no serán demasiado para quienes las pueda entender y apreciar. Una de ellas tienq que ver con mi vida, la razón porque fui llamado de tan lejos, de los confines de la muerte y del pecado, confines donde nunca abundará ni leche ni miel.

Me fue dicho que yo había sido oído cuando dijo Dios que si Él hiciera conmigo más o igual que se desarrollaba delante de mí en Sudáfrica, a Él daría toda mi vida para ese fin. Y que ahora tendría sólo de prepararme, que tiempos muy severos vendrían hacia mi familia y que necesitarían de Dios para que se mantengan dentro de la posibilidad de verlo antes de que fallezcan – ese sería el objetivo más inmediato. Lo otro sería yo tomar conocimiento de las muchas y simples verdades Bíblicas, para que sirvieran de ayuda a cuántos pudieran oír. Otra cosa que se me prefiguró fue que cualquier cosa que pidiera, dentro de los parámetros de Dios, me sería dado, no existiendo imposibles a Quién me había llamado.

Después de haber esclarecido todo con Quien sabe más y puede aún mucho más, me volví lentamente para las personas con quienes hice mal y para quien ahora pedía que les fuera concedida una singular oportunidad de que oigan de mí cuánto yo lamentaba el mal que había emprendido tan estúpidamente. Pero me fue dado a ver que todo se resolvería a su tiempo. Puse el caso de mi hermano ante Dios también, no sólo por él, pero porque mi madre había sido ultrajada inocentemente por muchas personas envueltas en las mentiras de la brujería. Pedí a Dios que todas las personas que ultrajaron a mi madre vinieran una a una a pedirle perdón para que ella regenerara la esperanza de vida que había perdido con tales acusaciones.

Dios me dijo que me había oído y que tendría sólo que ir a decir a mi madre para no preocuparse más con todo aquello, porque vendrían todos a pedirle perdón. (La respuesta tardó poco en llegar en la práctica – una singular semana). Después pasé en revista la situación familiar, obteniendo respuestas siempre de inmediato mientras y desde que no me angustiara por la vista de la imposibilidad de tales hechos, humanamente hablando. Para Dios no hay imposibles y siempre que me daba cuenta de eso, obtenía respuesta pronta. Me fue dado a saber que yo sería para muchos, hasta para la familia, lo que José fue para todos en ese tiempo que se acercó al Señor de mostrar al mundo que era Él Quien mandaba en su creación. Más no digo.

Al día siguiente intenté decir a mi querida madre para que ya no se preocupará con la situación de mi hermano porque todos los envueltos en aquel cerco vendrían a tener con ella uno a uno a pedirle perdón, tal cual yo había pedido en la noche anterior. Pienso que ella no entendió allá muy bien lo que yo quería que pueda decirle porque no había dicho a nadie que me había vuelto a la vida en abundancia, pero se consoló de tal manera que dejó simplemente de pasar los días llorando en la cama sin motivación para esforzarse en la vida que aún le resta. Las palabras proféticas que yo le había intentado hacer pasar se sucedieron unas atrás de las otras, siendo la primera persona en venir a ella para pedirle perdón nadie más que mi propio y querido hermano – las otras se siguieron unas atrás de las otras.

Por eso, querida madre, no fue nadie más que Dios quien hizo todo aquello, revelando así el amor que tiene para quien aún puede vivir para Él. Sin Él tales milagros nunca serían posibles para quién de ellos disfruta, mucho menos aún si la fuerza de la vanidad y orgullo que permite y provoca las personas a tales monstruosidades provenientes de la brujería, suministrándoles la fuerza necesaria para que se puedan mantener en terrenos escurridizos y fértiles en mal y consecuente condena. Los días que se siguieron hubo una reunión familiar de la cual fui excluido brutalmente, para que discutan en conjunto los problemas financieros por qué pasaba la firma de mi padre, en ese tiempo la niña de su ojo. Recuerdo que Dios me había dicho que sería Él mismo quien lidiaría con mi padre debido a su natural arrogancia contra todo lo que fuera o hablara de Dios, incluyendo unas palabras más o menos sentidas años antes cuando él había dicho que no me ayudaría porque quería ver si el Dios en quien yo creía lo haría. ‘¿No cree él en Dios?

¡Ahora quiero ver como es que él se va a salir con Dios y sin mí!’, (Esto cuando confrontado por empleados a causa de su destreza en ayudar y dar a todos menos a mí). En aquella reunión, fui excluido brutalmente por todos, habiendo sido fijado como la persona menos deseada y más despreciada en medio de aquello todo. No diré que fue así tan factual, esto fue sólo todo lo que sentí en aquel momento. Recuerdo de irme a refugiar en el cuarto donde dormía, teniendo viendo a Dios listamente en mi auxilio, con las palabras que no me trajeron así tanto confort como eso, visto que se dirijan muy difícilmente contra la soberbia de quien no conoce a Dios.

De la Biblia que abrira, sin que quisiera abrir algún sitio específico, como que saltaron hacia fuera de ella las siguientes palabras, ganando la consistencia muy profunda de que sería el Señor diciéndomealgo: “Luego son menoscabados y abatidos a causa de la tiranía, de males y congojas. El esparce menosprecio sobre los príncipes, y les hace andar perdidos, vagabundos y sin camino (de sus faltas de soluciones), donde no hay camino (y que mi familia pensaba que aún habría). (Después la promesa), Pero Él (en el fin de todo los levantará) levanta de la opresión el necesitado, para un alto retiro y multiplica las familias como rebaños.

Los rectos ven esto y se alegran (¡por lo que no me podía entristecer con nada de aquello visto venir directamente del horno de Dios!), pero todos los inicuuos cierran la boca. Quién es sabio observe estas cosas (¡para ver se irán a ocurrir o no!) y considere atentamente las benignidades del Señor”. “Todos ellos se inclinaron delante de ti, pidiendo que los ayudes”. Lamento por mi familia, pero sólo digo estas cosas aquí para que pueda relatar con alguna precisión todo lo que se va desarrollándose en sus pobres vidas, alegando y remitiendo a la promesa como la respuesta final de todo lo que Jesús comenzó a hacer – por descontado una cosa lleva a la otra.

Después de bastante tiempo, Dios me guió para Algarve, yo aún no sabiendo que mi padre iría allá hacer un trabajo de grandes dimensiones, que lo llevaría a su curva descendiente en lo relacionado a la esperanza que depositaba en la ‘salvación’ tan livianamente prometida por el engaño del dinero. Fui allá a causa de alguien que conocía, esta persona estando allá trabajando y a través de quien vine a conocer a otras personas que por señal vinieron a hacerme ver mucho como Dios opera o no en ciertas vidas. Mi padre ganó el concurso para la dicha obra de grandes dimensiones que sería el principio de su fin en lo relacionado a la vida material y que muy probablemente lo irá a forzar a mirar para Quien él aún desprecia.

Yo no estaba autorizado a decir nada a la familia, ni tan poco a quién les pudiera informar de mi súbita convalecencia y cambio espiritual. Los comentarios que se hacían cuanto a la extrañeza de actitudes diferentes a ojos puestos en mí, eran listamente ignorados, restableciendo siempre el curso normal de las cosas a la manera que Dios las quería ver emprendidas – sería el Señor a actuar y salvar. En lo relacionado a ellas, yo no tenía nada que añadir ya que había sido Dios protegiéndome de cualquier cosa errada que me pudiera venir a ocurrir durante esta larga peregrinación, de la cual yo no puedo esperar para ver llegar el fin. Necesito gritar y contar todo lo que pasó conmigo, la esperanza que traigo y que está creciendo de día para día. Espero que haya alcanzado ese propósito genuino. Y mi historia no acabe aquí, pero por ahora llega – más tarde volveré a contar lo mucho más que necesariamente aún se quedó por contar. Finalizo con un llamamiento a quien leyó. Aquí sigue.


 

CAPÍTULO 9

 

CONCLUSIÓN: REGRESEMOS A NUESTROS ORÍGENES

 

Es sabido que Cristo dijo a quién lo buscara que lo hiciera de todo corazón. Y no es para menos, ya que cuando lo rechazan lo hacen con lo mismo a la voluntad y con esa misma intensidad. Pero existe algo que sin embargo se corrompió a lo largo de los muchos siglos de tempestades contra la verdad y la vida. Una de ellas tiene precisamente que ver con el hecho de que las personas hayan comenzado a asociar a Dios a las iglesias y al culto, privándolo tanto a Él como también a quién busca de un encuentro personalmente íntimo entre Creador y creación. Nada de eso estaría errado si las personas fueran capaces de colocar en su mano de la verdad interior y que tal fuera compatible con, no lo que se predica en la iglesia, pero sí con lo que allá se vive.

Recordemos sus palabras en Mateo 6: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; (los que afirman de pies juntos que tienen lo que voluntariamente de ellos se ausenta!) porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en las esquinas de las calles en pie, para ser vistos de los hombres. Mas tú, cuando ores, entra en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te pagará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los mundanos que piensan que por su palabrería serán oídos. (y alteran hasta la voz!)

El gran peligro de la religiosidad, hoy y siempre, es ‘el parecer que’. Basta ‘parecer que’ y las personas pasan a creer también que son. Nada más engañoso y pecaminoso e idólatra que este rumbo de acontecimientos que dependen solamente del propio vacío que se hace existir y sentir en las personas que los oyen, para que sobreviva cualquier doctrina, adúltera o no. Es pecaminoso que se aprovechen del hambre que las personas sienten en saber de Dios para que las aten a doctrinas, vigilias infinitas, catequesis y más que sea – todo eso será vanamente siempre que las personas se sientan separadas de Quienes las pueda oír, dígase desde ya.

Desde muy pronto me quedé bastante perplejo al saber y preveer que los erróneos no serían los que andan por ahí matando y desollando a quienquiera que encuentren vivos, pero sí quienes predica y sabe de la verdad. Dan énfasis a aquello que saben con alteraciones de voz, con prejuicios muy propios de ‘sabiduría’, hablando y teniendo “(toda) la apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella”. Descubrí también después de mucho esfuerzo tonto que por estos que no poseyeran la verdad que buscaba, no significaría de modo alguno que esta no existiera. De ahí que propongo que nos hallemos en la responsabilidad de venir a saber y después de encontrar todo lo que nos pueda servir, no sólo en forma de conocimientos verdaderos sobre la verdad, pero que tal venga también a ser una realidad profunda y real.

Extrañé mucho que todos los errados se basaran en la Biblia, aunque unos más que otros. ¿Cómo justificar tales cosas? Imaginé, y menos mal que así procedí, que tendría que descubrir por mí mismo, oyéndolos al mismo tiempo o no. Fue entonces que me comencé a darme cuenta que alguien intentaba contaminar la pureza del agua ya en su fuente. Veo claramente que el error viene debido a un simple motivo: las personas ya poseen y detienen una determinada doctrina cuando se hacen religiosas. Van a leer La Biblia a la luz de esa misma doctrina y todo lo que leen lo hacen por readaptar a aquello que piensan ser verdad y, finalmente, a aquello que en el fondo desearían que fuera verdad. Es muy fácil substanciar en la Biblia cualquier doctrina que poseamos. Descubrí que hasta un asesino puede, si quisiera, arreglar motivos para matar basados en lo que lee de la Biblia, porque Dios ordena y ordenó destrucción a los ímpios; lo que estos necesitarían desde ahí sería sólo una redefinición de la palabra ‘impío’, pasando tal palabra a ilustrar misteriosamente las personas de quienes no se gusta.

Muy difícilmente considerarse iba el impío a él mismo como tal, aún sabiendo ser esa la única manera de conseguirse salvar. Cualquier ladrón se considera pecador pero nunca ladrón. Así siendo, los otros pasan siempre a malos y qué a elaborar una doctrina substanciada en verdades Bíblicas va un pequeño paso. Por eso leemos que Pedro escribió sobre la verdad que “los indoctos y inconstantes tuercen igualmente las escrituras, para su propia perdición (...) guardaos pues de que por el engaño de los hombres (...) seáis igualmente arrebatados (¡y desbaratados!)...”

Por esa razón, sería muy fácil substanciar cualquier doctrina con versículos bíblicos y yo aquí mencioné sólo una manera. Será muy diferente que alguien quiera saber de la verdad desnuda, cruda (y bella como ahora descubrí ser, algo que no esperaba de hecho), yendo a leer pero olvidándose de todo lo que tiene como preestablecido debido a cualquier ascendencia religiosa o no para que se pueda saber redescubrir cualquier verdad a través de la lectura del libro más vendido de todos los tiempos. Ahora, si la Biblia que no fuera vida para quien la lee, pero sólo una base de doctrina, algo de muy errado pasa con tal agente, seguramente. “A que quién añada (...) alguna cosa, Dios hará venir sobre él las plagas que están escrituras en este Libro; y si alguien quita cualesquier palabras del Libro (...) Dios quitará su parte del árbol de la vida”. He ahí el aviso y también una certeza: cualquiera que quisiera honestamente descubrir la verdad, que lo haga sin temor, porque “aquel que busca halla”. Yo testifico y testimonio que esta existe en forma de vida y que es verdadera y real.

¡Siempre que se hace ‘parecer que’, estamos engañados! ¡O Dios es en nuestras vidas (tal como él dijo Moisés ‘¡Yo soy!’) o entonces somos muy vanos en cualquier tipo de religiosidad aparente, por muy real que esta sea realmente! “... Emanuel, es decir “Dios con nosotros...” – ¿no hace esto con que cualquier tipo de religiosidad nos suene la falsedad? ¿Será que nos alejamos así tanto de la cosa más simple que existe a la faz de esta nuestra tierra, es decir, conocer a Dios personalmente? ¿Porque habrá dicho Salomón “para el prudente (este) conocimiento es fácil”? Como he intentado ilustrar, para cualquier tipo de prohibición, como la de la boda, hasta cualquier tipo de promiscuidad, se puede arreglar bases en la Biblia. Pero que Pedro, considerado el primer papa, fue casado, eso nadie que no le convenga mencionará de un púlpito; y que Pablo no se casó algunos no les gustará mencionar. Unos bautizan así, otros llenos de rito cerimonial; de todo hay un poco y todos se basan en la Biblia.

Es imposible no notar que muchos hasta se antagonizan doctrinariamente con ideas completamente opuestas unas a las otras a través del mismo Libro: ¿Porqué? Eso será sólo porque nadie se da al lujo (¡y hoy, como siempre de hecho, puede ser considerado lujo mismo!) de saber directamente de quien es defensor de toda la verdad ahora y para siempre, quiere gustemos que así sea quiere no. ¡No lo hacen porque tal procedimiento trasciende la razón, siendo la razón a su ver las muchas historias imaginadas en la televisión como telenovelas y lo que más, mientras que cualquier verdad es debidamente puesta en el vertedero de nuestros gustos y con mucho cuidado, no vaya alguien a notar que tocamos en la Biblia! ¿No habrá aquí una inversión pecaminosa de las muchas cosas que nos interesan? ¡La ilusión para nosotros se llama razón y cada día más aún; la Verdad se llama ilusión o sólo alusión cuando no queremos herir a quien cree en Dios! Por eso dice la Biblia “¡la Verdad tambalea por las calles, y esto pareció mal a sus ojos!”. ¿No será verdad que las personas fácilmente llevan la ilusión a sus propios caprichos de verdad sólo porque así les gustaría que fuera?

¡Por otro lado se exhiben completamente desinteresados de cualquier verdad viva y experimental sólo porque esta no les conviene!La precariedad religiosa se hizo entonces, no solamente aparente a los ojos de Dios, como también se hizo ofensiva contra cualquier tipo de verdad. Desde la idolatría que el Señor tan vehementemente condena y hará por deshacer en pedazos eventualmente, hasta todo el tipo de promiscuidad y liviandad sobre y contra verdades eternamente infinitas; desde la presencia asidua del hombre en el simple perdón de pecados – una verdad bastante adulterada aún – hasta muchos que se presuman que hablan en nombre de Cristo cuando al mismo tiempo insisten en que se vayan encurvando delante de imágenes y promiscuidades más que simplemente pecaminosas y tan solamente religiosas; ¿será así tan difícil llevar en cuenta que nada de esto contribuirá para la salvación de cualquiera que quiera hablar con Dios con la finalidad de dejar precisamente de ser fingido acerca de su pecado o realidad espiritual? ¿Será que fingimos que trabajamos o que estudiamos o estucamos una pared?

¿Hará tal cosa hacer real alguna vez lo que la pereza no se place a conseguir? Si así es en nuestra vida normal, es decir, si una pared no es estucada sólo por mi imaginación que está estucada, ¿porque razón estarán los hombres siempre fingiendo entonces sobre Quién, en el fondo, nunca encontraron siquiera y que será más real aunque cualquier cosa visible en la faz de esta tierra en que hacemos por sobrevivir muy precariamente debido a la ausencia de Dios en nuestras propias vidas?

¡Quiere decir que las personas no se cansan de ver historias sobre el año 3000 efectivadas por mentes estupidamente prodigiosas, pero si importan de que los vean intentando descubrir una simple verdad sólo! No les importa ser vistos adorando un pedazo de barro o piedra sólo porque estos se encuentran posados en cualquier altar de cualquier iglesia, pero si importan con lo que sean vistos intentando descubrir verdades que no sueñan que siquiera fueran más bellas que cualquier cosa que puedan imaginar. ¡Recuerdo que antes de encontrar a Dios hacía y me esforzaba mucho para ser feliz, para ser sonriente y descomprimido, cosas que mucho necesitaba de hecho! Pero ahora que encontré a Dios de hecho, ni tal cosa busco: ya la tengo sin haberla buscado concretamente.

¡Antes me esforzaba por sonreír, y aunque fuera siempre una demostración (¡qué ahora considero sólo aparente!) de alegría y fuerza de vivir a pesar de todo, considero que ahora, por mucho que sonría nunca conseguiré siquiera manifestar el enorme gozo que tengo y poseo dentro de mí y que hace cuestión en manifestarse sin que yo la tal me pueda oponer a no ser mucho, muy voluntariamente mismo! Antes me esforzaba para manifestar felicidad engañando al prójimo a alguna manera para que no tuvieran que escudriñar mi era.

Ahora me deparo delante de un dilema de mayores proporciones que es la de poseer más felicidad y alegría que aquella que alguna vez pueda demostrar y contabilizar. No consigo dar cuenta de lo que pasa dentro de mí y ya desistí de intentar demostrar para poder tener sobriedad, paz y tranquilidad suficientes de la enorme felicidad que cargo dentro de mí, esto para que pueda ser útil y normal en mi día a día. Antes me esforzaba para demostrar todo lo que no tenía; hoy me esfuerzo para contenerme en lo mucho que tengo, lo cual en el fondo, no busqué. Yo no busqué ser feliz y reconozco que tengo más que aquello de que puedo usufructuar interiormente, y es precisamente esto lo que la Biblia promete. “Tendréis vida en abundancia, vuestro vaso rebosará, mi alegría os dejo, no la alegría como la que el mundo da;” todo esto es verdad y yo puedo testificar que así es de hecho, tanto yo como quién me conoce de cerca. Antes moría de tristeza, ahora busco no desfallecer delante de tanta alegría que por todo y por nada se manifiesta y rebosa – ¡si es que desfallecer así sea posible!

Me recuerdo de una biografía que leí sobre uno de los mayores evangelistas de todos los tiempos, a quienes preguntaron si algo de errado pasaba con él momentos después de haber pasado lo que yo intenté mínimamente describir en capítulos atrás. Él sólo respondió: “¡no, pero estoy tan feliz que no consigo vivir!”. Yo no creo que sería prudente a alguien buscar a Dios para ser feliz, poniendo una piedra de tropiezo inmediatamente a la partida de esta carrera. Sin embargo estaría mintiendo si dijera que a lo que encontremos a Dios como Él es y no como querríamos que fuera, trae enormes proporciones de alegría a la cual la mente humana tendrá que reajustarse para poder vivir en total sintonía con ella, como siendo tal ocurrencia una cosa normal – lo que en el fondo es, pero porque las personas no están habituadas a tal cosa, tendrán que readaptarse para conseguir vivir normalmente con la presencia continúa de quien es y siempre será majestuoso. Él no tiene culpa de ser así; tampoco tendrá culpas por que nosotros no estemos viviendo lo que en cualquier ser creado por Él debería ser normalísimo y más que habitual.

El tropiezo existe, sin embargo, porque el egoísmo en ser feliz es y siempre será incompatible con esta felicidad continuamente creciente, es decir, creciente en la medida de la ausencia de egoísmo en los propios motivos que nos llevan a tal búsqueda y a tal misterio y más que correcto e ineludible encuentro celestial con quien lo busca. ¡Tengamos en cuenta que no será porque tal encuentro trae enorme felicidad a quién lo descubre y cree que lo vamos a rechazar también! Seguramente que no podemos ignorar que tal es y será siempre una realidad con que tendremos que contar y que de esa felicidad nadie que Lo halle se librará nunca. Ahora, de ahí a que pensemos que Él no tendrá gozo en conocernos íntimamente también, va un gran paso, miserable paso, dígase de pasada. “Porque Dios amó de tal manera el mundo que dio a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no perezca, sino tenga la vida eterna” (Juan 3:16).

Me recuerdo de una leyenda que ilustra de cierta manera un poco de lo que aquí quiero expresar en papel. Había una isla que tenía de todo, desde oro, piedras preciosas, madera, comida, donde nada faltaba, de tal modo que nadie allá daba valor al oro que aquí dan, por ejemplo. Pero como en todos los paraísos acá en la tierra, había uno sino: muchos ratones y ratas. Era una peste y nadie conseguía usufructuar de un pequeño momento de paz siquiera, ni de día ni de noche. Fue entonces que apareció allá un marinero en una ruta de descubrimientos, el cual había dejado allá unos gatos como oferta al rey. Prometió que en la vuelta para su País pasaría por allí y zarpó lejos. Pasados unos años apareció allá el dicho marinero para aprovisionarse y saludar al rey local. Cual fue su espanto cuando fue llevado en hombros y puesto en el lugar más honroso de la tribuna de esa tribu.

El rey se aproximó de él con cantidades infinitas de oro, plata y especias locales que abundaban por allí hasta demás, manifestando que nunca más lo olvidarían porque, decía él, la única cosa vil en su isla serían los ratones que no los dejaban nunca vivir felices y que los gatos sin embargo multiplicados hicieron por desaparecer. Este marinero no cabía en sí de contento y fue a contar a sus amigos, cuando llegó a su País, toda la suerte que había tenido en forma de agradecimiento: le habían dado un navío lleno de todo lo que en su País consideraban ser riqueza. Un cierto marinero, al escuchar todo aquello, comenzó inmediatamente a calcular y maquinar planes. Lo que el otro había obtenido sin egoísmo de cualquier tipo, este pensó ir a conseguir con planes y más planes para disfrutar maliciosamente del buen corazón de quien daba así tan abundantemente. De ahí a aparecer en esa isla con un barco lleno de caballos fue una cuestión de tiempo sólo porque, pensó él, allá no habría nada igual. Y de hecho no había y este marinero mañoso se quedó tan feliz en saberlo que no dormía de excitación.

Imagínese que su amigo había llevado tanto oro y no por media docena de gatos – ¿lo que no iría él recibir por un barco lleno de caballos? Inmediatamente de mañana, decidió partir por ya no aguantar la ansiedad de ver cual sería su ‘recompensa’ y mientras más pronto decidiera partir tan más deprisa descansaría su avidez en saber el resultado de su malicia. El rey lamentó mucho que el hombre fuera partir tan temprano así, siendo él amigo y conocido de quien había traído tan grande beneficio a su pueblo. Pero, dijo el rey, nadie viene acá a visitarnos sin llevar como oferta algo de lo que ellos en la isla consideraban el bien más precioso que poseían. El rey pidió que el marinero lo perdonara sin embargo por este no poder dar mucho de esa preciosidad, visto aún no que se hayan multiplicado lo bastante para que puedan dispensar así tantos. El hombre frotó las manos de contento y pensó que aunque fuera sólo una tonelada de oro eso no sería tan malo así, aún siendo mucho menos que aquello que su amigo de allí había llevado.

Pero, se intrigó porque inmediatamente dedujo que el oro no se multiplicaba – ¿o sería diferente en aquella isla? Impaciente y a imaginar el imposible que su mente perversa lo llevaba a concluir, porque la perversidad lleva a soñar y a creer hasta en lo imposible, decidió esperar sin dar alarma a su concupiscencia y por fin allá vino su presente que el rey había mandado buscar. “¡Aquí tiene un par de gatos que es señal de nuestra inmensa gratitud por ser la cosa más preciosa que ahora poseemos en esta isla! Todos nosotros esperamos que le traigan los beneficios que a nosotros trajeron y que el señor diga a su amigo que nosotros ya valoramos su dádiva más que cualquier cosa en nuestra isla.” El hombre salió de allí indignado y a penar bajo la humillación de haber sido aconsejado aún a ir que tener que contar a su amigo la humillación que su egoísmo le había traído. Claro está que nunca diría nada a nadie, pero sus marineros compañeros se encargaron de hacerlo.

Esta historia ilustra bien lo que quiero demostrar: que nadie busque a Dios para ser rico o aún pobre, feliz o masoquista, negro o blanco, son o salvo, por alegría, felicidad o tristeza. Cualquiera tiene condiciones más que suficientes para encontrarlo sin ser humillado al punto de despreciar hasta la idea de Dios. Mírese por ahí los engaños de quienes predica para ser rico y dice ser esa la voluntad de Dios. ¡La humillación que sufren es y será su único premio y después a lo que persistan en el error se caerán en tal ignominia que nunca más se levantarán! En Brasil y en muchas partes del mundo se ve tales cosas con frecuencia y ni el error y la caída de unos hacen vacilar a los próximos adherentes a tales ideas y prácticas, en que se entreguen a tales crímenes de enriquecer a costa de la pobreza ajena y a través de la propia destreza del pobre en querer ser feliz y rico. La felicidad que Dios da, será siempre super abundante, pero no será esa la razón de su esencia y existencia.

¿No tendremos nosotros que caminar hacia atrás en nuestras intenciones de nunca permitir que Dios sea eficazmente real en nosotros, fuera de nosotros y por nosotros? Porque dijo Cristo “aquel que perdiera su vida la hallara”? ¿No tendremos nosotros la responsabilidad de, como Pablo nos aconsejó a hacer, probar los espíritus para ver si de hecho provienen de Dios o no? Leemos en el último libro de la Biblia que la apostasía de una muy grande institución religiosa iría a prender a muchos para la muerte bajo el pretexto de hacerlos creer que viven para Dios a través del sacrificio y de rezos puramente religiosas. Aquí en Apocalipsis leemos por ejemplo de la gran prostituta (¡iglesia que se prostituye con otros en nombre de Dios!) y sus hijas, aludiendo al hecho que allá se hacen oír los cánticos del Señor y de la verdadera esposa del Señor ¡(los que lo encuentran la verdad!), profetizando verdaderamente su ineludible condena en caída perpetua diciendo “...en ti ya no se oirá la voz del esposo y la luz la lámpara ya no lucirá en ti...”.

No es verdad que hace alusión aquí precisamente a quien habla de Cristo, de quien dice presunciosamente “estoy sentada como reina y no soy viuda y no veré el llanto” y de quien Dios dice: “por lo tanto un día vendrán todas tus plagas, la muerte, el llanto y el hambre... sale de ella pueblo mío, para que no seas participante de sus pecados y para que no incurras en sus plagas, porque ya sus pecados se acumularon hasta al cielo y Dios se acordó de los pecados de ella... en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos y de todos los que fueron muertos en la tierra”, ¿porque Cristo dijo aunque vendría un día en que matarían a los que viven para Dios pensando en hacer un favor a Dios? ¿De quien más podría la Biblia estar hablando aquí sino aún de quien usted está pensando?

Yo no quería acabar esta mi historia de amor, sin par, sin dar un tajante aviso a quien le gustaría conocer a Dios personalmente y sin medias medidas: déjense de ser engañados con aquello que nunca fue vida aún. En la realidad es tan simple ver a Dios, más fácil será decididamente imposible. No quiero con esto alegar siquiera que no exista lugar en la tierra donde no se vea a Dios operar cómo Él más gusta, de ninguna manera. Por el contrario, afirmo completamente convencido de verdad que tales lugares existen. Pero también afirmo que si no consiguiéramos encontrar a Dios dentro de nuestro corazón, en nuestro cuarto o en nuestra intimidad, nunca lo veremos habitando en el paraíso donde su presencia se hace sentir ininterrumpidamente.

La lucha que yo emprendí para buscar a Dios será innecesaria en sí, si el arrepentimiento contra el engaño de su propia alma que sea confrontado desde ya, llevando en cuenta sólo y tan sólo que para ver alguna cosa de la Verdad, de la Vida y del Camino, es decir, Cristo y solamente Él, quiere queramos que así sea quiera o no. Bastará auscultar su conciencia para confirmar si así es, aquella voz fina y casi imperceptible. Tampoco veo que razón tendrá nosotros para alegar cuando compareciéramos delante de Él para explicarle por qué razón nos dejamos perder así tan livianamente. Quiero finalizar con un argumento muy propicio que Dios reiteró a través de uno de sus profetas para los que dicen, como yo pensaba, “He ahí aquí, que fastidio”, (Mal.1:13).

Aquí se sigue la palabra de Dios a cualquier pecador, sea este padre, pastor, grande o pequeño, drogado o asesino – todos por igual, sin hacer distinción sea de quienquiera que sea. Así dice aquel que hace todo nuevo y que del viejo y del roto en nosotros puede hacer nuevas criaturas y que dice que no pusiéramos vino nuevo en odres viejos: “Venid luego y estemos a cuenta (...)He aquí que no es acortada la mano del Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar su rostro de vosotros, para no oir.

"(...)Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos, de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, y vuestra lengua habla maldad. No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben trabajo, y dan a luz iniquidad. Vuestros labios hablan falsamente, vuestra lengua pronuncia perversidad; nadie hay que clame (de verdad) por la justicia, ni nadie que comparezca por la verdad (...) la verdad tambalea por vuestras calles (...) Venid luego y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos(...) si fueren rojos como el carmesi, vendrán a ser como la blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis del bien de esta tierra. Dichosos vosotros los que sembráis sobre todas las aguas; los que aréis con buey y con asno”, Is.59:3-5.

No veo porque razón tendrá alguien que pasar todo lo que pasé si puede resolver su problema pecaminoso y fatal de una manera tan simple y eficaz; ¿será por la puerta ser angosta y por ser apretado el camino que lleva a la vida? ¿Que disculpa más se podrá presentar? ¿El creer a su manera? ¿Salvará eso quién ni sabe cual es el Camino? ¿Lo de haber nacido y haber sido bautizado en alguna institución milenaria o secular, reciente o ‘correcta’? ¿No dice Dios de las instituciones religiosas que hacen por prender a quién a estas pertenece, privándolas así del único bien que esta vida nos puede ofrecer eternamente, es decir, a Dios en persona aún, que serán juzgadas por que hayan prendido a ellas aún quién debería prenderse a Quien sabe salvar? “Bienaventurados vosotros que no prendéis el pie del jumento y del buey y que sembráis sobre todas las aguas!”

Y finalmente, a quién de veras encuentra la única salvación y por entero y sin ninguna ceremonias, digo citando palabras del profeta Isaías: “¿No has sabido? ¿No has oído que el Dios del siglo es el SEÑOR, el cual creó los términos de la tierra? No se trabaja, ni se fatiga con cansancio; y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, (¡yo que lo diga!) y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los jóvenes se fatigan, (¡de certeza!), y se cansan; los niños flaquean y caen; pero los que esperan, n en el Señor renovarán sus fuerzas, subirán como águilas: correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. Callaos ante Mí y renueven las fuerzas: lléguense y entonces hablen, (no antes) lleguémonos juntos a juicio” y nadie morirá por eso, porque hasta un salmista dijo en Salmos 42:2 “, mi alma tiene sed del Dios vivo: cuando entraré y me presentaré ante su faz?” ¿ahora si así no sucede, para qué continuar siendo religioso aún? ¡Que así sea consigo también, porque si Dios que no fuera real, de nada sirve aquello que hacemos o en que creemos!

José Mateus
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